A simple vista, o con un pantallazo de Wikipedia, St. Vincent parece demasido perfecta. St. Vincent (el nombre artístico de la norteamericana Annie Clark) podría ser tranquilamente un hermoso producto de realidad virtual pergeñado por empresas de software que captan el gusto del rockero arty promedio: una mujer de 30 y pico que canta genial (fue comparada con Kate Bush); que es una virtuosa de la guitarra eléctrica; que te nombra influencias como Bowie, Robert Fripp y Patti Smith; que versionó Lithium de Nirvana en el Rock and Roll Hall Of Fame; que fue halagada por David Byrne (y después grabó un disco con David Byrne); que sacó su nombre de una canción de Nick Cave… Ustedes dirán: bueno, pará, es suficiente. Y sí. A veces esa data empalaga y uno quisiera tomarse el buque y dejarla a Annie sola en la cunita de oro de los críticos complacientes. Y que todos sean felices y se aplaudan entre ellos. A veces aflora ese sentimiento.
Pero resulta que Annie Clark es real. Muy real. Nació en Tulsa, Oklahoma, en 1982, y ya lleva editados cinco discos. Su cuarto álbum, St. Vincent, fue nombrado disco del año por The Guardian y la NME, entre otros medios, y eso, entre un montón de aplausos, la terminó de consagrar.
¿Qué tiene Clark? Lo que tienen (o quieren) casi todos los de su especie pero mejor: bases electrónicas -industrial y ambient-, guitarras rockeras, teclados ondulantes, melodías puras, melodías deformes y giros rítmicos extraños.
La primera vez que la escuché (creo que fue su tercer disco, Strange Mercy) me pareció fría y distante. Sonidos originales pero limpios. Letras irónicas. Una jugada demasiado calculada. Muy “rock de revistas”, como decía un amigo. La segunda vez fue distinto. Ya desde el primer tema, su último disco, Masseduction (2017), sonaba profundo y abrasador. “Hang on me, hang on me / ‘Cause you and me/ We’re not meant for this world” (Agarrate de mí, agarrate de mí, porque vos y yo no estamos hechos para este mundo”). Así arranca Masseduction, y es difícil desengancharse.
Ella misma lo describió como un disco sobre “sexo, drogas y tristeza”. Es bastante apropiado. “Masseduction”es menos barroco y más cercano al cuerpo. Más pop, más bailable y oscuro también. “Pills” habla de la adicción a los ansiolíticos de una manera cuasi liviana y divertida, hasta que cae por una pendiente suicida y melancólica. En “Young Lover” se siente la desesperación por un/a amante que aparece desmayado/a en la bañera de un hotel. En “New York” es palpable la soledad cuando canta, delicadamente: “Sos el único hijo de puta en la ciudad que puede aguantarme”. Y en “Fear The Future” no hace falta leer la letra para entender el mensaje (las guitarras del final son la catarsis ensoñada que uno necesita).
No voy a describir tema por tema porque es un plomo. Sólo diré que Masseduction está concebido como un álbum de la vieja escuela, con un concepto, una historia, y eso también lo hace poderoso. Al final esa intención queda muy clara con el mantra de “Smoking Section”, como corolario de una educación sentimental en la decepción y el volver a empezar. Dios sabe que las voces femeninas no son precisamente “my cup of tea”. Y menos si la referencia es Kate Bush. Y que este es un mundo cruel donde hasta los más elogiados por ahí desaparecen sin dejar rastro. Sin embargo este disco de St. Vincent me reconcilió con la esquiva idea de un presente disfrutable, más sustancioso que efímero y más excitante que histérico. Ojalá que haya muchos más que puedan disfrutarlo.
Publicado en la ed. impresa #01