Beatriz Vignoli es una poeta indomable que sigue su propio pálpito. Hace veinte años fue criticada por el uso de la “obscena primera persona”. El tiempo le dio la razón. Y hoy dice que la voz propia es sagrada. “Sin voz no hay poesía”, sentencia. Periodista, novelista y ganadora del mayor reconocimiento nacional como crítica de arte, cree en la confrontación como método para resolver conflictos.
Y no es una mera teoría. Una vez terminó detenida por pelearse a los gritos con un tipo. “Lo estaba puteando y en la siguiente escena me encuentro en una celda oscura”, recuerda en un tono de voz que varía entre la risa y la indignación. No pierde el sentido del humor, tampoco el de pertenencia. Sabe que es parte de una generación de mujeres que pagó un precio alto cada vez que decidió alzar la voz. Y ella decidió. Contra todo oleaje.
Tengo que recordar esto cuando haya muerto:
entre la otra orilla
y aquella otra orilla
se tiende un puente en llamas.
(…)
Que la diferencia entre la partida y el arribo
sea un incendio. (El suelo en llamas, del libro Expreso).
Beatriz Vignoli tiene 57 años. Nació, creció y vive en Rosario. Y es considerada por la crítica especializada la poeta argentina más importante de este tiempo.
-¿Cómo vivís ese reconocimiento?
-No le doy mucha bola a esas cosas. Bah, sí. Las uso cuando tengo que pelear con un vecino (se ríe).
-¿Por qué?
-Porque temo que me paralice la producción. Cuando tu producción siempre partió desde luchar te pasa eso. En mi casa mi viejo me decía: “Callate loca”. Entonces, cuando tu voz tiene que imponerse con ese viento en contra, cuando para poderte expresar necesitás una resistencia del otro, te acostumbrás a que todo sea difícil. Tenés que gritar o buscar la manera de que te escuchen por caminos alternativos. Siempre hay un obstáculo. Si yo tomo conciencia de que eso ya no es más así, de que ahora quieren saber qué pienso, enmudezco. Me pasa lo mismo con la plástica. Los pasteles al óleo son una herramienta hermosa porque cuesta mucho trazar una línea. El material se te resiste. No fluye. Y a mí me parece que la línea es más expresiva cuando de por medio hay resistencia. Tiene que ver con mi historia.
Beatriz es feminista y milita ese pensamiento. Escribió explícitamente sobre el goce sexual femenino mucho antes de que se convirtiera en un fenómeno de masas (Es imposible pero podría mentirte, 2012). Su último libro de poesía se llama Expreso y fue editado por Editorial Biblioteca. El título tiene múltiples acepciones. Expreso de expresar, ex preso como las presas políticas que nombra, expreso como el tren nocturno de los sueños que la obsesionan y a los que huye para situarse en otra dimensión, infinitamente más amable que este mundo desigual.
Su obra es parte de la colección Poetas Argentinos que interrumpió con botas y fuego la última dictadura militar. Los genocidas ordenaron quemar cientos de libros pertenecientes a la Biblioteca Constancio C. Vigil y desaparecieron la editorial. Como respuesta a ese genocidio cultural, cuarenta años después a Francisco Urondo, Francisco Madariaga, Hugo Gola y Rodolfo Alonso le sigue el nombre de una mujer: Beatriz Vignoli.
-La colección vuelve con voz de mujer, un signo de los tiempos…
-Vuelve con una voz de mujer porque ya no podés pensar un proyecto revolucionario sin que el feminismo tome el mando, sin la participación activa y líder del feminismo. Y cuando digo feminismo digo transfeminismo, porque después de mí tendría que venir Fernando Noy y después de Noy tendría que venir Susy Shock en la colección. Tiene que estar la voz marica, hermafrodita.
-¿A esos colectivos hoy no se les da un espacio real?
-Es que nadie da nada. Son espacios que se toman.
-¿Y vos cómo tomaste el espacio?
-Rompiendo mucho las pelotas.
-Pero existen un montón de críticas halagadoras sobre tu trabajo…
-Ahora sí, ahora me quieren.
-¿Te sentís parte de una generación de mujeres que por fin pueden elegir?
-A ustedes les permiten elegir. Nosotras elegimos contra viento y marea. Muchas no han sobrevivido. Yo le tuve que decir a mi madre que si no me dejaban escribir me iba a suicidar.
-¿Por qué no te dejaban escribir?
-Porque no era un trabajo. Porque yo tenía que trabajar ocho horas en una fotocopiadora, ¿cómo iba a hacer otra cosa? Nosotras, las mujeres de mi generación, luchamos a muerte por nuestro deseo. Algunas murieron y otras conseguimos lo que queríamos. Si luchás a muerte por tu deseo solamente te caben dos posibilidades: o morís peleando o terminás consiguiendo lo que querés. Las dos son tremendamente dignas. Y en ninguna hay cobardía. Conozco mujeres que han vivido miserias espantosas.
“Algunas chicas en mi barrio
en los años cincuenta, sesenta
quedaban embarazadas y se suicidaban”,
susurra ella en el centro del estallido inmóvil.
(…)
Su mano sanadora extiende todos los dedos
para abarcar la inmensidad de la vergüenza
de las que se atrevían a maternar en soledad.
“¿Y ninguna abortaba?”.
“Eso todavía no existía”.
(Fragmento de Las Ofelias y las Noras)
El poema nace de un encuentro muy profundo con Mabel Temporelli, ex presa política y artista plástica. Autora de una obra muy potente que trabaja con el fuego, quemando tramas textiles con hierro. Cuando Mabel estuvo detenida desaparecida se enteró de que su mejor amiga había sido asesinada por la patota de Feced y el cuerpo tenía huellas de violencia. “En el poema intento transmitir la serenidad con la que ella contaba ese horror”, dice Beatriz. Y las palabras, parcas, caen como cuchillos afilados.
-El texto habla de su historia pero es representativa de otras.
–De prisión en prisión se iba la vida, y la rebeldía terminaba arrojada / a los arrabales de la muerte … Mabel me cuenta que en su adolescencia también era una presidiaria porque la tenían toda la tarde del domingo planchando las camisas del padre obrero. Fue una generación de mujeres muy oprimidas porque fueron las que empezaron a ver la posibilidad de la libertad. Empezó a materializarse la emancipación como algo posible. Mabel en sus obras quema los vestidos de novia, que simbolizan el mandato de casarse virgen
Ambas se conocieron durante una exposición en el Museo de la Memoria en 2016. Beatriz, a instancias del curador Hernán Camoletto, eligió once de los sueños nocturnos que escribe a diario. Los resumió en pequeños textos. En uno aparece un grupo de chicas en una pensión donde las paredes estaban pintadas de azul claro, plomizo. Mujeres muy jóvenes y a la vez muy maduras.
Durante la exposición, Mabel se acercó asombrada y le dijo: “Las paredes en Devoto eran azules”. La cárcel de Devoto, uno de los chupaderos genocidas. “Sentí que el sueño fue premonitorio de ese encuentro”, cuenta Vignoli, hondamente convencida.
Los sueños
Sobrevolamos las casas donde se duerme.
Maniquíes iluminados como fantasmas.
(…)
No somos nada sin el ferrocarril nocturno del sueño (Expreso)
Beatriz dirige el taller multicultural de escritura de sueño. Lleva un diario en el que anota lo que recuerda al despertar. Se dispone a dormir como quien se prepara para un viaje único. ¿Porque la vida puede volverse insoportable? ¿Porque hay un mundo desconocido que ella ha conquistado? Su respuesta es simple y honda. Como para todo, Beatriz tiene palabras precisas.
“El sueño es la fuga de esta dimensión a otra dimensión. Lo importante no es de qué me escapo sino adónde me escapo. Porque si solamente pensás de dónde te estás yendo no llegás a ningún lado. Morís en el intento”, dispara.
-¿Y el plano de los sueños qué significa para vos?
–Una experiencia. Encuentros. Un espacio. Eso no se puede plantear dogmáticamente. Hay que experimentarlo. No es un planteo religioso. Por eso hay talleres. En el trabajo con eso que soñé aparece lo que tenga que aparecer.
Los sueños signaron la vida de Vignoli. El 23 de enero de 1976 falleció su abuelo materno, el escultor Erminio Blotta. Aunque sus obras ya formaban parte de los paseos más importantes de Rosario, Blotta murió en el olvido. Y a Beatriz le llega esa amargura como propia.
Esa misma noche sueña que su abuelo está muerto sobre una reposera en el patio de la casa donde lo velaron y cada cierta cantidad de horas ella debe darle una pastilla a pedido de la familia, para que no despierte y descanse en paz.
“A la hora de elegir una carrera yo elijo Bellas Artes, no porque tuviera un especial talento, sino por el mandato ancestral de ese abuelo que muere injustamente poco reconocido. A una edad muy temprana tomo la decisión de intervenir para hacerle justicia al ancestro, para aplacarlo”, admite.
Cada 23 de enero Vignoli publicará en uno o varios diarios una reseña recordando la obra de Blotta: cada escultura, cada piedra moldeada minuciosamente por él. Construirá con palabras una huella que birle el olvido.
La rebeldía
Vignoli dice que todo lo que hizo en su vida fue visceral. Todo lo que hizo en la poesía, en cambio, fue premeditado. Y así, con poco más de treinta años se transformó en una rupturista que usaba “la obscena primera persona” con desparpajo, con lirismo. Sabiendo que sería criticada por el movimiento objetivista que mantenía los sentimientos a raya y despreciaba la singularidad de una voz propia.
–La voz es el alma vibrando y haciendo vibrar. Sin voz no hay poesía. Y la voz no puede sino ser individual. Todo lo demás puede ser colectivo. Pero la voz es esa esquirla de la totalidad que se expresa singularmente como alma individual. Y eso es sagrado. De eso no hay modo de que la poesía logre prescindir y yo no quiero que la poesía prescinda de eso. Es lo vital, es la fibra viva. Es lo que la diferencia de todos los otros géneros literarios. La voz poética es inmediata al alma y al cuerpo. Es tu ser, tu existir expandiendo su extensión. Pero para los objetivistas más duros yo quedo como una burguesa.
-Confunden voz propia con individualismo.
-Yo planteo el individualismo, pero no el burgués. Es para revisar la ecuación individualismo burgués. Se puede denunciar la explotación desde una voz singular. La voz poética tiene que acompañar los movimientos colectivos, los cuerpos y las cuerpas en el espacio público.
-En uno de los poemas de Expreso usás la palabra cuerpa.
–En ese poema estaba describiendo a una bailarina transexual. Surge de una experiencia en una performance en la galería Desmayo donde el artista pinta con el cuerpo mientras baila con una chica llamada Beige, que es tan femenina y a la vez tiene una energía andrógina, hermafrodita. Es un cuerpo que había elegido feminizarse. Que hizo el trabajo de volverse mujer. Entonces sentí que me quedaba corta si decía cuerpo. Ahí hay una cuerpa.
La rubia es un sol verde, rosado y blanco ahora.
Su cuerpa de pie parece una frase
describiendo el cielo del alba.
Beatriz dice cuerpa sin pedir permiso. Como a principios del siglo XXI se convertía en una terrorista de las formas aceptadas. Los detalles de aquella planificación son claros. En 1986 publicó Almagro, un libro “obedientemente objetivista” que dejaba a un lado el punk y el rock de su primera poesía.
“La idea era escribir un libro que fuese aceptado por la crítica, para después poder romper en el segundo. A Almagro le va muy bien. Luego rompo con Soliloquios, cuyos poemas habían empezado a salir en revistas desde 1999”, cuenta.
Cada texto de esa obra consiste en darle voz a un personaje que en su contexto original no la tuvo. Sea literario, cinematográfico o histórico. Una voz lírica enmascarada bajo la erudición de un mapa de lecturas, un sistema cultural de referencias.
El otro libro rupturista es Viernes, publicado en octubre de 2001. Allí aparece el poema La caída. Causalmente el gobierno de Fernando de la Rúa finaliza abruptamente en diciembre de ese año en medio de una catástrofe económica y social. Y la gente empieza a sentir ese texto como propio. “Fue el momento preciso. Eso sí fue una sincronicidad, una consecuencia significativa no causal. Llega con una voz muy fuerte, honesta. Y es muy en primera persona”, detalla la autora.
Si te dicen que caí
es que caí.
Verticalmente.
Y con horizontales resultados.
Soy, del ángulo recto
solamente los lados.
Ignoro el arte ornamental del héroe
que hace que su caer se luzca como un salto.
Vignoli recuerda que para saltar de un barco hay que hacerlo en el momento justo. Si es muy temprano, se considera deslealtad y al que huye le disparan. Si es demasiado tarde, solo es posible hundirse. Su arrojo poético coincidió con Derrumbe de Daniel Guebel y El giro autobiográfico, de Alberto Giordano. El talento, la corazonada y el contexto histórico se conjugaron a su favor.
“La aceptación de una voz femenina en la poesía es reciente”, señala. Pero lejos de detenerse en el reconocimiento y la consagración, la escritora avanza. Proyecta. Permanece en una búsqueda constante que la mantiene vigente. Viva.
-Estudiaste Bellas Artes por un mandato familiar. ¿Te arrepentís de no haber seguido otra carrera?
–No, porque estoy a tiempo. Lo puedo hacer. No veo la hora de jubilarme para estudiar una segunda carrera.
Vignoli compone, pinta, baila, escribe, brilla, encandila, vuelve a escribir. Sueña despierta y aguarda la noche como una pasajera en trance. Durante los días de plomo se transformó en un ser indescifrable, como hicieron sus amigues, que también hacían, cantaban o bailaban rock. “Generar en el dictador una vacilación nos permitió sobrevivir”, afirma. No ser encasillados, no dar pistas. Cuarenta años después, ella lo sigue siendo. Un ser indescifrable.
Publicado en la ed. impresa 21