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Barullo en papel Gente que hace

“Basta de demoliciones”

La desigual lucha de vecinos contra la impiadosa pica que amenaza a caserones con alcurnia, edificaciones plebeyas y suntuosos edificios erguidos a la vera del Paraná.

Ana María Ferrini es bajita, acomoda todo el tiempo su pelo crespo y encandila con sus ojos claros. Es profesora de Letras y licenciada en la misma disciplina, y no la une a la arquitectura otra cosa que una pasión secreta que fue aflorando en ella con los años pero desde muy temprano: la fotografía.

Sus padres, que define como “buenos fotógrafos”, fueron quienes le legaron su primera cámara, una Kodak de cajón. De allí en más ya nunca dejó de atrapar imágenes que guardó con celo y entusiasmo: “Sacaba fotos desde muy chica. Me gustaba fotografiar casas, sus fachadas, detalles de esos frentes, las puertas, sus herrajes”. Así desde su barrio natal, el Abasto, en Riobamba al 1200, Ana María comenzó un recorrido que la llevó por toda la ciudad, registrando esas prendas con que Rosario se venía cubriendo desde que era una pequeña villa, de la que poco iba quedando.

Hoy, antes de dar una primera pista del origen de su actual militancia preservacionista, cuenta que de aquel barrio, en esa cuadra donde nació, sobreviven la casa de su abuela “y dos o tres más”. Y agrega: “Había casas chorizo, impecables, fuertes, y otras que a mí me gustan mucho, estilo pompeyana –con patio y habitación a un lado y otro– y las medio pompeyana, como la de mi abuela. Salvo las que mencioné, actualmente están todas demolidas, dejaron paso a edificios de dos o tres pisos”.

Hace ocho años a Ferrini le cayó la ficha de que habría casas que ya jamás podría registrar a través la lente de cualquiera de las cámaras que sucedieron a aquella vieja Kodak. Casas derrumbadas, demolidas, tiradas abajo por una pica indolente, sin otro motivo que el interés rentístico, sin clemencia por el valor patrimonial y/o arquitectónico. Trajes hechos jirones por una mano impiadosa.

Ese día tomó envión la idea de crear un grupo en la red social Facebook, un ámbito donde congregar a quienes, como ella, estuvieran decididos a interpelar a las autoridades y a la comunidad a partir de una aspiración que finalmente dio nombre al grupo: “Basta de demoliciones”.

Desde que el usuario ingresa al grupo, toma nota de qué va ese espacio “creado para valorar el patrimonio arquitectónico rosarino y bregar por políticas de resguardo y preservación”. Su fundadora repite de memoria el texto que da introducción a un recorrido inquietante, sublime, delicioso, por rincones de Rosario, algunos emblemáticos y archiconocidos, otros que están delante o encima de los ojos de transeúntes que se los pierden por mantener un ritual cabizbajo.

“Nuestra labor primordial es mostrar el patrimonio tangible e intangible, y  denunciar demoliciones. Resaltamos la labor docente y de investigación a través del armado de álbumes, la recopilación de fotos, recorridos por lugares interesantes, charlas y jornadas donde se ponga en juego el patrimonio”. Eso le dice el grupo a quien ingresa por primera vez.

“Basta de demoliciones” también apela a Bertolt Brecht: “Hay que tener el valor de escribir la verdad, pero además también hay que tener la perspicacia de descubrirla, el arte de hacerla manejable, la inteligencia de saber elegir a los destinatarios y la astucia de saber difundirla”.

Palabras destinadas a quien está a punto de iniciarse en ese derrotero que lo llevará a fachadas de casonas centenarias, a pequeñas viviendas de obreros construidas durante el primer peronismo, a detalles Art Noveau esculpidos en puertas y ventanas de casas sin olvido.

Como dice Ferrini, las casas, los palacios, los edificios, dialogan entre ellos, y en el grupo las publicaciones abren diálogos entre sus miembros, que expresan sus inquietudes, a menudo en forma hilarante.

Uno de ellos, por ejemplo, subió al grupo el facsímil de una escueta carta de lectores que publicó un diario de la ciudad. En la misma le pedía a la intendenta Mónica Fein que, “ante la falta de inspección de los inmuebles designados como patrimonio histórico, de los que se desprende mampostería, con el mayor de los respetos le sugiero que, como instrumentó el sistema «Mi bici, tu bici», implante «Mi casco, tu casco». Con ellos, los transeúntes podrán circular un poco más seguros por las calles de la ciudad”. Puede mover a risa, pero es cosa seria.

Ferrini escribe una suerte de epígrafe que introduce a cada foto a álbum que sube al grupo. Una foto puede estar acompañada de un encabezado que describe “cabezas femeninas, entre ondas y flores (que) eran aplicadas a los frentes de muchas residencias con fachadas, cuando no interiores de estilo Art Nouveau. Este rostro, como mudo testigo, espera la demolición de la casa, ya vallada, que aún se encuentra en Cortada Ricardone y Entre Ríos”.

Resulta algo dramático pensar que uno puede estar viendo en esa foto el último aliento de una época, el postrero homenaje a un arquitecto que definió las líneas de esa casa a punto de ser derruida. La atemporalidad de las redes sociales genera un plus de angustia y zozobra: ¿Alcanzará con salir corriendo, luego de ver esa foto, para hallar aún en su lugar esa cara de mujer?

Lo cierto es que el grupo no sólo encontró adhesiones y fervorosos colaboradores. Como todo emprendimiento que se apoya en la acción, en el hacer, ha recibido críticas de quienes piensan que toda demolición es un fracaso del grupo, que debería tener la obligación de evitarlas.

Ana María no se enoja, y lo explica con claridad: “Creo que confunden el carácter aspiracional del grupo, su impronta de denuncia, de espacio de advertencia al poder público y a los intereses privados del alcance del valor patrimonial, de la importancia de la preservación de ese patrimonio”.

La fundadora no se siente sola, más bien todo lo contrario, rodeada por más de cinco mil miembros, quienes con más o menos asiduidad, suben álbumes con fotos de todo tipo del patrimonio arquitectónico de la ciudad, pero además llevan adelante recorridos guiados por los barrios de Rosario, o se reúnen para debatir alrededor de las edificaciones en riesgo de ser reducidas a escombros.

Para todas y todos hay un gesto de reconocimiento de Ana María, que recibe a cada nuevo miembro con suma cortesía. Y pone especial énfasis en recordar a un grupo estrecho de colaboradores: Cristina Dagatti, Adrián Pifferetti, Rubén Rigatuso, Pablo Mercado, de quien destaca su teoría acerca de una especie de Código Da Vinci en torno de los nombres de las calles de Rosario que hacen al ideario de Caseros y de la Confederación.

Ferrini habla de una ciudad letrada, refiriéndose al diálogo entre edificios nuevos y antiguos, y de una convivencia entre ellos, al tiempo que también subraya la mirada histórica de Gustavo Fernetti sobre la similar relevancia que puede observarse en el patrimonio edilicio, desde las casas de lata hasta los palacios.

Además de preservar las edificaciones por su valor arquitectónico, para que la memoria siga acunando a la ciudad y la preserve de la maza, la pica y el martillo hostiles a toda memoria, habría que pensar en ese proverbial ausente en estas discusiones en torno de casas, rascacielos y palacios: el albañil, el obrero. Porque los protagonistas, al fin y al cabo, moraron en lugares que el presente torna memorables. Y la ciudad, además de sus inmuebles, está arropada con historias, muchas de ellas alucinantes y a la vista, otras que yacen bajo los escombros que dejó una pica cruel.

Pero sus verdaderos hacedores fueron esos hombres que luego de cada jornada volvían a sus modestas casas y contaban a sus compañeras y a sus hijos que estaban construyendo tal o cual sueño ajeno. Ellos eran los únicos que podían testimoniar el origen mismo de esos sueños que les resultaban inalcanzables. Entonces es preciso volver a Brecht, a través de un fragmento de aquel exquisito poema “Preguntas de un obrero que lee”:

¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?

En los libros aparecen los nombres de los reyes

¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?

Y Babilonia, destruida tantas veces,

¿quién la volvió siempre a construir?

¿En qué casas de la dorada Lima vivían los constructores?

¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China?

La gran Roma está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?

El castillo del poeta

Si detrás de cada fachada pueden encontrarse infinitas historias, una de ellas, paradójicamente surge desde las ruinas de lo que fue un palacio morisco, propiedad del poeta y dramaturgo murciano Vicente Medina, autor de la obra de teatro El Rento, el poemario Aires murcianos, entre tantas otras.

Llegado a Rosario en la primera década del siglo XX –a comienzos de 1908 arribó a Buenos Aires–, “gracias a diversos empleos” Medina mejoró su condición económica”, pero Ferrini puntualiza que su trabajo en el viejo y desaparecido Banco de Monserrat fue el más destacado.

Como sea, en un momento pudo adquirir 10 hectáreas en lo que por entonces se conocía como Pueblo Hume o Estación El Gaucho, y allí, en ese predio –actualmente su ingreso se encuentra en avenida Nuestra Señora del Rosario al 6400–, construyó una mansión de estilo morisco o moro, con una imponente torre, magníficos vitrales, apliques esmaltados, bancos hechos con sus propias manos de artista, que excedía por mucho el ámbito de la poesía.

Hombre de averías, creó un túnel que dice el mito le permitía traer desde la zona portuaria –con extremo sigilo– licores y otras mercancías, sorteando los controles aduaneros y policiales. Mientras, entre 1916 y 1919, “ofrecía veladas literarias y conferencias”, citan sus biógrafos.

La muerte de su esposa en 1921 lo apabulló, y luego de publicar el libro Compañera –una colección de poemas cargados de profunda tristeza– en 1924 abandonó su empleo en circunstancias poco claras –se dice que fue acusado de quedarse con dineros del banco–, recorrió Sudamérica dando recitales de poesía y al volver enfrentó cargos ante la Justicia que lo llevaron a la cárcel y a tener que desprenderse de su castillo y la finca de 10 hectáreas.

Ferrini cuenta, citando a variadas fuentes, la historia de la transferencia de aquel castillo morisco de manos de Medina a Ricardo Caballero, quien fuera vicegobernador de Manuel Menchaca, la dupla radical que ganó las elecciones en 1912, inaugurando la ley Sáenz Peña de voto universal.

Sobre el cambio de manos de la mansión, Ana María remite a Alejandro Cirilo Caballero, sobrino nieto de Ricardo, quien recuerda algunos pormenores: “(Medina)…la construyó en 1900 y pico, más o menos, y mi tío, cuando era jefe político de Rosario –y Medina andaba con algunos problemas judiciales– se la compró en 1928”.

Parece ser que Caballero le resolvió esos enjuagues, y de allí la amistad con el murciano, pero también el traspaso del inmueble, que desde entonces pasó a ser conocido como “Monte Caballero”.

Medina murió en Rosario, en 1937, pero aquel castillo, ya en manos de los Caballero, mantuvo su esplendor durante décadas, hasta la muerte del político en 1963. El costo de mantener tamaña propiedad, y la dispersión de toda familia, hicieron que fuera decayendo poco a poco.

Alejandro Cirilo recuerda detalles de la edificación original: “El galpón y herrería para guardar los carruajes, las fuentes al frente de la casa. Arriba, en la terraza un campanario que era una réplica de la Espadaña de Santiago del Arrabal, de España, con una enorme cruz de hierro labrada –que poseo– y una campana”.

Un domingo cualquiera de hace nueve años, la infidencia de un conocido político que Ferrini prefiere no nombrar, fue el principio de una depredación que hasta la fecha no cesa. En un artículo publicado por el diario La Capital, se mencionaba la cantidad de reliquias y objetos que permanecían en el interior de la antigua casona, comenzando por unos libros incunables que el indiscreto dijo haber recuperado del abandono y el riesgo de que se arruinaran por la lluvia que entraba por los ventanales ya despojados de algunos de sus vitrales.

Los libros jamás fueron devueltos a la familia Caballero, pero el dato de lo que aún permanecía allí azuzó a depredadores, ladrones y simples seres dañinos, que arrasaron con todo, destruyendo y demoliendo aquella maravilla arquitectónica.

En la actualidad, hasta la tierra de ese predio es saqueada sin piedad, y sin que la provincia o el municipio hayan intervenido a favor de preservar algo, pese a diversos pedidos de ayuda de la familia Caballero.

Foto: Sebastián Vargas

Publicado en la ed. impresa #01

Por Horacio Çaró

Periodista. Trabajó en LT8, LT3 y otras radios de la ciudad. Fui jefe de la sección Ciudad del diario El Ciudadano, editor general de Crónica Santa Fe. Actualmente es editor del diario digital Redacción Rosario y columnista en el semanario El Eslabón, producidos por Cooperativa La Masa, y es columnista en Noticias Piratas, de Radio Universidad, y Poné la Pava, en Radio Rebelde.

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