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Barullo en papel Son de acá

Raúl Tinnirello, el fotógrafo del parque Independencia

“Estas son mis caminatas por el parque. Del mes pasado. Recién ahora me doy el placer de tomar fotos para mí al sitio que tanto caminé. Antes mi recorrido era del palomar a la calesita, mañana y tarde, 1º de Mayo o 24 de diciembre. No había feriado para nosotros. Y mis tíos hacían lo mismo en la montañita y otro en el Rosedal”. Con 87 años, Raúl Tinnirello muestra al cronista las fotos de hoy, punto de partida para volver al trabajo de “minuteros”, como se llamaba a los fotógrafos ambulantes que hacían retratos a familias que recorrían plazas y parques a un precio más accesible que el de una puesta en estudio. Su abuelo Felipe comenzó en 1890 y Raúl abandonó en 1990. Un siglo de oficio.

A los siete años, Raúl empezó a acompañar a su padre Carlos y a su tío al parque Independencia, donde sacaban decenas de fotos y luego cruzaban avenida Pellegrini –transitada apenas por carros– hasta un terreno que un amigo comerciante había cedido a su padre para que levantara la casilla para revelar. Raúl le cuenta a Barullo: “Trabajaba para hacer dinero, no pensaba en que esto iba a quedar para la historia”.

El abuelo de Raúl, su padre y él –los minuteros– satisfacían los deseos de los paseantes que querían llevarse consigo un recuerdo del Palomar, del laguito, en un día de descanso en el que se ponían la mejor ropa y salían a pasear en familia.

–¿Cómo era el procedimiento fotográfico?

–La cámara tenía la comodidad de ser como un cajón de 30×30. Cuando se abría, como un libro, se desplazaba hacia atrás el fuelle que iba montado sobre una cremallera que uno corría hacia adelante o no, de acuerdo a la distancia en que estaba la persona. La cámara además poseía un vidrio esmerilado donde veías la escena y obtenías el foco. Una vez en foco se colocaba el chasis de placa de 9×12.

–¿Y el revelado?

Yo le llevaba el chasis al laboratorio que armó mi papá en el Palomar. Ahí había una ventanita de 20×20, de vidrio esmerilado delante, y otro por detrás, de color rojo (luz de seguridad). Cuando estaba revelada la placa, se imprimía. Se ponía el papel positivo, gelatina con gelatina, y se corría el vidrio rojo. A través del vidrio esmerilado, donde entraba una luz difusa para que fuera pareja, se imprimía de acuerdo a la luz ambiente y se contaba a ojímetro. En quince minutos teníamos la foto para entregar.

Cámara fotográfica antigua
Gentileza Museo de la Ciudad

Hubo un tiempo en que la foto era un mito: nadie entendía muy bien de qué se trataba y cómo se podía imitar, y la enseñanza era reducida. “Si eras de clase media alta podías ir a una escuela de fotografía, si es que la había, no recuerdo”, señala Tinnirello.

“Esto no va más”, le dijo a su padre, cuando percibieron que el parque Independencia era transitado masivamente solo los domingos. Raúl tiene su teoría sociológica: “En los setenta cambian algunas cosas con el peronismo, nace una nueva clase media, la mujer sale a trabajar fuera de casa, ya no lleva más a los chicos todos los días a pasear al parque”.

Y por si fuera poco apareció Kodak con una gran campaña publicitaria. “La gente –recuerda– accede a su primera cámara. La empresa te entusiasmaba de la siguiente manera: vos comprabas diez rollos y te regalaban la máquina. Sacabas un rollo, el otro domingo sacabas otro, lo mandabas a revelar y así…”.

Entonces abre su primer local de fotografía, en calle Corrientes 2242. Se empieza a dedicar a fotos comerciales, bautismos, casamientos y venta de equipos y materiales. Cuenta la anécdota de los casorios. “Con 36 fotos en un rollo, me tuve que organizar. Una, cuando baja la novia del auto con el papá, cuando la recibe el novio, una de atrás con la cola del vestido abierta, cuando se colocan los anillos, la bendición del cura, cuando se besan. Después vienen los padrinos pero guarda que si son cuatro padrinos, el plano general arriba del atrio y otra bien cerca del auto,  nos vemos en el salón,  son 10 mesas de 7 personas, ahí tenemos… ¿Y los testigos en el registro civil? ¿Son cuatro?”.

–Ahora sacan 200 con las digitales. Le sacan a los aritos de la novia, a los zapatos del novio.

–¿No se te ocurría eso a vos?

–No podía. La película te limitaba económicamente.

El último de los Tinnirello se dedicó a la fotografía “comercial”, la herencia terminó con él a pedido de sus hijos. Ahora hace fotos con su celular y las comparte con Barullo. Es la primera vez en su vida que Raúl hace fotos por placer: “Mi trabajo era exclusivamente profesional, los materiales los usábamos para trabajar, nunca se me hubiese ocurrido hacer una foto para mí”.

En las fotos con el teléfono aparece todo lo que antes no surgió. Un contraluz. Un atardecer bajando. Un autorretrato, un ser querido. Observamos además varias imágenes de la zona a la que él recurría y esa, que es una casilla, el antiguo cuarto oscuro en el medio del parque, que este año fue demolido por la Municipalidad tras años de estar abandonado o bien okupado.

–¿Qué pasó con tu vida de jubilado?

–Descansé. Fue mucho tiempo con una cámara encima.

–¿Que sentís ahora que llevás una cámara con vos todo el tiempo?

–Es lo más grande que existe. Si veo a un pajarito en la rama, le saco una foto. Cuando fui a Córdoba de vacaciones hice algún paisaje, a los chicos en el arroyito. Incluso, si se me da la gana, me pongo frente al espejo y me autorretrato.  “Nací en una cubeta, en la terraza de un conventillo, y voy a morir con un smartphone en la mano”, se ríe.

Publicado en la ed. impresa #10

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