Olga Corna fue la primera en su familia en terminar la universidad. Se recibió de licenciada en Letras y durante cuarenta años dio clases de Semiología en la Facultad de Comunicación Social de la UNR. En muchos profesionales que hoy vemos, escuchamos y leemos está su huella. Sus clases son parte de la memoria colectiva del periodismo rosarino. Se jubiló a fines de 2023 y ahora camina segura por los pasillos de la facultad donde todos la saludan “como a la reina de la vendimia”, bromea. Enseñar le abrió puertas y corazones. Apenas recibida ganó una beca para trabajar en Italia junto a Umberto Eco. Aunque no pudo costearse el viaje, la vida le dio revancha. Hoy integra un equipo de investigadores internacionales. Olga tiene los ojos azules y un sentido del humor a prueba de todo. Quien pasó por sus clases no la olvida: entusiasta, desafiante e impulsora permanente del pensamiento crítico.
Con Barullo repasa su vida, habla de los discursos de odio, de Taylor Swift, de Eliseo Verón. Y de la satisfacción que le dieron los alumnos discutidores. “A mí una de las cosas que más me apasiona de la docencia es la posibilidad de tener un alumno discutidor que me argumente y me gane. Eso me parece fascinante”, cuenta.
–¿No lo viste nunca como una afrenta?
–Al contrario. Me quedo tranquila porque hay quien me siga. La tranquilidad es que entre mis exalumnos hay muchísima gente fantástica que va a discutir todo lo que apunte contra un derecho y contra la condición humana. No he escrito libros, pero tengo muchos apuntes de cátedra porque me gusta discutir con mis alumnos y me parece que lo más interesante a trabajar hoy es el primado negativo. La noción predictiva de las cosas. Las cosas están allí. Miralas. Analizalas. Te lo dijeron. Te lo avisaron. Que vos no lo veas o que no quieras verlo porque tu zona de confort todavía no ha sido tocada habla mucho de cómo es la sociedad.
La entrevista transcurre mientras los legisladores definen si dejan firme el veto del presidente Javier Milei para negarle el financiamiento aprobado a las universidades públicas del país. Olga está preocupada. A los 71 años volverá a marchar por segunda vez en este 2024 para pedir que se respete la educación pública. Es algo que lamenta, pero no desconoce: ya le tocó hacerlo en otros momentos de la historia argentina. En los medios de comunicación hay debates cruzados entre quienes apoyan la postura oficialista y quienes la denuestan.
En ese contexto, Olga, que ha formado a comunicadores sociales por cuatro décadas, diferencia entre periodistas y comunicadores: “El hecho de tener que estar involucrados por una cuestión de supervivencia en conservar su empleo, los condiciona”, dice respecto a los periodistas. Afirma que, por el contrario, los otros conservan su criterio auténtico. “El comunicador se resiste a doblegarse y no poder interactuar con la verdad, con el hecho concreto”, señala.
–Muchos de los que ejercen el periodismo hoy pasaron por tu cátedra. ¿Sentís que hay más condicionamientos que antes?
–Muchos más condicionamientos. Creo que el contexto termina modificando lo que fuiste en algún momento para poder seguir estando. De eso hay ejemplos claros. Gente que era una voz que gritaba la realidad y la noticia con autenticidad desde el punto de vista del objeto y el hecho analizado y luego, en la gran vorágine picadora de carne que son los medios porteños, acomodó un espacio donde se lleva bien con el poder de turno. El periodista tiende a tomar la línea editorial del medio que lo contrata como su propia línea editorial. Ahora, también juega una creencia ideológica que lo coloca en ese espacio porque el que piensa diferente queda marginado. Y además es blanco de los discursos de odio. El odio es un sentimiento de inversión total de lo que es la capacidad humana respecto a ser humano, ser especie. Vos podés no coincidir con la opinión del otro, pero ahí está la ventaja, la riqueza. Exige un maravilloso ejercicio filosófico. Cuando uno discute, discute mayéuticamente y es humano. Trata de alumbrar, dar luz al pensamiento del otro. Es decir que, aunque yo no coincida con tu pensamiento, lo respeto.
–¿Recordás a algún alumno o alumna discutidora?
–Sííí… de los más recientes puedo decirte muchos. La mayoría pertenecen a los centros de estudiantes. No he encontrado discutidores entre los libertarios, lamentablemente. Porque yo acepto cualquier cosa que vos me quieras decir, pero para sostenerlo tenés que argumentar y para eso tenés que informarte, instruirte. Sólo entonces tenés sabiduría sobre el hecho por el cuál vos estás discutiendo. Y luego hay un gran paraguas que tiene que ver con lo que viviste y te lleva a sentir aquello que vos pensás que hay que enunciar y denunciar.
La semiología
–¿Qué es la semiología?
–La semiología es una disciplina curiosa y chismosa. Es curiosa porque atraviesa muchas disciplinas para explicar los fenómenos, y chismosa porque traslada esos descubrimientos en todos los ámbitos que puede. Nosotros trabajamos para ver qué pasa con ese síntoma que se manifiesta en la sociedad y que determina una producción de sentido, instala lecturas y discursos.
–A propósito de eso, ¿qué pasa con los discursos de odio que nacen desde el poder, pero la sociedad se los apropia tan fácilmente?
–Efectivamente esos discursos han encontrado el punto neurálgico en el cual esa sociedad tenía una disconformidad y no la podía decir. Son cuestiones cíclicas desde la perspectiva de algunos términos que para nosotros son interesantes: el chicaneo, el bombardeo permanente que enuncia el inquilino de la Rosada.
–El inquilino de la Rosada…
–Sí, por una cuestión etaria parecía una novedad, pero en realidad ese término fue uno de los primeros usados durante las manifestaciones de jubilados contra Domingo Cavallo. Y es muy interesante. En mí funciona como en mucha gente que replica, repite y enuncia nuevamente ciertas cuestiones que habían quedado aletargadas. Y hoy vuelven a despertar. A estos discursos hoy los llamamos distópicos, antes se llamaban transgresores.
–¿Por qué?
–Porque hay una nueva designación. El discurso distópico quiebra la realidad y el transgresor hace de esa realidad un eje que tiene que ver con lo que se permite decir. Por eso hay enunciaciones vulgares, hay un destrato, hay una falta de reconocimiento de los modelos sociales desde la perspectiva de dónde hay que frenar esta pulsión de decir cualquier cosa. Esta noción de respeto y racionalidad en algún momento se diluye. Y nos encontramos no sólo frente a una persona que hace alarde de este maltrato, sino que sus seguidores se sienten con el mismo permiso. Es muy preocupante desde el punto de vista social.
–Gran parte de esos seguidores son jóvenes…
–Yo lo que vi en el último tiempo es una gran cantidad de jóvenes comprometidos en la militancia por ciertas verdades respecto a lo social, y otros desde una apatía absoluta. Hoy las bases de la democracia son tembladerales. A mí, como ser semiótico, lo humano me conmueve. Y cuando ves a mucha gente que ha perdido su sustento, que está en la calle, que no sabe cómo va a salir adelante… tu obligación como especie es mirar ese problema.
–Pero hay una parte de la sociedad que no empatiza con la carencia del otro…
–El discurso de odio necesita un responsable. Y lo que nosotros estamos viviendo es un gran adoctrinamiento por la culpa ajena. El otro tiene la culpa de lo que está pasando. Y aparecen términos peyorativos como “el planero”, “el que no ha trabajado nunca, desde hace tres generaciones” “los que viven de arriba” y como contrapartida “los que trabajaron, los que aportaron”. Las guerras de hoy, en nuestro país, tienen que ver con este sentimiento de odio que hace a la degradación de la especie humana.
La docencia
Olga Corna empezó a dar clases a los dieciocho años como maestra de una escuela rural: La Esperanza, cerca de Villa Gobernador Gálvez. “Enseñar a leer y escribir es una cosa que parece mágica. Trabajé y estudié hasta que me recibí de licenciada en letras. Tengo cuarenta y ocho años de servicio en docencia. En ese tiempo quien podía irse a una beca tenía que tener mucho dinero. No era como ahora. Yo fui aceptada en el Dams por Umberto Eco, pero no pude pagarme mi estadía allá. Igual tuve una muy buena compañera de estudio, Lucrecia Escudero, que se fue a estudiar con Eco. Y a su regreso trabajamos juntas en el plan de estudios. Al principio la Facultad de Comunicación Social estaba en el edificio de Derecho. Y luego nos mandan a La Siberia, que era tierra de nadie. Sólo estaba arquitectura. El lugar es estratégico para poder cercar. ¿Dónde te escapabas vos si llegaba la policía acá? A ningún lado. Durante las épocas más duras, de dictadura, seguimos trabajando pese a la represión que imponía un modelo como el actual, en el cual no quieren que la gente piense. Cuando el inquilino de la Rosada me cuenta la historia como a él le gusta y me cita a Cicerón sin haberlo leído y a Alberdi sin haberlo leído, pienso que algo hemos hecho muy mal para que esto sea gobierno”, reflexiona.
–La semiótica implica interpretar…
–Semiótica es que usted aprenda, se informe y tenga una idea de lo que está ocurriendo. Y generar una opinión crítica. Nunca tomé un examen donde vos me tengas que repetir lo que dice el libro. Ya lo dijeron. Dígame algo distinto. Yo voy por este paradigma, pero usted me tiene que saber decir algo propio. Para algo estoy enseñando esta cuestión. Busquemos cosas que podamos analizar desde ese lugar. Que vos me repitas lo que dicen Proust, Verón, Saussure… no tiene sentido.
–Hay un compromiso permanente con la docencia, ¿por qué?
–Porque creo que es una parte importante de tu paso por la vida tratando de ser mejor ser humano con el otro. Siempre entendí que lo que más me sorprendía de lo que leía se lo tenía que contar a mis alumnos. Y además mirar siempre el contexto. No en vano ciertos artistas tienen éxito en determinado momento de los ciclos de la sociedad. Por ejemplo: Taylor Swift. Hay un movimiento allí: las swifties. Taylor representa el sueño americano, una chica que sale de un concurso de talentos y genera una gran ensoñación en las adolescentes. Que además quieren ser como ella. No he visto nada más horrible que las pulseritas plásticas de Taylor Swift. En un momento en el que uno está trabajando respecto a la contaminación que genera el plástico, la tía es la más contaminadora y todo el mundo aplaude. Yo vengo de la época de David Bowie, los Beatles y los Rolling Stones, que surgieron en un momento de vitalidad y rebeldía genuinas.
–Ahora, es necesario tener amplitud de criterio para vincular esos fenómenos con el mundo intelectual
–Eso es justamente la semiótica. Explicar determinados fenómenos que muchas veces tienen que ver con la música: Benson Boone, Teedy Swims, Tina Turner. Antes de irme como jubilada fue muy cómico porque trabajé todo un año sobre Harry Styles. El mismo año que para él fue fantástico. Nos fuimos juntos, digamos. Él se llamó a silencio y yo me fui de la facultad, que es una manera de decir porque sigo dando clases, sigo dándoles materiales a los actuales profesores, el grupo fantástico que quedó.
–¿Qué te dejaron todos esos años?
–Me quedo con el afecto de mis alumnos. Con la alegría de que me llamen y me digan: “Olga, necesito un libro”. O: “Explicame esto”. Yo tengo grupos de whatsapp con todos mis alumnos desde que apareció whatsapp.
En 1989, cuando estaba dando clases en la UBA como jefa de trabajos prácticos de la cátedra de Eliseo Verón, descubrió una convocatoria de Canadá para becas. La propuesta daba la chance de elegir una universidad y un profesional vinculado al área de investigación de quien postulaba. Así es como dos años después viajó a la Universidad de Montreal a trabajar con semiólogos de ese país en tecnología educativa. Luego pudo armar un centro de estudios canadienses dentro de la UNR. Esa experiencia la transformó en una investigadora internacional, pero sobre todo creó un puente que hoy cuenta con infinidad de becarios en distintas áreas.
La vida
Olga habla poco de su vida privada. Viuda desde hace dos años, conoció a Julio cuando ambos tenían apenas catorce años, en un cumpleaños. Con él transitó una vida de avatares y alegrías.
“Yo sin saberlo fui muy feminista desde siempre. Él me conoció activa, siempre fui terrible. A los catorce años jugaba al vóley y era presidenta de la Acción Católica de la escuela. Iba a una secundaria maravillosa de monjas dominicanas tercermundistas. Una de ellas era doctora en filosofía. Nosotros hacíamos obras vinculadas a la solidaridad teniendo en cuenta la teología de la liberación, que fue lo que me marcó para que mis hijos no fueran a los colegios católicos que existen hoy, porque estas monjas terminaron siendo laicas. Nosotras teníamos una fuerte doctrina social de la iglesia. Y eso me marcó. El otro era importante. La marginalidad, la pobreza, eran importantes”, dice con énfasis.
Cuando intentó ser madre no pudo y a los treinta y nueve años, sin esperarlo, descubrió que estaba embarazada. Fue el mismo mes en que el entonces presidente Carlos Menem anunció que cerraba el Banco Nacional de Desarrollo, donde Julio era subgerente. “Formamos una familia donde mi marido cuidaba mucho a nuestra hija, Miranda, en casa, y yo trabajaba más”, recuerda.
A los cuarenta y un años, una amiga del Hospital Provincial le pidió a Olga que cuidara a un bebé que había nacido ahí e iba a ir a una guarda transitoria porque su mamá no podía criarlo. Se llamaba Juan Ignacio. La guarda transitoria terminó siendo la casa de Julio y Olga, que litigaron durante seis años para adoptarlo. “Miranda es el milagro y Juan Ignacio el deseo”, dice respecto a sus hijos. Corta la entrevista para recibir a su nieta, “que es un sol”. Pero antes queda una pregunta.