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Barullo en papel La entrevista

Patricia Suárez: “Escribo como una nena, me divierto escribiendo, lo disfruto”

Prolífica, desprejuiciada, incansable, la escritora rosarina que hace años vive en Capital cuenta su experiencia, pone al placer como centro del oficio y habla del amor por la ciudad donde nació y en la que quiere ser sepultada. “Acá en Buenos Aires te pasa algo y no se te acerca nadie”, confiesa.

El mensaje llega pocos minutos después del encuentro virtual. Patricia Suárez ya no aparece en pantalla cobijada por su biblioteca, esa que escapa al concepto de decorado para mostrar su esencia de realidad: atiborrada, con obras que rompen el orden vertical, que se superponen y empujan; libros vivos. La entrevista culminó en pantalla pero es la dramaturga y escritora rosarina la que retoma parte de lo dicho con un texto que se presume urgente, necesario: “Hay algo que no te dije y que es importante. Y si te lo decía me ponía a llorar. Yo anhelo volver a Rosario, trabajando. O estar allá de más grande y venir a Buenos Aires solo a trabajar. Mi mamá paga el cementerio El Salvador (un panteón, creo, de nuestra familia). Yo espero que me entierren ahí”. No es necesario escuchar su voz para entender que no hay allí un espíritu de tragedia sino, y por sobre todo, un arraigo, una esencia que la sigue vinculando a la ciudad que la vio nacer, pero que debió dejar hace ya casi veinte años.

Porque fue en Buenos Aires donde Patricia Suárez se convirtió en madre y es allí donde su hija crece. En aquella inmensidad urbana sacó provecho del anonimato para lograr ser respetada sin los condicionamientos propios de la Rosario pueblerina. Fue en esa enorme colmena (figura que toma prestada de La cabeza de Goliat, de Martínez Estrada) donde hace poco menos de una década se reencontró con el amor, donde en octubre de 2018 formalizó el vínculo al tomar como esposo al director teatral Claudio Aprile.

Sin embargo, una y otra vez, Rosario. La ciudad y sus recuerdos. Rosario y sus bibliotecas: Empleados de Comercio, la Vigil, Argentina. “Todavía me acuerdo el número de carnet de la Biblioteca Argentina, donde me asocié a los 12 años: 28.919. Esas bibliotecarias fueron maravillosas conmigo, fantásticas. A veces todavía sueño que voy a la Biblioteca Argentina”, dice.

Rosario soñada.

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En dictadura, en la escuela católica a la que asistía, la niña Suárez tenía como maestra predilecta a la de Economía Doméstica, que le permitía leer y escribir a gusto, obviando las enseñanzas, a cambio de mantenerse en silencio. Inspirada por las aventuras de la joven detective Nancy Drew, comenzó a reformular las historias poniendo a sus compañeras como protagonistas. Con apenas once años, aprendió para siempre “el poder adictivo que tiene la lectura”.

Y de mano de la adicción, el delito también tocó las puertas de la familia Suárez: consciente de la poca atención que se le prestaba a la biblioteca familiar, Patricia se lanzó a un operativo con destino de canje. “¡Hace poco lo vi en terapia! Mi papá, abogado, compraba la revista La Ley, que se encuadernaba, y mi mamá tenía libros de pedagogía, cómo criar a tu hijo, esas cosas. Como yo obviamente no tenía muchos libros propios, a los doce años sustraje algunos y los llevé a Cacho Libros, que estaba en Corrientes y 9 de Julio, atendía Cacho, un personaje, siempre con un puro en la boca. Los primeros libros que compré ahí, de mi biblioteca personal, fueron La interpretación de los sueños de Freud y El exorcista de Blatty (hace poquito encontré en una librería esa misma edición y me la volví a comprar). Como no podía ir al cine a ver la película, entonces lo leí. Esos fueron mis primeros dos libros. Obvio: ¡tema de terapia! Después mi papá en algún momento me preguntó si les robaba libros, algo que le negué… no eran lectores apasionados, no era la lectura lo que más les interesaba, entonces probablemente les era indiferente. Y tampoco ejercían un control sobre el material a leer. Lo que sí me acuerdo es que a mis quince años fuimos con una amiga a la librería Ross a comprar el Kama Sutra para ver de qué se trataba. No nos lo quisieron vender, entonces les explicaba que yo había leído que tenía que ver con el folklore de la India, pero no, nos dijeron que éramos muy chicas. No era el Rosario de hoy, tenía alma de pueblo en el sentido de que en los ambientes, en los oficios, todo el mundo se conocía entre sí. Supongo que los libreros tendrían el acuerdo tácito de que eso no se le vendía a un chico”.

El primer libro que te compraste fue La interpretación de los sueños. Años después estudiaste Psicología y Antropología. ¿Cuánto de eso te ayudó a tu labor y oficio para construir personajes?

-Antropología hice muy poco, el año común y uno más, después se cayó el techo de la Facultad, se suspendieron las clases ese año y dejé. Y Psicología estudié como cuatro o cinco años hasta que tuve una crisis vocacional en la cual mi papá casi me mata. Casi no tengo recuerdos de las personas con las que estudiaba, pero sí recuerdo el trabajo que conseguí en aquella época y que para mí fue como tocar el cielo con las manos: fue en La Copia Fiel, una librería que estaba por calle Entre Ríos. El dueño era Ricardo Scagliola, quien me decía que tenía que leer para poder vender, entonces leía todo. Después me pasaron adentro de la Facultad de Psicología con la librería, y leía muchísimo material que tenía que ver con la psicología. Y sí: además de tener muchos años de terapia, hoy creo que no puedo pensar un personaje sin recordar esa formación, todo el tiempo me aparece.

El recorrido universitario de Suárez finalmente hizo eclosión en una clase de Epistemología del Sujeto III. “Era una clase muy temprano a la mañana, donde la profesora iba hipermaquillada y tenía como ayudante de cátedra a un chico de veintitrés años que era un erudito. Ese día, la profesora dijo: «Cuando estén en el consultorio y se encuentran frente a una histérica, la van a poder diagnosticar rápidamente porque la histérica es muy… es muy…». Y hacía un gesto con las dos manos hacia adelante del pecho. Y el erudito hacía lo mismo… ¿Es muy qué? ¿Tiene mucha teta, es extrovertida, es muy de caerse? ¿Es muy qué? Y hasta ahí llegué: si a un lugar al que uno va a buscar palabras no hay palabras, entonces no hay nada. En ese momento decidí que no quería seguir ahí, estuve trabajando un tiempo más en la librería y hasta ahí llegué”

Te fuiste a buscar la palabra…

–Sí. En ese momento éramos muy amigos con Patricio Pron y entonces hicimos una revista totalmente independiente, plegable, donde hacíamos unos textos horribles. Yo nunca había ido a un taller literario porque me daba mucha vergüenza, Patricio sí, y escribía mejor. Patricio abrió una puerta para que escribiéramos bibliográficas de tango en La Capital (por el honor, por supuesto). Escribimos más o menos durante un año, y fue una buena experiencia: el periodismo es un gran puente hacia la literatura, es un lugar donde aprendés a escribir qué es más importante, qué debe ir adelante, qué hacer con las oraciones subordinadas. Realmente es una enseñanza sobre la forma muy importante. Después una vez llevé a Rosario/12 un texto, El gato, que considero mi primer cuento (había escrito como cien y siempre los tiré, hasta que con El gato sentí que realmente funcionaba). Ahí hay una discusión entre Horacio Vargas y Reynaldo Sietecase porque los dos dicen que fueron el primero que lo recibieron (risas). En realidad el que me abrió la puerta fue Reynaldo, que se lo llevó a Horacio que estaba en el escritorio y decidía qué se publicaba. Y me animé a llevarlo porque soy medio prima de Pablo Feldman (más prima del corazón que sanguíneo, porque nuestras familias son amigas). Rosario/12 fue un espacio superclave para escribir ficción, porque lo que venía haciendo en La Capital eran bibliográficas puras y duras sobre tango.

-Antes mencionabas lo que significaba ser escritora en Rosario. Con poco más de treinta años, ya habiendo ganado distintos premios, decidiste irte a Buenos Aires. Hoy en día, sobre todo a partir de las tecnologías a las que nos habituamos absolutamente en pandemia, las distancias se leen de otro modo. ¿Qué posibilidades te daba Rosario en ese momento y qué sucede hoy con la ciudad en cuanto a las oportunidades para desarrollarte como escritora?

-En aquel momento sentí que había llegado al techo de lo que podía hacer: seguir dando pequeños talleres… En (la editorial) Beatriz Viterbo tenía las puertas cerradas (nunca me habían mirado de manera complaciente porque no formaba parte del círculo académico). El único lugar donde podía publicar era en Homo Sapiens con Perico Pérez, con las dificultades que tiene una editorial del interior, o con Bajo la Luna dirigida por Mirta Rosenberg, que se estaba trasladando también a Buenos Aires. Yo había empezado dramaturgia y en Buenos Aires en 2002 habían estrenado Las polacas, que yo creía que era una historia super-rosarina que no le iba a interesar a nadie (y después no hubo año en que no se presentara, incluso en el exterior). Pensé que iba a durar dos meses en escena, pero duró dos años, entonces aparecía en La Nación pero como Patricia Sánchez: la gente no sabía quién era la autora, esperaban ver a una mujer, no a una chica. Eso estaba muy bueno. Y además en Rosario, como no pertenecía a la Escuela de Teatro, la gente de ese ámbito no me reconocía. Había una descalificación y me di cuenta de que quedarme en Rosario era seguir peleando. ¿Qué tiene Buenos Aires? Que acá está todo. Ahora porque está la pandemia, pero si no vas a una fiesta donde está un editor, a una presentación, hay cosas todos los días y podés conectar con personas que te interesa que lean tu material. Acá hay revistas, canales de televisión… es horrible, pero es así. Y Buenos Aires no tiene techo. Todos los años pasa algo con alguien. A mí me pasó hace diez años: había un señor muy mayor, un polaco que vivía en Texas y venía a bailar tango a Buenos Aires con su esposa china. Ve Las polacas, se enamora y pide llevar la obra a Estados Unidos: pagó una fortuna por el texto. Eso puede pasar en Rosario, sí, pero es muy difícil. Cuando uno dice que Dios atiende en Buenos Aires, sí, es así: lo milagroso te pasa acá. A nivel profesional, económico, no sé si puedo vivir de esto en Rosario. Lo que sí logré desde hace un tiempo es poder ir todos los años a dar cursos o seminarios a Rosario. Amo a la ciudad, me siento rosarina acá. A Buenos Aires la vivo como la ciudad donde están mis libros, acá, en el departamento que alquilo.

Para ciertas visiones, el hecho de estar radicada en Buenos Aires te quita rosarinidad. ¿Qué define para vos esa rosarinidad? O, en todo caso, ¿qué define la pertenencia a un terruño más allá del hecho de nacer en tal o cual lugar?

–Mirá, ayer estaba tomando un café y en televisión lo vi a Pachu Peña. Estaba vestido normal, pero lo vi y dije: “Qué rosarino que es Pachu…”. O escucho alguna declaración de Fito Páez y digo “qué rosarino que es”. Alguna vez le conté esto a Estefanía, la hija de Eduardo D’Anna, que trabajaba en Cúspide, en Corrientes y Libertad, aunque no se lo dije nunca a Eduardo: en una entrevista que le hicieron, Eduardo dijo algo así como “qué saben Patricio Pron o Patricia Suárez de lo que es Rosario si no viven acá”. Primero: Troilo diría “quién dijo que me fui si siempre estoy volviendo”. Pero por otro lado es una visión muy egoísta, porque en Rosario están mis padres, mi hermana, y yo me fui a los 32 años. La parte que culturalmente nos define mal como rosarinos es la distancia con Buenos Aires, que estemos tan cerca. Después el rosarino se va a Buenos Aires, le va bien, y ya lo miran distinto. Pero el porteño es igual de pajuerano: un tipo se va y dice que estuvo haciendo su obra en Berlín y los porteños dicen “guauuu, estuvo en Berlín”. ¿Pero en Berlín dónde estuvo? Pudo hacer la obra en un bar, en la calle. Ese pajueranismo nos define como rosarinos, pero también como argentinos. Pero en Rosario hay mil cosas: todavía la gente te fía, te sonríe. Te lo digo y me emociono… Acá en Buenos Aires te pasa algo y no se te acerca nadie, cuando allá todavía es natural ir a ayudar. Quizás lo tengo idealizado, pero siento que hay una enorme diferencia para vivir.

Patricia Suárez pensativa
Foto: Nora Lezano

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Luego de sus primeras publicaciones en medios gráficos, Suárez comenzó a tomar clases con Hebe Uhart y con el dramaturgo Mauricio Kartun. El camino estaba decidido: desde entonces, la autora rosarina alimentó un recorrido amplio, prolífico, premiado. Aún hoy, los proyectos brotan sin condicionamientos. Suárez es una autora que encuentra placer en la escritura, y en los desafíos. Y son pocos los límites, según aclara: “No me gusta escribir ensayos, porque implica una cabeza mucho más racional, una cabeza mucho más fría. Eso no lo volvería a hacer. Pero este año por ejemplo sale una novela romántica (Segunda chance). Me divierte el género. Me pasó que no podría escribir teatro, me producía muchísima tristeza (más después de la muerte de Jorge Ricci y Rafael Bruza), entonces tomé obras de teatro que me interesan y trasladé esas ideas a la narrativa. También va a salir otra novela policial sobre dos mujeres que se comen a un hombre. Me gustaría ahondar cada vez más sobre los géneros y menos sobre literatura mainstream argentina, que me parece que está atravesada por muchos factores de orden político, no solo político partidario sino de política editorial. Si te fijás, los grandes premios internacionales son para autoras que pertenecen a las editoriales monopólicas, específicamente a Planeta y Random House. Esos circuitos de la literatura mainstream nos hacen mal a todos los escritores. Prefiero ahondar en el género literario, ciencia ficción, terror, policial, romántica. Que esto vaya como esperanza para todos: todavía existen las posibilidades de editar dentro de esos géneros, y hacer lo principal que tiene que hacer un escritor, que es escribir y editar, en vez de estar peleándose por un premio donde sabés que en realidad el premiado hizo lobby con un ministro de Cultura”.

–En relación a la diversidad y la posibilidad de incursionar en distintos géneros: la diversidad también genera ciertas incomodidades, desconciertos para quien busca o edita. Podrían preguntarse de qué escribe Patricia Suárez, ¿del orgasmo femenino o para las infancias? ¿Teatro, cuentos, novelas? En este sentido, ¿la diversidad te ha representado algún conflicto?

–¡A mí me va mal! Yo publico mucho y amo escribir, es lo que más feliz me hace en la vida. Pero me representa muchísimos conflictos. Cuando en 2003 gané el Premio Clarín de Novela me llamó Guillermo Schavelzon para representarme, pero después me dijo que escribía demasiadas cosas, que no podía controlar eso. Entonces: no tengo un agente que sepa que me va a poner por encima de casi cualquier escrúpulo. Al escribir muchas cosas perdés libertad. A mí no me conviene sacar más de dos libros por año. Hubo un momento en que escribía más literatura infantil y me lo decían claramente en Alfaguara: “¿Cómo podemos editarte acá un libro sobre una ovejita cuando sacaste uno sobre una vaca en una editorial independiente?”. Cuando estudiaba con Hebe Uhart, ella me daba un consejo: “Si vos querés que te traten bien, editá en editoriales chicas”. Ella hizo toda su carrera en editoriales mínimas y recién a los sesenta y pico fue editada por Alfaguara y descubierta por Adriana Hidalgo. Es así: editás en editoriales chicas y tu libertad es respetada. Sé que Liliana Ruiz de Baltasara Editora pelea un montón los espacios en las librerías, en los diarios, con una garra envidiable. Son las editoriales pequeñas, pero apenas pueden subsistir ellas, entonces imaginate si podrán pagar un derecho para que pueda subsistir un autor… No sé cómo será en otros países, pero Argentina tiene esto de que si publico mucho no me van a comprar y si publico poco no vivo. Entonces hay que hacer muchos géneros literarios.

Ese abordaje a múltiples géneros y lenguajes Suárez lo lleva adelante con una premisa básica: “Escribo como una nena, me divierto escribiendo, lo disfruto. Esto lo aprendí de García Márquez, si sale mal lo tiro a la basura, y si sale bien lo pasé bárbaro escribiendo. Esto es lo que define a los escritores, ¿lo pasás bien cuando escribís o cuando recibís la plata y el premio? Si lo pasás bien en la segunda instancia, podés tener mucha suerte, ser reconocido, pero hay algo de lo interno, de tu pasión, de tu alma, que no va. Podés ganar el Alfaguara pero no lo vas a trascender si no sos querido por lo que escribís. Y el amor es fundamental, como es fundamental la persona que te siga el tranco”.

–Se habla frecuentemente de la aparición de la inspiración, o de buscarla a partir de la conducta de sentarse a escribir durante una cierta cantidad de horas. Vos planteás otra posibilidad: la del placer y el deseo en la escritura. ¿Qué te guía para llegar a un texto que sentís resulta publicable?

–Yo anoto mucho, tengo cada vez más libretas. Ahora quiero escribir una obra para un concurso y no pasa nada, no lo encuentro, no se puede. Lo mismo con los cuentos: se tiene que disparar el deseo. La inspiración es eso, el deseo de escribir un cuento. Eso puede llevar muchísimo tiempo. Hay textos que te emocionan y otros que decís “qué hice”. Por ahí tenés tres o cuatro textos, pero la imaginación tiene un límite. En mi caso, después de escribir un libro, para empezar a escribir otro, u otro cuento, tengo que leer cuatro o cinco libros, ver series, películas. Ahí es donde se vuelve a cargar la batería. Pero para mí es sobre todo leer, si no, no puedo escribir.

–¿La selección de esas lecturas está asociada a lo que estás por escribir?

–Mi primer psicólogo decía que ser escritor es hasta el hecho de subirte a una escalera a revisar dónde tenés los libros. Irse a comprar los libros es ser escritor. En mi caso: si quiero escribir ciencia ficción armo una pila (Ray Bradbury, Philip Dick) y después me acuerdo que tengo una National Geographic que habla de Tutankamón y me pongo a leer eso. Leo todo. Me sentía una idiota, hasta que una vez fui a entrevistar a Angélica Gorodischer para una inauguración de la Feria del Libro y ella decía que hay que leer todo. Porque uno no sabe si eso que está leyendo en una revista científica no te va a disparar después para un cuento. No sabés de dónde viene. Por más que uno haga talleres, trata de acompañar a los alumnos con una enseñanza técnica de lo literario, la verdad es que sigue siendo misterioso. Y a Dios gracias.

–Como todo está resguardado en algún lugar, ¿no ocurre que te volcás al placer de escribir para después darte cuenta de que es igual a algo que leíste, que te estás robando un párrafo, una idea?

–No, eso no me preocupa. En algún momento sí me preocupaba pensar: “Este es el principio del fin”. Es una frase que he repetido mucho. Un escritor del siglo XX decía que entre los 40 y 50 es cuando un escritor produce sus mejores obras. Pero claro, en esa época te morías a los 70. También tenés que tener cierta experiencia de vida, es difícil que un escritor conmueva con su novela a todas las generaciones y tenga 18 años. Podemos pensar que ahora se corrió la cosa y lo mejor vendrá entre los 50 y 60. Pero me da un poco de terror pensar que llegará un momento en que garrapateo cualquier cosa y la suben a escena igual. Espero que no me pase esto de empezar a escribir mal por la edad, por lo que fuere. Que pierda habilidad para escribir y no poder concientizar cómo el paso del tiempo afecta tu escritura. O esta gente que pierde vigencia, escribiendo textos viejos que no se leen más, que pasa con un montón de escritores que han envejecido.

–Pero allí también aparece la cuestión de buscar mantenerse activo, abriéndose incluso a nuevos lenguajes.

–Sí, es algo que aplica para un escritor, un bailarín de tango o un periodista: tenés que ser flexible. Poder flexibilizarte para poder escribir. Es lo que te mantiene vivo.

Publicado en la ed. impresa #13

Por Edgardo Pérez Castillo

Periodista, guionista y trompetista criado en Rosario. Dediqué mi camino periodístico a la difusión de la cultura de esta ciudad durante 18 años como redactor y editor de Cultura en Rosario/12. Desde 2008 como productor y guionista en Señal Santa Fe. Y ahora, también, haciendo Barullo.

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