Un rallador y un jarro de aluminio. Una lata de aceite de oliva y un destornillador. Parejas desparejas de utensilios domésticos, reunidas por la urgencia de la bronca humana. Juntas con una única función: amplificar el grito. Un hombre, una mujer, no deciden sus rasgos pero sí sus consumos. Por eso, al retratar las cosas de las que alguien se rodea cotidianamente, al mostrar lo que se tiene más a mano, Sebastián Vargas hace verdaderos retratos. Muestra gustos y personalidades, hasta profesiones. Sus yuxtaposiciones pertenecen por su contenido literal y manifiesto a la tradición del género pictórico del bodegón, pero su contenido metafórico latente las inscribe en la noble genealogía artística del retrato.
Hay además decisiones del fotógrafo que refuerzan esto: el flash como un tenebrismo de la instantánea. Los volúmenes de color emergen de la oscuridad fuertemente iluminados, no por la luz eterna pintada con esmero en las modulaciones al óleo del claroscuro barroco, sino por el impacto de captar el presente.
Reportero gráfico que usa sus herramientas de periodista de la imagen para conjugar el documental y el arte, Sebastián como artista contemporáneo profundiza su búsqueda y va en pos de los protagonistas. Los aísla de la multitud. Los individualiza. No son cifras de una masa ni órganos de una organización. Son vecinos, descontentos, luchando por su derecho a no pasar calor ni frío. La pelea es desde el cuerpo y por el cuerpo. Sin sus textos, quedan los cuerpos y las ropas, y las miradas. Estas fotos de manifestantes solitarios, con o sin su otro significativo del día a día, con o sin sus pancartas caseras pergeñadas en la furia del momento, representan un modo de hacer política que es muy de esta época.
Fotos: Sebastián Vargas
Publicado en la ed. impresa #01