A Héctor Escobar, que está en España
Él se quedó con la chica
que yo amaba
pero no importó, porque
los amigos se cuecen en ese caldo,
el de las mujeres ganadas
o perdidas, los naipes,
el alcohol, la revolución,
el poema. Los amigos
les enseñan a los amigos
a usar la navaja, a tener paciencia
y a no tener miedo. Los amigos
verdaderos, esos que se hacen
a los veinte años, se empiezan a ir
o a morir después, pero tienen raíz
en el pecho. Y cuando aparece
la soledad o la derrota
muerde, los amigos vuelven
y encienden un fuego,
mezclan las cartas, abren
botellas o bien te encuentran
en un bar perdido
para escucharte llorar. No se van nunca,
porque se van los barcos
y no los puertos, y eso
son los amigos, puertos
en la tristeza. Los amigos
jamás se van: lo que se va
es la vida. Pero qué importa,
si en cualquier esquina
del bajo o la Sexta
o acodado en la barra
del viejo Luna, el Pájaro
me espera. Prenderemos
un cigarro (otro más)
y, como siempre, encararemos
la noche. Porque la noche es amiga
de los amigos. Y ella tampoco
se va.
Publicado en la ed. impresa #15