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El dedo que señala la luna

Salí del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro), portando conmigo el catálogo del 72° Salón Nacional de Rosario, que laboriosamente acababa de recorrer.

Laboriosamente fui izado por el ascensor hasta el último piso, y laboriosamente descendí luego por las escaleras metálicas de ese singular edificio que, reflexioné, espacialmente es tan aparatoso y poco útil como la pirámide de Keops: los “no iniciados”, los vulgares hombres de a pie que deambulan por la zona, creen que los enormes silos están repletos de obras de arte, pero no es así. El único espacio de exposición disponible (y muy fragmentado) lo suministran los pisos superpuestos que se yerguen junto a los gigantescos cilindros, aunque para el refinado connaisseur –y sobre todo si es porteño- esta colosal escenografía levantada en provincias, como si se tratara de la Gran Pirámide en medio de una puesta de Aída, resulte irresistiblemente ingeniosa y encantadora.

Pero volvamos al Salón y a su humildísimo y a la vez ostentoso catálogo: ocho hojas “A4” dobladas por la mitad, con algo más de gramaje que el utilizado habitualmente, y en las que solo se despliegan sesudas fundamentaciones teóricas y pormenorizados relatos explicativos, sin que los acompañe ninguna imagen (mi abuela difunta hubiese dicho: “más claro, echale agua”).

Por uno de esos misteriosos caprichos de la mente, me viene a la memoria la pipa de Magritte -en realidad la obra se llama “La traición de las imágenes”-, donde el surrealista belga pinta cuidadosamente una gran pipa, y con una letra gorda de colegial poco avispado escribe al pie: “Ceci n’est pas une pipe” (Esto no es una pipa).

No fue la primera vez que un pintor anotó algo sobre su propia obra: Jan van Eyck firma pomposamente el retrato del matrimonio Arnolfini en el eje medio de la composición, bajo la araña central, y a veces agrega a su firma el humilde lema “como puedo”. Y tampoco faltó el retratista gótico que, para aventar toda duda sobre la identidad del personaje retratado, no vaciló en estampar visiblemente su nombre y apellido en el fondo del cuadro.

Lo novedoso que aporta Magritte, sin embargo, es que a través de una frase en apariencia tan boba como “esto no es una pipa”, nos está alertando sobre un gravísimo error, que es el de confundir el objeto “real” con su representación convencional (en cualquier lenguaje que sea), y hasta con la palabra que lo designa. Para expresarlo con más claridad: una pipa pintada no es una pipa en la que yo pueda fumar en pipa, así como la palabra “pipa” tampoco lo es.

Existe una vieja parábola oriental, según la cual cuando un maestro zen señala la luna, el más idiota de sus discípulos cree que el dedo es la luna…

Y en el catálogo del 72° Salón Nacional de Rosario todos son dedos señalando la luna, una luna que sin el auxilio de la interpretación, el comentario, la glosa, la exégesis, la teoría y la intrincada especulación filosófica -esto es, si la dejaran librada a sus propios recursos-, o desaparecería, o se tornaría patéticamente incapaz de brillar.

Aunque algunos estén convencidos de lo contrario, no soy un encarnizado enemigo del “arte contemporáneo” ni mucho menos, y los artistas que, inscriptos en esa línea, fueron premiados por mí en certámenes en los que actué como jurado, pueden dar fe de lo que digo. Pero también debo reconocer -y el 72° Salón Nacional de Rosario lo corrobora fehacientemente- que esta ¿modalidad? artística, que ya es cuasi academia, sigue oscilando entre la desmaña más elemental y el preciosismo más alambicado, y con la brújula siempre apuntando hacia la novedad a ultranza: ¡nadie hizo esto antes que yo!, ¡soy deslumbrantemente original!

No es de extrañar que un arte tan intelectualizado y hermético, tan arrogantemente autista y apegado a la (ya gastada) consigna de espantar -a-los-buenos-burgueses, no pueda prescindir de la explicación adjunta, tal como lo evidencia el catálogo que tengo entre mis manos, y que no solo reúne los copiosos textos elaborados por jurados y curadores, ¡sino también la justificación teórica que cada uno de los artistas participantes hace de su propio envío!   En su Diccionario de las Artes, Félix de Azúa alude a la etimología de la palabra “catálogo”, señalando que Kata y Logos en la antigua Grecia tenían un sentido similar al de “poner unos detrás de otros, los nombres de algunas personas o cosas para facilitar su búsqueda”. Le faltó agregar que el catálogo, hoy en día, es un manual de instrucciones -un “instructivo”, como el que acompaña a esos malditos electrodomésticos que vienen desarmados, y uno no tiene otra alternativa que ponerse a armarlos en su casa-, y que esa tediosa literatura se ha vuelto imprescindible para poder juntar los pedazos de la experiencia estética.

Foto: Gentileza Municipalidad de Rosario

Publicado en la ed. impresa #01

Por Rubén Echagüe

Nací en Rosario, como podría haberlo hecho en Corinto o en Alejandría. Para los artistas plásticos soy poeta y para los poetas artista plástico, condición anfibia que me desespera. Dirigí el Museo Castagnino y más tarde, en la Biblioteca Argentina, fui un ratón de biblioteca feliz. Amo a Wislawa Szymborsca por lo sana y al Conde de Lautréamont por lo enfermo. Y en cuanto a los mitos del mundo contemporáneo, me son ajenos e inabordables: no tengo celular, y la vez que opiné sobre la estética de un tatuaje resultó ser una várice.

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