El gesto es inmediato: Reynaldo Sietecase se acomoda frente al grabador y, sobre una de las mesas de la coqueta disquería Paraphernalia coloca tres libros que condensan buena parte de su universo. De entre su ya amplia producción literaria, la selección que ofrenda es precisa: No pidas nada, novela publicada en 2017 por Alfaguara; Lengua sucia, antología poética editada 2020 por Lumen, y Periodismo. Instrucciones de uso, libro de ensayos que lo tuvo como responsable de selección (y autor), lanzado el año pasado por Prometeo. Narrativa, poesía, crítica, periodismo. La escritura como motor y guía. Porque aunque la radio nunca dejó de estar allí (y también, las lecturas), y si bien la televisión volvió a aparecer en su vida en 2021 con el ambicioso ciclo Siglo XXI ATR que encabezó para Telefé, Sietecase es y busca ser cada vez más un hombre de letras.
Fue en Rosario donde se dio el primer alumbramiento poético. Años más tarde, en medio de la hostilidad porteña, ocurriría un segundo nacimiento bajo la luz del periodismo. Por estos días, el gran objetivo de Sietecase es lograr que la literatura se equilibre con la profesión que le dio fama, la que moldeó un modo de analizar al mundo. Esa mirada que todo lo atraviesa y que, con naturalidad, lo lleva a sugerir propuestas para las fotografías que acompañan esta entrevista. “Es que me sale el editor”, aclara.
–¿Esa cabeza aplica también a la cotidianidad?
–No sé si aplica a todo, pero después de tantos años de periodismo tenés una formación profesional y es difícil mirar algo sin esa cabeza. Con la literatura me es más fácil relajarme. Para mí la literatura está más relacionada al placer, tanto como escritor como consumidor de arte. Soy un intenso consumidor de arte, en Buenos Aires voy a museos, a muestras, voy al teatro todas las semanas. Desde que estoy en Buenos Aires, hace veintidós años, siempre digo que es una ciudad muy hostil, muy complicada, pero que siempre me compensó con lo otro.
–¿Buenos Aires te sigue resultando hostil? Después de haber logrado un lugar de reconocimiento, es posible pensar que ciertas hostilidades quedaron de lado.
–Sí, ni hablar. No es lo mismo cuando llegué en 1998 que ahora. Porque hice una vida, porque la fui haciendo mi ciudad. Más allá de que mi relación con Rosario es muy intensa: uno de mis hijos vive acá en Rosario (y ahora el otro se fue a vivir afuera), tengo a mis amigos. Hasta antes de la pandemia venía a jugar al fútbol, tengo una relación muy fuerte con Rosario. Pero lentamente Buenos Aires se convirtió en mi ciudad, me la apropié. Entonces la intensidad bajó también, pero sigue siendo intensa la locura en la que se vive, porque hay mucha gente. Después creo que mi desarrollo como escritor de narrativa está relacionado con Buenos Aires: mi primera novela es de 2001 y está publicada allá. A partir de ahí, la relación con los editores, con otros escritores, me fue consolidando en algo que me gusta mucho que es escribir narrativa de ficción. Eso lo asocio mucho a Buenos Aires. También es un poco lógico, porque casi todas las grandes editoriales están allá. Rosario tiene una producción creativa para mí impresionante, que ponderan casi todos los que saben. Esta ciudad me parece maravillosa. Lo decimos con Gerardo Rozin, con quien nos vemos mucho: es difícil encontrar una ciudad como Rosario al lado de un río como el Paraná. Y tiene un tamaño humano, como decía Fontanarrosa. Las ciudades de un millón de habitantes tienen un tamaño humano, podés ir a un bar y encontrarte con amigos aunque no lo pautes, la cruzás en veinte o treinta minutos, tiene cosas que la hacen una ciudad grande pero a la vez con un tamaño vivible. No es poco, es un valor. Además es una ciudad con identidad, no sé si hay otras ciudades argentinas con una identidad tan potente como la de Rosario.
Rosario tiene una producción creativa para mí impresionante, que ponderan casi todos los que saben. Esta ciudad me parece maravillosa. Tiene un tamaño humano, como decía Fontanarrosa
–¿Cómo describirías esa identidad? Si uno lo piensa desde la música no resulta fácilmente descriptible, aun cuando mucha gente habla de “un sonido rosarino”.
–No sé si hay una música que suena como Rosario. Creo que hay manifestaciones que tienen una poética, más que todo vinculada a la mezcla de lo urbano con el río, que es una rareza: es una gran ciudad sobre un gran río. Puede haber un vértice que se cruza y que puede ser detectable en La Trova, en algunos músicos, pero es una poética. Sí tiene, Rosario, una identidad muy singular: hay como una especie de construcción permanente de mitologías. Me parece que es una especie de complicidad entre los rosarinos, que decimos que el mejor fútbol del país se juega en Rosario, que las mujeres más lindas son las rosarinas, que acá se creó el rock, también la bandera, acá nació el Che Guevara… Hay una idea de construcción de que este es un gran lugar. Que creo es algo que también tiene el argentino hacia afuera. Puede ser un dejo de soberbia, parecer una actitud fea, pero hasta cierto punto: porque es una identidad que se construye. En algún punto molesta, pero qué fantástico que una sociedad pequeña, subdesarrollada, con un montón de problemas, a su vez diga “ojo que nosotros sabemos, podemos, queremos”. Eso pasa en Rosario y pasa a nivel país.
–Lo peculiar es que esa reivindicación del ser argentino, del ser rosarino, se da afuera, pero cuando vuelven al lugar de origen, suelen renegar de todo eso…
–Claro, pero afuera lo defendés. Creo que si uno lo pudiera canalizar bien, es positivo. Sobre todo si uno lo corre de lo futbolero: acá lo que tendrías que reivindicar es si tenés más hospitales y mejor salud pública que en el resto del país. En Buenos Aires, que la salud está peor que acá, yo decía: “Chicos, si a mí me pasa algo en Rosario, prefiero que me lleven a un hospital público”. En Buenos Aires, no.
–¿Te nace esa defensa de la ciudad? Porque está aquello que se vende, o cuando la realidad se impone (las balas, las muertes), que marcan la mirada desde afuera. Sin soslayar lo que sucede: ¿buscás dar una mirada que pueda equilibrar?
–Tiene que ver con una imparcialidad. Y no digo objetividad, que no existe. En los ocho especiales de Siglo XXI ATR que hicimos para Telefé, uno de los carriles era el conurbano bonaerense. Ahí la situación con el narcotráfico es como la de acá, no es un fenómeno solo de Rosario, que sí tiene características particulares por varios factores. Pero no es que Laferrere o Fuerte Apache son distintos. Lo que trato es de equilibrar: el problema no es de Rosario sino de Argentina. La narcocriminalidad va en aumento porque tiene recursos infinitos y porque algunos Estados no se lo están tomando con el nivel de gravedad que tiene. Para mí el principal desafío para la democracia, en los próximos diez años, va a ser el narcotráfico, pero no hay respuestas concretas.
–Coincido en lo que planteás respecto a que la objetividad no existe, y es sano que sea un concepto que se viene erradicando al momento de pensar el ejercicio periodístico.
–Es que uno es subjetivo, siempre. No se trata de objetividad, sino de cómo tu subjetividad no está afectada por intereses económicos y políticos. Creo que es el esfuerzo que tenemos que hacer, porque siempre miramos desde algún lugar, por tu propia ideología por lo pronto. Después, por la ideología o los intereses del medio para el que trabajás. Ahora, lo que uno tiene que tener es independencia del poder político e imparcialidad a la hora de mirar. Si un funcionario del partido que a vos te gusta es corrupto y que vos no lo digas, o que no lo admitas porque los intereses del medio para el que trabajás coinciden con ese personaje. Creo que es la discusión profunda que hay que dar.
–Eso es algo que se construye con un trabajo coherente, con lograr credibilidad. Lo cierto es que el público alcanzó un nivel de segmentación que genera encasillamientos, lo que dificulta que el periodista pueda también ser explícito con sus posicionamientos ideológicos. En el último tiempo eso cambió un poco en el periodismo deportivo, vinculado al fútbol fundamentalmente, donde algunas personas pueden reconocer su afinidad por un equipo u otro. Esto es más difícil que ocurra en el periodismo político.
–Sí, creo que se dan múltiples factores. Hay un periodismo para la hinchada. En Periodismo. Instrucciones de uso hay diez ensayos de periodistas que se salen de la lógica de la grieta. Son periodistas con su ideología pero que tienen su independencia, que es algo que buscaba cuando hice la antología. En mi ensayo hablo de ese periodismo para la hinchada, que creo tiene que ver con el uso de las redes sociales, de la fragmentación. Antes todos los medios, y es algo que explica Fontevecchia, buscaban la mayor cantidad de audiencia posible, entonces era un mensaje abierto, no segmentado. Antes había cuatro canales, diez radios importantes, no mucho más; ahora hay trescientos canales y radios, no buscan el treinta por ciento de la audiencia, sino el tres o cuatro por ciento, entonces en la búsqueda del nicho los discursos son cada vez más parciales, más segmentados. En definitiva, nadie contradice los prejuicios del público. Lo único que hacen es contentar a un público cautivo, que es un público chico. Creo que hay un factor de la tecnología que produce esa segmentación. Y hay algo de comodidad: es más cómodo ubicarse en ese lugar que en otro.
–Claro, pero se anula la discusión. Y achata el nivel intelectual, político.
–Totalmente. Y el periodístico. No hay posibilidad de debatir nada. Creo que estamos haciendo un periodismo horrible. El concepto de periodismo de guerra, si hacés la analogía, tiene que ver con algo que decían los corresponsales de guerra: la primera víctima es la verdad. No importa lo que decís, sino que lo que informás afecte al otro. Es loco que nosotros, que laburamos con “la verdad de los hechos”, dejemos de lado lo importante: un vaso es un vaso, después según tu mirada, tu posicionamiento, lo verás más sucio o más limpio. Antes una movilización de doscientas mil personas en Plaza de Mayo era tapa. Ahora depende de qué pidan esas personas. De pronto los medios participan tan activa y desembozadamente en la pelea política que pasa eso. Sucede desde la década del cincuenta, cuando el periodismo pasa a ser una mercancía, pero nunca de manera tan desembozada como ahora. Eso hizo que en los últimos diez años los productos periodísticos en Argentina se degradaran fuertemente.
Estamos haciendo un periodismo horrible. El concepto de periodismo de guerra, si hacés la analogía, tiene que ver con algo que decían los corresponsales de guerra: la primera víctima es la verdad
–¿Todo esto que contás es un poco lo que te cansa del periodismo? Incluso cuando vos estás visto de otro modo, porque podés sostener un tipo de periodismo más imparcial que logra ser reconocido (pese a que desde los distintos extremos puedan apuntarte, desconociendo que es complejo sostenerse en un lugar de crítica).
–Sí, claro, pueden decir que sos frío, que no te jugás, pero es más difícil. Yo lo hago con total convicción, entonces no me hace ruido. Le debo eso a Rozin: hace unos diez o doce años me crucé públicamente con Jorge Lanata en los Martín Fierro, en mi primer Martín Fierro. Él había dicho una cosa y ese día, que ganamos los dos, le contesté. Al otro día en la radio me mató. Era la primera vez que me criticaba públicamente. Me lo encontré a Rozin y le conté que estaba mal por lo que había dicho Lanata, pero Gerardo me dijo algo que me ayudó mucho: “Es lo mejor que te pasó desde que estás en Buenos Aires. Está 6, 7, 8, y Lanata es 9, 10, 11. Vos sos 830”. Yo en ese momento seguía en LT8 (AM 830), él jugó con eso y me dijo: “Si estás convencido de que ese es tu lugar, quedate ahí, porque no hay nadie ahí”. Y es verdad que en ese momento no había nadie, y que estaba convencido de eso. Entonces traté de mantenerme en ese lugar. A veces me piden que haga análisis de trazo grueso y me opongo, en el pedacito de dos o tres minutos que me toca quiero que me dejen hacer trazo fino, porque no creo en la lógica de buenos y malos. La política es muy compleja de analizar, ¿que me digan que analice en esos términos? Hay una cosa muy loca en el periodismo: en los programas ponen micrófonos de decorado, hay como un stand up, de la actuación, que están midiendo y pidiéndoles que les den más por medio punto de rating.
Hace unos diez años me crucé públicamente con Jorge Lanata en los Martín Fierro. Me lo encontré a Rozin y le conté que estaba mal por lo que había dicho Lanata, pero Gerardo me dijo algo que me ayudó mucho: “Es lo mejor que te pasó desde que estás en Buenos Aires. Está 6, 7, 8, y Lanata es 9, 10, 11. Vos sos 830
–¿En qué termina eso?
–No tengo idea. Creo que se puede hacer otro tipo de productos. La tele, como el periodismo, está en crisis. El libro que hicimos tiene como bajada “Ensayos sobre una profesión en crisis”. El periodismo siempre estuvo en crisis, pero ahora hay una multiplicidad, una abundancia tecnológica, hay crisis a nivel laboral. Cada vez se trabaja peor, peor pago, los medios digitales laburan cada vez menos en la calle, no hacen entrevistas, están viendo qué publica el otro y sacan todos lo mismo. Un portal publica una barbaridad, que a lo mejor es falsa, empieza a sumar clicks y el de al lado hace lo mismo, pero a nadie se le ocurrió chequear. El editor empieza a ser el algoritmo, el impacto y no la calidad.
–Habría que ver qué cabida empieza a tener otro periodismo. Estar en el lugar del “830” pasa a ser un periodismo de resistencia.
–Sí, en cierto punto sí. Pero creo que cada vez hay más gente en ese lugar.
–¿A quiénes reconocés allí?
–No sé, María O’Donnell, Ernesto Tenenbaum… hay varios que empiezan a entender esta lógica. Incluso con posicionamientos más duros. Pero vos podés tener tu ideología, yo la tengo, soy una persona de izquierda y lo digo abiertamente, pero eso no me impide decir que el proceso de urbanización de villas de Larreta es muy bueno. Es bueno, qué querés que haga… De pronto si hay alguien más cercano a mí que es corrupto, lo digo. ¿Qué culpa tengo si es corrupto? No puedo omitirlo. Después mi ideología hará que vea bien algo que otro ve mal. La crisis del periodismo también es desafiante porque te hace repensar desde dónde comunicar.
Oficio de poeta
“Desde que repartía mis poemas por las mesas de los bares de Rosario a comienzos de los años ochenta. Desde que pintaba versos de escritores desaparecidos y exiliados en las paredes de mi ciudad natal, desafiando a las autoridades militares con mis compañeros de El Poeta Manco, pasaron treinta y cinco años y una docena de libros. Por entonces no soñaba con dedicarme al periodismo. Tampoco había escrito ninguna novela. Estudiaba y trabajaba de lo que podía. Me alcanzaba con saber que era poeta. Como Caín, perdido y desorientado, tenía la marca en la frente y me sentía invencible en mi debilidad. Sigo exhibiendo esa señal con inexplicable orgullo”.
Bajo el título Una botella al mar, el prólogo de Lengua sucia abre con un primer párrafo autobiográfico donde Sietecase vuelve a trazar sus primeros pasos. Fue en Rosario donde, acompañando a su padre a encuentros folklóricos, descubrió la poesía en las voces de Armando Tejada Gómez, Hamlet Lima Quintana, Jaime Dávalos. Ya como estudiante del colegio La Salle, su afinidad por las letras aplicaba a la redacción de discursos y manifiestos. Pronto llegarían las revistas literarias, la creación del citado grupo El Poeta Manco, la publicación de su primer libro de poemas en 1984. Y también la radio, en Nacional Rosario. Hasta que un aviso abrió un nuevo rumbo: “En 1989 vi el anuncio en el diario de las becas de Clarín. Gané y me fui seis meses a Buenos Aires. Estar en la redacción de Clarín significó un click. Lo que fue revelador fue que me di cuenta de que se podía vivir de eso, que podía vivir escribiendo. En aquel momento a mí me sirvió para nacer periodista. Que es algo que usé en mi novela A cuántos hay que matar (Alfaguara, 2010), donde en un momento un periodista dice que todos nacemos dos veces, un nacimiento es el natural y el otro cuando nacés por el deseo de hacer algo. Un músico puede decidir romper todo y hacerse músico, quizás con dolor, porque puede salir bien o mal. Después podés tener dos muertes: la natural y la muerte del deseo. Lo ideal es que las dos ocurran el mismo día, porque si se muere el deseo antes de la natural podés ser muy infeliz. Por suerte, más allá de la tenacidad, de esos meses durísimos en Buenos Aires, de haber pasado hambre, cuando volví a Rosario empecé a tratar de vivir de eso, que era mucho mejor que estar en una oficina. Así empecé a batallar, y tuve bastante suerte (que es un elemento), porque entré en LT8, después vino Rosario/12 y Página/12 y, diez años después, volví a Buenos Aires”.
–Esa migración a Buenos Aires fue en cierta forma una validación del renacimiento. ¿Viajaste con seguridad, o fue más bien una apuesta?
–Fue una gran apuesta, una decisión de vida muy fuerte, fue dejar la ciudad, mi familia. Dejar la comodidad: yo trabajaba en Página, estaba en LT8 y hacía una columna en Canal 5. Era dejar todo para ir a la revista Veintiuno. Pero los periodistas de mi generación teníamos muy mitificado a Página/12 y esto se trataba de Lanata armando una revista. Ahí me di cuenta de que lo más lindo que tiene el periodismo es arrancar proyectos, aunque después salgan mal. El comienzo de un proyecto es espectacular. Ahí tomé la decisión de irme. Fue como ir a jugar a otra liga, era ir a editar a Martín Caparrós, a Zloto (Marcelo Zlotogwiazda), no era una pavada. Fue una experiencia que reivindico mucho. En el periodismo podés estudiar pero es la praxis la que te termina de formar. Además con esta maravilla que tiene el periodismo, que hace que aprendas mientras escuchás, mientras entrevistás: estás haciendo tu laburo, te pagan y encima estás aprendiendo. Eso fue definitivo, porque después empecé a laburar en radio, en tele. Es difícil estar lejos de tus seres queridos, sobre todo al principio, pero también al no estar con la dinámica familiar también empecé a tener más tiempo para escribir, empecé a estar en contacto con escritores. Tomás Eloy Martínez, por ejemplo, me ayudó mucho con mi primera novela, Un crimen argentino (Alfaguara, 2002). Y te voy a dar una primicia: en enero se empieza a filmar acá en Rosario. La va a hacer Pampa Films con una empresa norteamericana. Lo más lindo es que se va a hacer en Rosario porque quieren que sea en los escenarios naturales donde sucedió todo. Y también pesó la elección porque es uno de los pocos lugares de Argentina donde podés traer a la cabeza del equipo y acá tenés a todos los técnicos con muy buen nivel.
–Si te proyectás de acá a un tiempo, ¿qué te gustaría poner como profesión en la ficha de Migraciones?
–Escritor, sin dudarlo. Lo que pasa es que uno siempre es periodista, hay una cosa que tiene ya como condición. Pero sí me gustaría tener más tiempo. Estuve dándole un setenta por ciento al periodismo y el treinta a la literatura. Y creo que ese 70-30 fue el que me permitió no hacer cagadas, creo que la literatura me protegió, porque la pulsión a darme tiempo para escribir me llevó a no tomar laburo de más. Mi gran objetivo, mi gran apuesta, es poder lograr un 50-50 entre periodismo y literatura.
–¿Te ponés plazos para eso?
–Creo que el año que viene podría ser, estoy hablando de eso en todos mis lugares. Quiero tener un día en el que pueda sistematizar y escribir doce horas por día, esa es mi fantasía. Es más, creo que es la manera de poder producir. Porque cuando corto durante mucho tiempo después tengo que releer todo, y me da una fiaca terrible. Mi gran salto de calidad personal sería ese: poder decir que de tal hora a tal hora me puedo sentar a escribir, o a intentar escribir, porque no siempre se puede. Ahora estoy con una novela que me tiene muy entusiasmado. Y tengo una idea de libro que es más personal, a pesar de que siempre voy a tener una pata en la ficción, que es lo que más me divierte. Tengo un proyecto de hacer algo con la poesía desde el río Paraná. Y también el proyecto con Sandra Corizzo para hacer una segunda parte de El amor muerde. Ahora queremos hacer la contracara: rupturas, catástrofes. Por ahora tiene como nombre Te amaré, nunca más.
–Mencionabas la relectura. ¿Sos crítico con tu obra?
–Creo que nunca lo suficiente. Con la novela trabajo mucho con los editores. Como soy también editor, sé que el editor te ayuda. En el periodismo, salvo que sea un estúpido, o un tipo o una mina con problemas, el editor te salva. Te dicen: “¿Por qué no lo pensás mejor? ¿Por qué no ponés este párrafo de cabeza?”. ¡Ojalá uno tuviese un editor en la vida! Y los de la literatura también, te devuelven, te marcan cosas. El editor te ayuda y después, con el resultado, el que se sube al atrio a darle el beso a la novia sos vos. Creo que no soy tan crítico como debería, pero soy muy receptivo a la mirada del editor, o a la de algún amigo que lea muy bien.
–¿Y con la crítica periodística?
–La tomo con pinzas. Lo que me pasa es que, en general, como tengo mucha más visibilidad como periodista, recibo una mirada bastante prejuiciosa del medio. Escribo poesía desde los diecisiete años, pero hay gente que no lo sabe. Después te puede gustar o no, eso es obvio. Cuando salió mi antología en Lumen alguien se preguntaba cómo podía ser que yo publicara en Lumen. Creo que hay un prejuicio. Recién fui invitado a una feria internacional hace dos años, a nadie se le había ocurrido invitarme. No es queja, porque debe haber diez mil grandes escritores en Argentina a los que no se les da el lugar que corresponde. Mi maestro fue Mario Trejo, un poeta soslayado, y es de los cuatro o cinco mejores poetas de la Argentina. Entonces no me quejo, son cosas que pasan. Bastantes posibilidades tengo de publicar cuando hay un montón de tipos talentosos que no publican.
Yo soy poeta, después hablo de política, qué se va a hacer… Es lo que hay. Pero no es algo que hago de manera forzada
–¿Que empieces a equilibrar tus tiempos entre periodismo y literatura ayudaría a eliminar esos prejuicios?–Es posible. Igualmente creo que hace unos diez años hice un click: yo soy esto. El hecho de hacer cosas con Sandra me volvió a reposicionar con la poesía. Yo soy poeta, después hablo de política, qué se va a hacer… Es lo que hay. Pero no es algo que hago de manera forzada. Podría haber hecho periodismo cultural, pero salió para el lado de la política. Y si hubiera salido para el lado del deporte, estaría haciendo periodismo deportivo. Lo que quería era escribir, no me importaba de qué, quería escribir y laburar de periodista. Pero lo asocié a que, sea como sea, no deja de tratarse de contar. Cuando hago ficción, cuento en términos de ficción, inventando, creando personajes. Cuando cuento un hecho real lo hago de la misma manera, nada más que apretado por la realidad, ahí no inventás. No soy distinto cuando escribo una nota o cuando escribo un cuento. El compromiso es el mismo.
Publicado en la ed. impresa #18
