Categorías
Barullo en papel La entrevista

Luis Machín: “Los artistas somos comunicadores sociales”

El consagrado y a la vez popular actor rosarino resulta atípico en el medio en que se mueve. Lúcido, exigente y crítico, confronta de manera cotidiana con un universo donde las redes imponen la ley de la frivolidad. Y aunque afirma que es “leche hervida”, cree que los años han moderado su ímpetu y le han otorgado mayor sabiduría. Una charla a fondo.

Desde su condición de artista, Luis Machín asume otra labor colateral, pero directamente asociada a su extensa y elogiada trayectoria actoral: el artista rosarino se reconoce, también, como un comunicador. Ambas facetas conviven en Machín hilvanadas por su coherencia. A sus 52 años (y con 36 de recorrido en teatro, cine y televisión) las asume con idéntica responsabilidad. Porque así como analiza los roles que habrá de interpretar, el rosarino estudia los medios donde volcar sus palabras. Porque Machín conoce, también, sobre la tiranía de los algoritmos y la sobreabundancia de creadores de escándalos, que suelen obviar virtudes para ponderar nimiedades. Un fenómeno que surge pronto en la generosa charla entre Machín y Barullo, ocurrida algunas semanas después del estreno del capítulo de En Casa-Miento que tuvo a Luis, su mujer Gilda Scarpetta y su hijo Lorenzo como familia protagonista, y a su propio hogar como escenario.

Ese hecho artístico, uno de los que le devolvieron al actor algo de la actividad perdida en pandemia, derivó en algunas entrevistas junto a su núcleo familiar. Una situación inédita para un hombre poco afín a la exposición pública. Sin embargo, allí tampoco, explica Machín, hubo intenciones de exhibición.

“La familia no está mostrada íntimamente, ahí nadie sabe nuestro funcionamiento, no queda expuesto nuestro comportamiento intrafamiliar –apunta–. Lo que queda por delante siempre es uno en relación a la actividad, mi mujer como actriz, mi hijo en su actividad inicial. En ese sentido sigo preservando nuestra intimidad. En este tiempo hubo que apelar a la creatividad para generar contenido, recurso. Me pareció una manera noble de hacerlo. No por eso creo que exponga a mi familia. Ahora, allá ellos cuando se quieran exponer. En el caso de mi hijo habrá que ver si sigue actuando, si le gusta. Cada uno con su libertad”.

–Hay un límite fino en la exposición cuando se termina convirtiendo en cotidiano convivir con la cámara encendida.

–Sí, creo que sí. Hay colegas que hacen de su vida privada una exposición permanente y hacen de eso una generación de contenido y recurso. Aunque cada uno puede hacer lo que quiera, para mí nunca fue un tema la falta de exposición de mi vida privada. Por eso a lo mejor cada vez que acontece algo que está por fuera de mi actividad como actor, que se filtra por cualquier cosa, tiene tanta resonancia en los medios. Porque la verdad es que nunca han podido ingresar a mi intimidad. Como nunca me pueden sacar nada vinculado a mi intimidad, cuando algo de mi comportamiento como ciudadano hace un poco de ruido (sea por una opinión, o una acción colateral a lo que significa el paso del cotidiano de un ciudadano común), tiene mucha resonancia, porque hay muchos medios que se nutren de esa cosa, generan contenido, campo de resonancia y estimo que genera un público que devora eso. Si no, no entiendo por qué programas o medios que nunca me hacen una nota cuando estreno algo, tienen tanta voracidad por querer hacerme una nota cuando sucede algo de esto. Es un periodismo que ha proliferado en los últimos años, desde que la virtualidad se metió en lo cotidiano. Y después queda ubicado en los primeros lugares, porque vos me googleás y las cosas que primero aparecen son Esas. Existe un periodismo de espectáculos que se nutre de eso más que de discusión sobre lenguaje, de posicionamiento artístico frente a los movimientos que se dan en el mundo. Pero estas no son discusiones que generen un público ávido. En los grandes medios de comunicación han ido ganando terreno este tipo de noticias cholulas, de chimentos, por sobre cualquier otra. Hablo de diarios importantes, donde han ido reemplazando noticias vinculadas a lo artístico por noticias relacionadas con lo cholulo.

–¿Esta situación condiciona el vínculo entre artista-periodista? Si lo que abunda es el periodismo vinculado al chimento, al artista puede terminar llevándolo a un lugar de distanciamiento del conjunto periodístico. Es comprensible que, ante este marco, cuando surge una propuesta de entrevista haya una natural reacción de desconfianza, de resistencia, y que el artista se termine alejando de ese entorno mayoritariamente tóxico.

–Sí, sucede esto. Hace muchos años que hago esta actividad y, por ende, he hecho mucha cantidad de notas. Siempre tuve la sospecha de que nunca se llega a cubrir, desde la nota periodística, el evento artístico. Sí siento que se ha acentuado mucho en los últimos diez años, más fuertemente en los últimos cinco o seis años. Nunca le escapé a la opinión como ciudadano sobre los temas que condicionan la agenda, suelo opinar cuando me preguntan, son conocidos mis puntos de vista en relación a muchas cosas que no tienen que ver solamente con lo artístico. Los artistas somos comunicadores sociales. Los actores, también, con nuestras decisiones, con lo que decidimos actuar, con las películas que decidimos hacer. Aunque las decisiones a veces tienen que ver también con cuestiones económicas. Pero en la medida de lo posible, al menos en mi caso, trato de tener cierta coherencia entre lo que hago y lo que pienso. Pero empecé a sentir que no había espacio para hablar más profundamente de lo que se hace artísticamente, porque otras noticias empezaron a tener mayor relevancia. Como yo no escapo a las opiniones como ciudadano, el periodismo empezó a hacer cada vez más hincapié en una frase que en una idea. Hay un periodismo de frases, no de discusión de ideas. Es un periodismo de confrontación de frases, que apuntan a generar un público que se nutra del chisme y de la pelea.

Gentileza La Capital / Marcelo Bustamante

No la discusión, la pelea (que son cosas distintas).

–No la discusión artística, sino la pelea que puede generar algo inmediato con lo que se dice. Con esto no estoy diciendo nada nuevo, pero hay frases que se sacan del contexto y generan un rebote, los famosos videograph o lo que se sube como gancho para que se lea la nota. De eso empecé a tomar mayor conciencia. Antes no le daba mayor importancia, hablaba de lo que hacía, pero el tiempo fue haciendo que algunas cosas se acentúen demasiado. De hecho se habla de periodismo de espectáculos, una definición que ya condiciona: no es periodismo artístico, o de investigación artística. De todos modos no tengo nada en contra del periodismo de espectáculos, pero a mí no me interpela, ese tipo de notas no me hace crecer. No siento que me haga opinar, que me haga pensar en lo que hago. De hecho, cada vez hago menos notas. Cuando me llega una propuesta de nota busco un poco. En el caso de ustedes, por ejemplo, vi la nota a Liliana Herrero (Barullo 8), por quien siento admiración y estima. Ahora elijo, antes no. Me llaman para muchísimas notas. Sin exagerar, por lo menos recibo diez propuestas de notas por día. Pero ya no las hago, porque me expongo mucho. No digo que mi visión no sea importante, porque los artistas generamos opinión en la gente. Sé que hay mucha gente que además de seguirme por lo que hago artísticamente también lo hace por lo que pienso. Eso también lleva a que la gente se convierta en admiradora de mi trabajo como actor. Pero cuando actúo, no pienso en no hablarle a la gente. Por el contrario, mi gran objetivo, mi gran deseo de lo que hago, es que la gente se modifique emocionalmente, que tenga una mirada más humana. Hay personajes con los que tengo un rechazo en lo ideológico, respecto a sus pensamientos, pero que también sirven para pensar. Entonces, cuando actúo, no lo hago para un público esperando que me adule por lo que actúo y pienso, sino también para que ese otro que no piensa como yo, que no ve la vida como yo, se sienta tocado, interpelado por mí, que se modifique algo de su vida, de su emocionalidad, a partir de lo que expongo como actor.

–¿Sucede?

–Ojalá suceda… Me doy cuenta, por cosas que me escriben, por mensajes que me dejan en Instagram, que algo de lo que vieron (en una película, en una obra de teatro) los conmovió. Para mí ese es el principal fin de lo que uno hace. Sucede, sí. Tengo textos hermosos que me deja gente por algo que vio, que le pasó, por cómo una obra de teatro repercutió en alguna persona. Pero eso es tiempo: la gente necesita tiempo para que decante lo que ve. Son años. Leés un libro a los 18, lo volvés a leer a los 25, o a los 50, y es otro libro. Lo mismo con las películas. El campo de la reflexión, de lo que se produce emocionalmente, lleva la vida. Esas cosas que son mediáticas, el aquí y ahora, es muy de la contemporaneidad. Uno se lastima y ya quiere estar curado. Uno se va a mudar y quiere que todo esté armado antes de habitar la casa. Algo de toda esta inmediatez que genera la virtualidad nos hace cada vez más ansiosos. Me reconozco como una persona que padece la ansiedad, la vivo de adentro. Lo miro de afuera para analizarlo y corregirlo, para darle los tiempos que tienen que tener las cosas. Pero se ha desvirtuado tanto nuestro trabajo como comunicadores sociales, se ha invadido tanto con estas cuestiones de lo inmediato, que se ha perdido capacidad de análisis. Son muy pocos los lugares donde se puede reflexionar sobre esto. Yo no podría estar diciendo esto en un programa de radio o de tele, donde tenés contados minutos. Está bien, son para otra cosa, generan otra cosa, pero no sé si tengo tantas ganas de llenarles los espacios a esos lugares que no me permiten desarrollar pensamiento. Lo hago, sí, porque está instalado cuando uno estrena una película, una obra de teatro, que hay que hacer ese recorrido periodístico por un montón de lados donde tenés que decir qué te gusta tomar, comer, qué marca de perfume usás, qué auto te gustaría tener… Hay todo un recorrido que tenemos que hacer (no solamente para apoyar la película, sino porque estamos obligados por contrato a hacerlo). No quiero decir con esto que no disfrute de algunas notas, pero sí estoy cada vez más reacio a ciertos espacios. Por eso, en la medida que puedo, me alejo un poco. Me voy poniendo más chúcaro.

–Esto que planteás tiene conexión con lo que mencionabas en relación a ser coherente entre lo que hacés y lo que pensás. Entendiendo que ciertas notas periodísticas son parte del quehacer artístico (por contrato o por necesidad de difusión), esta postura que tomás también responde a la coherencia entre el hacer y pensar.

–Sí, supongo que sí, pero estamos en una instancia en la que todavía no se han generado estos espacios de discusión de lo nuestro. En cuarentena generé dos trabajos (uno, “Procesos creativos” con el Ministerio de Cultura de Santa Fe, y otro con el Ministerio de Cultura de Córdoba, que se llamó “Con acento cordobés”) donde hablaba de lo que hacemos. Se trataba de una hora hablando con directores, artistas, escenógrafos, humoristas. Hablábamos de nuestra actividad, incluso cuando a algunas actividades no las conocía tan desde adentro, entonces me resultaba enriquecedor. Porque me abría a otras cosas, como en el caso del humor cordobés. Me pareció estupendo ver desde dónde se piensan, cómo se piensan, cómo han tenido que modificar su humor por un avance importantísimo de cómo se trata a la mujer (que es de las cosas más importantes que han pasado en los últimos años). Los humoristas en general ponían a la mujer en un lugar de cuarta. Inaceptable, pero muy aceptado durante muchos años. Quiero decir: se pueden generar espacios donde las cosas se piensen. No sé si generan una corriente de público muy importante, es verdad, pero hay que crear esos espacios. Y no es casual que estos trabajos los haya podido hacer con el Ministerio de Cultura de Santa Fe y el Ministerio de Cultura de Córdoba, porque el Estado no está en el rating, sino en cubrir necesidad. Como abrir espacios de discusión en lo artístico que no tengan que ver con lo mediático.

–Eso es clave, y es una discusión que hay que dejar asentada: el rol del Estado y hacia dónde apuntan sus políticas culturales. Porque la tentación del rating también le llega al Estado. Esas discusiones es importante que se sostengan, y ese debería ser uno de los roles del Estado.

–Sí, o al menos la posibilidad de encuentro. No es que yo discutía con mis pares, no ponía el acento en eso, sino en el intercambio entre personas que están en una actividad artística. Tampoco digo que no tenga que haber televisión o cine de mercado, tienen su importancia. Hice también televisión comercial, y como me gusta tanto actuar, no es que no encontré la forma de estar bien, hice muchas comedias en televisión y siempre está por delante lo que me genera actuar. Cuando estoy adentro, disfruto como actor, y entiendo que hay una llegada. Convengamos ahora que las plataformas han ido modificando, lenta pero progresiva e inevitablemente, la forma de ver ficción. Esto se viene perfilando desde hace años, la televisión de aire va a quedar, pero cada vez con menos televidentes, porque la comedia diaria no se ve ahora como se veía en los 90. Pienso en mi madre y el valor que tenía para ella la televisión. Ella fue una de las primeras televidentes, entonces no pienso a la televisión sólo como una caja boba. En mi caso, estando de adentro (estando en programas que se bajaron por falta de rating y en otros que rompieron el rating histórico), el común denominador es lo bien que me hace actuar. Es una televisión que ataco desde lo formal, pero a la que le reconozco un espacio muy importante. Cuando la gente está trabajando un montón, llega y prende la televisión. Siempre voy a defender la ficción sobre los programas de entretenimiento, lo mejor que tiene la televisión es la ficción, siempre. Pero las noticias y el chimento son las que han ganado. En ese sentido critico a la televisión de mercado: lo que terminó ganando fue generar consumo, publicidad a toda costa, y terminaron haciendo que gane el chimento o la noticia. La noticia se necesita, pero no la generación de lo que termina siendo un chimento de noticia.

Con un recorrido artístico extenso, premiado, diverso, durante el aislamiento en pandemia Luis Machín potenció su rol como espectador, precisamente, a través de las plataformas. Pero no sólo de las plataformas tanque, sino también las que, asegura, permitieron acercar a las obras nacionales a nuevos públicos: “Lo único beneficioso para los actores, en este tiempo, ha sido que ha habido mucha visualización de películas argentinas en plataformas como Cont.ar y Cine.ar. Si uno tiene ganas encuentra cosas que están buenas. Después Amazon, Netflix, siguen siendo monstruos industriales de generación de contenidos. Visualmente son muy atractivas las series que proponen, se sigue desarrollando lenguaje cinematográfico, las series lo tienen. Antes no miraba tanto, porque trabajaba mucho, pero en estos meses si bien hice cosas estaba en mi casa, entonces a la noche miro una serie, una película. Creo también que el mercado siempre fue pícaro, en todos los aspectos, en todos sus tentáculos. El mercado sabe leer hacia dónde van las tendencias. Entonces produce en consecuencia. Y se producen cosas que están buenas. Ahora hay muchas series que apuntalan el feminismo, las conquistas de la mujer. Enhorabuena, en ese sentido, que el mercado lea que finalmente hay una reivindicación de tantos años, de tanta lucha que empieza a dar sus frutos. Lo que lee hoy el mercado es la posibilidad de captar público, y está bien, porque esa conquista de muchas décadas hizo que se le abriera lugar en muchos espacios que antes les daban la espalda a estas temáticas. Hay una gran cantidad de posibilidades de elección, porque si bien están estas plataformas más conocidas, que uno paga y ve en mejor calidad, hay otros sitios con contenidos muy buenos. Es inabarcable la cantidad de elecciones que hay. Y sin embargo vemos cómo el mercado termina imponiéndote un candidato a presidente, un condicionamiento de lectura, ese es el punto. El gran ganador ha sido el mercado, como el gran ganador es el capitalismo. Hay un montón de fuerzas que se oponen a eso, al menos para conseguir un capitalismo un poco más social. Habrá que ver de qué manera se consigue algo acorde con las necesidades de los que tienen menos. Entonces a la proliferación de plataformas la veo como algo bueno siempre que seamos inteligentes para ver qué contenidos elegimos a la hora de prender el aparato, hacia dónde vamos, qué tipo de lectura, de análisis, nos propone. Y en mi caso, cuando miro una película, una serie, soy público-público. Aunque también analizo la actuación, el lenguaje…

¿Te permitís disfrutar?

–Sí, me sucede. Me conmuevo mucho mirando una película, no es que miro siempre con la distancia de lo técnico. Eso me sucede más con el teatro. Ahí estoy más atento a las cuestiones más técnicas, por lo que conozco, por los colegas que conozco. También me pasa con el cine argentino, porque a la mayoría de los actores y actrices las conozco, entonces a veces se me pone la persona por delante del personaje. Pero también me he descubierto en momentos en que colegas míos me mandaron a freír churros con mi lado técnico, y es un momento muy gratificante para mí.

–¿Compartís esas apreciaciones?

–Sí, cuando veo películas de colegas que me conmueven soy de mandar un mensajito, un llamado. Me gusta descubrirme en ese costado vulnerable, no mirar siempre críticamente. También creo que tiene que ver con el paso de los años. Siempre he sido muy crítico, sobre todo con el teatro, he sido muy duro con mis devoluciones, con críticas de colegas. Con los años uno aprende a ver también otras cosas, que no son sólo las técnicas, empieza a ver más cómo se construye eso que se construye, desde dónde, desde qué pensamientos, intenciones. Uno empieza a valorar otras cosas. Me doy cuenta de que ponerme un poco más grande me hizo un poco más bueno en algunas apreciaciones, empecé a ver otras cosas. Sigo teniendo un campo crítico, y espero no perderlo. Espero no convertirme en un viejito bueno bueno (risas).

Gentileza La Capital / Marcelo Bustamante

–Desde el periodismo, cierta crítica teme ser dura con algunos trabajos porque pone en valor el esfuerzo detrás de esa obra. Pero también es cierto que la condescendencia no colabora en la construcción, en la profesionalización. En tu caso, ¿te volviste más bueno o hay condescendencia?

–No, condescendencia no. Creo que uno apela a apuntar cosas en relación a una mirada crítica pero sí se modifica algo en la forma. Yo era mucho más confrontativo. Como siempre hice esto, era muy duro en las devoluciones. El tiempo hizo que siga teniendo un aspecto crítico, pero se modificó la forma de decirlo. No voy tanto al choque. Porque finalmente el choque termina no generando que el otro piense lo que uno cree que debería modificar. A mí el tiempo me hizo modificar la calidad de las palabras, la intención de modificar a través de la palabra, que sea la palabra lo que modifique al otro y no la gestualidad estridente, el carácter de imposición de una línea de pensamiento en relación a lo artístico. Algo básico, porque cualquiera que tiene un comportamiento social correcto piensa que siempre es a través de la palabra, pero no siempre sucede. Yo soy leche hervida, me salgo de los cauces. Y no creo que a los 52 años lo cambie, pero sí aprendí que si quiero transmitir algo es a través de las palabras, qué dicen esas palabras y desde dónde. Entonces si veo una película de un colega que me conmueve, pero me parece que todavía le falta algo, trato de decirlo desde el lugar de lo que más me conmovió.

Sobre espejos, influencias y ficciones

Luis Machín se reconoce crítico. Incluso con su hijo Lorenzo, que transita sus primeros pasos como actor. Pero que, como su padre, sabe plantarse en el set. “Creo que con los más cercanos uno a veces es un poco más duro –admite el experimentado actor rosarino–. También empiezo a aprender ese lugar, por un lado correrme del padre que está viendo actuar al hijo y ponerme un poquito más como par. Y él me enfrenta, incluso ya a sus diez años, cuando hicimos juntos Milagro de otoño, la película de Néstor Zapata. Un día me dijo: «Mirá papá, acá el director es Néstor, no vos». Tuve que hacer un esfuerzo grande para aceptarlo. Son cosas que uno disfruta después que pasan, ves la foto y tomás mayor dimensión del acontecimiento. Eso en general, porque este es un tiempo de enorme retrospección para todos, entonces cuando ves la foto de la otra normalidad, decís «la concha de la lora, si me hubiera dado cuenta…»”. También hicimos un videoclip con Lorenzo (de la canción Siento mejor, del sanlorencino Miguel Sandrigo), y es lindo ver cómo escucha y cómo se enoja. Yo no he sido, ni soy, un actor fácil de llevar adelante. Confronto mucho con la dirección. La creación artística no siempre es una cosa consensuada, tiene choques, sobre todo cuando es colectiva. No somos pintores en el atelier, estamos creando con otras personas. Creo en eso. Y con un hijo te empezás a ver en él: reacciones, formas de pensar. ¿Por qué te enojás con un hijo? Porque hay cosas de uno que no quisieras que se le traspasen. ¡Y algunas parecen venir en el ADN! ¿Por qué desde chiquito Lorenzo tiene algo con la actuación? Bueno, la madre también es actriz, hay algo que viene, se han ido criando conmigo llevándolos a él y a mi hija al set de filmación, al teatro hablando con acomodadores, con la boletera.

–¿Y en tu caso? Empezaste a hacer teatro a los dieciséis años, ¿la influencia fue la televisión que miraban en tu casa? ¿Las ficciones de la televisión?

–Sí. Por eso no ataco a la televisión. Hay colegas que consideran “actor” al actor o actriz de teatro. Creo que hay que ser muy bueno en los tres lenguajes: teatro, cine y televisión. Es cierto que en televisión actúa gente que no es buena, pero en cine y teatro eso también sucede. Es cierto también que la televisión es una fábrica de caritas, pero para hacer algo bueno, tenés que ser bueno. Ha habido ciclos de televisión argentina memorables, con actores extraordinarios. Desde que tengo uso de razón, y hasta que me vine de Rosario a Buenos Aires, estaba la televisión todo el día. Para mi madre fue su compañera más fiel, toda su vida. La prendía a la mañana cuando se levantaba y se dormía con la televisión prendida. Sí, en casa se miraba mucha televisión, pero también íbamos al teatro, al cine, al circo.

–¿Hay situaciones que recordás que te llevaran a tomar la decisión de actuar?

–Ahora de grande me doy cuenta cuán observador soy de situaciones y comportamientos. Me reconozco de chico como alguien que observaba mucho los comportamientos familiares, los comportamientos sociales. El fútbol era uno de ellos. Si bien no soy futbolero, para nada, mi papá era muy fanático, llegó a jugar en la primera de Central Córdoba. Mi abuelo paterno, mis tíos por el lado de mi padre… el fútbol era algo muy presente, se escuchaba y miraba fútbol todos los fines de semana. Y lo que más recuerdo es el espectáculo de los miles y miles de personas en la cancha. La mayoría del tiempo estaba de espaldas al campo de juego. Íbamos a la popular, mi papá se agarraba del alambre y me ponía adelante de él, entonces cuando Newell’s hacía un gol y se venían todos contra el alambrado, mi papá me protegía con su panza voluminosa. Yo lo primero que hacía era comerme la pizza en la popular y miraba a mi tía Nelly, muy gordita, que se paraba arriba de todo en el paraavalanchas. Mi tía era como la Gorda Matosas de River: era la única mujer en la barra de Newell’s. Eso fue desde los seis años hasta que mi papá falleció, a mis dieciséis. Ahí no volví a ver un partido, nunca más. Yo había empezado a hacer teatro en el Normal 3 a esa edad y a fin de ese año falleció mi papá. Entonces el comienzo con la actuación lo remonto a la infancia, a la curiosidad que me producía el atrás, me producía mucha fascinación saber qué pasaba cuando terminaba la obra. En relación con la televisión, a la noche cuando mi papá se iba a acostar, doblábamos el televisor que estaba en el living y lo poníamos para ver desde la habitación. Y yo preguntaba dónde estaban los actores, entonces mi papá me decía que estaban ahí adentro. Me llevaba a mirar la parte de atrás del televisor, que era a válvulas, por el enrejado se veía la luz y él me decía que ahí vivían, que cuando estaba prendida la luz de la casa era porque estaban actuando. Reconozco ese tipo de fascinaciones, de metáforas: mi papá era muy de eso para explicar la magia, los Reyes Magos, cómo venían, era medio especialista en el engaño. Era una realidad que no podía explicar del todo, pero él le daba un sentido. La actuación es eso, la generación de una nueva realidad. Por eso voy a esas épocas cuando pienso cuándo empieza esa fascinación por ser otro. Creo que es ahí, cuando uno es muy chico, en lo que te generan tus padres de ficción. En mi caso creo que tuvo también que ver con el deseo de mi madre de ser actriz, se sabía todos los nombres de actrices y actores, y sus características personales estaban vinculadas a la generación de otras realidades, era compleja su configuración emocional. Reconozco que hay una cuota grande de transmisión de deseo, de generación de nuevas realidades de parte de mi padre. Y también había algo muy presente del circo, cada vez que un circo venía a Rosario lo íbamos a ver, no se nos escapaba uno. De chico cuando me preguntaban qué quería ser de grande yo decía payaso. Mi vínculo con la actuación lo refiero a eso. Y al fútbol y su espectáculo, las alegrías y tristezas. Mi padre fanático de Newell’s y mi madre de Central. Mi padre peronista y mi madre radical. Quiero decir: había componentes encontrados que hacían, quizás, a las lecturas en el tiempo. También había una cuota de inminente tragedia que atravesó mi infancia por la enfermedad cardíaca de mi padre. De hecho, los partidos de Newell’s y Central no los escuchaba, ponía los primeros diez minutos y cuando escuchaba que la gente en cancha de Newell’s gritaba un gol prendía. Mi papá tenía verdulería y, cuando Newell’s ganaba, recortábamos ataúdes en cartón, los pintábamos con mis fibras, y después nos íbamos al Mercado de Fisherton y se los regalaba a cada uno de los puesteros de Central, entonces se gritaban, puteaban, se reían, no lo querían atender a mi papá, entonces les tiraba los cajones por la cabeza… había algo festivo. Más que el juego, con el fútbol, pienso en lo que generaba. Cuando ganaba la salida de la cancha era una fiesta: mi tía bajaba de los paraavalanchas (que era un espectáculo en sí, porque era una mujer muy entrada en kilos, con una voz muy finita, muy aguda) y salíamos todos a festejar a mi casa. La fiesta estaba en eso, en ver la alegría de las personas grandes.

Publicado en la ed. impresa #10

Por Edgardo Pérez Castillo

Periodista, guionista y trompetista criado en Rosario. Dediqué mi camino periodístico a la difusión de la cultura de esta ciudad durante 18 años como redactor y editor de Cultura en Rosario/12. Desde 2008 como productor y guionista en Señal Santa Fe. Y ahora, también, haciendo Barullo.

Dejá un comentario