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Barullo en papel Retratos

Un escritor en bicicleta

Kurt Lutman es un caso especial, tanto en el ambiente futbolero como en el de las letras. A caballo entre esos mundos, no para de crear, publicar, vender y provocar empatía. En una charla a fondo con Barullo contó su particular historia.

El primer libro que leyó Kurt Lutman en su vida fue Cuarteles de invierno, de Osvaldo Soriano. Fascinado, siguió con cinco más del mismo autor. Y no paró de leer. A esa altura tenía veinticuatro años, había jugado dos en la primera división de Newell’s y quince en las inferiores. Lo habían acuchillado por defender a sus compañeros en Huracán de Corrientes, que se negaba a pagarles a los pibes locales. Y se había enfrentado a uno de los dirigentes más poderosos del fútbol argentino de entonces: Eduardo López. Lutman también había sido noticia cuando jugando un partido en reserva en el año 2000 metió un gol y levantó la rojinegra debajo de la cual había una remera que decía: “Cárcel a Videla y a los milicos asesinos”. Era un rebelde con causa. Pero ni por asomo soñaba con ser escritor. “Se fue dando”, resume levantando los hombros, como si un incierto camino lo hubiera llevado hasta aquí. Pero nada es tan incierto.

Autor de cuatro libros que reparte en bicicleta puerta a puerta por las calles de Rosario con pleno éxito (ha vendido unos cinco mil en cinco años), me ofrezco a acompañarlo para documentar la experiencia. “No, eso es muy superstar”, dice riendo. Y se mantiene inamovible en esa postura. Barullo no acompañará a Lutman a dejar en manos de sus lectores su última creación, Arco sur, por su exceso de modestia.

Sacar al libro de un estante para echarlo a andar es un hábito cada vez más difundido entre los escritores. Pero lo particular es que él lo hace en bici. Y en ese pedaleo hay un ida y vuelta con la gente que lo lee. Cada recorrido le deja a Kurt nuevas historias. Que recolecta, almacena y enhebra en palabras.

Al igual que en El agua y el pez, Semillas para barriletes y Vientos que juegan con fuegos, Arco sur es un libro de textos cortos, testimoniales, de lenguaje coloquial y reflexivo. La construcción colectiva es el eje, una espada que atraviesa el libro de punta a punta.

Por ejemplo, en uno de los relatos recuerda su paso por la selección argentina Sub 17 en el Mundial de Japón 1993. Y se queda con una frase del famoso Reinaldo Mostaza Merlo: “El fútbol, pibes, es saber bancar en los momentos difíciles junto al compañero, aunque el estadio explote o se venga abajo. Siempre, y escúchenme bien: espalda con espalda con el compañero”. 

Lutman entiende la vida así desde hace mucho tiempo. En el libro confiesa que cuando por fin cumplió el sueño de llegar a primera en 1995, con diecinueve años, le dolió saber que sus amigos se quedaban afuera.

 “En ese instante se empezó a librar una batalla dentro mío. Por un lado la alegría de empezar a tocar el sueño y responder la pregunta de mi infancia (N de la R: ¿Qué querés ser cuando seas grande?). Por el otro una tristeza honda, melancólica, agarrada de las entrañas. Ahí supe que en mí vivían mis compañeros. Supe que el fútbol profesional no los iba a alojar a todos. Supe, de manera contundente sin haber leído a ese tal Marx, lo que era el capitalismo. Y en este caso el capitalismo futbolero. Donde de mil humanos que intentan llegar a primera, lo logran tres o cinco con mucha furia”. (Fragmento de Desgarros o el final de la inocencia, en Arco sur).

Pero eso lo sentiste ese día, ¿o lo fuiste procesando?

–Eso me pasó ese día. Nosotros no teníamos mucha conciencia de lo que era llegar a primera porque era tanto el disfrute diario que no estábamos todo el tiempo mirando allá –dice, señalando con el mentón una cancha imaginaria en la que jugaban los héroes rojinegros de aquellos tiempos–. Estábamos acá y éramos felices. Íbamos en bici a entrenar… Había un mientras tanto tan jugoso, que ahora no existe mucho. Hoy los pibes con trece o catorce años ya están formateados. La tensión en el cuerpo es otra. No hay tanto disfrute. Te das cuenta cuando los ves. Probá comparar una canchita donde los chicos solo se divierten y otra donde están jugando para llegar a primera. El sonido es otro.

¿Y eso por qué pasó?

–Porque llegar a primera está más instalado.

¿Pero vos nunca sentiste esa presión?

-Sí. Pero era más inconsciente. Era ver el esfuerzo que hacían mis viejos para que yo fuera. Para comprarme los botines… Vos te lo depositás sin que te lo digan. Vivía en una casa de clase media donde no sobraba nada. Y yo sabía que estaban haciendo una inversión en mí. Uno lo siente. Hay algo muy sutil que se va cargando. Es como un hechizo que rompés cuando le decís a tu hijo: “Relajate, que acá el que para la olla soy yo”. Mientras no lo enunciés el chico ve allá (en el fútbol profesional) una puerta llena de plata. Y a mí me ha pasado. Cuando llegué fue un cagazo porque estaba ese peso, el sueño cumplido, y a la vez el desprendimiento de los amigos.

Lutman es el mayor de tres hermanos. Hijo de uno de los entrenadores de las divisiones inferiores de Newell’s más queridos. En 1995 era un pibito aguerrido, pero infaliblemente asustado.

Durante todo ese tiempo no recuerda haber leído mucho. “La música, la escritura me llegaron de grande… el fútbol se morfó todo”, resume. Pero aclara: “Ojo que el fútbol también es un arte”.

Lo invisible y lo invencible

Kurt nació en 1976 y le debe su nombre a la literatura. Su mamá eligió llamarlo igual que el protagonista de El pasado vuelve aquí, una novela de la escritora de novelas románticas española Corín Tellado. En plena dictadura, la mujer dio batalla en el Registro Civil durante siete años. Y por supuesto, ganó ella.

¿Puede haber en su empeño un destino profético? Es aventurado decirlo, pero Kurt Newman en esa novela tiene treinta y ocho años y Kurt Lutman publicó su primer libro a esa edad. Paradójicamente, él elige una pluma donde los nombres propios no son tan importantes. Están siempre rodeados de otros y otras. Seres tan queribles como anónimos.

Su primer libro, El ojo y el pez, reunió una selección de textos que había ido publicando desde el 2002 en el diario El Eslabón. Al cabo de varios años alguien le sugirió la recopilación.

¿Esos fueron tus primeros pasos en la escritura?

–No, antes, en 2001, cuando el país explotaba, publicamos con la gente de Azcuénaga, mi barrio, una revista propia: La Callejera. Ahí saqué el primer texto.

Sí, la pluma también le llegó desde la construcción colectiva. Una revista barrial en un país en llamas. Un diario autogestionado vinculado a los DDHH donde él militaba. Militancia que nació en Mendoza, cuando jugaba en Godoy Cuz y se cruzó por primera vez con las Madres de Plaza de Mayo. Ese encuentro marcaría su vida para siempre. Entender qué había pasado durante la última dictadura cívico-militar reafirmó su compromiso social. Se puede decir que todo en Lutman es un rompecabezas de muchas piezas. En sus textos, él elige homenajear las invisibles, las olvidadas.

Le escribe en prosa poética a “la derecha de Messi”:

“La mágica zurda de Messi, diremos.
Lo que no nos enseñaron a valorar ni a mirar es el pie de apoyo.
Esa pierna derecha en la cual sostiene todo el peso del cuerpo un segundo antes y labura sin pausa, milimétricamente para que la zurda llegue despreocupada y haga lo suyo.
La sin colores, la sin tatuajes (…)”.

El pie de apoyo es algo que aprendió a ver durante su paso por las artes marciales. Una mirada que le permite transitar la vida con temple. Y que lo amigó con el fútbol del cual se retiró con cierto hartazgo aunque siga siendo su musa predilecta.

Como cuando bautiza a Diego Pomelo Mateo “Samurai” por su capacidad de defender el balón con un cuchillo entre los dientes: “Él tenía, tiene, la particularidad de jugar para los otros”, escribe Lutman. Lo que pasa inadvertido, pero da fundamento a lo que brilla, es su obsesión.

Desigualdades

La primera vez que veo a Kurt Lutman viste un jogging azul raído, un buzo gris y un pañuelo a cuadros, enroscado al cuello. Abre una puerta de metal color azul para salir de su casa, en barrio Azcuénaga, con un libro en la mano.

«Tengo ganas de abrazarlos”, nos dice a mí y a un amigo que me acompaña. Nosotros también. Pero no se puede. Hay pandemia. Chocamos los codos. “Gracias por el afecto, compañera”, me dirá después en un mensaje de WhatsApp.

Lutman es así, afectuoso, visceral, hermanado con el mundo como un eslabón más de una poderosa cadena. La que sostiene la utopía de la igualdad. Y hacia ella camina. Con y sin pluma.

¿Cuándo entendiste el concepto de la desigualdad y la necesidad de combatirla?

–En el fútbol. Cuando sabés que no todos van a llegar a primera. Cuando en el mismo plantel, ese fractal, no todos cobran lo mismo. Las desigualdades se instalan siempre, reflexiona.

Y a menudo hay quijotes que se plantan contra ellas. Uno de los textos de Arco Sur habla del brasileño Ricardo Rocha, que cuando llegó a Newell’s en 1996 era un veterano con laureles. Había salido campeón del mundo con la verdeamarelha y jugado en el Real Madrid. Después de la primera práctica (narra Lutman) reunió a todo el plantel y dijo: “Me informaron que mañana se cobra el sueldo en el Bingo de López. Yo quisiera que los más chicos entren a cobrar antes que los más grandes. Si llega a haber algún inconveniente con la dirigencia o a algunos no le pagan, nos vamos todos. ¿Se entendió?”.

O cobran todos o no cobra nadie. El mensaje fue clarísimo. “Rocha nos enseñó a construir igualdad –dice Lutman catorce años después de aquella experiencia, en un bar de Paraná y 3 de Febrero–. Y sigue: “Siempre los que la construyen son los que se pueden cargar al hombro esa responsabilidad sin que el costo sea tan alto. Un pibito que recién arranca no puede. Yo aprendí que los tipos que tienen más espalda les cuidan el sueldo a los más chicos. Y después se me hacía imposible hacerme el boludo. Cuando uno toma conciencia de que eso está mal, que no es parte del juego, se planta”.

Pero no todos están dispuesto a hacerlo…

–Porque las tramas familiares son distintas. Yo en todos los lugares que estuve en primera pude defender a los demás porque no tenía hijos. Entonces no puedo juzgar a alguien que teniendo una familia se lo amenaza con dejarlo sin cobrar. En Huracán de Corrientes una parte del plantel cobraba y los que eran oriundos de ahí, no. Algunos tenían cinco hijos… Yo era un pendejo de veintidós años que podía hacer lío. Otros, no.

Justamente haciendo lío se enfrentó a los dirigentes correntinos y un preparador físico le dio una cuchillada en la panza, que fue superficial, pero lo dejó fuera de juego. Herido, volvió a su club de origen. A librar otras batallas.

Seguía siendo jugador profesional pero no quería firmar contrato con Newell’s porque su papá era un trabajador que a entrenaba las inferiores del club y pasaba hasta seis meses sin cobrar. De ese sueldo vivía la familia. Ese abuso se repitió año tras año en la era López.

“Tenía mucha bronca –cuenta–. En el 2000, a seis meses de quedarme libre, vuelve al plantel el Negro Fernando Gamboa y un amigo me invita a la cancha. Me dice: «Loco, vos estás enojado como si Newell’s fuera López. Y Newell’s es la gente». Entonces empecé a mirar a los costados, a la tribuna. Había un papá con su hijo sobre los hombros. Flasheé con la gente, me cayó la ficha de que tenía que sentarme y firmar”. Y así lo hizo. Jugó seis meses más en un equipo de figuras emblemáticas que quedó quinto en el campeonato Nacional y donde vivió una experiencia colectiva imborrable. Solo para darse el gusto. Después se retiró definitivamente.

Hoy dice que si pudiera viajar en el tiempo no se hubiera ido. Habría luchado más lentamente, sin tanta rabia. De lo que no se arrepiente es de haber dado batalla. Aunque pagó el precio de quedarse afuera de un futuro futbolístico prometedor.

Pero en Lutman no asoman los oscuros pájaros del resentimiento. “Dejar de jugar en la primera división de Newell’s era algo que venía maquinando desde hace un tiempo. Estaba harto. En ese momento fue un alivio muy grande porque se reiniciaba mi vida con otros rumbos. También con miedo porque siempre que uno salta a un lugar desconocido tiene miedo. Pero se ve que el entusiasmo de explorar otras cosas era tal, que me dio fuerzas para poder saltar tranquilo”, rememora. La militancia en los barrios y la poesía lo abrazaron entonces. Dictó talleres, ayudó a la memoria colectiva, descubrió un talento oculto en una inmensa caja de herramientas: las palabras.

Deconstruido

Es difícil pensar el fútbol de masas sin un epicentro misógino. Sin embargo el exjugador se corre de ese lugar. En los textos de Lutman donde aparecen mujeres, están empoderadas. Son amas y señoras de su propio destino.  Alquimistas homenajea a Mónica Santino, futbolista de la Villa 31, y llama a las integrantes de ese equipo alquimistas de la redonda, capaces de transformar el veneno en miel.

En Ella y la edad rasante de la libertad le escribe a su primera novia. Todo texto que tenga esa musa estará a la sombra de Alejandro Dolina y su Balada. Sin embargo Kurt Lutman no va a buscar por toda la ciudad a una nena-mujer como si fuera propia. Algo que sí hacen los hombres sensibles de Flores. Él cuenta la historia de amor sellada con jugo Trechel en un cumpleaños ajeno, con infinita ternura. Pero luego se desprende. “Compañera, donde sea, que sigas tus deseos y estés sonriendo”, le escribe. Dicen por ahí que la chica leyó el texto y sonrió con ganas.

En la charla con Barullo el autor confiesa que está atravesado por “el machismo del fútbol” y por lo tanto su deconstrucción tomó tiempo. “Fui aprendiendo, voy aprendiendo y seguiré aprendiendo muy de a poco. Soy un tipo que aprende lento. Lo que sí tengo es una profunda honestidad hacia mí. Cada vez que no me gusta algo intento ir por eso. Remediarlo. Entender por qué esa conducta me habita y ver cómo hago para que deje de existir. Entre eso, un montón de formas que tenían que ver con maneras machistas de andar por la vida. Me encontré con compañeras y amigas que me lo hicieron notar de manera muy amorosa. La mayoría de las veces me invitaron a que me vea y a que si no me gustaba lo que veía pudiera cambiarlo. Entonces siento que es vital el movimiento, pero también quien te lo muestra”, reflexiona.

Otro concepto muy arraigado en Lutman es que todo es arte. Ignacio Scocco tiene la pisada de un bailarín de ballet. Carlos Tévez el paso firme y corto de la cumbia. El futbol es arte. Las palabras también lo son. Más aún aquellas que logran transformaciones agudas. “Y tendrás que mirarnos a todos, incluso a los pájaros oscuros”, sentencia su poesía.

La bici

A diferencia de la mayoría de los autores, que dejan la comercialización de sus libros en los estantes de las librerías o en las acogedoras manos de las editoriales, Lutman pedalea toda la ciudad entregando pedidos. Lleva una valija marrón con listones celestes, y una lista con los pedidos que le llegan por redes sociales. Sus lectores lo convocan y allí se embarca con un mapa que después de cinco años tiene bastante aprendido. Barullo se ofrece a acompañarlo

–No. Es muy incómodo.

Prometo quedarme callada y observar.

–Pero para mí es una actividad supernormal.

Pero no es tan habitual que un autor reparta sus libros en bicicleta.

–Sí, cada vez más compañeros y compañeras están activando su propio motor.

Pero no lo hacen en bici.

–Cuando tenga carnet de conducir y pueda comprarme un auto quizás lo reparta en auto.

Yo creo que es también una forma de ver la vida… de recorrer la ciudad a tu propio tiempo, ¿no?

–Sí, eso se da. Pero no es una búsqueda. Yo creo que la bicicleta lo que hace es continuar con una disciplina de entrenamiento que a mí me hace bien. Poner el cuerpo en actividad. Me da libertad. La bicicleta tiene para mí la posibilidad de meterme en todas partes.

Y, ¿por qué no te puedo acompañar?

–Porque te vas a aburrir…. ¿Por qué no salís vos a repartir tu libro en bici?

Me da pereza.

–No, quizás te da vergüenza. Es un lugar de mucha exposición.

Pero vos vas a lugares concretos donde te están esperando.

–Sí, pero llevarlo y ponerlo en valor requiere un nivel de compromiso muy fuerte. Ir hasta el lugar, recibir el dinero, es una forma de defender nuestro producto. Mis libros también están en las librerías. Pero me gusta repartirlos.

Te acompaño.

–No. Es muy superstar…

Lutman está decidido. No le gusta que lo acompañen. Que lo espíen. Pero afirma que pedalear con su libro a cuestas es placentero aunque se equivoque de dirección o se pierda más de una vez. “Hay una adrenalina cuando uno va llegando. Me encanta, es mi laburo”. Es algo que hace dos o tres veces por semana. Cuando junta más de diez pedidos, sale. “Hoy vendí veintitrés”, cuenta feliz el día de la entrevista.

Dice que la gente lo recibe con afecto, y también le señala lo que no le gusta. Es un movimiento sin red, como el de un trapecista. Un partido propio compartido de a ratos. Pero ese pedaleo acrobático artístico, barrial y callejero es mucho más que un experimento. Es su oficio. “Me da de comer a mí y a mis hijos”, se sincera. Y sobre todo lo nutre de anécdotas. Lo acerca al pulso de la ciudad.

Como cuando cuenta que una vecina lo rescató con un método bastante rudimentario de un golpe de calor en barrio Acindar: “Me dio dos cachetazos, me tiró del cuerito de la espalda, nombró a los gritos a un santo desconocido…”, narra.  Y remata con humor futbolero: “Ayurveda, medicina china, Reiki… sáquenla del ángulo”.

El humor también es arte. Y a veces, viaja en bicicleta.

Publicado en la ed. impresa #09

Por Evelyn Arach

Periodista. Pasé por AM, FM, TV por cable, TV abierta, grafica… Y en todos lados aprendí algo. Actualmente trabajo como cronista y editora en Telefe Noticias Rosario y colaboro con el diario Rosario 12. Autora del libro Crónicas de la calle, publicado en junio de 2019, creo que el periodismo es un oficio que sólo puede ejercerse responsablemente con sensibilidad, empatía y compromiso. Admiro a quienes lo intentan. Busco historias por contar.

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