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Barullo en papel La entrevista

Moreno: “Yo suelo contaminar lo alto con lo bajo, el lacanés de salón con el lunfa de tango”

¿Reemplazarán los tics de la escritura a los silencios, las pausas, las expresiones del rostro, los tonos de la voz, los gestos, todo lo que pidió el editor? Las respuestas están en la notable entrevista de Beatriz Vignoli a la escritora y periodista María Moreno.

Rosario, martes 23 de abril de 2019

Una puertita comunica los espacios público y privado del teatro Sala Lavardén de Rosario, donde María Moreno acaba de dar una conferencia sobre Rodolfo Walsh. La cronista conoce o cree conocer muy bien esa puertita. La abre y se manda. ¿Por segunda vez? Y es que recuerda, de la dictadura, un raro momento feliz: un recital de Serú Giran donde tuvo la audacia, siendo una inimputable adolescente, de aprovechar un intervalo para acercarse a Charly García y darle un abrazo. No recuerda ya si entró o salió por esa puertita en aquel entonces. Después, en el presente de la escritura, no estará segura de que se trate del mismo teatro. Puede ser un recuerdo falso, algo que sucedió en otro lugar muy parecido y que su memoria homologa al presente, es decir al martes del déjá vu que la guía como por un portal interdimensional hasta el camarín donde es reconocida por la estrella en cuanto dice su nombre.

La estrella, esta noche, es María Moreno. No hay entrevista, sí sándwiches de miga que María decide solidariamente dejarles a los técnicos. El intercambio es breve. Se reduce a pactar un futuro diálogo epistolar, previa lectura por la cronista de sus libros más recientes: Black Out, Oración y Panfleto. Y también a comentar, ya en una esquina al filo de la despedida, una coincidencia: el restaurante donde cenará María se llama El Ancla, casi igual que la Agencia de Noticias Clandestinas ANCLA que dirigía Rodolfo Walsh en los años 70, agencia vinculada con y a la vez independiente de la Organización Montoneros.

En 2009, con producción del Centro Cultural Rojas, María Moreno entrevistó a sobrevivientes de ANCLA, y realizó y guionó con ese material el video El Walsh de la investigación, que mostró al auditorio de la Lavardén esa noche. No está en internet y la cronista solo atina a describirlo con lugares comunes preciosistas: tesoro, perla, joyita.

Vie., 26 abr. 20:46. Hola, María, este es tu email? Abrazo, Bea.

Vie., 26 abr. 22:38. sí, ahora estoy en bogotá.

¿La entrevista peligra? La falta de tildes, mayúsculas y puntos (tres carencias que indican prisa en el mensaje) hace temer lo peor. ¿Reemplazarán los tics de la escritura a los silencios, las pausas, las expresiones del rostro, los tonos de la voz, los gestos, todo lo que pidió el editor? ¿Será esa la función de lo que se llama “un estilo”?

Sáb., 27 abr. 14:25. ¿Y te será posible responder preguntas por este medio desde allá?

Dom., 28 abr. 00:20. no puedo escribir desde acá: sólo tengo el celu y mucha actividad.

Dom., 28 abr. 13:35. cuándo volvés?

el 30 estoy ahí.

Jue., 9 may. 19:00. Hola, María: En el capítulo titulado “Cositas suyas”, (Oración, p. 225) conectás el cuento de non fiction La polera azul, de Marta Dillon, con un testimonio de Cristina Comandé que Marta Dillon revela en el final del relato, y que reescribís en la página 252 como “Marta Taboada inaugurando la temporada de verano en un campo de concentración con una polera a compartir de mangas cortadas”. Al respecto de las marcas de clase en el testimonio de Lucy Mainer, comentás: “De los buenos modales en la tragedia: qué poco se comprende que la frivolidad y la superficialidad son formas elegantes del estoicismo” (O., p. 231). Subrayo no sin cierto didactismo como ejemplo de tu estilo la primera cita, donde coexisten en forma casi escandalosa, uno junto a otro, dos sintagmas de tono contrastante: “temporada de verano” y “campo de concentración”; a la segunda cita, conjugándola en futuro y recortándole el invernal “qué poco se comprende que”, me permito reinventarla como ficción posible de un manifiesto programático sobre el sentido ético de tu propio estilo. “De los buenos modales en la tragedia: la frivolidad y la superficialidad serán formas elegantes del estoicismo”. (1)

Rosario, sin fecha: La cronista lee Black Out y le encanta.

Chat de Facebook (en vísperas de una nueva visita de M. M. a Rosario)

14 de mayo de 2019:

Hola, María

ya leí tus tres libros más recientes

Cualquier cosa favorable que diga de ellos va a quedar como adulación tendiente a conseguir una entrevista, mejor hablamos personalmente, abrazo.

14 de mayo de 2019:

María Moreno: Estoy hasta las manos más los infinitos trámites de cobro de cualquier boludez: la verdad es que libero el domingo: fijate si te da ganas de que responda. Después de la maldita mesa redonda (última y último viaje hasta noviembre) me saco la careta y me pongo a escribir al lado del río o me va a dar un infarto.

me gustaron tus preguntas

perdón por no cumplir pero estoy harta de la informática, los plomeros, las olfeadas ciegas, los gatos hambrientos, Macrilandia, la ABSOLUTA NO DIVISIÓN DE TRABAJO: soy un hamster en su rueda…

y encima no tengo zapatos adecuados

En el Hilton de Bogotá un whisky cuesta menos que en La Paz

Y perdí mis anteojos octogonales en el Savoy

No. no estoy borracha.

Personalmente soy demasiado incontinente

14 de mayo de 2019, 14:57:

¡Qué buena respuesta!

La seguimos el domingo. Abrazo

dale, jajaja

Rosario, jueves 16 de mayo de 2019: De nuevo, un camarín. Esta vez se trata de los sótanos del Parque España, en las entrañas del Teatro Príncipe de Asturias. Alguien guía a la cronista hacia allí, un inmenso salón subterráneo donde hay café y cerveza, y M.M. se disculpa por la loca respuesta que dio por mensaje privado de Facebook. Autoriza a publicarla. Recibe el postergado elogio de Black Out. A estas personas se les supone un saber especial: se las ha invitado a hablar del amor y de los cuerpos. Una vez en el escenario, M.M. muestra en pantalla una foto suya con un revólver en la sien, que ella misma sostiene. Explica que era una joda, y que el arma era de plástico. Lee un texto sobre el suicidio.

Todavía en Rosario, noche del sábado 18 de mayo de 2019. De una mesa a otra, entre chorizos y vacío, M.M. pregunta si la entrevista todavía existe o si ya no tiene sentido intentarla. Toda la cena, mientras en otra mesa Roberto Jacoby recuerda las canciones que escribió para Federico Moura, M.M. ha estado ahí como un tótem con su cara de muñeca Piel Rose, pero una vaga lealtad al pacto epistolar o pereza o mezcla de todo eso le impide a la cronista avanzar más allá de gritar de mesa a mesa un cordial “¡Nos escribimos!” que es respondido por la ¿elusiva? entrevistada con una cálida sonrisa producida con un mínimo de energía. La ambigua conducta de las participantes de esta no-nota las ha convertido a ambas en personajes de un cuento de Kafka, tanto más lejos de lograr el objetivo cuanto más disponibles.

Al final, la magia del email y el simple arte del montaje lo hicieron posible.

María Moreno, jue., 30 may., 12:01: No es tilinguería: es una fobia mayor como no se puede imaginar. En el segundo artículo hablo algo de eso. (Adjunta un archivo publicado, titulado “Confesiones de una niña fóbica que dejó el colegio”. Y adjunta un texto inédito con sus respuestas).

(1) Esa no es una pregunta; es una teoría crítica sobre lo que hago. Y una provocación, supongo. ¿Mezclar moda y campo de concentración te suena escandaloso? Son las ficciones en los campos, entre ellas la moda, las que constituyeron algo más que resistencia: invención, huida de la economía del enemigo. La polera azul es arte de las tinieblas, fashion soberano: cambiarse la única ropa intercambiándola o dándola vuelta, tajeándola es simbolizar el tiempo desde la imaginación, pop trágico. Si leés Memorias de una presa política de la Lopre que editamos con Lila Pastoriza para la colección Militancias de Norma ves lo importante que era en la cárcel el desfile de modas, disfrazarse, crear libremente bajo un intento de sometimiento absoluto. El libro hecho a mano con el Romancero gitano por Norma Arrostito, el ajedrez hecho con miga de pan por Sara Méndez, los poemas de Mary Ponce rompen el principio concentracionario. Y El beso de la mujer araña en el fondo es documental: los prisioneros suelen contarse películas con lujo de detalles. Cuando Martha Taboada, como cuento en el libro, llevaba a obreros al Colón no estaba cayendo en un desliz burgués. Estaba activando por una revolución futura, donde la metáfora izquierdista del pan duro fuera defenestrada, una revolución que siempre está viniendo y que como dice Paul Preciado es con arte, drogas y baile. Una vez Roberto Jacoby, un marxista pop, me dijo “¿por qué les importará tanto la moda a los mendigos?”. ¿Pregunta frívola? ¿Agresiva? Al contrario: es pensar al más vulnerable como no totalmente devastado sino capaz de tramitar formas de soberanía, reconocerle su no ser todo demanda hacia al otro. Una vez con Marcia Schvartz estábamos sentadas en un bar de la calle Corrientes y vimos a una mujer en situación de calle, como se dice ahora, barrer, baldear y ordenar un trozo de vereda y darse vuelta la ropa con un método y un sentido de la composición ajustado, una especie de armonía del harapo y el escombro. En mi barrio había un mendigo, Tucho, totalmente vestido con sachets de leche y un sombrero que era una caja con una ventanita arriba. Se proponía como arte al paso por unas monedas. A veces hay “hogares de calle” que son lecciones de diseño. Mi padrino de AA diferenciaba a los crotos ilustrados, anarcos y lectores de antes de los años cincuenta de los locos y los fisura que él encontraba en la calle en los últimos tiempos. Él vivía en las bibliotecas públicas y por la noche en Metrovías o un hogar de Costanera. Estaba vestido con suéters de cachemir y zapatos de carpincho, producto de las donaciones que conseguía en Las esclavas. La izquierda cultural entronizó el modelo de cronista popular, machirulo, anarcoide, misógino, tristón y pobrista. Están invisibilizados los cronistas de sociales de América Latina que son geniales traidores a sus clases.

¿Dónde establecés, si hay alguna, la filiación de tu estilo?

—Por un lado yo suelo contaminar lo alto con lo bajo, el lacanés de salón con el lunfa de tango, el tono fashion con el del testimonio, el plebeyismo deliberado, es un procedimiento como cualquier otro. La versión psi es berreta: mi madre química desinfectaba el mundo, era una talibana contra la contaminación. Ella decía: “No hay inconsciente: hay bacterias”. Yo antiedípicamente infecto.

¿Influyeron Miguel Brascó y tu trabajo como colaboradora en la revista Status que él dirigía?

—Brascó era un gran escritor, empañado por su personaje, y sus revistas fueron laboratorios de escritura para muchos como Martín Caparrós, Rodrigo Fresán, Alan Pauls.

¿El estilo sería un gesto ético-estético? ¿Político?

—Esa frase que citás (“De los buenos modales en la tragedia”) es por mi devoción por el libro La escafandra y la mariposa escrito por el director de Elle, Jean Dominique Bauby, un Don Juan de casino, el jefe de redacción de lo que supo definir como “un universo de perifollos”, el preferido de las borracherías suntuosas como el café de Flore, el chofer desenvuelto de un BMW cuyas puertas –como las de todo auto elegante, él lo sabía– se cerraban con un leve chasquido. El 8 de diciembre de 1995, un accidente cerebrovascular lo convirtió en una rareza neurológica: un ser afectado por lo que los anglosajones han bautizado locked in syndrome, afección del tronco cerebral que lo convirtió en un ser paralizado de pies a cabeza, a excepción de su mente y el ojo izquierdo. Recluido en la habitación 119 del hospital marítimo de Berck, se le ofreció a la salida del coma un alfabeto donde cada letra se ordenaba de acuerdo con su frecuencia en la lengua francesa. La serie LMDPCFBVHGJQZYXKW fue su pasaporte a la literatura.

En La escafandra y la mariposa el protagonista jamás se identifica con su desgracia; a lo sumo contempla con interés casi científico cómo una lágrima surca una de sus mejillas cubiertas de espuma de afeitar.

Bauby murió en marzo de 1997 como el muchacho de oro mediático que había sido: en la cúspide de la lista de best sellers. Lo que hizo que se sobreviviera a sí mismo no fue la riqueza de una espiritualidad desencarnada que se encuentra ante la alternativa de volverse literal sino el bon vivant a bordo de un descapotable rojo, el bebedor del bar Felix en uno de cuyos asientos un diseñador trazó su retrato, el redactor en jefe que dirige al mundo una pregunta nada metafísica: “¿Qué es la mujer Elle?”, es decir el hombre fashion y no el filósofo interrogado por la experiencia de una excepción penosa (“el locked in syndrome es tan poco probable como ganar el pozo acumulado en el Loto”, ha dicho). Y se sospecha que duró por lo que él mismo describe como un arrasamiento que lo devolvió otro, pero también por una suerte de sentido práctico burgués que lo llevó a movilizarse con lo que contaba y a cumplir a su modo un contrato de edición y con los días contados, a la manera de un cierre de redacción, es decir por lo que estaba intacto en él, sumado a una pulsión de éxito que encontró su motor vengativo en su nueva calificación en el tout París, la de “vegetal”.

¿Qué opinás del género entrevista?

—Me interesa el género entrevista como laboratorio de escritura, ficción de encuentro, aunque se lea siempre como el género más referencial. Mis preguntas inductivas son casi una violación. Mis confesiones zarpadísimas para que el otro “entre como yegua sudada” como decía Briante (luego no las escribo). En Tiempo Argentino publiqué una serie de entrevistas falsas con el nombre de June Howard. “Entrevisté” a Graham Greene desde el punto de vista de la revista Literal. A Diane Keaton contestando en lugar de ella y traduciendo mi vida a la suya. Gustaban mucho y las hacía después de mucha investigación. Creo que Graham Greene hubiera creído que quien contestó fue él mismo.

Fotos: Sebastián Vargas

Publicado en la ed. impresa #04

Por Beatriz Vignoli

Soy escritora a secas, periodista cultural, traductora profesional, curadora independiente y jardinera aficionada. Escribo en Rosario/12 desde 1991. He publicado libros de poesía y narrativa de ficción y no ficción, donde temo que a veces se complica discernir cuál es cuál.

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