Necesita tiempo para concretar sus planes José Pepe Grimolizzi, que a poco de cumplir 82 años todavía dedica buena parte de sus días a la labor de productor. “Me gusta seguir estando cerca de la cocina de los espectáculos”, justifica con sencillez el empresario artístico distinguido de la ciudad de Rosario, que intenta encontrar los momentos para alimentar el libro que condensará una buena cantidad de las historias que fue cosechando a lo largo de más de seis décadas de trabajo.
Pepe se entusiasma con la idea y explica que necesita tiempo el mismo viernes en el que tendrá que coordinar los preparativos del show de La Konga, para más de ocho mil personas. Lo dice pocas horas después de completar la producción del concierto de Diego Torres en Metropolitano, al que califica como “una maravilla”. Y no es un elogio menor el de Grimolizzi, un productor respetado, con códigos de vieja escuela, que supo construir relaciones con algunos artistas que, junto a él, dieron sus primeros pasos en Rosario. La lista es extensa, pero destaca nombres que cobraron carácter de amistad: Susana Giménez, Jairo, Víctor Heredia. Cada artista dispara anécdotas que brotan con detalles precisos. Un libro espera por esas historias, que son parte de la historia cultural de la ciudad.
Una historia cultural que Pepe Grimolizzi comenzó a protagonizar casi por azar, guiado fundamentalmente por una actitud fraternal: su hermano menor, Héctor, comenzó a tocar el bandoneón en la Orquesta Juvenil que, en 1960, conducía Julián Chera. Y allí fue Pepe, como acompañante. Inquieto, comenzó a buscar espacios para que la agrupación brindara sus conciertos. “Me fui vinculando. Antes, cuando las orquestas cobraban sus honorarios, los músicos tenían que ir al Sindicato en calle Paraguay 727. Quienes éramos los productores depositábamos el dinero en el Sindicato, que después pagaba individualmente a cada músico. Eso me dio una gran relación con instituciones y gente que tenía que ver con los shows”, recuerda sobre aquellos tiempos en los que, siendo un veinteañero, encontró la forma de estar relacionado con el arte. Hasta entonces, dos años de estudio de piano, cuando todavía era un niño de escuela primaria, habían sido el primer y último intento con el asunto.
Con la experiencia acumulada como representante de la orquesta del menor de los hermanos Chera, en 1964 dio un nuevo paso trabajando para el productor Orlando Bolten, que formaba parte de la comisión directiva de Rosario Central. Poco después, Bolten se instaló en Buenos Aires y Grimolizzi encontró un nuevo compañero de ruta en Ercilio Gianserra, conductor de Almorcemos juntos, programa de Canal 5 al que llegó en representación, otra vez, de su hermano Héctor, quien entonces conformaba el grupo Green Cats: “Ahí lo conocí a Gianserra, con quien armamos una sociedad y en un momento decidimos hacer un programa de radio, El club de la gente joven, que arrancamos en noviembre del 68 en LT3. En enero pasamos a LT8 y fue un boom total. Íbamos de 16 a 18, era un magazine, participaban muchos profesionales. Tuvo una gran audiencia y a partir de eso decidimos hacer bailes”.
Aparece entonces un punto esencial en la historia de vida de Grimolizzi: el club Servando Bayo de barrio Echesortu, su lugar en la infancia, la institución barrial que su padre llegó a presidir y que también resultó ser una plataforma de crecimiento para su rol como productor: “Cuando comenzamos a hacer los bailes en Servando Bayo empezamos a buscar artistas. Pero tuvimos que pagar derecho de piso, porque no conseguíamos artistas de renombre. Entonces un día fui a Buenos Aires a ver a una persona que hacía relaciones públicas y nos contactó con artistas poco conocidos. Entre ellos, trajimos al último show que hizo con su nombre Marito González: Jairo”.
Esas celebraciones populares fueron un éxito. “Iban más de siete mil personas cada noche”, resume Grimolizzi, que poco después potenció la experiencia con la organización de los corsos de carnaval.
Con el espectáculo como estandarte, Pepe fue ampliando el terreno y a fines de 1976 fundó Aureliano, sala ubicada en un corazón de manzana con ingreso por calle Sarmiento 754, a la que bautizó en honor al coronel Buendía de Cien años de soledad. “Yo iba a tomar café a Paco Tío y antes en ese lugar había una confitería, que había cerrado. Me asocié con otras dos personas y armamos todo. Yo conocía a un diseñador que había hecho una confitería en San Nicolás para que viera el lugar, que tenía un pasillo de 35 metros, y queríamos evitar que la gente pasara y pensara que era nomás un pasillo, entonces pusieron exhibidores acompañando todo ese recorrido, todo muy iluminado, hasta que llegabas a la boletería. Hicimos una sala para trescientas personas en desnivel, y en el respaldo del escenario hicimos un jardín muy vistoso, muy lindo, que funcionaba como cámara. A los costados hicimos dos camarines rápidos y adelante había otros dos camarines, la oficina administrativa y boletería, una gran cocina y empezaba la barra, que tenía como doce metros”.
Apadrinado por Víctor Heredia y Olga Zubarry, Aureliano recibió a artistas como Armando Manzanero, Los Cinco Latinos, Los Plateros. Eran, asegura Grimolizzi, otros tiempos: “Hace unos días, cuando terminó el espectáculo de Hernán Piquín fui a buscar el auto a la cochera y no había gente, autos, nada. En los años setenta imaginate que había una cantidad de autos mucho menor, pero no había lugar para estacionar de la cantidad de gente que había en el centro”.
En ese marco, Aureliano “fue un boom, una revolución”, pero solo pudo sostenerse hasta 1984: “Se habían ido los otros socios y ya perdía dinero, mientras que lo que hacía como productor era muy rentable”.
Para entonces Grimolizzi ya estaba asentado como empresario y su nombre trascendía a la ciudad. Así llegaron las convocatorias de músicos como Rubén Juárez, Jairo, Cacho Castaña, Cacho Tirao o Los Nocheros, a quienes acompañó en calidad de manager cuando fueron nominados “a esa maravilla que son los premios Grammy”. Luis Miguel presentando su exitoso disco de boleros en Rosario Central, Jorge Donn junto a Cipe Lincovsky, Alberto Cortés junto a Facundo Cabral, el reciente concierto de Diego Torres: Grimolizzi tiene su lista de espectáculos favoritos, pero teme olvidar alguno. “Debo ser el empresario que trabajó con más artistas, no solo en Rosario”, asegura.
Sin embargo, conoce las dos caras de la moneda. “Son más las cachetadas que los éxitos”, asegura, y apunta como un momento crítico el accidente automovilístico que lo alejó del trabajo durante un largo período: “La vida me hizo vivir un tiempo muy malo. Trajimos a Carmen Flores a Santa Fe, y fuimos con mi mujer. Yo era vicepresidente de Central, y al día siguiente del show había partido con River de Uruguay por la Copa Conmebol, y me había comprometido a estar temprano, entonces no me quise quedar a cenar en Santa Fe. A la vuelta, cuando cruzamos Barrancas, eran las once y veinte de la noche, puse la luz alta y vi algo en el pavimento, volanteé, el auto se bloqueó y dimos cuatro tumbos, sin cinturón de seguridad. Nos salvamos de casualidad. Estuve tres años y medio con muletas, me hicieron cinco cirugías. En ese momento estuve mucho tiempo sin hacer nada, no podía hacer producciones de la manera en que era necesaria, y tuve un desfasaje económico. Cuando vos vendés servicios, si querés estar en todo terminás perdiendo. Eso se lo digo siempre a mi hijo Sergio: hay que armar equipos. Pero Dios me dio todo, porque cuando me recuperé empecé a trabajar de nuevo. Había quedado debiendo dinero a unas cuantas personas, pero todos me devolvieron la posibilidad de seguir trabajando y pude pagar todo”.
En el plano estrictamente profesional, también abundan los sinsabores. “Siempre son muchos los fracasos”, admite, y ejemplifica: “Con el Gato Barbieri esperábamos una gran convocatoria, en una coproducción que hicimos con el teatro El Círculo. Esperábamos un lleno total y no fueron ni doscientas personas. El Gato ya estaba consagrado, pero ese paso por Rosario, su ciudad, fue un fracaso. También trajimos a la Sinfónica de Moscú, con 110 profesores, la dirigía Veronika Dudárova, de muy alto nivel, imaginando una gran cantidad de público, pero no llegamos a completar media sala. Son tantos los nombres…”.
‒Se define al público rosarino como “exigente”. Una definición más ajustada sería que es impredecible. El ejemplo del Gato Barbieri es claro: ¿qué podría exigírsele a un músico como él?
‒Sí, coincido totalmente. Se ha hecho esa imagen de Rosario y su público exigente. Hay algo que ocurre también, que es triste para los que lo conocemos, aunque la gente no se dé cuenta porque no va a ver dos veces un mismo espectáculo: de alguna manera Rosario es un banco de pruebas, porque muchos elencos hacen su primera función en la ciudad. Espectáculos como los de Les Luthiers, que hacían la función, la grababan, después la analizaban y modificaban para las siguientes funciones. O Julio Bocca, que venía y probaba acá con público. El público de Rosario es importante, formado. Ahora vamos detrás de un éxito musical, en estos días aparece un éxito y en seis meses no se acuerda más nadie. Antes contratabas a Osvaldo Pugliese el 1º de enero, tocaba el 31 de diciembre y era lo mismo. Antes la gente que iba al teatro conocía. Lo mismo el público del ballet, de las orquestas sinfónicas, que conoce de verdad.
‒¿Rosario es una buena plaza para producir?
‒Excelente. Pero tenemos algunos problemas por falta de infraestructura. No tenemos un estadio o un espacio preparado específicamente. Mucho tiempo hicimos espectáculos en Newell’s y todos los comentarios eran que el sonido era realmente muy malo. Se sabía, porque no se preparó nunca para hacer espectáculos musicales. No tenemos la infraestructura que tienen Córdoba o Mendoza, y ni hablemos de Ciudad de Buenos Aires. Decididamente necesitamos un proyecto como el del Puerto de la Música, que hay que tratar de reponer. Es muy difícil trabajar en Rosario con propuestas muy importantes, porque tanto El Círculo como el Astengo tienen capacidad limitada. El Círculo puede sumar 1.300 personas, el Astengo tiene para 1.050. Necesitamos infraestructura.
‒¿La cercanía con Buenos Aires también pesa?
‒Claramente. Tenemos un problema: cuando en Buenos Aires se hace el anuncio de un espectáculo, la gente no sabe si ese mismo espectáculo va a venir a Rosario. Pero después de mucho tiempo logramos que cuando se anuncia Buenos Aires también se anuncie Rosario. Y no es solo para Rosario, sino para la zona de influencia. Pero si tuviéramos un espacio con capacidad para diez mil espectadores podríamos traer otros espectáculos. Además, el Puerto de la Música implicaba otras cosas, como en el Teatro Colón, con talleres de escenografía, de vestuario.
‒El Puerto de la Música era un proyecto estatal. ¿Es necesaria una mayor interacción entre el Estado y las productoras privadas?
‒Sí, hace falta. En Rosario se dio un vuelco con el impuesto municipal al acceso al público, que llegó a ser del ocho por ciento. Hace unos años se modificó con mucho criterio, porque se propuso eximir ese pago proponiendo grupos soportes de la ciudad. Eso generó una buena oportunidad, porque les dio posibilidades de actuar con mucho público a artistas locales, y a nosotros reducir los gastos. Pero también pagamos treinta por ciento sobre los cachets de artistas internacionales… Tuvimos un mínimo reconocimiento de la Nación y la provincia durante la pandemia, nos ayudaron con el pago de empleados, de personal. Pasaron dos años muy difíciles, en los que también cambiaron muchas cosas, se modificaron el sistema de producción, de venta de tickets, muchas cosas.
‒¿Cuál es el mayor desafío de producir en Rosario?
‒Es una lucha permanente… Pero una de las cosas que dejó el tiempo de pandemia fue que pudimos conformar la Cámara de Productores de Espectáculos de la Provincia de Santa Fe, donde mi hijo Sergio es el presidente. Eso nos permite un diálogo con nuestra competencia. La mayoría somos conocidos, hasta amigos, y eso de alguna manera nos permite afrontar los grandes costos que tiene la producción de espectáculos grandes, porque podemos compartir el armado de un escenario, el alquiler de sillas, para de esa manera aliviar el costo fijo. Después la competencia entre las distintas productoras es permanente, cada uno trata de ofrecer lo mejor. Lo que siempre intenté, y le transmití a mi hijo, es que más que pensar en los costos hay que pensar en una buena producción, que el artista realmente se sienta bien, respetado. Maya Plisétskaya llegó un día al teatro El Círculo, y yo la esperaba en la puerta. Estaban trabajando en la fachada, entonces cuando la recibí le dije que tuviera cuidado, porque estaban pintando. Y ella me dijo: “Espero que los camerinos estén realmente buenos, porque se piensa en el frente del teatro y no en el espacio de los artistas”. Eso me quedó siempre muy presente, y es realmente así: el artista viene a trabajar y necesita del confort que requiere estar arriba de un escenario. Siempre lo hice: lo más importante es el respeto al artista y el respeto al público, porque sin ellos es imposible producir.
‒Hablabas de competencia y desde muchas productoras se ha planteado que por momentos en Rosario el Estado se convirtió en una competencia más.
‒Sí, hubo momentos. Ahora está mucho más tranquilo. Hay momentos que preocupan, porque a lo mejor hacen una superproducción buscando un efecto publicitario, político, y nos están haciendo una competencia a nosotros que ponemos en juego dinero y trabajo. Yo creo que tiene que haber producciones liberadas, gratuitas, porque hay mucha gente que no tiene el dinero para ir a ver un espectáculo y que merece que la Intendencia o la Gobernación le brinden una oportunidad. Pero tiene que ser coherente, no tiene que ser competitivo. La gente que no puede pagar el valor de una entrada es la mayoría, entonces en momentos como los corsos, el Día de la Bandera, el Estado puede ofrecer esos grandes espectáculos. Por eso el armado de la Cámara es una de las cosas buenas que dejó la pandemia, porque ahora podemos ir a hablar en nombre de la Cámara, que abarca toda la provincia.
Pepe Grimolizzi alterna las anécdotas con destino de libro con la mirada puesta a futuro. Sabe que los tiempos cambian y es necesario mantener un equilibrio generacional. Entiende, también, que la competencia crece y que hay que aprender a crecer con ella. Pepe sigue recorriendo salas, acompañando a artistas, disfrutando de los espectáculos. Continúa, como desde hace más de sesenta años, sobrevolando todo aquello que conlleva la producción. “Nosotros más que productores somos coordinadores generales. Tercerizamos el trabajo de sonido, el hotel, la comida. Si cuando llegan al hotel no está lista la cama se quejan con nosotros, no con el conserje”, explica. Y, sin dudar, concluye: “Por todo eso, cuando en 2014 me dijeron que me iban a declarar empresario distinguido de la ciudad, pedí que lo pusieran de otra manera. Por todas esas personas anónimas que hicieron posible que yo trascendiera, por toda la gente que me ayudó, quise que aclararan que yo soy empresario artístico”.
Una empresa de familia
Iniciado en el rubro por seguir los pasos de su hermano músico, Pepe Grimolizzi también marcó el camino para que su hijo Sergio se convirtiera en parte de la productora familiar. Aun cuando esa situación fue, en principio, inesperada: “Cuando yo a mi viejo le pedía autorización para salir, o algo así, mi papá me decía: «Te doy todas las posibilidades que quieras, pero tenés que generarte lo que vas a gastar, y primero que todo tenés que pensar en tu casa». Eso se clavó en mí. Y para ser un hombre que trabaja en la noche, y más en un ambiente artístico, yo soy medio atípico, porque nunca consumí drogas, no fumo… Pero por el trabajo yo por ahí me iba muchos días, en mi trabajo siempre había mujeres. Entonces mi hijo Sergio odiaba mi trabajo. Y si bien nunca me lo dijo, quizás sintió que la madre estaba descuidada mientras yo por ahí estaba de gira. Entonces siempre me dijo que no le gustaba el trabajo. Después que hizo el servicio militar, estudió dos años de ciencias económicas y un día me dijo que no quería seguir. Le pregunté qué iba a hacer y me dijo que iba a trabajar conmigo”.
Lejos de entusiasmarse con el cambio de opinión, Pepe buscó darle una vuelta al asunto: “Para mí era imposible decirle que no, pero busqué algún elemento para generarle incomodidad y que abandonara. Así que lo puse a vender tickets en peatonal Córdoba, en una disquería con los parlantes a todo volumen, cuatro horas a la mañana y cuatro a la tarde. Eso fue hará unos treinta años. Estuvo un año vendiendo entradas y no dejó. Se fue acercando cada vez más a lo que hacíamos. Hoy es el presidente de la Cámara de Productores de Espectáculos de la provincia. Y yo, como productor, no me arrepiento de nada”.
Publicado en la ed. impresa 21