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David Viñas, Horacio González y Vicente Zito Lema en Rosario

Por Marcelo Yaszczuk

En uno de los últimos diálogos que mantuve con el cantante y poeta Alberto Cortez, me habló de la simbología misteriosa que representa el número 3. La tradición alude a trilogías compuestas por la literatura, la filosofía y el arte, más otras que vinculan a la cifra con la fe en pasajes de la Biblia. No sospeché entonces que la referencia numérica se quedaría vacilante para referir la combinación en la confluyente llegada a Rosario de tres escritores, profesores, pensadores: David Viñas, Horacio González y Vicente Zito Lema. Los tres ejercieron también el periodismo como articulistas en diarios y revistas. Desde finales de los años 80 y hasta pasado el 2000 caminaron por nuestra ciudad. Todavía creo ver la estela que dejaron sus pasos por las facultades, salones y bares donde desplegaban sus agendas, conversaban con estudiantes o aguardaban para presentarse ante el público. Así llegaban los tres con papeles blancos en las manos.

El profesor viajero

David Viñas (1927-2011) se dejaba ver tomando café en el Laurak Bat, en la esquina de Entre Ríos y Santa Fe, por las tardes o los sábados al mediodía para luego entrar a la Facultad de Humanidades y Artes donde dictaba clases magistrales o seminarios, a veces asimilando el concepto de profesor viajero en alusión a  aquellos que dictan clases en distintas ciudades desde la excelencia académica. Así lo conocí, asistiendo a sus clases. Viñas, de importante estatura y robustez, entraba al aula magna con su chaqueta modelo Patton color natural, y sacaba su reloj rectangular de su muñeca dejándolo sobre el escritorio. A Viñas le interesaba indagar el pensamiento de extremo a extremo, y en medio apelaba al tamiz.

Desde esa operación de desplazamientos de nombres, Viñas nos había legado El ensayo, literatura argentina y realidad política de Sarmiento a Cortázar (1970). El abanico de imágenes discursivas del profesor Viñas se nutría de matices críticos del canon literario producido desde el poder: el mercado, señalando su arquitectura de fachada cultural burguesa que evita mirar el contrafrente a veces descascarado. La cita de Fray Mocho (José Sixto Álvarez, cultor del criollismo costumbrista), era siempre oportuna para el rescate de Memorias de un vigilante, obra de particular interés para Viñas a partir de la atención puesta en una narrativa de cotidianidad y espíritu viajero ficcionado desde un habla popular con ácida ironía que interactúa en lo mundano de la moda y el poder.

La persistente valoración de la figura del outsider desprovisto de la consideración de mérito es exaltada por Viñas, que definía a Ezequiel Martínez Estrada y Roberto Arlt como escritores populares marginados en géneros como el ensayo o la novela. Martínez Estrada había escrito acerca de José Martí, indagando en su obra en las inmediaciones de sus viajes a Cuba a instancias de su comunicación con el Che Guevara. Publicó Martí. El héroe y su acción revolucionaria (1966) y Martí revolucionario (1967), además de otros escritos en relación a Cuba.

La revista Contorno, paradigmática en la década del 50, era dirigida por Ismael Viñas, hermano de David. En poco tiempo los hermanos compartirían la conducción de la publicación con similar liderazgo. En los primeros números se otorga primacía a una semblanza de Arlt, y esto origina malestar por parte de los críticos literarios vinculados con el academicismo, fustigando al autor de El amor brujo y Los siete locos, a quien caracterizaban como un escritor de kioscos. Contorno, cuya propuesta central era la polémica, se definía desde la obstinada referencia de Viñas de no practicar la comunión de los santos.

Viñas escribió ensayos, novelas y artículos periodísticos en abundancia. Además de haber realizado un imponente despliegue académico como profesor. No admitiría para sí la palabra conferencista.

Entre múltiples reconocimientos, obtuvo el premio Casa de las Américas en 1967 por la novela Hombres de a caballo. En 1991 obtuvo la beca de la Fundación Guggenheim: el profesor James Petras, sociólogo de la Universidad de California-Berkeley y de la Universidad de Boston, tendrá un rol de importancia a partir de su amistad con Viñas en las consideraciones del reconocimiento. Petras también se había desempeñado como profesor dictando cursos y seminarios acerca de las problemáticas de América Latina en la década del 90 en la Facultad de Humanidades rosarina. A partir de los diálogos que mantuvo con él, Viñas decidió rechazar la subvención en homenaje a la memoria de sus hijos María Adelaida y Lorenzo, desaparecidos durante la dictadura. Ricardo Piglia había propuesto el nombre de Viñas para percibir el beneficio. El fantasma del concepto de cooptación ideológica desde los sistemas dominantes también influyó en la decisión.

Circunstancias con imágenes novelescas habían marcado el andar de Viñas. En 1951, con apenas veintidós años, providencialmente fue retratado tomándole el voto en una urna como fiscal de la UCR a Eva Perón en su lecho, ya enferma de gravedad, internada en el policlínico Presidente Perón. Las pupilas de Viñas registraron una escena digna de Tolstoi a su alrededor, según lo ha manifestado. La fotografía adquirió significación histórica.

Los primeros años de su educación estuvieron a cargo de curas salesianos (1936-1939) en el Wilfrid Baron de los Santos Ángeles en Ramos Mejía, Buenos Aires. Colegio donde también estudió Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco. Viñas completa parte de sus estudios secundarios en el Liceo Militar José de San Martín y fue desafectado por enfrentar a un superior. Entornos con marcados liderazgos y disciplinas.

Desde una visión de oposición a modelos de congregación y obediencias va a conceptuar a sus escritos como una literatura de “desquite”, de “venganza”, alejado de cualquier idea de comunión con perspectiva de alcance latinoamericano.

Los días de la comuna

El caminar de Horacio González (1944-2021) denotaba cierto apuro por llegar a tiempo. Así lo vimos caminar por la peatonal Córdoba hasta llegar a la confitería Augustus en las tardes de verano ataviado con una guayabera. Desde allí podía entrever la ciudad, y a la vez direccionaba su agenda de actividades.

Las imágenes se precipitan, una de las primeras es la de hablar con el profesor en la puerta del aula antes de entrar a clases. González fue docente en la Facultad de Humanidades y Artes y en la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UNR. Teoría Sociológica fue una de las cátedras donde ejerció.

Alrededor de los años 90 la explosión de reconocimiento y popularidad para él aún no había detonado. Solo las solapas de sus libros aproximaban referencias de su formación académica: sociólogo, pensador, doctor en ciencias sociales, periodista, profesor. Desde sus talleres y seminarios en Humanidades sorprendía con sus temáticas y lecturas. Versátil, colmaba auditorios con sus reflexiones sin dejar de alentar coloquios reducidos de apenas cinco o seis estudiantes en la escuela de historia de la facultad. Textos de historias de las mentalidades, corriente historiográfica francesa, escuela de los Annales (1920-1930), con las figuras preeminentes de Lucien Febvre y Marc Bloch, el peronismo: esos eran los núcleos de conversación en los talleres.

Su premisa respecto de los análisis era no hablar de lo obvio. En relación al peronismo expresaba que Perón era un buen tipo, lo sabemos, un utopista:“Nuestra tarea es unir a todo el mundo” decía el general. Nos invitaba a realizar otros enfoques de esa enorme figura del siglo XX. Se interesaba particularmente en la correspondencia Perón-Cooke, escrita con un modelo de escritura retórico clásico, “casi al estilo de Plutarco por parte de Perón, quien maneja a la perfección la comunicación vía cartas”. Señalaba también el aporte original de John William Cooke de descolocar al peronismo en la tradición de su pensamiento y en su arbitrariedad diciendo “los comunistas en la Argentina, somos nosotros los peronistas”. Incluye en sus análisis categorías como la necrofilia y la fascinación por los cadáveres en el imaginario del peronismo. Citando el peregrinaje del cuerpo de Evita o las manos de Perón mutiladas: “Esas manos, las manos del pueblo”.

En concordancia se percibían los ecos de su presencia en los encuentros de filosofía en Puerto General San Martín. Las actas del mismo dieron origen al libro Los días de la comuna en 1986. Filosofando a orillas del río. El trabajo La ética picaresca nos aproxima a un González multidireccional, que apelaba a una prosa en clave de pistas y alertas en torno a los devenires de la filosofía, la dramaturgia, la antropología y el psicoanálisis, diciéndonos que las universidades decaen pues la política, entendida como indagación crítica y argumento, también decae sin que el conocimiento innovador encuentre alianzas imaginativas con la ciencia de vanguardia. Nos invita a un rescate de voces insepultas, según sus palabras. La glosa es el método que le permite revolcar por el suelo lo sagrado de lo instituido, anaqueles de libros que signaron una actividad intelectual reviven. El vértigo de su prosa no da respiro en consideraciones, repara en conceptos de géneros, autores y palabras.

La investigación y producción periodística es otra de sus facetas. Escribe artículos en diarios y revistas abordando diversas temáticas: medios de comunicación, política y derechos humanos. Colabora en Página/12, El Porteño, Crisis, El Ojo Mocho y Fin de Siglo, publicaciones de aguas frescas en el circuito universitario.

Las figuras de Macedonio Fernández y Roberto Arlt adquieren presencia en su obra. Acuña la palabra macedoniano en relación a la impronta del escritor, atribuyéndole la virtud de un humor metafísico cuya conciencia es convertirse en una fuga de sus propias posiciones.

En el libro Arlt, política y locura también aparece el fantasma de Macedonio desde su apuesta de dar lectura loca, no locura. Arlt ocupa el sitio de postergación que le reservan los promotores del canon oficial del momento, arrastrando un sonambulismo político, aclara González, cuyos personajes tienen por objeto mostrar lo insoportable de un mundo de tartufos. El personaje más referido es el astrólogo en Los siete locos, obra expresada desde el habla del folletín y la locura, palabra esta siempre expuesta en la literatura.

Todo pensamiento interno es locura, expresa González. Toda familiaridad es en cambio el ámbito donde toda locura se disimula. Con este estilo González increpa el papel con una articulación de ideas punzantes. Él mismo escribirá: “Esgrimas de boulevard, puñaladas sobre un trapecio”. Estas son sus imágenes.

El arte de disimular termina por encubrir posturas ante encrucijadas éticas del vivir. La locura también puede fingirse, esto acentúa los enredos de la sinrazón.

“Roberto Arlt, consciente de cierta  discriminación cultural a su alrededor, muestra impúdicamente su sentimiento artístico”, acentúa González en el análisis de su obra. Es una expresión del no arte. De allí su interés por la teosofía o el pensamiento mágico. González menciona uno de los trabajos de la juventud del escritor, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires. El libro, concebido como una investigación periodística acerca de ocultismo y rosacruces, indaga a grupos que también practicaban el espiritismo logrando levitaciones. Los grupos secretos tuvieron gran influencia y seguidores en Argentina por varias décadas.

El misterio tiene el vestido del hombre, conceptuó William Blake. La disposición de epígrafes con citas del escritor inglés que González despliega en cada capítulo del libro Política y locura ilustra contundentemente un arte universal y atemporal. Blake (1757-1827), poeta, pintor y grabador británico, cultor de un arte humanista, es considerado como el artista total y el más representativo de Inglaterra. Falleció a los 69 años y fue sepultado en una tumba sin nombres. Jorge Luis Borges lo tenía entre sus poetas preferidos.

Volví a encontrarme con Horacio González en distintas oportunidades, cuando se presentó exponiendo en el auditorio del Parque España con temas vinculados a la Comuna de París, también durante su gestión de la Biblioteca Nacional presentando una memorable jornada en la Facultad de Ingeniería en Rosario en 2008. Aquel afecto de profesor-alumno aventajado, diría Horacio, se mantuvo inalterable ante el paso de los años.

En la última etapa de sus exposiciones públicas, en sus análisis pedagógicos, filosóficos y políticos, González reservaba para sí el posicionamiento del descolocado respecto de posturas o enseñanzas impartidas o recibidas. Paradojas de los corrimientos que se operan en relación a la política o el saber: “Lo que sé surgió conmigo. Inmanencia del oficio, absurdo digno de sostener”.

Conversamos por última vez por teléfono hacia 2014, saludó un proyecto de antología de artículos periodísticos en Santa Fe donde participaría con alguno de sus trabajos. Nos despedimos con cordialidad a la distancia.

El arte, la militancia, la locura

La primera imagen que vi de Vicente Zito Lema (1939-2022), abogado, periodista, escritor, dramaturgo, fue una fotografía en una revista que tal vez haya sido El Porteño o El Despertador, a comienzos de la década del 80. Se lo veía junto a las Madres de Plaza de Mayo, Miguel Cantilo, Soledad Silveyra y León Gieco en un acto por los Derechos Humanos en la Argentina. No imaginé que años después compartiría con Zito circunstancias maravillosas e inquietantes vinculadas al periodismo, la literatura y la militancia.

La ligazón de su heterogénea obra se expresa en la poesía, la locura y el arte en los dominios de la dolorosa pobreza. Utopías que sus pasos perseguían. Comienza su militancia en las villas junto al cura Carlos Mugica, comparte proyectos literarios con Julio Cortázar y Rodolfo Walsh en los años 70.

A partir de su interés por la psicología social escribe el libro Conversaciones con Enrique Pichón Riviere sobre el arte y la locura, y se considera discípulo del autor. Ejerce el periodismo: funda y funde distintas publicaciones, según sus propias palabras. En los años 60 estuvo al frente de la revista Talismán, con trabajos vinculados a la insania. Allí se  reseñaban las obras de Antonin Artaud y André Breton, entre otras aproximaciones culturales. Crisis, revista paradigmática en sus dos etapas, lo tendrá como integrante del consejo de redacción durante el periodo que va desde 1973 a 1976 con la dirección de Eduardo Galeano, y más tarde de 1987 a 1988 cuando la dirigía él mismo. Colaboraron  Gelman, Bayer, García Márquez, Onetti, Borges, Bioy Casares, el Negro Roberto Fontanarrosa. Nadie cobró honorarios.

En su rol de abogado recién recibido actuó en el campo de los Derechos Humanos en defensa de detenidos políticos. Ante la brutal represión en Rawson, Chubut, hechos que precipitan la trágica jornada que la historia narró como la Masacre de Trelew, surge su poema Oración por Trelew, retomado y leído en voz alta hasta el presente en actividades académicas en el sur argentino.

Junto a Galeano brega por el esclarecimiento del paradero de Haroldo Conti, quien se encontraba desaparecido. Ante el escaso valor de la vida en tiempos de dictadura, decide exiliarse en Holanda.

La primera vez que el doctor Zito Lema tuvo referencia de la palabra locura fue durante su infancia junto a un amigo de su barrio cuya madre había fallecido. Acompañándolo en el funeral notó que no había gente, los dos amigos estaban en soledad. Ante la pregunta del porqué de la situación, su compañero respondió: “Porque mi mamá estaba loca”. La respuesta es asimilada para jamás ser olvidada. Zito Lema dedicará la mayor parte de su vida a las problemáticas de salud mental. “La locura es la pregunta fundamental de la existencia –conceptúa–, es uno de los bordes de la sociedad, del espíritu humano, de la realidad”.

Durante casi más de cincuenta años de abordaje de esos “dolores del alma”, como los define, recorre manicomios, cárceles, hospicios y asilos de todo el país proponiendo actividades: cursos de literatura, talleres de comunicación, hasta puestas de obras de teatro.

Algo de aquella deriva y búsquedas de elefantes blancos permanecían en la clara mirada de Zito Lema. Lo veía entrar o salir de Humanidades y Artes a finales de los años 80 con ejemplares de la revista Fin de Siglo entre sus carpetas. Presentó cursos y talleres de periodismo en la ciudad. Sus lugares cálidos en el invierno rosarino fueron el clásico bar La Buena Medida o El Cairo.

Recuerdo su entusiasmo ante la presentación de su obra de teatro Locas por Gardel en las escalinatas del Monumento Nacional a la Bandera.

Más de una vez conversamos, uno de esos diálogos trató acerca del vestir. Confesó que utilizaba ropa usada de una feria americana. Cultura adquirida durante su exilio, invitándome a colaborar en poner un roperito en el hall de la facultad con el fin de generar recursos para distintas actividades. Así lo hicimos.

Atento y sensible, durante sus charlas grupales en la Facultad desalentó viajes a Buenos Aires durante la semana previa al copamiento de La Tablada en 1989.

El insólito destino del poeta Jacobo Fijman (1898-1970) había generado en Zito Lema la necesidad de encontrarlo para compartir momentos de vida, libertad y creatividad. Se dirige hasta el hospicio de las Mercedes, también llamado psiquiátrico Borda, donde por problemas de salud mental Fijman permaneció internado casi tres décadas. Allí comienza una relación amistosa entre los escritores.

El trabajo más popular de Fijman es el poemario El molino rojo, de 1926. Se suman los libros Hecho de estampas (1929) y Estrella de la mañana (1931). Zito bregó durante años por la libertad y el reconocimiento de su obra, consiguiendo salidas transitorias donde pudo manifestar su arte en determinadas reuniones. El Cristo rojo es la obra que Zito Lema escribió en su memoria. Fijman fallece en diciembre de 1970 en la pobreza y en soledad. Zito es quien se hace cargo de su funeral, que se realizó en la Sociedad Argentina de Escritores (Sade). Más tarde fundaría una biblioteca popular que lleva su nombre.

El desierto patagónico es un destino recurrente en la vocación viajera de Zito Lema. Desde Trelew direccionaba sus charlas, presentaciones y jornadas. La sede modelo de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco será el epicentro con alcances a la vecina ciudad de Puerto Madryn. Hacia 1985 poco se hablaba de tragedias o dictaduras, solo la cátedra de Prehistoria General de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades retomaba esos ecos a partir de asesoramientos solicitados por organismos de Derechos Humanos.

La luminosidad del paisaje del sur argentino impactaba a Zito, así me lo expresó cierta vez. Trelew, la ciudad imán, fría y ripiosa, llamaba desde su realidad. De esas búsquedas y experiencias Zito escribe la antología Trelew, una ardiente memoria. Recopilación de artículos, ensayos y poemas de autores comprometidos con la cultura nacional, con trabajos de Tomás Eloy Martínez, Mario Benedetti y Osvaldo Bayer, entre otros.

Los años y los reconocimientos a su trabajo acompañaron a las apasionadas luchas. Zito Lema es designado rector de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, de la cual también fue fundador en 2000. En 2013 es reconocido y distinguido por la Universidad Nacional de Río IV, Córdoba. Es también reconocido por la Universidad Nacional de la Patagonia como personalidad destacada de la cultura y los Derechos Humanos.

En su condición de profesor, Zito Lema definió a la enseñanza en su transmisión de saberes educativos en un contexto de vínculo amoroso donde cada cual puede aportar su experiencia en la relación pedagógica, citando a Sócrates en su apología de los deberes del educador, en tanto demandaba especial atención a la creatividad literaria, conceptuando que “escribir es una forma de hacer cotidiana la dignidad de la vida, a la par del arte, la forma más poderosa para que el ser humano crezca en su visión de mundo y de las cosas”.

Por Redacción Barullo

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