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Barullo en papel Cultura

Posteos perdidos

Fragmentos de “Mientras tanto”, de Alberto Giordano.

Lo perecedero

Con parte del dinero que habíamos reservado para un viaje a Rio —tuvimos que suspenderlo por la pandemia—, la semana pasada compré más de trescientos cds de jazz usados. Pertenecieron a un coleccionista rosarino que murió hace un par de años y que, por una de esas casualidades que vuelven la vida encantadora, también fue compañero de trabajo de Jorge, mi suegro. Para Judith, que lo conoció desde chica, era «Luisito», así lo llamaban en su casa. Jamás hubiera imaginado la posibilidad de adquirir tal cantidad de cds preciosos sin moverme de Rosario. La recibí como una especie de milagro, pero sin la euforia de otras compras memorables aunque menos pantagruélicas. Desde el comienzo, sufrí raptos de identificación con Luisito, el coleccionista mortal, y el milagro se impregnó enseguida de melancolía. ¿Cómo puede ser que algo tan propio e intransferible como una colección, obra de toda una vida, sobreviva a quien la construyó? Para consolarme, Judith dice que Luisito se alegraría si supiera que sus discos cayeron en buenas manos, las mías, las de alguien que también los atesora. Yo le digo que más se alegraría si pudiera seguir escuchándolos.

Tapa del disco Take the "A" train, de Duke Ellington

The feeling of jazz

Entre los comentarios que recibió el posteo de ayer, uno de Rubén «Chivo» González, reconocido saxofonista y jazzman rosarino: «El destino de estos trescientos cds es una gran noticia. Debo decirte que yo también fui compañero de tu suegro, el querido Jorge P., durante 32 años. ‘Luisito’ (Luis para mí) fue el hermano varón que no tuve. Entramos el mismo día a Federación, el 5 de agosto de 1968, y lo acompañé hasta sus últimas horas. Siempre sentí con orgullo que fui quien lo introdujo en el mundo del jazz, lo que con los años lo convirtió en un capo internacional (y no exagero) en materia de colección y conocimientos. Pero esa es una larga historia». Quise conocer algo de la «larga historia» y, a través de Messenger, le ofrecí a Rubén reunirnos en un café o en alguna de nuestras casas. Como él todavía mantiene un confinamiento estricto, quedamos en hacer una videollamada, aunque prefiero evitarlas porque siento que agravan la impresión de lejanía. Rubén es tanto o más locuaz que yo, conversamos casi una hora y media. Registro algo que no debería perderse. Al mes de que él y Luis hubieran ingresado a Federación, Rubén se enteró de que Duke Ellington iba a tocar con su orquesta en La Plata. No tenía margen, pero igual se atrevió a pedir el día en el trabajo para asistir al concierto. Se lo concedieron. Luis quiso conocer las razones del entusiasmo y la audacia. Rubén le explicó la importancia de Duke Ellington, como compositor e intérprete, y la de su orquesta, en la historia del jazz. A sus veinte años, Luis ya era un melómano, pero aficionado solo a la música clásica. Con el tiempo se iba a convertir en un coleccionista y en un erudito de primer nivel en las grabaciones de Ellington. Por internet circula una catálogo de su autoría, de edición casera, titulado Duke’s Elligton discography, tiene 274 páginas. En el sitio del diario El día, se puede leer la crónica del aquel mítico concierto platense. La voy a postear y voy a etiquetar al «Chivo», para alentarlo a despuntar el vicio de la rememoración.

Publicado en la ed. impresa #19

Por Alberto Giordano

Soy crítico y ensayista; "un profesor que escribe", para ser más precisos. Publiqué libros de ensayos y dos volúmenes de un diario que llevo en Facebook.

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