Topo y sentido del humor son sinónimos. Sus ocurrencias llenan de risa, de cambios abruptos de tema, de un imaginario total de anécdotas de quien vio y vivió como nadie la historia del rock rosarino. El baterista “que jamás dejará de golpear”, según reza el “Tema de Rosario” de Lalo de los Santos, concedió a Barullo esta entrevista en la que cuenta su vida completa
“Nací el 9 de noviembre de 1952, un día que estaba lloviendo. Mi mamá leía Radiolandia(risas) y mi papá se dedicaba a los burros. Se armaba lío porque no llevaba un mango a casa. Me acuerdo de que los domingos a las once se preparaba la comida porque once y media se arrancaban las primeras carreras de caballos. Yo iba a la escuela primaria, al Normal 3, a la de varones. No había escuela mixta en ese momento. Y la secundaria la hice hasta cuarto año, había repetido segundo, también tercero y bueno, quince años después la terminé en la nocturna del Nacional 1, porque me pedían el título para recibirme de maestro de música en el instituto municipal que estaba en Sarmiento y Catamarca y entonces tuve que hacer cuarto y quinto año ya de grande. Tenía la idea de dar clases particulares de batería, pero en 1983 se crea la Escuela Nacional de Música y un título nacional me daba la posibilidad de dar clases en las escuelas secundarias. Tuve que rendir obras clásicas de xilofón con cuatro baquetas, vibráfono con cuatro baquetas. Aprendí a tocar trombón y timbal, flauta dulce y piano. Practicaba en el piano desafinado de la casa de una vecina o en el Normal 1, cuando cursaba el quinto año y me escapaba en los recreos para usar el piano y practicar. Con ese título fui el primer percusionista de Rosario”.
El baterista de Alberto Olmedo
-Y como baterista específicamente, ¿dónde empezaste?
-En la etapa de la secundaria. Tenía 13 años y comencé en el conservatorio Serafino, porque no había profes de batería. Estaba en Pellegrini y Mitre. En casa dije que había empezado a estudiar y mi abuela me compró la primera batería el día de mi cumpleaños. Era una Gal, bastante mala, pero empezaba. Don Serafino tenía una obra que había inventado y tenía todas las partituras y a la misma canción la había hecho en milonga, en tango, pasodoble, ¡qué pesado! Y me decía: “A ver muchachito, acompáñame”. Uno de mis compañeros era Pichi De Benedictis y en ese momento por ahí nos causaba gracia, pero don Serafino me hizo comprar el libro de Gene Krupa, que es el papá de todos los bateristas. Después, en 1969, empecé en forma particular con Vicente Giosa, que tenía la Rosario Serenaiders, una orquesta grande. Estaba en Cerrito y Mitre, y ahí conocí un montón de amigos, como Julio Cusmai y José Luis Gambacurta. Fui empezando a entender las partituras en la Escuela Nacional de Música con Gustavo Puccini, que falleció a los 29 años, una lástima porque era un genio y lo reemplaza Jorge Gravina, que estaba en la Sinfónica y leía un montón de música. A ambos y a Polo Benítez también les debo lo que soy como baterista porque me ayudaron a definir mi técnica y estilo.
El Topo fue parte de la generación que vio florecer al rock and roll hasta su máximo esplendor. En los conjuntos en los que tocaba les fue dando forma tanto a temas suyos como de otros. Con todos reprodujo canciones de las bandas más conocidas del mundo, animó fiestas, bailes, carnavales, shows y recitales que se movieron al compás de sus tambores. Sus aventuras son miles y su anecdotario se inicia con una agrupación humilde de covers. “Mi primera banda fue Los Duendes, éramos un poco malos. Tocábamos en los carnavales del Club Olegario Víctor Andrade (Caova). En ese momento la ciudad hervía de músicos. Estaba el club Olímpico, donde tocaban grupos como Los Ángeles Salvajes, que al principio eran Los Insaciables y hacían temas de los Rolling Stones. Después conocí a Alberto Olmedo, el mismo nombre que el cómico, y armamos una banda que se llamó Los Picapiedras. Él era guitarrista, vivía en una pensión y organizaba los shows y nos informaba un rato antes qué música íbamos a tocar. Era medio un desastre y todo por unos mangos. Después armamos Estroncio 90, en 1969, con Luis Schembri y Oscar Pedroza y tocábamos en muchos clubes, en Plaza Jewell, Cristal Palace. Cuando nos separamos de Alberto Olmedo en 1970, armamos Vitamina C, con Eduardo Tito Scampino, Oscar Pedroza y Eduardo Meletti. En esa época se informaban los shows en La Capital: salía una cartelera muy variada. Tocábamos temas de Credence, Shocking Blue o Los Iracundos durante 45 minutos en un club e íbamos a dar otro show a Unión y Progreso, Echesortu, Servando Bayo o el Cosmopolita. Una vez tocamos un día entero, fue desde el 20 de septiembre hasta el 21 a la noche. Arrancamos en Zavalla, después volvimos a eso de las seis de la mañana al Country de Funes; de ahí a un festival en Central donde compartimos escenario con Sandro y terminamos en La Notte, un night club. Estuvimos dos años juntos y te digo que lo que ganábamos eran dos pesos, pero hacíamos lo que nos gustaba: tocar en un grupo y divertirnos”.
El tema de Lalo
“Cuando armamos Amalgama, Lalo de los Santos me había ido a ver a mi casa, vivía cerca, en 27 de Febrero y Paraguay. Yo estaba ensayando y Lalo tenía 16 años y ya hacía temas de Spinetta. Era un grande, tocaba la guitarra y leía los acordes; porque cuando avanzás en la música, te das cuenta de que no es tan complicado y entrás en un ejercicio, pero me sorprendía Lalo, que un pibe de 16 años supiera tanto. Con él nos hicimos grandes amigos. Amalgama se armó con Héctor Maggi, Eduardo Scampino y Lalo, en 1972. Después se fue Maggi y entró Osvaldo González Rubio. En ese momento estaba el Ateneo de Músicos Amigos de Rosario (Amader), que nos agrupaba a todos los músicos, artistas plásticos, fotógrafos. Lo manejaba Richard Grassi, que organizaba shows e intentaba agrupar a todas las bandas de Rosario y llegaba gente que hacía un montón de cosas. Nos prestábamos equipos y ahí conocí un montón de gente, a Rubén Goldín y muchos artistas más. Por nuestra parte habíamos empezado a componer temas propios, porque habían salido Almendra, Manal, Los Gatos, de quienes hacíamos covers. Y bueno, se me da por hacer las letras y compuse dos temas, uno se llamó Agua y el otro Cardo y Laura, que los grabamos en el estudio Sonus. Me acuerdo que tocamos en un boliche de Carcarañá y con la plata que ganamos pudimos comprar un bajo para Lalo. Cuando Maggi deja la banda y se incorpora el Conejo González, Lalo estaba componiendo, incluso hicimos recitales con muchos temas nuestros. Después se disolvió la banda. A Lalo le había salido la oportunidad de ir a tocar con Pablo el Enterrador. Yo me quedé trabajando un tiempo en Sonus. Hacía trabajo administrativo y metía alguna opinión cuando grababan”.
Le dicen Topo por el Topo Gigio, era el más chiquito de todos y tiene las orejas un poco grandes. Una vez Lalo de los Santos, cuando termina un show, comenta el asunto del Tema de Rosario, la parte en la que lo nombra a lo que una señora se le acerca y le pregunta: “Usted, cuando nombra al Topo, ¿nombra a mi hijo?”. Y Lalo le responde: “No señora, es mi amigo el Topo Carbone, no su hijo”. “Y la señora se fue medio tristona”, recuerda y se ríe.
Una guitarra para Spinetta
-¿Y cómo fue que te hiciste amigo de Spinetta?
-En 1975, cuando empiezo a tocar en Enigma, es cuando me hago amigo de Spinetta. Se contactan conmigo Gabriel Glizé, Daniel Benítez y Juan Anserra, que había traído de Estados Unidos unos equipos infernales de la marca Marshall, como los que tenía Jimi Hendrix. Muchos le mangueaban el equipo; su guitarra era una Ovation eléctrica. En Enigma hacíamos temas de rock sinfónico de Yes y Emerson, Lake & Palmer. Ahí es cuando el Flaco Spinetta se entera de la guitarra y me envía una carta, pero al final no se concreta la venta. Yo, por mi parte, había hecho un dibujo de Spinetta en lápiz y a escala geométrica; lo había sacado de uno de los primeros discos solistas de él. Lo encuadré y todos mis amigos lo veían cuando iban a ensayar a casa. Cuando Spinetta vino a Rosario para actuar con Invisible, me pasa a buscar Gabriel a la noche y me propone ir al hotel en donde estaba el Flaco para llevarle el cuadro: ¡Spinetta quería conocer al que lo dibujó! Y fuimos a un hotel que estaba en la calle San Lorenzo, y sale Luis, que para mí fue una cosa increíble, fue como ver a un marciano que salía de un plato volador. Me da la mano y me dice: “Mucho gusto, Spinetta, ¿vos me hiciste un dibujo? ¡Me reventaste la nuca, increíble! Ahora no me tenés más en la pared de tu cuarto, soy de carne y hueso”. Esas salidas típicas de él. Y dice: “Aguantá un momento, que me voy a cambiar, me voy a poner unas zapatillas”. Y cuando baja le regalo el cuadro; él pensaba que yo le quería cobrar algo. De ahí en adelante empezamos una gran amistad. Iba en tren hasta su casa a ver a los ensayos de Invisible; cada vez que venía acá a tocar, me hacía pasar a camarines. Un día fui a Buenos Aires, a ver a Hermeto Pascoal, un gran músico brasileño, y estaba sacando la entrada y llega él. Me agarra de atrás y me tapa los ojos y me dice: “Ricardo vení, acompáñame que dejé mi auto acá. Te estás haciendo famoso, te vi en la revista Pelo”. Yo en esa época ya estaba con Irreal. Y bueno, con Enigma estuvimos juntos dos años hasta que Anserra se vuelve a Estados Unidos. Y se lleva la guitarra (risas).
“La parte del ego en los artistas es tremenda y Spinetta era un tipo que le buscaba la vuelta para no tenerlo. Una vez íbamos caminando por la calle y se encontró con un flaco y le dijo “loco, te invito a comer a mi casa” y yo le digo, “¿lo conocés?” Y él me contesta que no. O me decía “tu viejo es total” sobre mi papá que lo vio una sola vez cuando fue a mi casa. Esa vez me regaló su libro Guitarra negra, que eran poemas de él.
“Para mi viejo yo era un ídolo. En vez de decirme lo que decían todos los padres de mi generación como «estudiá otra cosa», siempre me apoyaron con mi abuela y mi mamá. Fui un día a las carreras con él, me dice «vení que te llevo», pero yo no le decía nada a mi vieja porque se armaba lío entre ellos. Y cuando vi un caballo hermoso le digo a mi viejo que le juegue a ese. La cosa es que gana el caballo y mi viejo gana un montonazo de guita y me compró una batería completa con dos tones que eran carísimos. Y mi abuela se dio cuenta del asunto. Mi viejo estaba feliz con la compra y con una guitarrita de juguete se puso a cantar: «Vamos a la farra a tocar la guitarra, vamos a la farra y bailemos los dos y cantemos los dos», y mi abuela le dice: «Usted es mucha farra pero no labura nunca, dele de comer a mi hija, y si no, vaya al fondo aunque sea a cortar los yuyos»”.
La gran Dalonso
El Topo se encontraba en su mejor momento. Requerido por bandas de la ciudad, lo convoca Adrián Abonizio para formar parte de Irreal. Mientras tanto los días en que no estaba comprometido para algún show de alguna de sus bandas, don Dalonso lo iba a buscar. “Irreal estaba formado por Juan Chianelli, Hugo García, Marcelo Domenech, Yayi Gómez y yo. Ensayábamos enfrente de la plaza Buratovich, en San Nicolás y 9 de Julio. Mientras la banda se iba consolidando, tocaba con don Antonio Dalonso y Pedro Donadío que me iban a buscar en un Falcon para acompañarlos en fiestas. Hacíamos pasodobles, mambos, cumbias y Donadío usaba siempre un traje negro que de tanto uso se le fue poniendo gris. Solía teñirse el pelo con betún de los zapatos y una vez en un show que hacía mucho calor, con la transpiración se le fue derritiendo por la cara, parecía un vampiro. Mientras tanto, en Irreal necesitábamos comprar una consola y fuimos a tocar a un pueblo con don Dalonso y Donadío. Nos presentamos como Adrián y los Románticos del Ártico y cuando se acercó el locutor para preguntarnos quién era Adrián, ninguno le quería contestar y menos Abonizio. Y en busca de esa consola, cuando ya se había incorporado Baglietto, fuimos a tocar al Club Náutico Avellaneda disfrazados, yo de Superman y Baglietto de guerrero romano”.
“Adrián -que hizo un cuento con la historia de don Dalonso- se fue de la banda porque todo era muy sinfónico, no podía poner letras, él quería más canciones y en su lugar entra Baglietto y ahí fue una cosa increíble. Fuimos a Buenos Aires a un concurso que organizó la casa de instrumentos Daiam y salimos segundos. Baglietto cambió totalmente lo que hacíamos con Adrián, me fui porque había cuestiones que no me convencían pero fue una etapa hermosa”.
“Después armé una banda que se llamó Astarte, más tarde otra que se llamó Privé, en la que también hubo una gran etapa musical de diez años. Hace seis años armamos Mr. Robert, con Jorge Bisciglia, Roberto Ledesma en bajo y Pablo Lahitte en guitarra y voz. Tocamos en El Cairo, en el Casino, nos filmaron para Somos Rosario, nos vamos el 20 de julio al programa Metepúa en Buenos Aires y ahora vamos a salir en una revista… ¿Barullo? Jajaja”.
RECUADRO
Recuerdos que no voy a olvidar
- Fui a Coronda para ver a mi amigo Guillermo Díaz, que lo habían puesto en cana por lo de la Petroquímica de San Lorenzo en 1975, los obreros habían tomado la fábrica. Él fue de fotógrafo. Éramos simpatizantes del Partido Socialista de los Trabajadores y me dijo que fuera a la marcha el miércoles, y al final salieron el martes, si no hubiera sido por esa confusión, me hubieran metido en cana. Y él estuvo sólo nueve meses porque el padre era abogado y lo pudieron sacar.
- Una vez estuvimos tocando en Caova, en un carnaval, y compartimos escenario con Leonardo Favio, lo acompañaban nada menos que Los Shakers, porque muchos músicos acompañaban a los artistas solistas y pudimos conocer a los hermanos Fattoruso.
- El Rocksario fue organizado prácticamente por Baglietto. Hacía un año que había triunfado en Buenos Aires y trajo un camión que era un estudio de grabación y grabó todo el recital en vivo. Convocó a todos los músicos rosarinos, estaban Litto Nebbia, Silvina Garré, Fandermole, Boulevard (la banda que tenía Fabián Gallardo), Myriam Cubelos, Abonizio y yo acompañaba a Ethel Koffman. Cuando Ethel empieza a cantar El témpano, de Abonizio, explotó el estadio. Yo tuve una ovación de siete mil personas vitoreando mi nombre cuando Ethel me presentó. Eso fue increíble.
- Al libro Generación subterránea lo había empezado a escribir y editar Sergio Rébori, y me convocó para ayudarlo. Porque la cosa no comenzó desde Baglietto, fue desde muchos años antes con un montón de bandas. Fuimos a la Hemeroteca y nos encontramos con notas y fotos de recitales que habíamos hecho 20 o 30 años antes de la Trova rosarina.
- En la etapa de Vitamina C, fuimos contratados por un conductor de radio y televisión, Gianserra. Nos habló para hacernos pasar por el grupo Safari. Porque a veces los representantes de Buenos Aires buscaban gente del interior para armar grupos, venderlos con los nombres de los famosos y fuimos como Safari, a tocar cerca del Chaco, a Colonia San Martín Norte. Y el cantante cantó Estoy hecho un demonio, el éxito del momento y después se olvidó la letra de otra canción y la gente se dio cuenta. Nos empezaron a tirar monedas; levanté el bombo para taparme y los monedazos rebotaban en el parche. Tuvimos que salir corriendo. Y después, en una entrevista radial, lo escuchamos a Gianserra que dijo: “Ojo que hay grupos de Rosario que se hacen pasar por los famosos de Buenos Aires”. Y él fue quien nos había contratado (risas).
Una respuesta a «Topo Carbone, fundador de fundadores»
Tuve la suerte de tocar con el topo, acompañabamos a Alejandro Bogado, tuve la suerte de conocer a su abuela. Con respecto a Gianserra: terrible garca, mala persona