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Barullo en papel Historias de acá

Fragmento de «Prostitución y Rufianismo»

Ceferino Cáceres, Satanás, Jorge Ordoñez y N. J. Jozami, testigos de un tiempo de burdeles, dan cuenta de esa vida en el libro de Héctor Nicolás Zinni y Rafael Oscar Ielpi, cuya quinta reedición acaba de publicar Homo Sapiens Ediciones

Como es lógico, la policía trabaja en Pichincha a destajo y sin chistar. Especialmente los sábados por la noche, que es cuando se producen las mayores aglomeraciones. La organización se extrema no solamente con la incorporación de tres tercios de agentes que en vigilancia rotativa se relevan a las dos de la tarde, a las diez de la noche y a las seis de la mañana, sino con un sistema de luces que avisa a los guardianes del orden de cualquier problema en los quilombos que requiera la presencia de la autoridad. Comisiones permanentes recorren las casas de tolerancia revisando y palpando de armas, y las continuas pasadas de los escuadrones que se reúnen, por lo general, en la avenida Francia, curan en salud muchas pendencias. Pero no se puede estar en todo… Un aguafuerte de uno de los tantos diarios combativos de la década del 20 al 30, en este caso El Norte, sirve para reflejar, de modo caricaturesco pero sin alejarse de la realidad cotidiana de esos ambientes, algunos de los problemas habituales en los prostíbulos, consignando por la deformación idiomática la condición de judía de la madama:

Café Italia, 2 AM:

Ceferino Cáceres, Satanás, Jorge Ordoñez y N. J. Jozami, testigos de un tiempo de burdeles, dan cuenta de esa vida en el libro de Héctor Nicolás Zinni y Rafael Oscar Ielpi, cuya quinta reedición acaba de publicar Homo Sapiens Ediciones

—Boino, boino; sientate in silla y no te quedas parado.

—Y bueno, ya que usté se empeña.

—Boino, ahora mi das diez p’ al piano y ti pongo ‘La flor di barros’.

—Póngasela a un pariente suyo.

—No ti metas con il familia. Pirmita Dios qui si ti caiga la barigas.

—Bueno, últimamente no le doy nada.

—Entonces ti piantas, ¡qui ti creer, franeleta foleros!

—Callesé, polaca sucia.

—Tu padre di vos, disgraciados.

Y la mano del cliente salió en línea recta hacia el ojo de su interlocutora, a quien dejó completamente a oscuras. Intervino la novena, que ordenó… que le sirvieran algo al oficial de guardia, mientras la gerenta agredida se limpiaba el ojo con un líquido color violeta…”

A pesar de este comentario, no son precisamente los matones los que suelen originar trifulcas ya sea a golpes, cuchilladas o tiros sino algunas barras de gente joven caídas de los cuatro puntos cardinales de la ciudad.

“—Me acuerdo que estábamos en el Norteamericano, un prostíbulo que tenía una negra negra y una japonesa. Habíamos llegado con un grupo de muchachos con quienes habíamos asistido a una despedida que nos habían ofrecido en La Carmelita con motivo de nuestra incorporación al servicio militar. No bien entramos, detrás nuestro lo hicieron unos tipos que por las camisas negras que llevaban debajo del saco se veía a todas luces que eran fascistas. Uno de ellos, bastante madurito, pasó al lado mío con una mujer rumbo a la pieza y yo le dije a la mina algo con respecto a la edad del acompañante. ¡Para qué! El hombre no quiso entrar. Se armó una trifulca bárbara y un poco picados que estaban los otros, que venían de agasajar a uno que recién llegaba de Italia, y algo entonados que estábamos nosotros, la gresca tomó proporciones de novela. Cuando pude salir a la calle me encañonaron dos tipos y yo, en el apuro por sacar el revólver, uno niquelado muy lindo que tenía, me rompí todos los botones del sobretodo. En eso vino la policía y me salvé de que me agujerearan. Pero fuimos todos presos…”.

La gente entreverada en el ambiente procura, en cambio, eludir todo lo que sea problemas con la policía. Sin embargo, a veces la suerte se muestra esquiva y por “pinta” nomás se entra al calabozo.

“—Ibamos caminando los dos por la novena y pasó a nuestro lado un tipo con una pinta…, los tacos así grandotes, pantalones bombilla, la melena… Y éste dice: ‘La puta que lo parió, si no lo llevan a aquél menos nos van a llevar a nosotros’. Ni bien termina de decirlo, dos taqueros que nos hacen señas: ‘¡Vengan para acá los dos!’. ¡A nosotros! Increíble. Los otros nos seguían haciendo señas con el dedo desde la vereda de enfrente. ‘¡A nosotros no, al de la vereda de enfrente!’, decíamos señalando al tipo que iba ya por la esquina. Pero no hubo caso: nos portaron”.

“—Otra vez íbamos a un cumpleaños. Bueno, éste venía con una torta. Por ahí, en cana los dos. Y ya que no teníamos nada que hacer en el calabozo comimos el postre antes de comer la comida. Después, ya que no venía el café, optamos por hacer la cama. La cama era el suelo, con una camperita que tenía él, yo no tenía. Al rato lo llaman y lo largan. Yo dije, bueno: esto se pone mal. ‘¡Pará, dejáme la camperita; no te vayás, dejála’. ¡Qué me cuenta del señor! ¿Y a mí no? ¿Qué tal? Me trataron como la mierda. A mí me soltaron como las 12, ¡y hacía un fresquete!”.

Pero así como la pinta sirve para levantar a algunos, también es motivo de cargadas a los del otro lado.

“—Había un cana al que los muchachos le decíamos Pisada Doble. Era petiso y pisaba como Frankenstein. ‘¡Pisada Dobleeee!’, le gritábamos, y después, más bajito: ‘¡Hijo de putaaa…’

—Después estaba Pata ‘e Loro, que caminaba con los pies para adentro.

—¿Y vos te acordás de Tripitas?

—¡Ah, sí! Ese se ponía en la calle Suipacha y Salta…

—Abajo del foco, ¿eh?

—Y leía el diario. Increíble el arte que tenía. Porque simulaba leer el diario y en realidad lo que hacía era dormir…

—¿Eran uniformados?

—Sí, eran agentes de la novena. También estaba Paniagua, que le decían así porque donde llegaba jeteaba pan y café…”.

“—En Catamarca entre Vera Mujica y Crespo, yendo hacia el poniente, a mitad de cuadra sobre la mano derecha existía una sucursal de la comisaría 9ª. Así le decíamos nosotros y en realidad era una casa con cinco o seis piezas, patio de tierra y cerco de alambre al frente. Allí vivía una media docena de vigilantes. ¡Cómo sería de solvente el reducto que a la primera pitada de auxilio salían primero ellos que los de la seccional! A veces algún muchacho bromista tocaba el pito en la esquina cuando era de noche y había que verlos salir a la calle en calzoncillos y camiseta, con el quepi puesto y el machete en la mano, corriendo a todo lo que daban para defender al presunto compañero en problemas”.

Por Redacción Barullo

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