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El cielo nocturno

Víctor Buso es un astrónomo rosarino de relevancia internacional, protagonista de una hazaña inusual en su disciplina. Un libro próximo a salir relata su vida.

La palabra estrella es asimilable al mundo sensible que definió Platón. Al ser inaccesible es pretensión de las ciencias y las artes. William Blake encontraba en el cielo nocturno su inspiración poética. La actitud contemplativa de la que hablaba el filósofo español Miguel de Unamuno es otro eslabón de atención  hacia el conocimiento. Víctor Buso, el investigador rosarino que situó a la Argentina en los primeros lugares de reconocimiento de la astronomía internacional, pertenece a esa clase de personas con la disposición necesaria para ver lo que muchos no llegarían a imaginar.

Buso creció en el seno de una típica familia argentina de clase media rodeado de afecto, juegos y diccionarios, adoquín y pavimento, en la mítica zona sur de Rosario. Sus primeros años de aprendizaje transcurren en las escuelas públicas Aristóbulo del Valle, situada en barrio Saladillo, y Nuestra Señora de la Consolata, en barrio Las Delicias. De aquellos juegos de niño recuerda un equipo de lupas regalo de su madre a partir del cual fue descubriendo que no le interesaba observar de cerca, quería ver de lejos. Comenzaba su pasión por observar el cielo.

Junto a las lecturas educativas aparece su primera gran figura de interés, el astrónomo y músico William Herschel  (Hannover, Alemania, 1738-1822). Buso continúa su formación de estudios secundarios con orientación en mecánica y manejo del torno en el colegio Nuestra Señora de la Guardia, comienza a visitar las grandes bibliotecas públicas de la ciudad, la Argentina, Dr. Juan Álvarez, y la del Concejo, General San Martín. Entre el vasto paisaje de la sala de lectura, ficheros, temáticas que ordenan títulos y colecciones encuentra un libro en particular, El telescopio del aficionado,  de Jean Texerau de edición francesa, trabajo que describe minuciosamente cómo se construye un telescopio. Con información accede a la compra de un telescopio usado, el instrumento de mesurado alcance le permite ubicar objetos en el cielo e ir catalogando estrellas. Comenzaría la riqueza.

Buso, tras mayor precisión en sus estudios, comienza a recorrer ópticas en busca de la fabricación de lentes. Consultas y averiguaciones lo llevan ante el imponente edificio del prestigioso Instituto Politécnico General San Martin, colegio con orientación en carreras de electrónica, química y óptica, que depende de la  Universidad Nacional de Rosario. La óptica es una disciplina que le permite diseñar su propio telescopio obteniendo la mejor talla de lente, con la ayuda de su padre confecciona en madera el gabinete desde su taller. La información por parte de aficionados a la astronomía no dejaba de circular y un singular sacerdote, Rogelio Pizzi (1926-2002), que dictaba clases en un recoleto colegio del centro de Rosario -el Cristo Rey, perteneciente a la Orden de las Escuelas Pías y había estudiado matemáticas y cosmografía-, se cruza en su vida. La empatía emerge naturalmente entre el autodidacta Buso y el estudioso sacerdote, los unía la misma pasión: la astronomía. El encuentro entre ambos sería por demás de enriquecedor, coincidiendo en objetivos de investigación. Buso, que también contaba con conocimientos de herrería, al ver la construcción en perspectiva de los altos del colegio, proyecta la construcción de un observatorio de estudios.

Con la conducción del religioso Pizzi, Buso logra componer un núcleo duro de investigación  junto a otros especialistas vinculados a la astronomía. En 1990 los investigadores desembarcan en el desierto de Atacama, Chile; considerado el árido no polar más desértico de la tierra, el mejor lugar del planeta para observar el firmamento. La preparación de la expedición de trabajo es para avistar un eclipse total del sol.

El impacto tecnológico de la década del 90 lleva a Víctor Buso a buscar nuevas cámaras fotográficas digitales para sus estudios. Para ello decide viajar a EEUU, donde visita los grandes centros espaciales y astronómicos del país pionero en desarrollo espacial. Frecuenta el observatorio Monte Palomar en San Diego, California, visita el paradigmático Cabo Kennedy-Cañaveral en la costa oeste de Florida, recorre la NASA, realiza kilómetors de trayecto en automóvil sobre la legendaria ruta 66 -principal carretera de EEUU-, ejecuta estudios de fotometría que le permiten un mejor análisis de datos acerca de las estrellas, presenta trabajos para Astronomical Journal de la Universidad de Chicago, una de las publicaciones más prestigiosas del mundo en astronomía, entrega informes al Minor Planet Center, organismo del Observatorio astrofísico Smithsoniano de Harvard, donde se realizan estudios de cometas, asteroides y planetas menores.

La experiencia asimilada le permite presentar imágenes en formato NASA y formar parte del grupo de estudiosos de la Asociación de Variables de EEUU. Tras aprobar un riguroso examen de aproximación de cálculo de medidas y coordenadas del cielo, recibe su número de MPC, referencia mundial en astronomía.

Comenzaría una búsqueda implacable alrededor del mundo por lugares emblemáticos tras el sueño que solo el investigador intuía, lograr un hallazgo que presentía desde siempre.

El intercambio permanente de experiencias con colegios y escuelas genera el interés por dictar cursos de astronomía. Fueron impartidos en el Colegio Cristo Rey, en el Instituto Politécnico Gral. San Martin y en casas de altos estudios dependientes de la UCA, Universidad Católica Argentina.

Alentado por amigos y colaboradores, funda la Asociación Santafecina de Astronomía en el año 2000. Desde la misma se realiza una Convención Nacional de Astronomía en el Centro Cultural Fontanarrosa con la presencia de expositores de todo el país. En ese contexto, con el afán de divulgación de conocimientos de cuerpos celestes, lanza la revista Astro Asa.

La idea de un espacio de reunión donde intercambiar conceptos, metas de investigación y reorganizar propósitos, alienta la idea de construir ese lugar convergente.

Hacia el año 2011, Buso comienza la edificación de un observatorio en los altos de su propia casa. El Observatorio Busoniano, como es conocido en el mundo, fue dotado con un telescopio también diseñado por el detective de estrellas rosarino; el mismo cuenta con un lente de talla espejada de 49 centímetros realizada en Buenos Aires.

Víctor Buso nuevamente resolverá emprender un viaje, esta vez a Europa y en companía de su familia. Corría el año 2013 y el viejo mundo esperaba con antiguos paradigmas, arquitectura de catedrales, lejanos instrumentos de precisión, brújulas, faros, esferas, mascaradas de proa heredados de tiempos medievales y la Ilustración. La hoja de ruta preveía un periplo por Alemania, Inglaterra, España, Italia y la remota Checoslovaquia, República Checa. El principal y exclusivo destino del viajero era Inglaterra.

Buso jamás había sentido predisposición hacia los ingleses. Nada de su extraordinaria literatura ni de la primacía musical contemporánea en el globo lograban atraparlo. Solamente un lugar del Reino Unido le resultaba irresistible, Greenwich, la Meca del Tiempo. Los pasos del investigador se dirigen al Royal Observatorio de Londres, centro cultural emplazado sobre un verde natural prepotente con edificación de cúpulas blancas y rojos ladrillos vistos. Museo marítimo de imponente despliegue de imágenes y color realista, esculturas, maquetas de embarcaciones, planisferios, mapamundis, relojes, catalejos, objetos que refieren al sitio que definió al primer meridiano de la Tierra. Buso camina, recorre, observa vestigios y tesoros del tiempo, pinturas, cronómetros, trajes de época, pelucas, testimonios culturales. Información enigmática de anticuarios que siguen allí, a la espera de que el saber los reviva.

En las afueras del espacio del Museo un viejo y pesado aparato de chapa con manija tiene lugar destacado en expedición. Se trata del vetusto telescopio de William Herschel, la mayor influencia del investigador rosarino. La emoción es incontenible.

Florencia es otra de las ciudades que visita en Italia el observador argentino. Es guiado a la Basílica de la Santa Cruz, allí está sepultado el científico y astrónomo Galileo Galilei en su mausoleo fechado en el año 1737. Otro impacto de marcada emoción para Buso, que sigue reencontrando en el mundo señales conocidas en su búsqueda.

El próximo destino sería Praga, en la República Checa. Allí recuerda haber enviado reportes de estudios en cadena de observación estelar desde Argentina.

El presente interroga y el pasado responde conjurando el tiempo, arena de todo caminante.

En coincidencia con la elección de Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, como máxima autoridad de la Iglesia Católica, el año 2013 lo encuentra a Buso recorriendo la sabiduría del arte del Vaticano. Junto a su familia visita la plaza San Pedro, desde lo alto divisa la cúpula de la basílica, la majestuosidad arquitectónica renacentista de Bernini y el trasfondo de las siete colinas de Roma.

Conjeturas, percepciones, constataciones, sueños que hablan desde lo más profundo del universo.

Víctor Buso, además de su formación en mecánica, ejerce el remoto y misterioso oficio de cerrajero. Cierta noche un sueño le alerta que algo importante descubriría en el universo, según la epifanía las coordenadas serían entre las estrellas Canopus y Achernar. Dos puntos de referencia en aproximadamente un tercio del espacio sideral. Impreciso portal del cielo. Poderosa, cósmica, intrigante imagen.

La jornada del 20 de septiembre de 2016 Buso se apresta como tantas otras noches a inspeccionar el cielo nocturno. Abandona su taller de cerrajero y se dirige a su habitual tarea de estudios. La prueba de una nueva cámara fotográfica de alta resolución lo estimula a subir las escaleras de su observatorio, la noche se mostraba propicia. Enciende el sistema de aparatología del estudio, espera que se aclimaten los instrumentos. Desde su mesa de trabajo computarizada busca en el mapa y se ubica en la Galaxia NGC 613, que se encuentra a 80 millones de años luz de la tierra. Entre miles de nebulosas elige una. Busca las referencias de las estrellas Canopus y Achernar, las acomoda en visión y comienza a tomar una fotografía tras otra a la vez que las compara con tomas de otros especialistas. De pronto observa en la pantalla de referencia un pixel. Diminuta imagen digital.

El investigador supone que podía tratarse de una estrella variable o un asteroide. Sin embargo a medida que el pixel seguía creciendo, la ansiedad en soledad del investigador también lo hacía. De inmediato se comunica con otro especialista vinculado a la Asociación Americana de Estrellas Variables para exhibirle lo que reproducía su monitor. Solicita colaboración para realizar un reporte internacional. Examina minuciosamente sus conjeturas. No podía equivocarse. Ante criterios coincidentes alcanzados, activa el alerta internacional.

Todos los telescopios del mundo de insuperable tecnología apuntarían en concierto a la nueva referencia estelar. Dispuestos a miramientos desde Japón, EEUU, Australia, Sudáfrica, a las cuatro de la madrugada se produjo el flash de una estrella supermasiva, 33 millones de veces más grande que el Sol.

Esos fotones, partículas mínimas de energía luminosa, habían viajado por el espacio durante millones de años. Cifra del tiempo inimaginable. Solo materias de ciencia como la Prehistoria pueden situarnos en referencia, remitiéndonos a los tiempos de dinosaurios en la era Mesozoica hace 225 millones de años.

Allí, tras un largo viaje, está la Supernova frente a frente con su implacable rastreador para nacer y morir agotando su hidrógeno, desestabilizándose y explotando según las palabras del descubridor. Se llamará la SN 2016 KGK. Con su llave, Buso había logrado abrir el encriptado portal estelar.

Momento de la colosal explosión de la Supernova SN 2016 gkg.
Momento de la colosal explosión de la Supernova SN 2016 gkg

Todos los medios de comunicación en múltiples formatos y plataformas nacionales e internacionales daban cuenta de la captación instantánea de la colosal explosión estelar. Se había producido un fenómeno trascendental en la historia de la astronomía mundial. Diarios y revistas especializadas relevan el gran acontecimiento. La académica revista Nature del Reino Unido, la NASA de EEUU reportan “inusual observación de una supernova”, la enciclopedia de internet Wikipedia remite en sus datos “hallazgo desde el observatorio Busoniano”.

Las distinciones e invitaciones de instituciones y centros de estudios hacia el astrónomo autodidacta Buso se extienden en Argentina y en el mundo.

Dirigirá exposiciones públicas en el Instituto Balseiro, centro académico de especialidades en ingeniería nuclear, mecánica y física, en el Planetario Galileo Galilei de Buenos Aires y en el Planetario de la Universidad Nacional de la Plata.

Los avances de la tecnología para continuar estudiando la formación y desarrollo del universo no se han detenido. En las últimas décadas majestuosos telescopios y sondas espaciales dispuestas fuera de la atmósfera se mantienen expectantes con la misión de observar los cuerpos celestes en aras del conocimiento humano.

Debe señalarse que el enfoque con captura instantánea y posterior detección por parte del experto argentino no ha vuelto a repetirse.

Los estudios desde el célebre observatorio Busoniano prosiguen noche tras noche. Los reconocimientos a la figura del astrónomo amateur rosarino se amplían. Víctor Buso sigue dictando conferencias y seminarios en distintos lugares de la Argentina y el exterior.

Cuando le preguntan acerca de su percepción respecto del resultado de sus exploraciones por el espacio y su enorme descubrimiento, responde con voz suave y mirada noble que “el asombro suele provocar sonrisas, las coincidencias pueden ser conexiones, los sueños deben seguirse.”

La Supernova Argentina ha dejado su estela en el conocimiento humano.

(*) Anticipo del libro La Supernova Argentina (Víctor Buso). El descubrimiento astronómico que asombró al mundo, que editarán próximamente UNR Editora y el Ministerio de Cultura de la provincia de Santa Fe.

Publicado en la ed. impresa #10

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