Por Pedro Squillaci
Grandinetti entra al bar El Cairo y una señora de la mesa de la ventana codea a su amiga. Quizá un rato después le pidan una foto o no, aunque a él mucho no le mueve el amperímetro. Es que justamente acá, en Rosario, su ciudad, Grandinetti es Darío. El tipo que se reúne periódicamente con el Negro Centurión y algunos otros amigos en La Mesa de los Galanes, el que habla de política vehementemente, o el que levanta las cejas con cara de pocos amigos cuando una estrella rutilante del fútbol europeo la deja en la segunda bandeja en vez de clavarla al ángulo. También es el que disfruta de un buen chopp con cuadraditos de queso barra o de una cena tope de gama, siempre que esté rodeado de la gente que quiere. Darío Grandinetti es uno de los mejores actores argentinos de su generación. Se ganó el corazón de todos con ese paciente en recuperación de Darse cuenta, de Alejandro Doria; fue el poeta seductor de El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela, y también el loco del avión de Relatos salvajes, de Damián Szifron o el oscuro doctor de Rojo, de Benjamín Naishtat, por el que ganó el premio al mejor actor en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián en 2018.
La que sigue es una charla a fondo de Barullo con el Grandinetti que va del teatro independiente de Rosario a filmar con Pedro Almodóvar, el que afirma que no le sobran guiones para filmar y que disfruta de ese tiempo ocioso reinante entre una obra teatral, una película y una serie. Y al que le duele este presente político de la Argentina, pero eso no le resta las ganas “de resistir frente a tanta mediocridad a través del arte y de la cultura”.
–Hay una frase de Fito que es “Rosario siempre estuvo cerca”, pero a vos no te suena sólo a letra de canción, es tu realidad…
–Sí, es que vivo acá. Cuando estoy en la Argentina, y no digo esto como si me la pasara recorriendo el mundo. Yo trabajo afuera, por suerte, y entonces cuando no estoy trabajando estoy en Rosario, no en Buenos Aires. Es mi ciudad, vivo acá, voto acá, entonces qué decirte, hago todo lo que hace un ciudadano rosarino, voy al teatro, me encuentro con amigos…
–De todos modos, tu familia se reparte entre dos países…
–Sí, tengo a mis dos hijos mayores viviendo en Madrid, mi hija más chica vive en Buenos Aires, acá en Rosario vive mi madre, una hermana vive en Buenos Aires, y acá en Rosario tengo primos y tengo amigos. Y hay una actividad cultural que tiene la ciudad que yo la disfruto, voy al teatro, voy a escuchar música. Eso es importante y siempre lo tuvo. Mirá, cuando yo empecé a hacer teatro acá, en el año 76, joder, cuánto tiempo, me decían “uy pibe, no sabés lo que era esto antes”, o sea que siempre acá hubo una actividad teatral importante.
–¿Te acordás de algunos nombres o salas de esos años?
–Sí, estaba Arteón, estaban Lenski, Mirko Buchín, Lauro Campos en el Margarita Xirgu, estaba Serrano, estaba Héctor Barreiros, con el que yo trabajaba, había una movida teatral fuerte, sumada a los elencos que venían de Buenos Aires, y sigue siendo como ahora. Yo recuerdo en los años 80, un fin de semana agarré La Capital y me puse a contar los espectáculos que había en Rosario ese fin de semana y conté seis espectáculos de música de cámara, seis, un sábado, entonces siempre fue una ciudad relacionada con la cultura.
–Ahora bien, ¿te imaginabas que dentro de esa movida cultural de esos años iban a surgir un Grandinetti, un Machín, un Nemirovsky o un Zapata como director, un Postiglione, un Nene Molina y tanta gente que hizo un aporte desde lo local con proyección nacional?
–No es que lo pensaron o que lo pensé, lo que te puedo decir es que no me sorprende que haya ocurrido. Uno no estaba ahí porque sí. Es como cuando hacés una película, no sabés qué va a pasar, por ahí te encontrás con que no va nadie o te encontrás que la siguen viendo cincuenta años después. Esto es igual, nosotros hacíamos, hacemos.
–¿Actuar es un salto al vacío?
–Sí, nunca sabés, aunque siempre depende de algunas cuestiones. Primero tenés que tener un buen guion, sin un buen guion es como pretender sacar agua de las piedras. Siempre digo: uno puede arruinar un buen guion, pero no se puede convertir en bueno un guion que es malo, es imposible. Además está la realización, todo lo que incluye hacer una película, la preproducción, la producción, la dirección, los compañeros, todo. Pensá que hay muchas personas que trabajan en una película, y depende de todos ellos que la película salga bien.
–¿Te pasa que mirás una película en cine o en una plataforma y decís “esta la podría haber hecho yo” o “yo este personaje lo podría haber hecho mejor”?
–Ah, jajaja, no, no, eso no. Sí, no sé, alguna vez creo que dije “uy, me hubiera gustado hacerlo”, eso más de una vez.
–A mí me pasó como espectador que vi Ella en mi cabeza con Julio Chávez y después la vi con vos y tu versión me pareció superadora. ¿Cómo fue tu proceso en ese caso?
–Yo la vi con Julio y a mí me encantó, él es un actorazo, pero hicimos cosas distintas. Lo que pasa es que siempre la interpretación que hace un actor de un personaje no es la misma que la que hace otro. Pero esto es lo fantástico de este oficio, porque si no, yo que sé, ninguna obra que haya hecho Alcón la pudiera haber hecho nadie nunca más.
–Ahora, decime la verdad, ¿vos no sentís una presión extra si te toca hacer una obra que ya la protagonizaron Alcón o Chávez, o quien sea, y que fue un exitazo y la hicieron perfecta?
–No, yo no pienso eso porque si no, no haría nada. Si uno piensa en qué va a opinar la gente o qué van a decir, mejor quedate en tu casa. Subirse a un escenario dudando no se lo recomiendo a nadie. No. Prefiero pecar de inconsciente y de soberbio, sí.
–O sea, ¿vos estás siempre seguro de lo que vas a dar? Malo o bueno, sabés que lo vas a dar todo.
–Sí, con lo que yo tengo, con mis herramientas, con mi instrumento, que soy yo, voy a tratar de hacerlo lo mejor posible. A criterio de alguien quizá no será suficiente, a criterio de otros a lo mejor sí, pero yo trabajo para mí.
–A ver, ¿cómo es eso de trabajar para vos?
–Sí, yo trabajo para mí, para quedar conforme yo con lo que hago, que pocas veces quedo conforme.
–¿No te mirás en las películas, viejas o nuevas, para ver qué hiciste y cómo lo hiciste?
–No, no.
–¿Pero por qué sucede eso, te enojás con vos si hiciste algo que no te gustó?
–Porque no me gusta lo que hice en una película de hace veinte años, y tampoco me gusta lo que hice en una película de hace dos años. Porque el tiempo pasa y la visión que uno tiene sobre las cosas también cambia. Yo me preocupo por ver si aquello que quise actuar aquella vez se notó. Y muchas veces me doy cuenta de que no, jajajaja, o sea que es doble la frustración. O sea, digo, hoy hubiera hecho otra cosa, pero además aquello que quise hacer la otra vez no se notó.
–¿No te pasó que filmaste cuatro tomas y la que eligió el director justo no era la que vos querías?
–Ehhh, siempre, la mayoría de las veces. Yo, por las dudas, siempre digo “para mí, es la segunda”, pero no siempre me dan bola, a veces sí, pero la mayoría de las veces no. Además pasan otras cosas, puede ser una toma en la que tu compañera o compañero está mejor y en la que vos estuviste peor, ese es un tema también.
–Dijiste alguna vez que filmar con Almodóvar fue una bisagra en tu vida, pero en teatro, ¿cuál fue la obra que fue un antes y un después?
–Hijos del silencio, en 1982, la dirigía Sergio Renán y puedo decir que fue el trabajo con el que me quedé más conforme, fue en el teatro Blanca Podestá. El título original era Hijos de un dios menor, y se hizo en Hollywood una película con William Hurt y una actriz que era sorda, porque era la condición que había puesto la autora. Es la historia de amor entre una chica sorda y un profesor en un instituto para sordos. Y ahí me llevé muy bien con Renán, y en las notas que me han hecho pocas veces han nombrado que para mí Renán fue una bisagra, no sé por qué. Lo que sé es que a partir de esa obra empecé a ser observado por David Stivel y Alejandro Doria, así que fue determinante para mí.
–Vos sabés bien que estás en ese top ten de los mejores actores argentinos.
¿Eso te obliga a subir la vara cada vez que hacés una serie, una película o una obra teatral?
–No, todo eso es el afuera, lo juzga o lo etiquetan los demás. Mirá, la primera vez que filmé en España fue Hable con ella, de Pedro Almodóvar, lo que para mí iba a ser una novedad, con un nivel de producción importante. Y la verdad es que tanto la productora de Pedro como Pedro me la hicieron muy fácil. Enseguida sentí que él confiaba en mí porque ya me conocía, cosa que yo no sabía, después me contaron que antes de decidirse se quedó viendo tres o cuatro películas mías, no sé cuáles, pero habrá sido El lado oscuro del corazón, porque él sabía que yo podía decir textos difíciles y eso debió haber sido por los poemas de Oliverio Girondo que hay en la película principalmente. O sea, te cuento esto para decirte que enseguida sentí que no desentonaba, que confiaban en mí, y no pensé en el afuera. Y esa película fue una bisagra en mi carrera, indudablemente. Fue como jugar la Champions.
–¿Qué es lo que tiene de diferente filmar con Almodóvar? El director, la producción, filmar en Europa, el eje conceptual de la película…
–Tiene que ver con todo, con todo eso, sí, claro. Primero, como digo siempre, el guion es fundamental, y él escribe bastante bien, ¿no?, jajaja, y tiene una jefa de producción que es Esther García que es una recontracrack (se refiere a Esther García Rodríguez, directora de producción de las películas de Almodóvar desde 1986 y que está a cargo de la productora El Deseo), una persona fantástica. Ellos aman a los actores y a las actrices, vos no tenés nada de qué preocuparte, cosa que habitualmente no ocurre, ahí nadie te cita mal, no esperás en lugares en los que te morís de frío en invierno o de calor en verano, todo es de primerísimo nivel, todo. Y entonces no tenés excusas. Y cuando llega el momento de filmar te dicen “vamos a hacer otra toma” y la hacés, y otra más, y la hacés también. Y cuando hice Julieta, la segunda película de él en la que trabajé, cuando me hablaron yo estaba en Madrid haciendo otra cosa, y me llevaron a ver departamentos, donde iba a vivir seis o siete meses después, otra forma de trabajar.
–Cosa difícil de ocurrir en la Argentina, donde en este momento estamos mal en lo cultural.
–Estamos mal en todo.
–A partir de la falta de financiamiento del Estado nacional hacia el cine, el teatro, la cultura en general, ¿sentís que hay que resistir más que nunca?
–Sí, no queda otra. En realidad el teatro siempre fue un hecho independiente, incluso los teatros comerciales de la calle Corrientes también son privados, sí, nunca hubo apoyo, y el teatro siempre resistió. Me llama la atención que en este momento tan tremendo la gente va al teatro, sobre todo al teatro independiente en Buenos Aires, y acá también. Yo he ido a La Orilla Infinita, al Espacio Bravo, La Manzana, un montón. Curiosamente y no tan curiosamente la gente va, es una forma de resistencia, también del espectador, de resistir frente a tanta mediocridad a través del arte y de la cultura. De ir a escuchar cosas un poco más bellas, más poéticas, más divertidas, más rupturistas.
–De repente la gente prende la tele y ve al presidente de la Nación hablando de “zurdos de mierda”.
–Y claro, y además tenemos a un señor Francos diciendo que la universidad es un nido de subversivos. Pero, en realidad, a mí todo eso no me importa, ni Adorni, ni todos esos tarambanas, a mí me preocupa que se enriquecen sin haber hecho nunca nada, su trabajo no tiene calidad ni cantidad, son impresentables, se aprovechan del tarambana que preside, no que gobierna, porque gobierna el círculo rojo a través de Sturzenegger, de Caputo y de Bullrich. Entonces lo que a mí me preocupa es que haya gente que todavía cree en eso, y que cuando vos les decías “mirá que van a hacer esto”, ellos te decían “no lo va a hacer porque ustedes, los peronistas, no lo van a dejar”. Es decir, ponían en manos del peronismo salvar los intereses de ellos. Pero ellos odian al peronismo. O sea los intereses de ellos los iban a cuidar aquellos a los que ellos odian, acordate de los tiempos de Evita con viva el cáncer, después fue con la chorra, entonces eso es lo que me preocupa. El muchacho que me preside no me preocupa, es un pobre desgraciado, dicho con el respeto que merece esta figura presidencial.
–Pero este “pobre desgraciado” como vos decís nos está haciendo la vida imposible.
–Pero mandado por los demás, la forma que tiene es espantosa, pero el contenido está avalado por las energéticas, las prepagas, todo eso.
–En el diario ABC de Madrid hablaste en un reportaje del avance de las derechas en el mundo.
–Sí, absolutamente.
–En este contexto, como referente de la cultura, sabés que resistir te puede llevar a quedarte sin trabajo aquí y allá. ¿Cómo sobrellevás ese riesgo?
–Mirá, los que supuestamente alguna vez fueron nuestros hacen cosas que vos te preguntás “¿pero cómo puede ser?”. El otro día leo una publicación de Scioli orgulloso de haber firmado que les quitaba los derechos a los intérpretes. Y Scioli, cuando hacía campaña, hacía espectáculos gratuitos para la gente, contratando músicos en Mar del Plata, recorría los teatros para sacarse fotos con nosotros, los actores y las actrices. Y yo estuve militando junto a este traidor, no quiero ser irrespetuoso, entonces a veces decís “vayan todos a pasear”. Porque después nosotros salimos a la calle y te comés alguna puteadita, ¿eh?
–Más allá del desencanto que generó Alberto Fernández, ¿te sentís peronista?
–Mirá, yo me siento kirchnerista, porque peronista también se dijo Scioli, se dijo Menem y se dijo Pichetto. Y ahí están. Como decía Perón, que tenía un perro que se llamaba León y cuando lo llamaba a León los dos sabían que era un perro, no un león. Con algunos peronistas pasa lo mismo, entonces yo soy kirchnerista.
–¿Más de Néstor que de Cristina, o al revés?
–De los dos, si Néstor no se hubiera muerto todavía estaría gobernando.
–¿Por qué se da que somos tan esquizofrénicos como país?
–Porque no es de ahora, es de siempre, es de hace muchos años, lo que pasa es que antes a decir que eras facho o de derecha o zurdo no se atrevía nadie porque sabías que era un disparate, era una cosa asquerosa. Pero ahora no, porque de arriba viene esa orden, e insisto, pasa en el mundo.
–¿No sería un buen momento para que exista culturalmente un movimiento similar a lo que fue Teatro Abierto en los años 80 previo a la dictadura?
–Bueno, eso fue conglomerar a un montón de gente que independientemente ya estaba trabajando en la resistencia. Las personas que estaban ahí eran Tito Cossa, Dragún, la Gambaro, gente que toda la vida había estado en eso. Pero ahora aunque no haya un título aglutinador, se está haciendo algo así. Voy a teatros pequeños de Buenos Aires y se llenan de lunes a lunes, y en otras épocas no era tan común eso, me llama la atención. Evidentemente hay mucha gente resistiendo, y el espectador apoya esa resistencia.