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Barullo en papel Crónicas

Una y la vacuna

Es el sábado 3 de julio de 2021 y en medio del oleaje de la pandemia por Covid-19 y sus cepas variantes, voy a vacunarme con turno asignado a la ex Rural de Rosario, distrito centro. Tengo el antecedente clasificado de “personas cercanas emocionadas por recibir la vacuna”. Tengo un saco de paño, un pulóver de lana, una camisa de jean, una remera manga corta y un plan para cuando me toque poner el brazo y sacarme todo este abrigo de encima en quince segundos. Tengo desconfianza por lo que voy a colocarme. Tengo un celular en la mano, como el resto de las personas que pasan por ahí a diario. Tengo una pulsera recién colocada que dice “Santa Fe vacuna”. No tengo emoción.

Sentada en una silla de plástico negro entre cientos de sillas de plástico negro, miro, estudio. ¿Qué hace la gente cuando va a recibir su vacuna? ¿Será esta una de las fotos de su vida? ¿A quién le avisan apenas salen del puesto con un algodón pegado al brazo con cinta hipoalergénica? ¿Se sacan una selfie? ¿Le piden a alguien que les saque la foto? ¿La suben a sus redes sociales? ¿La mandan a los grupos de whatsapp?

El chico que me antecede en la fila mira YouTube con la concentración algo alterada de quien espera que el dentista lo haga pasar al consultorio para extraerle una muela del juicio. Miro para un lado y para el otro como para corroborar que nadie esté atento a mis movimientos y, como si pretendiese robarle la clave del homebanking, clavo la vista en la pantalla de su telefonito. En el video aparece en primer plano el Loco Abreu comentando un gol en el Mundial de Sudáfrica 2010.

Estoy entretenida sacando mi propia foto, construyendo mis estadísticas a ojo como lo hacía antes de la pandemia en los recitales o en la televisación de los partidos de fútbol o de básquet en los que se define el destino de un equipo junto con el de la hinchada. Entonces se me desvía la atención. Irrumpe una voz por altoparlante. No veo quién habla.

La voz da la bienvenida. Nos dice que ese sábado vamos a recibir la vacuna AstraZeneca, que como efecto podemos sentir un malestar, quizás una febrícula. Que claro que podemos tomar una copa o dos de alguna bebida alcohólica, y que si presentamos malestar después de alguna copa de más, eso ya no califica como efecto adverso. Dice que recibir la vacuna no representa algo extraordinario sino que es lo que a los Estados les corresponde, porque como ciudadanía estamos ejerciendo nuestro derecho a la salud pública.

Escucho derecho a la salud pública y el doble vidrio hermético de mi escepticismo se hace añicos. Disimulo la emoción entre los rulos del flequillo y el barbijo. Me paro de la silla y empiezo a buscar la voz que encarnó ese discurso mientras la multitud le canta el feliz cumpleaños a uno de los vacunantes en espera. Un asistente con pechera azul me indica: “Es aquella señora de allá, la de camisa verde”.

Hola, quién habla

La que habla con micrófono en mano es Emilse Belletti, jefa provincial de Enfermería del Ministerio de Salud de Santa Fe. La pandemia la encontró trabajando en el Ministerio de Salud, donde se desempeña desde hace más de treinta años, con tiempo repartido entre Santa Fe y Rosario, con domicilio particular en Granadero Baigorria compartido con su perra Jade y su gata Almendra.

Apenas irrumpió el asunto de la vacunación empezó a preparar equipos, a armar el Hospital Modular de Baigorria, a ver los protocolos a seguir para preparar a quienes estarían en salas de internación. A principios de enero de 2021 la ministra Martorano la llamó para formar parte del equipo de vacunación y, puntualmente, armar el vacunatorio para docentes en el Galpón 17 de la Franja del Río, lugar que ya había funcionado como uno de los primeros vacunatorios para personal de riesgo. Y allí fue Emilse con su amiga Olga Moyano. El Galpón 13, que funcionaba como depósito de vacunas, adaptó una parte como vacunatorio. El espacio quedó chico y pasaron al Ala B de lo que es hoy el vacunatorio de la Ex Rural, donde montaron 15 puestos de vacunación que se sumaron a otros 15 que ya tenía funcionando el Ala A destinada a vacunación de adultos mayores. Se amplió el Ala C con 40 nuevos puestos simultáneos en los que se vacuna acorde a la cantidad de vacunas y la población objetivo a vacunar, ya sea primera dosis o segunda de Sinopharm, Sputnik o AstraZeneca.

Emilse dice que hace un stand up y en su número replica el hábito que tenía en los centros de salud de recalcar la importancia del derecho a saber qué se coloca, qué cosas pueden pasar o no a partir de la vacuna. En este caso, en un espacio más grande donde además hay circuitos de circulación trazados, la forma de llevar esa información fue a través de un micrófono que Emilse agarró con la misma entrega con la que San Martín empuñó el sable corvo para liberar a Chile, Argentina y Perú.

“La salud es un derecho y todo trabajador del Estado debe remarcar ese derecho, estamos haciendo respetar lo que el Estado otorga a cada ciudadano. La mejor vacuna que puede existir es la que se lleva en el brazo hoy cada uno de ustedes”. Eso repite Emilse y no le tiembla el barbijo. Es categórica.

Corría febrero de 2021 cuando le tocó la segunda dosis de su vacuna, en el Galpón 17, en el marco de la vacunación a las personas que trabajan en salud. Estaba absolutamente convencida de la aplicación de la vacuna como medida de prevención. Cuenta que no se emocionó por la vacuna en sí, porque la tomó como una herramienta más para estar en condiciones de cuidar a otros. Lo que la conmovió fue que como el frasco de Sputnik en ese momento tenía que abrirse para cinco dosis, la ministra de Salud recibió una de esas dosis y para las otras eligió cuatro candidatas mujeres; tres directoras de hospitales y Emilse como representante del colectivo de enfermeros.

Carnet de Emilse Belletti. Foto: Sebastián Vargas

Las fotos

En este momento, los turnos de vacunación diarios en la ex Rural son nueve mil entre las tres alas, que funcionan de lunes a viernes desde las ocho de la mañana hasta las veinte. Se dividen entre quienes reciben primera o segunda dosis más lo que se llama turno rescate, que es la población que perdió el turno y asiste a colocarse su dosis por fuera de los turnos asignados para esa jornada. Los sábados se trabaja de 8 a 18 y hay alrededor de 7.200 turnos asignados, y los domingos entre las 8 y las 13, unos 4.000. Las personas con movilidad reducida tienen un ingreso especial asignado y son atendidas en un vacumóvil que incluso aplica la vacuna hasta arriba del auto para evitar molestias o traslados innecesarios.

Entre trabajadores de la salud, personal de seguridad, desarrollo, mantenimiento, sonido, limpieza, Sies, trabajan unas quinientas personas en el día a día.

Entre toda esa gente, en el medio de toda esa logística descomunal, más acá o más allá de la pandemia, Emilse dice que tiene la suerte de trabajar con la alegría, los temores y la incertidumbre pero también con mucha esperanza, porque la vacuna es una herramienta más para poder salir entre todos. Eso la diferencia de sus compañeros enfermeros que trabajan en instituciones públicas y diariamente lidian con el dolor y la muerte.

Cuenta con entusiasmo las situaciones novedosas que se generan en el predio y describe con cierta cualidad antropológica que ahora están atendiendo el caso de la generación cristal. Esto es, las chicas y chicos de treintipico, los que nacieron en los años noventa y que se desmayan antes, durante o después de recibir el vacunazo. Para eso, los enfermeros trabajan anticipando esa situación y se armó un vacunatorio dentro del espacio del Sies.

Sube a la foto, como quien llama a los parientes en el medio de un cumpleaños, a los cientos de padres o madres que asisten acompañando a sus hijos o hijos acompañando a sus padres. Personas que tienen alguna discapacidad y llegan esperanzados. Entran en el cuadro todos los miembros del equipo de salud, con quienes confiesa haber generado un vínculo de trabajo que va desde mejorar la logística para que los números registrados cierren perfecto hasta cantar el cumpleaños a quienes a partir del DNI se les detecta la coincidencia de la fecha de nacimiento con el día en el que se dan la vacuna.

Primer plano de Emilse

Ni el día que la conocí ni el día que conversamos Emilse lleva el clásico guardapolvo o chaqueta blanca como uniforme de enfermera. Sí se muestra así en su foto de perfil de whatsapp. Tampoco condice, y ya quedó demostrado con la imagen del pseudo stand up para la multitud, con la imagen de la enfermera en silencio, que se cruza sobre los labios el dedo índice en forma vertical en gesto de por favor silencio. Esta enfermera sí que habla hasta por los codos.

¿Qué cuenta?

Que en 2006 tuvo un accidente de tránsito. Salía con su marido en auto de una casa de fin de semana que estaban proyectando en Maciel. Terminaban de marcar una pileta que nunca iban a construir juntos cuando de regreso a su casa, un accidente los sorprendió. Su compañero, ex enfermero, ex docente de la Universidad, José Pepe Ugarte, falleció después de cuatro días de internación en el Clemente Álvarez, que ahora tiene un auditorio con su nombre.

“Destrucción total vehicular”, caratuló el seguro automotor. Pasaron otros cuatro días y Emilse, que se convirtió en un poco padre de sus hijas María Laura y Camila, volvió al trabajo. Otros días más tarde, cayeron tres amigas con un Suzuki Fun 0 km bajo el brazo, que le compraron a Emilse para que pudiera trasladarse desde Baigorria hacia su trabajo. Sé los tres nombres de esas tres amigas pero no puedo nombrarlas porque Emilse sabe que ellas prefieren el anonimato y entonces pienso que encontrarse con tamaña generosidad a veces debería caratularse como un accidente con suerte.

Cuenta que nació un 17 de octubre de 1961 en Peyrano y que su mamá (Dolly Denegri, ama de casa) y su papá (Enrique Juan Belletti, ferroviario) hicieron muchísimo sacrificio para que ella pudiera estudiar. Cursó sus estudios en la Escuela Superior de Enfermería María Elena Araya de Colombres del Hospital Provincial de Rosario. Cuando era estudiante vivía en la casa de su tía Lucía y sus padres la mandaban a estudiar en el Central Alcorta con dos bolsos: uno con ropa y otro con comida para poder aportar a la economía hogareña.

Privilegiaba un solo viaje en colectivo hasta el hospital, la ida o la vuelta, acorde con la estación climática, para poder tomar el café que por aquellos años ochenta salía lo mismo que el boleto del urbano.

La formación nodal de su profesión está en la red de centros de salud con el modelo de Atención Primaria de la Salud como bandera. Dice: “Ahí entendí lo que es la vida”. Estos días, además de atender el vacunatorio de la ex Rural, Emilse viaja a otras localidades de la provincia como parte de su función pública, otorgada por concurso.

En algún rato libre practica el hobby de la chocolatería, y deleita a familiares y amigos con bombones y artesanías dulces que ya son un destino lúdico y planificado para cuando llegue la jubilación.

Mientras tanto, Emilse no para. Hace unos días tuvo un pico de hipertensión en medio del predio de vacunación. “Me dieron un Trapax y creo que dije algunas pavadas, no lo puedo creer”, se lamenta.

El destino de todos en cada uno

En una conferencia sobre los desafíos a los que debía enfrentarse el periodismo narrativo en el siglo XXI, Tomás Eloy Martínez postulaba que el nuevo desafío es informar, contar, a través de relatos memorables en los que el destino de un solo hombre o de unos pocos permita reflejar el de muchos o de todos.

No siento que deba convertir esta frase a lenguaje inclusivo, una, porque me pongo de pie cuando nombro a Martínez, y otra porque la historia que decido contar es la de una mujer tan grande que el uso del genérico masculino ni la despeina.

Emilse Belletti, como dice ella, con doble L y doble T, es una trabajadora más de la salud entre miles que en Rosario bancan los trapos en esta pandemia a la que no terminamos de acostumbrarnos y que afrontan su tarea en una campaña de vacunación sin precedentes.

Escribí tantas veces Emilse que me dan ganas de buscar su significado. Lo tiro en Google y el resultado arroja “la trabajadora audaz”. A pesar de la fecha de su nacimiento, dice que su única cruzada es la política pública de salud. 

Terminamos la entrevista y Emilse relaja el gesto, se aleja unos centímetros sobre el banco de cemento en el que estamos sentadas, se baja el doble barbijo, saca un paquete de cigarrillos. Me ofrece uno y me dice:

–¿Vos fumás?

–No, gracias. Nunca se me pegó el pucho.

Y sin poder parar de cuidar, remata: “Vos sí que tuviste suerte”.

Publicado en la ed. impresa #16

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