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Barullo en papel Cultura

Grandes viajes escolares

Es la primera vez que presento un libro de literatura infantil, y uno tan querido y entrañable como Guardianes de Rosario (Zonda Ediciones) de Silvina Pessino. La literatura presentada a los niños y niñas pone de manifiesto la relación de mediación en que estamos los adultos con ellos. Siguiendo a los historiadores de la infancia, por ejemplo, a Philippe Ariés, diría que esa mediación es más del orden de lo moderno y está en conjunción con el sentimiento de la infancia que tiene su origen en el siglo XVIII. Me apareció también la pregunta que hace un historiador que es la némesis de P.A, que se llama Lloyd de Mause. Su punto de partida es una pregunta: ¿qué sucede cuando un adulto se halla frente a un niño? Él trabaja sobre la historia del mundo occidental, para demostrar la cantidad de prácticas que los adultos han tenido respecto de los niños y niñas, la mayoría no muy gratas ni felices, que van del infanticidio al abandono, o de ser objetos de proyección de ideas diabólicas, o de atrocidades varias. Pero también, y a partir de la aparición de los discursos expertos sobre la infancia en el siglo XIX, toda una serie de prácticas de cuidado o socialización que se han ido desarrollando hasta este momento, no sin convivir con las prácticas nefastas de tiempos anteriores. Sabemos que la humanidad raramente evoluciona.

La historia demuestra que no hay nada natural en esa relación entre adultos y niños, aunque Rousseau plantee lo contrario. Pero también, podemos decir, desde épocas remotas los niños se han criado, de alguna manera u otra, dentro de familias que siempre han sido diversas y que han creado situaciones de oralidad feliz (como dice Michelle Petit). Cuando hablamos de lo oral hablamos de todo lo que pasa con la boca, como esa zona de relación con el mundo. Amamantamiento, nutrición, beso, conversación, canto, silbido, contar una historia. En mi casa, el diccionario Pequeño Larousse ilustrado estaba en la cocina, donde se preparaban los alimentos. Se conversaba, también se jugaba con el lenguaje, establecimos una relación lúdica con la lengua, comiendo, hablando ese léxico familiar que incluye a la madre, que fue una teta, y del que en algún momento hay que servirse y también destetarse. Porque lo familiar es el jolgorio, pero también el lugar donde habita el maravilloso pájaro del aburrimiento en la escena de laboriosidad, como dice Benjamin. Lo familiar agota y se agota, y la curiosidad hace su camino de salida. Entonces hay una doble vertiente de la lectura. Desde la antigüedad proviene de los libros sagrados, del libro religioso, que religa, que mantiene juntos, enlazados, pero también puede separar, porque permite discernir, nos abre a otros mundos que el otro no puede controlar. Por eso ha sido temida en distintos momentos históricos, como cuando en la época victoriana no se les permitía a las jovencitas leer novelas porque les llenaba la cabeza de ideas. O ni que hablar de los libros censurados, quemados, prohibidos, olvidados. Se presiente que la lectura es un mundo extraño que va a generar alguna separación. Al mismo tiempo, aunque parezca paradójico, esa lectura que separa, debe apoyarse en la compañía del Otro. Dice M. Petit, “Una lectura sin mirada es una lectura esquelética”. Agregaría: una lectura sin voz, sin tono, sin cuerpo, una lectura esquelética, acéfala, empobrecida.

Para acompañar esa lectura en un niño, una niña, un o una joven, hay que poner el cuerpo. Les leo a mis hijos sin pedirles que dejen la computadora, que atiendan, que dejen de moverse. Leo como tirando una piedra al estanque. A veces disfruto más que ellos, porque la literatura infantil es literatura, sin adjetivos, como dice María Teresa Andruetto. Es literatura ATP. Escapa a los cálculos de las temáticas programadas y los nichos de mercado. No pueden controlarse de antemano los destinatarios, porque no pueden controlarse los efectos de la lectura. Así también leemos cosas que no han sido específicamente pensadas para niños, como por ejemplo en esta semana que pasó, El arte de viajar en taxi, de Horacio González. Como dice Barthes, al contrario de la escritura la lectura disemina, dispersa. La lógica de la lectura no es deductiva, sino asociativa, porque vincula el texto material con otras ideas, otras imágenes, otras significaciones, como una lógica que difiere de las reglas de la composición.

Silvina Pessino, la autora, firma ejemplares.

Es como tirar una piedra al estanque, como disponer sin saber adónde van las cosas dispuestas, como decía el Chino Antelo de lo que era el acto educativo. Yo siempre pensé esto, sobre todo desde que fui mamá, y se acrecentó la experiencia de lo incontrolable. A su vez pienso algo que va en contra de la mayoría de las teorías, y que está basado en la empiria de la experiencia vital y de la práctica del consultorio: hay que hacer mucho para APAGAR a un niño. Para apagar su candor vital, aquello con lo que llega a la vida como un don, en una posición de recepción absoluta, de gracia incondicional. Hay que hacer mucho para aminorar su imaginación viva e incesante. En un punto, la época trabaja para apagar la infancia, prendiendo tantas pantallas infinitas. Aunque haya todo un montón de discursos de especialistas que proponen estrategias y recetas acerca de “la mejor manera para”, sin embargo no terminamos de saber qué pasa en ese continente oscuro, no se sabe cómo se produce un niño.

Presencia, energía, deseo, vida, cuerpo, hacen falta para acompañar la lectura, más o menos lo mismo que para la maternidad. Lo digo porque el primer libro de Guardianes de Rosario surgió como un escrito que Silvina hizo para su hijo. Vaya si no se enlazan aquí maternidad y creación. Esa enfermedad normal, como decía Winnicott, puede dar lugar al orden de la fecundidad en muchos niveles. Una vez que conversaba con Silvina de las dinámicas institucionales tan dañinas, de las miserias en la universidad, ella me dijo: “Hay que dejar de lado todo eso y trabajar (hizo un gesto así, moviendo las manos como si encerrase un objeto) por la obra, aunque sea pequeña”. Hizo un gesto así (ella que es bioquímica, trabaja por la bio), como si estuviese cuidando una plantita, como si estuviese velando por su crecimiento. Hay que insistir ahí. La transmisión es del orden de la insistencia, no de la estrategia pedagógica perfecta. Y las maestras lo saben, que practican este oficio imposible que es educar. Silvina ha insistido, no ha claudicado en su deseo, y realmente la admiro mucho por todo lo que hace. De hecho, el presente libro es el cuarto de la saga, aunque no se titula Guardianes de Rosario IV, sino Guardianes de Rosario, Grandes viajes escolares.

En principio quiero hacer una mención a Rosario, a que se inserta en lo que es la literatura rosarina por su doble colocación: es producido en Rosario, y al mismo tiempo habla de Rosario. Condición para que sea considerado dentro de esta tradición. Roberto Retamoso , en un texto que se llama La literatura de Rosario (que escribió para presentar a la Diplomatura de literatura rosarina) dice: “la denominación Literatura de Rosario se utilizará para referir a todas las obras producidas en el ámbito citadino, independientemente del origen de sus autores (en muchos casos nacidos en otras localidades), o del lugar de publicación de sus obras (muchas veces situado en otras ciudades, del país o del exterior)”. Anteriormente los protagonistas, Rodrigo, Max y Luis, nos llevaron a pasear por el Pasaje Pan, por el bar El Cairo, por la sede del diario La Capital, por el teatro El Círculo, por el Planetario y el Monumento a la Bandera, nombrando e invitando a conocer y ubicar edificios emblemáticos de la ciudad, escuelas, plazas, hospitales, facultades, estaciones de trenes, museos, etcétera. Lo que llamaríamos “el circuito chico”, aunque infinito en relación a lo que posibilita en el trabajo con el libro, de toda clase de actividades escolares o extraescolares. En esta cuarta entrega se trata de grandes viajes, a Santa Fe, a Córdoba y a Buenos Aires. Que, aunque sean a pocos kilómetros, están tratados con mucho cuidado y respeto por el trabajo psíquico al que convocan en niños y niñas, muchos de los que, hasta ese momento, no han viajado solos, sin sus familiares.

Guardianes no es un texto que solamente colabore con la currícula escolar, ofreciendo datos históricos sobre la ciudad de Santa Fe, Cayastá, o datos sobre la flora y la fauna de Córdoba, o datos paleontológicos, de la prehistoria de nuestro país, cuando viajan a Ostende, y ofreciendo secuencias didácticas al final. Tampoco es solamente un texto que colabore en la tramitación de la mudanza que significa viajar con pares por primera vez, que lo hace, porque leer cómo lo realizan sus personajes ya conocidos en los libros anteriores, ayuda. Es un texto literario, con esa riqueza, ese plus. John Gardner dice que hay dos cosas que hacen que el lector siga: argumento e historia. Si el lector no encuentra nada que le intrigue, abandona. Y sabemos que los niños y niñas son muy sinceros al respecto. En este texto, en primer lugar, encontramos el preciado, eterno y eficaz elemento del viaje. Ricardo Piglia, cuando se pregunta ¿cómo empezó la historia de la narración?, conjetura sobre la forma inicial, sobre la prehistoria de los grandes modos de narrar. Dice que el primer narrador fue el que se alejó de la cueva, buscando o persiguiendo algo, vio algo extraordinario y volvió a contarlo. El viaje es para ser contado. También dice que hay otro origen posible del narrador, porque nunca los orígenes son tan homogéneos o unificados, la fragmentación está desde el inicio, aunque nos resistamos a eso. Y es el de aquel que se ha quedado. Tal vez ha sido el adivino de la tribu, que cuenta a partir de descifrar indicios, huellas, que resultan enigmáticas. Lo que cuenta es la reconstrucción de una historia local pero cifrada, que requirió de una investigación. Este libro reúne ambas cosas, el viaje y la investigación, porque narra ese desplazamiento, pero a partir de ciertas intrigas que va sembrando, y que moviliza a los protagonistas y a los lectores, que mantiene el hilo del relato. También está insinuado el amor… porque los chicos crecen. Aparecen Olivia, Lucía y Shan. Piglia dice que la historia de la narración es como una historia de la subjetividad, la historia de la construcción de un sujeto que se piensa a sí mismo a partir de un relato, porque de eso se trata, de esa narrativa que, sin saber adónde van las cosas dispuestas, acompaña en esa forma inicial de la infancia, en ese momento inaugural. Para muchos niños y niñas, Guardianes de Rosario es el primer libro que leen y terminan. Es iniciático en poder leerse para poder leer el mundo. Aunque los niños leen antes de hablar, es decir, hay algo que la sensibilidad sabe antes, se trata de articular la palabra a ese atributo temprano.

Por último, quería señalar algo que particularmente me remite al léxico familiar que se cocinó en la cocina de mi casa y que fue de los primeros recursos para leer el mundo. En mi familia había muchos shifters, muchos dichos (que es la forma en que lo reprimido se transmite), lo dicho que habilita al decir. Se caracterizaban muchas situaciones cotidianas con frases populares: si estábamosmuy resistentes mamá nos decía “rebelde sin causa”, o “me va a dar un surmenage” gritaba, o decían de alguien “esa es la costurerita que dio el mal paso”. También estaba lo que mi madre llamaba “apellidos con profesión”. Por eso todavía me sorprende que Bottinelli sea jugador de fútbol, Castrilli un referí implacable, Tetamanti un especialista en maternidad, Testa un neurólogo, o Serebrinsky un neurólogo infantil. Me dio mucha risa que en el libro haya una doctora llamada Dra. Desinflamante. Que la guía sea Nancy Recorrido. Que los abuelos museólogos se llamen Luis Testimonio y Clara Fondo Documental y que la Directora se llame Imperio Pedagógico, o el paleontólogo Félix Plioceno. También me conmovió particularmente ese momento en que, antes del tercer viaje, que es un viaje de premio, de regalo, la maestra pregunta: “¿Cómo se imaginan el mar?”. La invitación a imaginar, la fantasía, como enseña Freud, necesita tiempo para desenvolverse. La cuestión del tiempo está presente en toda la saga de Guardianes. Y es una problemática principal de la escuela. ¿Cómo interrumpir ese vértigo feroz en que están imbuidos los niños a partir de aparatos que resultan inhumanos, porque proponen la lógica de lo ilimitado? Recordaba la propuesta de Carlos Skliar, cuando dice que la escuela tiene que ser el lugar de la anacronía, ser un refugio, dar tiempo para el detenimiento respecto del deslizamiento imparable de la actualidad. Escribir también es hacer con el tiempo, reconciliarse con el paraíso perdido (María Elena Walsh). Como dice Marcelo Enrique Scalona, nuestro maestro, escribimos para dejar de morir. Y leer también es hacer con el tiempo, leemos para vivir, para sobrevivir (a mí los libros me salvaron la vida). Y este libro, estos libros, el lugar que encontraron, la cantidad de lectores y lectoras, el suceso que han producido, y que antes no estaban, son el testimonio de la necesidad de ese tiempo diferente, de la necesidad de que los adultos (que estamos también tan distraídos a veces) nos entreguemos a donar ese tiempo y a formar parte de los momentos de oralidad feliz, que, y a eso lo sabemos bien, no son ni perfectos, ni ideales ni ordenados.

Ojalá que este libro trascienda todo lo que se merece y sobre todo que se lo disfrute mucho.

Por Luisina Bourband

Entrerriana de nacimiento, llevo más tiempo de mi vida viviendo en Rosario, con escalas en Buenos Aires y Madrid. Soy psicóloga, practicante de psicoanálisis. Como escritora he publicado contratapas en Rosario/12, el libro Maternidad intratable y participado en las publicaciones Antología de la calle inclinada y Escribiendo por la memoria.

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