Categorías
Barullo en papel Historias de acá

Bajo el signo de la búsqueda

En plena dictadura, un grupo de adolescentes rosarinos entre quienes estaba Fito Páez formó Neolalia, grupo seminal que construyó, de manera multidisciplinaria y a partir del rock, un auténtico refugio cultural.

En la casa de infancia de Fito Páez se podía ver un piano antiguo, un Forster alemán color bordó adornado con candelabros. Había sido de su madre pero nadie lo tocaba porque, según decían, “tenía algo fantasmal”. Una noche el niño Páez se acercó sin miedo y comenzó a tocar. Tenía ocho años. La familia quedó impactada con la performance. Eran los inicios del camino triunfal hacia el rock del autor de Ciudad de pobres corazones.

A fines de los turbulentos años setenta, en plena dictadura cívico-militar, la escena musical argentina se hallaba sumamente limitada, con bandas proscriptas y canciones censuradas. En ese duro contexto un grupo de jóvenes rosarinos, muchos de ellos compañeros del colegio Dante Alighieri, jugaba a hacer música intuyendo un posible futuro. Así nació Neolalia, que significa “nuevo vocablo”. La banda coqueteaba con la idea de crear música en terrenos poco explorados.

Unificando distintas expresiones artísticas, Fito Páez, Mario Pájaro Gómez, Fabián Gallardo, Alejandro Vila, Carlos Murias, Claudio Joison, Daniel García, Carlos Rossi, Pedro Squillaci, los hermanos Carlos y Patricio Prieto, Marcelo Romano, Sapo López y Germán Risemberg formaron el grupo, que incursionaba en el terreno experimental y se lanzaba sin miedos a la performance: mientras uno de ellos leía poemas con un fondo musicalizado, otro actuaba y en esas extrañas fronteras sonaban al mismo tiempo una flauta y la guitarra eléctrica.

Aquel intento de unificación de distintas corrientes artísticas –música, poesía, dibujo, cine– estaba inspirado por MIA (Músicos Independientes Asociados), cooperativa de músicos y artistas que nació en 1975 a partir de la iniciativa de Alberto Muñoz, Liliana y Lito Vitale, y que llegó a contar con sesenta miembros. Por MIA pasaron entre otros –además de los ya mencionados–, Juan del Barrio, Daniel Curto y Nono Belvis, iluminadores, pedagogos y dibujantes. El grupo producía sus propios recitales y grabaciones, y se mantenía por fuera del circuito comercial.

Movilizados por la cuestión performática y el quiebre de barreras artísticas, los integrantes de Neolalia ensayaban tocando y actuando en casas vacías. Había un rito: alguien reemplazaba la lámpara de luz blanca por una verde y luego, no sin dificultad, se armaba el piano para amplificarlo en un equipo de sonido. Esas tardes marcarían los orígenes de las famosas canciones Puñal tras puñal y Sobre la cuerda floja de Páez, que se darían a conocer algunos años después.

La banda tuvo una existencia breve: brindó solo dos recitales, el primero en Empleados de Comercio, el 16 de noviembre del 79, y otro en la Sala Lavardén, el 28 de diciembre del mismo año. “Recuerdo que como banda invitada estaba Irreal, que nos hacía el sonido, pero no podía anunciarse públicamente que tocaban porque estaban proscriptos. Al menos eso nos decían, la data que nos llegaba era toda por arriba, no sabíamos por qué estaban prohibidos. Lo que sí, cuando tocaron en vivo después de nosotros nos queríamos matar –dice Pedro Squillaci, hoy jefe de Espectáculos en el diario La Capital–. Simplemente porque eran terriblemente superiores a nosotros, sonaban como una banda de verdad y Juan Baglietto en vivo ya se perfilaba como el gran artista que es. Recuerdo que el Tuerto Wirzt, que tocaba con ellos y es zurdo, desarmó mi batería y armó la suya en un segundo, toda al revés, claro, y lo hizo con una naturalidad sorprendente. Yo miraba tras bambalinas cómo tocaban y admito que, aunque tenía un poco de bronca porque sentía que habían copado la noche, no podía dejar de admirar el talento que tenían”.

Neolalia tuvo fuertes influencias de bandas como Jethro Tull, Yes, Gentle Giant, Genesis o Emerson, Lake & Palmer y el jazz fusión de Return to Forever. Estas tendencias internacionales convivían con el rock progresivo de La Máquina de Hacer Pájaros, los sonidos de Serú Girán y la impronta sinfónica de Charly García, y también con la poética de Luis Alberto Spinetta, que los “impactaba con su sensibilidad desde la complejidad de sus armonías”, destaca Squillaci. Por su parte, Germán Risemberg añade: “En una época en la cual nuestros compañeros solían salir a bailar, nosotros nos encerrábamos a escuchar rock nacional, rock sinfónico, jazz, tango (especialmente a Piazzolla) y en folklore, el Dúo Salteño”.

Neolalia se organizaba en tres subgrupos: uno liderado por Germán Risemberg, con fuertes influencias del rock sinfónico eléctrico; otro, compuesto por Carlos Prieto y Alejandro Vila, que hacía rock sinfónico instrumental electroacústico, y el tercero, con Fito a la cabeza –aunque él tocaba en todos–, que luego, tras la disolución del grupo, se convirtió en Staff.

“El grupo nació del entusiasmo y la pasión que te empieza a picar en la juventud –memora Fabián Gallardo–. Pensábamos en poesía, en música, en gráfica. Yo hasta había hecho una supuesta tapa de cassette con Rotring, esas plumas de arquitectos que después fueron reemplazadas por el AutoCAD y las herramientas digitales, y era un árbol grande lleno de puntos y puntos. Fue un arte muy completo”.

Con carácter autogestivo, la banda fue la experiencia artística de un grupo de jóvenes que compartían el rock en su dimensión de refugio cultural. En el programa que repartieron en su primer concierto podía leerse: “Neolalia es la semilla y el polen, / el pescado y la madera, / es la nueva sangre / y la experiencia. / Es el germen / del movimiento, / la pasión por la belleza. / Es el amor, / el esfuerzo/ y la pregunta”.

Sergio Rébori, autor del libro Generación subterránea. La otra historia del rock de Rosario, sintetiza: “La banda era una especie de colectivo interdisciplinario que hacía poesía, música, literatura y algo de teatro. La puesta era muy novedosa para lo que se podía ver en esos años, todavía recuerdo un puñado de canciones de esa noche: Aquel cuento triste, Buen Señor y otras que no llegaron a grabarse. Alguna intervención de poesía y un poco más. Neolalia funcionó como una especie de semillero, una escuela de todas las cosas en la ciudad”.

La escena musical rosarina de la época

La escena musical de los setenta en la ciudad era muy limitada, con poco movimiento de bandas locales y escasos lugares habilitados para tocar. Generalmente, los recitales se hacían en teatros –de difícil acceso para bandas más pequeñas– o en clubes y no eran habituales los conciertos en bares. En 1979, el periodista y poeta Gary Vila Ortiz asumió como director de Cultura de la Municipalidad de Rosario y hubo una suerte de apertura: se permitieron muestras de arte y conciertos de distintos tipos en espacios que dependían del municipio, a pesar de seguir en dictadura.

Dentro del rock, en esa época se destacaban algunas bandas: la ya mencionada Irreal, con Baglietto como cantante (tras la partida de Adrián Abonizio, presente en la primera formación); el grupo Oasis, de los hermanos Ramos y Omar Nuñez; Tierra de Nadie, con los hermanos Pasqualis, y Pablo el Enterrador. Era la época de las primeras performances del grupo Cucaño, potente colectivo cultural de artistas de la ciudad.

“Los grupos rosarinos hacían ruido, ensayábamos en El Canuto y se tocaba en el Café de la Flor, en la Lavardén, en la Asociación Cristiana de Jóvenes. Se hacía lo que se podía con lo poco que se tenía, y cuando llegaban los grupos de Buenos Aires toda la energía estaba puesta en ir a verlos, estar, presenciar una prueba de sonido, mirar, aprender y hacer el aguante. Era un ritual necesario para ser parte de algo que intuíamos en algún momento nos iba a contener”, cuenta sobre la época Jorge Llonch, actual ministro de Cultura de la provincia.

La reunión de Almendra en 1979 y la visita de Queen en 1981 fueron dos hitos. A nivel nacional, en 1982, debido a la guerra de Malvinas, el dictador Leopoldo Galtieri dispuso, a través de un decreto, la prohibición radiofónica y televisiva de música anglosajona. Esto implicó que los musicalizadores de medios tuviesen que recurrir a artistas nacionales para cubrir el vacío. A partir de ese momento, el rock nacional comenzó a cobrar un nuevo nivel de circulación social. Después de la desastrosa guerra llegaron la renovación y la explosión de masividad.

Sin embargo, en Rosario la circulación de músicos era aún limitada. Narra Carlos Rossi, a quien todos conocen como Carletto: “Había una relativa cantidad de bandas locales que tocaban esporádicamente, pero en salas más alternativas (Luz y Fuerza, Facultad de Ingeniería, Lavardén, la ACJ, la Pau Casals del Centre Catalá), todo muy de abajo y autogestionado. Y los que íbamos a ver a esas bandas éramos siempre los mismos. Fue en esa coyuntura que surgió nuestra propuesta. En ese momento Fito estaba tratando de armar algo con Fabián Gallardo, por un lado, y Alejandro Vila con Carlos Prieto estaban en un proyecto de dúo de guitarras, por otro. A su vez, Germán Risemberg tenía unas canciones terminadas y quería presentarlas armando una banda y por ahí apareció también el Sapo López, quien escribía cuentos y a Fito se le había ocurrido musicalizarlos”. Y agrega: “Pensamos que la banda se iba a llamar El Juglar y después cambió el nombre a Neolalia. Con el tiempo se empezó a sumar más gente y con la llegada de Daniel García ya teníamos quien se encargara de las gráficas y los diseños; con Claudio Joison tuvimos al encargado de la organización y coordinación, lo que nos permitió hacer la primera presentación para el público”.

Los conciertos, sumamente escasos en la ciudad, estaban cargados de una mística particular e impulsaron el desarrollo del rock nacional como movimiento de resistencia. En ese contexto, el recorrido de Neolalia fue una experiencia artística decisiva en la historia del rock local. A pesar de su breve historia, representó una síntesis cultural de una generación que creció en dictadura, en medio de la represión política, social y cultural.

Sus integrantes siguieron caminos diversos. Algunos de ellos son reconocidas figuras de la escena musical local y quienes construyeron su trayectoria profesional en otros campos también dejaron impacto en las áreas que atravesaron. Aquel idealismo que empujó su juventud dejó marcas en su recorrido adulto. “Neolalia nos dejó la huella de la búsqueda –reflexiona Squillaci–, de juntarse para tocar y divertirnos y a la vez por el disfrute. Todos intuíamos que estábamos aprendiendo y creo que ninguno imaginaba que haría una carrera con la música. Hoy es un placer comprobar que muchos de los que estuvimos ahí todavía seguimos vinculados con lo artístico. Y creo que no es casualidad”.

Publicado en la ed. impresa #13

Una respuesta a «Bajo el signo de la búsqueda»

Dejá un comentario