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Rosario, semillero de hermosas canciones surgidas de los músicos más diversos

Es posible atesorarlas desde hace por lo menos seis décadas y fueron poniendo en escena a compositores notables. Todos deben tener su colección de canciones preferidas, y en cada lista habría algunas con las que se construye una entrañable patria musical.

“Sin la música no se puede vivir, es el aliento vital, las canciones son un momento, una etapa de cada persona que la compone y ahí va toda la vida”, decía ese músico inmenso y vagabundo que es Charlie Bustos. El poeta Paco Urondo, poco antes de su trágica muerte en manos de las patotas de la última dictadura, señaló que las buenas canciones, como la poesía, son “algo que sube desde la tierra que uno habita y reverberan en su musicalidad revelando los misterios del alma”. Ese otro avezado compositor y letrista llamado Lalo de los Santos apuntó que “quien escribe canciones las escribe como una especie de espejos en donde la gente pueda ver reflejados sus sueños, sus esperanzas, pero también sus miserias, su pobreza y su impotencia frente a determinadas cuestiones”. Lo cierto es que quienes aman las canciones viven buscando esa que resultará inolvidable, o inoxidable, y luego, integrando esa playlist que se conserva como un tesoro inmaterial, la fijará en la memoria y la activará con cada estado de ánimo; canciones que suspendan por un rato las derrotas y lleven a una dimensión de evocaciones mientras se suceden fotos impactantes. Porque en esas letras y en las armonías que las contienen conviven los amores equivocados, el hechizo de un paisaje, la eternidad de un color y la caverna de equívocos que habitamos; los amigos que no están y los que se sienten hermanos, la opresión y la belleza, el viento inoportuno que barre el objeto de deseo y lo torna inalcanzable. Las canciones son un invernadero de sueños donde se acude cuando hay hastío o tristeza, o cuando embarga cierta plenitud, tal es su efecto sensible; son, al mismo tiempo, un lugar habitable para saciar una sed que tal vez comience con una canción de cuna.

Rosario ha sido un semillero de hermosas canciones surgidas de los músicos más diversos. Es posible atesorarlas desde hace por lo menos seis décadas y fueron poniendo en escena a compositores notables. Seguramente todos deben tener su colección de canciones preferidas y ni siquiera un par coincidirían, pero en cada una de esas listas estarían algunas con las que se va construyendo una entrañable patria musical. ¿Y cómo se arman las canciones, qué les da vida? Indefectiblemente las canciones rosarinas portan un sello hecho de rock, de tango, de aires litoraleños, de folklore, de inconfundible urbanidad tramada al calor de un “pueblo grande” sin fundador ni fecha de fundación, portuario y prostibulario, con hombres y mujeres plenos y otros recalcitrantes, fervoroso en la lucha política y consecuente en la práctica artística, un magma donde músicos y compositores van a buscar el pan de cada día y luego arman esas músicas enraizadas en sus propias vivencias. Aquí van cinco de ellas, un listado posible entre otros, y dos o tres momentos de su armado, sobre cómo el duende –al decir de García Lorca– de su autor capturó algún pasaje interno o externo cuya naturaleza es la pura emoción y lo transformó en una música sin la cual no se puede vivir.

Cuando

Adrián Abonizio junto a Jorge Fandermole
Adrián Abonizio y Jorge Fandermole

Difícil se hace elegir la mejor canción de Jorge Fandermole. Todas navegan variopintos ríos musicales a través de imágenes diáfanas, serenas y reflexivas que al pensar en una, de inmediato acecha otra. La bellísima Cuando, compuesta a mediados de los 90, cuando el menemismo entregaba el patrimonio nacional y festejaba con pizza y champagne, intentaba, según su autor “expresar de una manera optimista –para nada acorde con el escepticismo de quien la compone– una certeza en la necesidad histórica de un cambio revolucionario de paradigma en oposición al neoliberalismo imperante en nuestro país y en el resto del planeta”. Evidentemente, “Yo me alimento con una quimera / En que los ojos al sol verán brillar”, son líneas que despliegan una voluntad sostenida en la expectativa de un destino mejor, una intención de dar curso a los latidos que habitan la pasión y el azar como fuerzas suficientes para que esa “ceniza negra” desaparezca y que otra vez esté “la alegría que hemos olvidado / Volviendo por los huesos a subir”. Dice Fander acerca del Cuando sin acento de su título que “está usado como una conjunción que introduce una condición en el orden temporal, necesaria para que se produzca una situación determinada”: “Cuando te despiertes cada día con el cuerpo de aire…van a ser los días esos barcos de luz…”. Una aleación de invocaciones al amor, a los afectos, siempre vigorosos, para que el horror del presente “En esta patria de lo inaccesible / En este tiempo olvidado de Dios” echen una tibia luz de resistencia y solidaridad. Aunque la letra nunca cambió, la encantadora forma musical definitiva corresponde a una segunda composición que sustituyó a la de origen.

El témpano

Adrián Abonizio confiesa haber escrito El témpano en su etapa amateur, en los ignominiosos años de la dictadura cívico-militar donde tocar no solo resultaba casi imposible por fuera de algunos recitales casi clandestinos, sino que era peligroso. El cantautor admite que por esa época mucha gente le sugería dedicarse a una “profesión seria y que no moleste” para pasar lo más desapercibido posible. Ante esa ofensiva claudicante, compuso esa enorme canción  –que consagró Juan Carlos Baglietto en formidable versión– como respuesta a, o contra, “esa idea de que todo arte es imposible y es mejor resignarse que luchar”. El latiguillo “No te pares, no te mates / Solo es una forma más de demorarse” se torna una fundante declaración de principios. “La muerte a través del suicidio es una puesta teatral”, confiesa Abonizio, y redobla lo enfático de esas letras iniciales cuando afirma: “El vivir debería ser una obligación para no darles el gusto a los derrotistas”. Había que andar sorteando trampas porque la guitarra estaba considerada un arma de resistencia y la vida, o la libertad, pendía de lo fortuito si se caía en el lugar equivocado. Los acordes de El témpano –considerada una de las mejores canciones del rock nacional aunque coquetee con otros géneros– son indisolubles de una letra moldeada en el espacio urgente del canto y la palabra lanzados como un cross a la mandíbula, tiene el aliento de un llamado porque “toda lucha se hace acompañado, nadie llega algún lugar con alguna certeza si no lo hizo junto con otros que piensen lo mismo”, dispara Abonizio.

El otro cambio los que se fueron

Hace mucho tiempo que partió de la ciudad, pero Litto Nebbia tiene chapa de ser más rosarino que cualquiera. De sus fuentes bebieron no pocos cantautores locales y su paternidad es reconocida incluso por músicos bien jóvenes que encuentran en sus melodías una posible identidad. Litto es un gran hacedor de canciones, es ya una leyenda del rock nacional y su corazón mítico y sentimental está puesto en componer sin parar. Tiene, claro, algunos hitos porque su inspiración es ecléctica y disfruta de abordar diversos horizontes siempre con el motor de la pasión encendido. “La pasión se manifiesta como un exceso de entusiasmo por cosas que nos alegran el corazón o por cuestiones que creemos justas para luchar por ellas. Sin ese fuego de la pasión, no tiene demasiado sentido la vida”, sostiene Nebbia. A El otro cambio los que se fueron la atraviesa un deseo vital de mentar un pasado con diversas pérdidas. Hay tristeza y frustración, pero también búsqueda de verdad en su letra. La voz de Litto trepa por los acordes del piano describiendo el tono popular del barrio, sus relaciones, la traición amorosa, todo parece estar allí demorado en lo que nunca habrá de dejar de pasar aunque ya algunos no estén, por eso “…si algo ha cambiado eso es nosotros / el otro cambio, los que se fueron”. Es una canción que dura cincuenta años intacta porque late en su interior la centralidad de una nostalgia que es también identidad, pasaje de una época. Nebbia escribió el tema en la casa de su madre cuando ella vivía en Martínez, a fines de 1972. Salía a caminar y encontraba intacta la fisonomía de un barrio amalgamado en sus hábitos, aunque él estuviera cada vez más lejos. “La letra era la descripción de esos barrios típicos, estáticos, tradicionales, que no cambian más”, había dicho Litto. Más tarde, esa idea de que los únicos que cambian “son los que se van” sería asimilada a los desaparecidos durante la dictadura militar, y a él le pareció que era un sentido probable del que apropiarse. “No hay un sentido estricto que cierre esta letra. La canción siempre está referida a describir situaciones de pérdida, decepciones y a una cantidad de pobladores esquemáticos, que vienen a ser testigos y, a la vez, críticos, de esta situación. «Los que se fueron» son el cambio más notorio. Pero, debido a las circunstancias, a lo vivido, hemos cambiado también nosotros”, refirió.

Gallito ciego

Tano Viamonte
Tano Viamonte

También con mucha pasta barrial aunque consustanciada en una vitalidad rítmica hipnótica que impregna una armonía contagiosa, el tema Gallito ciego, del cantante, compositor y guitarrista Sebastián Tano Viamonte, descuella desde 2008 en el cancionero local con peso específico propio. Gallito ciego es pura textura formal articulada en una experiencia ya sólida de composición. Pertenece a esas canciones que ostentan una curiosa simultaneidad; parecen sencillas pero a cada escucha se redimensiona su carácter sin perder el anhelo popular “hitero”. Aunque es un músico para cuerpear cualquier gran escenario, el Tano Viamonte es afecto a tocar en ámbitos más íntimos, en sintonía quizás con los de su Pérez natal, en donde ha vuelto a establecer su usina creativa desde la que surgen esas letras cuya cualidad es la pertenencia de clase. Cantar lo que se ve, lo que se vive. Rock, pop, aires folklóricos urdidos en un estilismo de alto valor emocional hacen de la música de Viamonte un desparpajo multicolor donde conviven la mandolina, la trompeta, la quena y el violín con violas implacables, psicodelia, prosapia spinettiana y experimentación. Gallito ciego pertenece a la etapa donde Viamonte se acompañaba con los Santitos Develados y es lo que se dice un tema pegador compuesto y tocado con maestría. “La música salió de jugar con tríadas mayores. En la secuencia inicial y estrofa se van invirtiendo y el bajo le va dando ese sonido amable que tiene el tono mayor”, aclara Viamonte sobre su esencia sonora. Sabedor de las consecuencias del efecto más pernicioso de los tiempos posmodernos, en la letra de esta canción se juega el fatal desenlace, los vientos oscuros que soplan sobre los suburbios y vuelve carne de cañón a los desprevenidos, a los que desatienden las órdenes de mérito. El diminutivo le sirve a Viamonte para dar una caricia a tanto desamparo. “Gallito baila en el barro esta vez con sus viejos zapatitos negros, / abrazando todo el horizonte, aunque horizonte no hay…”, grafica una estrofa y condensa una historicidad de la periferia, sobre quienes se resignan ante la desesperación o la decepción. “La letra no habla particularmente de alguien pero sí describe la imagen de un conjunto de gente que crece y se desarrolla en el suburbio y cómo ese ámbito se impregna para siempre. Para siempre es una expresión de deseo a la que hay que ponerle muchísimas ganas porque en ese entorno las cosas suelen terminar en trágicas derrotas sociales que derivan en muerte o patologías”, explica Viamonte.

Alguien se muere de amor

Charlie Bustos es un músico y compositor para quien todo atisbo de fama o reconocimiento hace escapar hacia el lado opuesto. Músico maestro de otros músicos, como buena parte de la generación que surgió a fines de los 70 y principios de los 80 lo reconoce, era admirado por su riquísima y compleja forma de construir armonías. “Es más capo que cualquiera de nosotros”, se había escuchado decir a algunos conspicuos miembros de la Trova Rosarina ya en despegue hacia los escenarios porteños. Pero Charlie se quedó en Rosario y otras ocupaciones callejeras, tales como vivir a cielo descubierto, lo distrajeron de la música, aunque dos o tres piezas de prodigiosa poética y exquisita sonoridad basten para situarlo entre los mejores compositores del orbe. Una de esas canciones es Alguien se muere de amor, una especie de tango canción que tanto puede tentar a un rockero como a un afiebrado tanguero para tenerla en su repertorio. Se conoció a través de Lalo de los Santos, quien la grabó en su primer disco “Al final de cada día”, y según Bustos participó en algunas líneas de su letra y en arreglos musicales. La versión de Lalo es hermosa y conecta muy bien con los desafortunados quiebres de la vida: “Pero hay alguien que gime en su piel / porque ha de sentir sobre su piel / lo que nunca ha tenido / lo que siempre ha esperado / y es amor y es amor”, dice una estrofa de la canción que también hizo suya Adriana Varela y celebró con encendida autoconciencia tanguera. Bustos contó que la compuso a los dieciocho años motivado por situaciones que lo sacudían, una de ellas no soportar que los pájaros estuviesen enjaulados. “Mi padre tenía un canario y yo no podía verlo en su jaula, discutíamos porque quería que lo suelte, de ahí surgen los primeros versos”; así explicó Bustos estas líneas: “…canta el canario en su jaula / de alambre fino y plateado / esperando ser liberado…”. “Buscamos el amor pero es inalcanzable”, decía Charlie, fiel a su credo de hombre libre y sentimental que llevó hasta las últimas consecuencias. En esa letra iniciática cifraba Bustos su relación con la música, es decir, lo que hoy conserva como el último de los románticos que no se resigna a ver el mundo con toda su impiedad. “…Siempre hay algo de alcohol / de prisión, de mentira / cuando alguien se muere de amor / Siguen pasando inviernos / siguen pasando años, siguen…”, deslizaba, tempranamente.

Charly Bustos
Charly Bustos

Publicado en la ed. impresa #10

Por Juan Aguzzi

Editor del diario El Ciudadano, periodista cultural, coautor de La Rosa Trovarina, libro sobre la historia de la Trova Rosarina. Escritura y cine, escritura y música y escritura y un sándwich de queso, con eso digo presente todos los días.

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