Por Mercedes Simonit
Abuelo Oso es enorme. Tiene orejas muy grandes. Yo lo sé mamá, porque se las aprieto todo el tiempo. A mí me parece que el abuelo es un poco ladrón también. Cuando pasamos por la calle del tapial que se está cayendo, se roba una rosa.
Yo lo sé mamá, porque me las regala todas a mí. Cuando salimos a comprar pan, el abuelo va de a pie y yo a su cococha. Apenas llegamos al tapial, se estira bien alto, elige una rosita blanca y abierta y la acerca a mi nariz, siempre, siempre. Él camina despacio y yo voy tan alta, que no le tengo miedo a nada, o a casi nada de nada, mamá. Miro a lo lejos mis zapatitos azules, los que me gustan tanto. Él los lustra y los lustra y me dice: “Tenés que cuidarlos más, corazón”. Pero yo no sé.
¿Mamá, el abuelo es un señor enormísimo? ¿Cómo un mastodonte? No, mejor como un oso, un oso grande y gris.
No sé cómo, pero a la hora de las siestas, él se hace un nido. Cuando inclino la cabeza, al abuelo, se le forma un huequito en el pecho y, en la silla petisa, nos dormimos los dos. Después, Oso, se dirige al taller, y yo lo sigo. Espío cómo se pone la máscara que guarda en un cajón. Esa máscara tiene una ventanita para mirar, mamá.
Entonces él juega y nos matamos de la risa. Los dos nos matamos de la risa. ¡Cantidad de estrellas hace! ¡Cantidad de estrellas y son para mí!
(*) Cuento incluido en El resto del universo ha desaparecido, libro que reúne relatos y poemas escritos en el contexto del Taller de Escritura del Pasaje Pan, animado por Eugenio Previgliano.
Una respuesta a «Estrellas para mí »
Graciaaas!!!! Que nunca dejemos de mirar con esos ojos de niño.