El descampado de avenida de la Libertad y Necochea fue sede de los sueños de futbolista de Pablo Feldman y, también, el campo de experimentación para sus primeros apuntes periodísticos. En ese entorno agreste que en los primeros años 70 ofrecían el campito y las barrancas, los hermanos Feldman construyeron su patria de la infancia. Allí Pablo cimentaba su imaginario como deportista profesional pero, a la vez, daba muestras de su mirada crítica. “Cuando jugábamos a la pelota yo hacía a mano una suerte de revista El Gráfico que mis amigos del barrio esperaban todos los días. Ahí ponía la calificación de los jugadores y un comentario del partido. Ahí ya me puteaban, porque a algunos los trataba mejor que a otros”, recuerda Pablo Feldman, que a los 60 años empieza a imaginar un corrimiento de la vorágine diaria, pero que no descarta conectar con aquella insinuación periodística de sus siete, ocho años: el director de Rosario/12, el analista político, el entrevistador, no descarta darse chances como comentarista de fútbol.
De aquella infancia en barrio Martin, Feldman atesora la libertad. Luego llegaría una mudanza familiar hacia un nuevo barrio, el ingreso al Superior de Comercio y, en simultáneo, el comienzo de la dictadura cívico-militar: “A los cuatro días de empezar las clases fue el golpe. Fue un momento muy complicado en la escuela, hubo persecuciones, desapariciones, había celadores que eran militares en actividad y llevaban el revólver en el saco. Y la tristísima historia que tiene el Superior con 15 o 16 chicos desaparecidos durante el golpe, chicos que eran más grandes que yo, militantes de la UES. Cuando yo llegué a la escuela estaba Patricia Sandoz en el centro de estudiantes y la venía a buscar a la puerta Rubén Giustiniani, que era su novio y estaba en el centro de estudiantes del Politécnico. Tengo esa imagen de ellos energizados, fuertes, potentes”.
—¿En esa época ya tenías interés por la política?
—No. Hasta los 14, 15, mi intención era ser jugador de fútbol, jugaba más o menos bien. Mis viejos querían que estudiara, pero estaba enfocado en el fútbol. Más adelante sí aparece la política. Mi viejo era un gran lector y mi vieja era hija de panaderos que llegaron de Bulgaria, que se instalaron en el frigorífico Swift, en Saladillo, e iban a las marchas anarquistas. Mi vieja tiene 90 años y se define como una chica balcánica, aguerrida, dura, que padeció en alguna medida lo que en aquella época significaba no ser peronista. Sus padres trabajaban en el Swift y eran anarquistas, de izquierda, y eso les costó el trabajo. Ella se forjó en eso, entonces en mi casa había un perfil muy antiperonista. También por mi viejo, que lo había mamado en la Universidad, porque él estaba en el Centro de Estudiantes Reformistas, claramente antiperonista. Pero en ese momento, en mi secundaria, tampoco había una vocación política. Hasta que entré en la Universidad: quise hacer Medicina pero no podía ver la sangre, entonces claudiqué en mi intención y después fui a Comunicación Social, en el 81, 82, cuando ya había un clima distinto. Ahí empieza un interés mayor, además con participación activa en el Centro de Estudiantes, en algunas agrupaciones. Yo no me animaba a incorporarme a la Fede, donde estaban muchos de mis amigos, por esto de que en casa mi viejo era antiperonista y anticomunista, con esa formación académica, enciclopedista, que marcaba esas cosas no aceptadas socialmente. En ese momento el Partido Intransigente fue una colectora, porque había de todo: gente que venía de Montoneros, del ERP, del viejo tronco radical. Y ahí mi viejo bancaba, no tenía problema. Después fuimos avanzando y llegaron cuestiones vinculadas al laburo, como conocer a Alberto Gonzalo, un periodista que venía de la derecha católica, pero muy honorable, muy combativo, muy amigo de (monseñor Vicente) Zazpe, vinculado a los Derechos Humanos. Yo empecé a laburar con Gonzalo en el año 82, antes de la guerra. Ya después empecé la carrera y fui viendo lo que estaba pasando con mayor profundidad, con mayor conocimiento de causa, tomando algunas posiciones más definidas con temas relacionados con los Derechos Humanos. Luego trabajando me tocó cubrir el juicio a las Juntas y antes había viajado a Moscú con un grupo de periodistas que, si te digo quiénes eran no lo podés creer (de hecho estaba Alfredo Leuco besando los adoquines de la Plaza Roja…).
—¿En la decisión de ir a Comunicación Social pesó la profesión de tu papá o ya te atraía?
—Cuando quise ir a Medicina y no di el ancho para ser médico, empecé a acompañar a mi viejo al laburo. Con lo cual si mi viejo hubiera sido mecánico o pintor, yo hubiera hecho eso. Pero el laburo de mi papá era en los medios, entonces en el año 80 empecé a ir con él, hacía selección musical, un día empecé a hacer los llamados para sacar al aire, marcaba los diarios que llegaban, así arranqué. Empecé a trabajar y después en el 82 empecé a estudiar Comunicación. Pero seguí poco tiempo, porque me iba bien trabajando y cometí la torpeza de no recibirme, algo que no recomiendo a nadie: estudiar es lo más importante, más en una universidad pública, con acceso irrestricto, como tenemos acá. El que puede y no lo hace es un tonto. Lo mío fue una tontería.
—Trabajar con tu padre te habilitó a trabajar en programas importantes. ¿Su figura significaba un peso?
—Yo entré a trabajar en la radio porque era el hijo de Feldman, era una ventaja que les llevaba a otros. Pero significaba también un nivel de exigencia al que trataba de responder. Yo tenía que demostrar, demostrarles, que estaba ahí no solo por ser el hijo de David Feldman, sino porque tenía algo personal, propio. Eso hizo que en el año 84 empezara a trabajar en paralelo con Eduardo Aliverti. El venía a Rosario para hacer el programa Hipótesis. Además mi viejo estaba pisando los 60, la edad que tengo yo ahora, y se empezó a correr en la radio. Se fue atrás del vidrio a producir, a dirigir: dos Feldman al aire era mucho. Eso siempre se lo reconocí y lo “capitalicé”, porque a los 25, 26 años era periodista de piso de Los mejores, que fue un programa bisagra en la historia de la radio rosarina. Le guste a quien le guste, hay un antes y un después de ese programa. Después en Hipótesis empezó a venir un gordo barbudo, grandote, a hacer algunas notas: era (Jorge) Lanata. Ahí nos conocimos, en el año 85. Cuando nos fuimos con Aliverti al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en Moscú, Lanata vino a Rosario a reemplazarlo en la radio, y se fue a vivir a mi casa, con mis hermanos. Nos hicimos amigos, pasaron los años y Jorge armó Página/12, entonces me ofreció ser corresponsal. Yo le dije que no podía, porque no escribía, me preguntó por un periodista que no fuera de La Capital, le comenté que estaba la revista Risario y así Horacio Vargas arrancó como corresponsal. Cuando la cosa con Página empieza a andar bien, Lanata me propuso hacer Rosario/12 y que yo fuera el director, con Horacio como jefe de redacción. Así arrancamos, hace 32 años. Después pasó lo que pasó con Lanata, que es como Darth Vader: era el mejor guerrero y se pasó al lado oscuro. Pero dejó el diario, y ahí estamos.
—¿Pudiste hablarlo con Lanata?
—Sí, hablé y bastante mal. Por teléfono, un día que se corrió la bola que se había muerto lo llamé y me atendió la que era su mujer, Sara, y él desde atrás gritaba: “Decile a ese hijo de puta que estoy vivo”. Yo le respondí: “La verdad me alegro, pero me gustaría mientras está vivo hablar algunas cosas con él”. En 2007 lo reemplacé en Radio del Plata. Yo iba los miércoles a hacer radio con él y a la noche iba al noticiero de Canal 7. Lanata todavía no era una cosa contradictoria con lo que era Canal 7, ya en el final del gobierno de Néstor. Ese fue el último contacto estrecho, nos llevábamos bien, teníamos coincidencias. Aparecían puntos de discrepancia, pero nada tan brutal como lo que vino después. Eso sí no lo pudimos hablar, porque de a poco se fue distanciando de su gente más cercana. Ninguno de ellos sigue trabajando con Jorge: ni Reynaldo Sietecase, ni Ernesto Tenembaum, ni Romina Manguel, ni Verónica Castañares. Se fue dispersando y como yo estaba a la distancia y dejé de ir, quedó ese letargo, que quizás alguna vez charlemos, o tal vez no. La verdad a esta altura no me dan ganas, porque lo veo y me genera contradicción, rechazo.
—Conociéndolo a Lanata: ¿es posible que realmente haya tenido un giro ideológico o fue puramente interés económico?
—No, me parece que es una cuestión de amor propio, de personalidad. En esa época en que yo iba a Del Plata y Canal 7, Jorge estaba fuera de la televisión, cuando estaba haciendo televisión cualquier paparulo. Y él era buenísimo, un editor extraordinario. Me parece que se resintió cuando se vio afuera mientras todos estaban adentro, por esa actitud que él había tenido contra Clarín, pegándoles desde Página. Después se dio cuenta de que si no puedes vencerlos, úneteles. Él quería estar, pero no por una cuestión económica. Después, por supuesto, se transformó en un negocio bárbaro para esa empresa y él participó de eso. Pero no creo que genéticamente el tema sea de guita, lo cual lo hace más triste todavía.
—El ego atraviesa al periodismo.,.
—Sí, porque uno cree, no sé con qué asidero, que tiene algo para decir que los demás tienen que escuchar. Sobre todo en la radio o en los canales de televisión, donde uno levanta el dedito y le da y le da. Hay cosas que son aberrantes. Hay gente profesional y otra que está ahí porque tienen que estar, porque quieren que estén, y no respetan los más mínimos cánones de rigor profesional. Lo que más molestan no son las opiniones, sino las informaciones. Cuando un gobernador, intendente o ministro se calienta, no es por lo que uno opina sino por lo que uno efectivamente demuestra con información y que aporta a exponer su inutilidad, su falta de honorabilidad o fracaso en la gestión. Creo que eso es lo que ha ido perdiendo el periodismo. Hay una vocación de tener razón antes que contar lo que pasa. Es más importante tener razón que decir la verdad, eso me parece que está pasando en el periodismo. Caracterizado además por el advenimiento de generaciones sin formación académica, profesional y, me atrevería a decir, ni siquiera cultural.
—Durante mucho tiempo participaste de programas exitosos en radio y televisión, y desde hace más de treinta años en Rosario/12. Pero en los últimos años te fuiste corriendo hacia un lugar de independencia.
—Bueno, el paso que dimos de Radiofónica a Radio Universidad tiene que ver con esa situación de sentirse a gusto en donde uno está laburando. A Radiofónica la posicionamos nosotros, porque era una radio de música y nada más, la pusimos en el primer plano de la radiofonía, y cuando empezamos a ver un cambio de la línea editorial decidimos irnos. Nosotros tenemos nuestra empresa, Praxis, que dirige mi hermano Hernán, y la verdad es que tenemos como concepto no estar donde no quieren que estemos. Es lo que hace, entre otras cosas, que hoy no esté en televisión. Porque sin hacer concesiones pero sí acordando algunas cosas tal vez podríamos volver a cualquiera de los dos canales de aire de Rosario. A lo mejor es una presunción mía y si consultás con los directivos de los canales no les interesa que vuelva Feldman. También es legítimo. Pero la verdad es que trabajamos donde queremos trabajar y hacemos lo que queremos hacer. Como bien decís, con un perfil más bajo, sin tanta exposición pública, pero tranquilos. En una etapa profesional en la que ya cumplí 60 años y estoy pensando más en entregar la posta. Mi hijo varón mayor, Iván, estudia Comunicación y trabaja en Comunidad Fan, un proyecto independiente muy bueno con el Oso y todo un grupo de pibes a los que les doy una mano, porque desde que arrancó la radio voy todos los lunes. La verdad es que hacen otro tipo de comunicación muy distinto al que hago yo. Los soportes tecnológicos cambiaron, las redes, cosas que yo agarro de rebote. Yo hice la transición de los plomitos en los diarios, la teletipo en la radio, pasando por el fax, internet, hasta este momento de redes sociales, directo. Con las limitaciones propias de un hombre de 60 años, pero no solo no le escapo sino que trato de no perdérmelo. Sé hasta dónde, porque no podés quedar como un viejo boludo haciendo cosas que hacen los pibes, pero tampoco me quiero perder lo que ellos hacen. Soy bastante discreto igual: no tengo Twitter, tengo un Instagram que me lo hicieron en pandemia, donde no sigo a nadie para evitar cualquier tipo de contacto extra por fuera de lo que quiero hacer. Digamos que mi comunicación sigue siendo unidireccional. Conseguimos que no haya comentarios de lectores en las notas de Rosario/12, porque me parece atroz la cloaca de las redes donde desde el anonimato se puede decir cualquier cosa de cualquier persona. Son anacronismos a los que sigo aferrado y afortunadamente podemos sostener.
—Desde este punto de poder elegir en qué medios estar (o, más bien, en cuáles no), ¿qué cosas no concederías? En el caso de Radiofónica ya explicaste que tuvo que ver con su línea editorial.
—No concedería la independencia de criterio, la libertad de movimiento, la posibilidad de elegir con quiénes trabajar. No mucho más. Después lo otro tiene que ver con el sitio, el lugar que te dan los responsables de los medios. Si mañana me llamaran de un canal para hacer un programa de televisión, les diría qué programa quiero hacer. Y si eso no les gusta vería qué podría corregir, pero hasta ahí nomás. No iría para hacer cualquier cosa a ningún canal, a ninguna radio, por más guita que haya. Tengo lo que quiero, no quiero tener más de lo que tengo, vivo decorosamente, transparente, sin problemas. El dinero nunca fue algo que determinara hacia dónde ir y hacia dónde no.
—Así como en el periodismo deportivo está la sospecha de que alguien define su postura dependiendo del equipo del cual es hincha, en política…
—…en política está el sobre…
—Claro, y la sospecha aparece sobre todo si no se toma un posicionamiento explícito (que en un punto es mucho más sano). En tu caso es claro que el posicionamiento no tiene que ver con la derecha, pero no te ubicás en ningún lugar específico dentro del progresismo.
—Sí, los socialistas creen que me hice kirchnerista, los kirchneristas creen que sigo siendo socialista. Lo que soy, y desde siempre, es una persona ubicada en un espectro ideológico que tiene que ver con las libertades públicas, los Derechos Humanos, la ampliación de los derechos, que son cuestiones innegociables. Los elementos que conduzcan a esto, los protagonistas o intérpretes de esas situaciones, pueden ir variando. No tengo la más mínima duda de que lo mejor que nos podía pasar a los argentinos, aun con lo que está ocurriendo ahora, era Alberto Fernández antes que Mauricio Macri. Como no tengo la más mínima duda de que lo mejor que nos puede pasar es lo que salga del acuerdo que hay que tratar de revitalizar dentro del Frente de Todos que a cualquiera de los exponentes como Macri, Larreta, Lousteau o lo que fuere. Lo que digo también es que dentro de la política argentina (en la que estoy laburando hace 40 años, desde la recuperación de la democracia) hay mucha gente con la que tengo disidencias, desacuerdos, incluso peleas muy fuertes, y ninguna de ellas podrá decir que tiene que ver con cuestiones como que quisimos arreglar, o porque me arregló Fulano o Mengano. Alguno te dirá que soy gorila, otro que soy zurdo, otros dirán que soy inorgánico, pero no pueden decir otra cosa, porque nadie ni siquiera se atrevió jamás a ofrecerme algo que no corresponda. Eso es algo que me decía mi viejo: el tema no pasa por decir que no (que hay que decir que no), sino que ni se les ocurra venir a ofrecerte. Y la verdad después de 40 años de laburo yo podría exhibir eso como un “logro”. Que no debería ser tal, pero que viendo lo que ocurre y ha ocurrido alrededor… (incluso con colegas y compañeros con los que hemos trabajado). A mí no menos de tres o cuatro veces, en los últimos 25 años, me ofrecieron ser candidato. Incluso antes de la moda de los candidatos de los medios. Pero siempre me pareció que el mejor aporte podía ser desde los medios de comunicación en los que estuviera laburando. Y lo sigo pensando. Ahora más que antes, con todo lo que pasó con la desvirtuación de la representatividad: estoy más tranquilo con haber dicho que no cuando me lo propusieron.
—Hay algo también que vos has remarcado siempre que tiene que ver con preservar tu ámbito familiar, y el lugar en el que podría ponerte la política en relación a las demandas y obligaciones. En definitiva, tenés la posibilidad de manejar tus tiempos.
—Sí, siempre tuve la fortuna de poder elegir dónde trabajar, con quiénes y un hecho importante como descripción: para mí el trabajo no es lo más importante en mi vida. Es más, voy a vivir sin trabajar y voy a vivir bien. Pero no podría vivir sin mis hijos, sin mi mujer Fernanda. Eso es lo más importante. Incluso por eso mismo que decía el Negro Fontanarrosa cuando le preguntaban por qué no se había ido a Buenos Aires: un millón de rosarinos no se fueron a Buenos Aires. Yo tuve varias chances de ir, con ofertas importantes, y cuando por edad o momentos podría haberme ido, mi hija mayor, Julia (de mi primer matrimonio) era muy chiquita, tenía dos o tres años, y no me la quería perder, entonces no me fui. Después me lo volvieron a ofrecer y no lo quise hacer por mis hijos. Creo que uno puede realizarse profesionalmente en Rosario, tal vez no alcanzando el nivel de notoriedad (que no es algo que me preocupó tampoco) y vivir donde quiere con quienes quiere. Y el trabajo está en su lugar, me encanta mi trabajo y me ha ido bien, tengo mi casa, puedo irme de vacaciones. Mucho más que eso no quiero y lo pude hacer con mi trabajo. Además el trabajo articula, en momentos personales difíciles el trabajo me sirvió para canalizar, para poner ahí la cabeza. Pero con los pies sobre la tierra: el trabajo no es mi vida y no es lo más importante.
—Cumpliste 60 años. Cualquier trabajador a esa edad empieza a pensar en la cercanía del retiro, en jubilarse. Sin embargo, no es algo que suela ocurrir en los medios.
—No, en los medios la gente se muere laburando. Quizás laburando menos, en otras cosas…
—¿Te ves de ese modo?
—Lo que creo es que en algún momento voy a dejar de madrugar. Hace 40 años que me levanto a las seis de la mañana, o antes. Jamás estuve sin laburo, un día sin laburar. Pero sí me imagino dejar el horario inhóspito de la madrugada, hacer alguna otra cosa. Y la apertura que te da la tecnología, la posibilidad de hacer radio por streaming desde mi casa, cuando quiera, con la gente que quiera escucharme. Es fabuloso. Cuando me jubile, puedo montar un estudio en mi casa, porque no me imagino no laburando, pero sí sin el rigor, la imposición de horario.
—¿Cómo fue la transición de pasar de las entrevistas periodísticas diarias, en la radio, al formato más intimista de un programa como Aislados?
—Me di cuenta de que había un plano del entrevistado mucho más interesante que el estrictamente profesional, que es el humano, el de la vida diaria. Eso me fue distanciando de lo estrictamente noticioso del periodismo, tratando de ir a cuestiones más de base. En esta etapa me interesa mucho más hablar, y es algo que hablo mucho con Fernanda, de la primera infancia, de los chiquitos cuando empiezan a incorporar conocimientos, de las alternativas que hay para rescatar de lugares sumergidos a los pibes que están sin chances en las esquinas porque es lo que les pasó a sus viejos, a sus abuelos. Llevamos generaciones de gente postergada. A lo mejor tiene que ver con mi envejecimiento, de ir pensando las cosas con un mayor nivel de profundidad, de sensibilidad. Estoy bastante desencantado de la profesión, con la liviandad, el oportunismo, la irreverencia (que no es rebeldía, sino falta de respeto), con la ignorancia, con entrevistadores que no tienen la menor idea de quién es la persona entrevistada. Por otro lado, las posiciones que han adoptado algunas personas y figuras con las que uno ha compartido momentos de la carrera, que se transformaron en voceros de corporaciones, de grupos de poder. Eso es bastante decepcionante.
—En relación a esas nuevas generaciones, ¿qué perspectivas les ves? Porque en definitiva su espejo inmediato son estos profesionales que a vos te desencantaron.
—Los veo muy inquietos, movedizos, sobre todo en la cuestión tecnológica y en la llegada a públicos masivos. Pero les falta el rigor en la formación. Ahí tiene mucho que hacer la universidad, sobre todo la universidad pública. Hace poco, cuando se cumplieron los cien años de Piazzolla, Radar publicó una entrevista que le hicimos a Astor hace cuarenta años. En ese momento, cuando le preguntaba por el movimiento del rock (con Charly y Spinetta con menos de 30, con un Calamaro repibe), él me decía que le encantaba, pero que el problema era que no estudiaban. Y me decía: “No estudian, pero ¿sabés cuál es el problema que tenemos los argentinos? Que aun así las cosas nos salen bien”. Y tenía razón Astor, que se la pasaba estudiando. Por eso vamos a hablar otros cien años de Piazzolla y probablemente no de Pity Alvarez o Calamaro, no lo sé. Pero me parece que a los chicos les falta un poco más de rigor, de formarse más, darles más bola a todas las herramientas que tienen para su formación intelectual.
—¿Qué te quedó por hacer a nivel profesional?
—Me hubiera gustado entrevistar a Nelson Mandela. Lo intenté, pero no pude. Después tuve chances de hablar con Fidel, con Chávez, con Felipe González cuando estaba en la cresta de la ola. Pero mi entrevista preferida es la de Astor. Y también me queda algo en el tintero, que no descarto hacer: al revés de lo que hicieron muchos, un camino inverso, y comentar fútbol. Miro mucho fútbol. En realidad en mi casa me cargan porque si hay una pelota ahí estoy mirando, sea básquet, vóley, golf, todo. No descarto ser comentarista de fútbol en algún momento. Una vez me lo propuso Raúl Rey, que siempre estuvo ahí, es un tipo que respeto y quiero mucho. Cuando Raúl armó Juego de pasiones en LT8, que todavía sigue, con Juan Fanara, me ofreció comentar los partidos, pero no me parecía bien comentar fútbol los domingos y los lunes hablar de política. Eran los 90, un momento muy interesante en el que estábamos muy firmes como opositores cuando llegó el menemismo. No fue casualidad que en Rosario ganara Héctor Cavallero: no quiero arrogarme nada ni a mí ni a Vicente Cuñado, a Raúl Rey, a Reynaldo o a mi viejo, pero no sé qué hubiera pasado con el Tigre si no hubiéramos estado nosotros, que teníamos una posición muy clara, muy jugada. El adversario era Alberto Joaquín y el Tigre, solito con su alma, lo mató. Y así arrancaron los treinta años de una ciudad distinta, que sin duda fue Rosario durante la gestión de los socialistas. El Tigre fue el que cambió la ciudad. Y lo hizo cambiando la asignación presupuestaria: pasó de uno a tres puntos la asignación en Salud y Promoción Social, que permitió que en los hospitales hubiera atención para todos, con dispensarios en todos los barrios, con chicos que por primera vez iban a un odontólogo. Ese fue un punto de partida extraordinario, para que después viniera un tipo con una visión muy amplia, abierta, de estadista, como fue Hermes Binner. No se pudo hacer el Puerto de la Música de Niemeyer, pero en algún momento se va a hacer. Se tiene que hacer. Cuando dicen que “no es momento”, y… nunca es momento, pero si uno se hubiese quedado en esa frase no tendríamos todas las cosas que ahora tenemos.
Publicado en la ed. impresa #20