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Barullo en papel Historias de acá

Katsusaburo Miyamoto, el médico japonés que embalsamó a su mujer rosarina

“Mi obra maestra”, el libro de Horacio Vargas editado por Homo Sapiens Ediciones y UNR Editora, apela a las mejores armas del cronista y la sensibilidad del narrador. Barullo reproduce un capítulo clave de una historia excéntrica.

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, nunca oyó hablar de Miyamoto, pero el día que anunció que Hugo Chávez sería embalsamado trajo un lejano eco japonés: “Quiero decirle al pueblo y al mundo que hemos decidido preparar el cuerpo del comandante presidente, embalsamarlo, para que quede abierto eternamente para que el pueblo pueda tenerlo allí. Así como está Ho Chi Min, como está Lenin, como está Mao Tse Tung quedará el cuerpo de nuestro comandante en jefe, embalsamado en el Museo de la Revolución de manera especial para que pueda estar en una urna de cristal y nuestro pueblo pueda tenerlo por siempre”.     Hubo otras momias de la patria (argentina). “Estos héroes o presuntos candidatos a ser depositados en distintos tipos de panteones, muertos en el exilio voluntario o forzado, para morir definitivamente, ser enterrados, volver, algún día, modesta o apoteósicamente al suelo patrio, necesitaron, gracias a las disposiciones napoleónicas, de la mano del embalsamador”, escribió la investigadora Irina Podgorny.

José de San Martín, el libertador de Argentina, Chile y Perú, nació el 25 de febrero de 1778 y sus restos fueron embalsamados en Francia en 1850. Desde 1880, el padre de la patria descansa en la Capilla Nuestra Señora de la Paz, ubicada en la Catedral Metropolitana, custodiado permanentemente por dos granaderos, bajo la insignia: triunfó en San Lorenzo, afirmó la Independencia 116 Argentina, pasó los Andes, llevó su bandera emancipadora a Chile, al Perú y al Ecuador.

El cuerpo de Domingo Faustino Sarmiento fue embalsamado por sus médicos de cabecera en Paraguay en setiembre de 1888 y transportado en barco desde Asunción a Buenos Aires. “Había que preservarlo de la corrupción para que llegase a Buenos Aires, a la tumba que lo esperaba y que el mismo Sarmiento había preparado con esmero”, señalaban las crónicas de la época. Descansa en el cementerio de la Recoleta de Buenos Aires. “Fue el cerebro más poderoso que haya producido la América”, dijo, a modo de despedida, el entonces vicepresidente de la Nación, Carlos Pellegrini.

Tras su muerte el 1° de julio de 1974, el cuerpo de Juan Domingo Perón fue embalsamado y colocado en un cofre en la bóveda de su familia en el cementerio de la Chacarita de Buenos Aires. En 1987, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el cuerpo del General fue profanado: cortaron sus manos. Según la investigación de los periodistas David Cox y Damián Nabot, la orden de “robar” las manos de Perón salió de Licio Gelli, el hombre de la logia masónica-fascista Propaganda Due, que habría recurrido a hombres de los servicios de Inteligencia que actuaron durante la dictadura militar cuando se avecinaban los juicios a represores por violaciones a los derechos humanos. En la actualidad los restos de Perón descansan en el mausoleo de la Quinta de San Vicente con cuidados de preservación.

En Rosario, se hablaría de otro procedimiento. No es una forma penosa de conservar un cuerpo, no se crea la apariencia de lo entero ante los ojos de curiosos. No es un truco más, una ilusión, no es una apariencia, no es la conservación en forma y envoltura externas. No, no era un embalsamamiento más. Era la corporización eterna del cuerpo amado: eonosomia (del griego “eon”, dios del tiempo; “somia”, cuerpo). Preservar, ralentizar, eternizar.

Teresa América Carmelina Colombo ha sido testigo del trabajo de su marido: la conservación de animales sin que perdiesen características propias como el color y el peso, sin cortes, sin quitarles vísceras, inyectándoles sus preparados —que nunca revelará—, solo necesitaba trabajar tres días para ablandar los cuerpos de perros, gatos, tortugas, ratones, entre otros, hasta darles la forma deseada.

—¿Serías capaz de conservar cuerpos humanos con la misma perfección con que lo haces con tus animales? —le preguntó.

Katsusaburo Miyamoto se tomó su tiempo para responderle. La preparación de los cuerpos humanos requería mucho más trabajo. Él lo llamaba “el ciclo de las cuatro estaciones”. Una vez transcurrido ese tiempo, el cuerpo —del que no emanarían olores— podría ser conservado para siempre.

—Sí, la técnica es la misma —le respondió.

Teresa le pide que siga comprando la mayor cantidad de drogas para sus preparados de conservación de cuerpos, pero como sabe que está muy enferma y que puede morir de un momento a otro, le ruega, en la habitación del primer hospital público de Rosario, que esta vez haga algo por ella, como ella lo hizo por él en todos estos años de vida.

—Conserva mi cuerpo cuando muera, preséntalo al mundo como tu obra maestra.

—No puedo pensar en eso.

—Utiliza mi cuerpo para experimentar con tu propio sistema de conservación, yo conozco tu secreto… el sistema que has desarrollado por tu cuenta. Inyectas sales y algunos ácidos en mi cuerpo para cristalizar la sangre y mantener abiertos los poros… sé que comenzarás con el tratamiento de mi pelo, y que envolverás mi cuerpo en toallas húmedas, sé que no extirparás ningún órgano interno, sé que con tu técnica mantendrás mis restos bajo un aspecto actual de vida. Prométemelo.

—Lo prometo.

Momia Teresa América Carmelina Colombo
Teresa América Carmelina Colombo murió en 1958. Crédito: Colección Chiavazza/ Escuela Superior de Museología.

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Oficialmente, Teresa América Carmelina Colombo de Miyamoto murió el 11 de julio de 1958 tras sufrir una hemorragia cerebral.

La empleada administrativa es implacable. Si no presenta el certificado de defunción no puede retirar el cuerpo. Entonces el viudo apela a sus contactos militares. Le cuenta al general Ruival —aquel que lo apreciara por salvar el pino de San Lorenzo— su problema: debe presentar el documento oficial que acredite el fallecimiento de su mujer, fecha y lugar en que se produjo.

—General, me obligan a enterrar a Teresa en 24 horas luego del sepelio, pero yo debo cumplir con mi palabra de embalsamarla.

Ruival es el comandante del 1er Ejército con sede en Rosario y venía de cumplir, desde su cómodo sillón arrebatado al Senado santafesino, con su rol de jefe del comando electoral en Santa Fe. El General, desde ese lugar de ostensible poder, no dudó en ordenar que su amigo, el doctor Miyamoto, retirara el cuerpo de Teresa del hospital de Caridad.

Cuando Miyamoto volvió al hospital a reclamar el cuerpo de Teresa, las autoridades médicas —advertidas del llamado oportuno del General— no dudaron en entregarlo. Pero no hubo velatorio en la casa de calle Riobamba, tampoco hubo sepelio. Miyamoto conservó los restos yacentes de su esposa en una cama de una plaza ubicada en una de las habitaciones de la casa, rodeada de un bestiario de los animales que más le gustaban a ella, entre ellos lagartos, escuerzos, escorpiones, gatos, una marsopa, todos preservados de igual forma. Sobre un mueble cubierto con una manta de color blanco ha colocado las flores preferidas de ella; a “Ginito”, el perro predilecto que él conservó con su procedimiento; a “Kantita”, una muñeca alemana adorada por Teresa. La cabeza de Teresa está apoyada en la almohada de la cama; el cuerpo desnudo está cubierto por una sábana blanca que se extiende hasta la altura del mentón; el rostro está levemente inclinado hacia la izquierda; los ojos están abiertos, como si ella, la embalsamada, mirara a sus criaturas queridas en estado de contemplación. Por el ventanal de la habitación se proyecta la cálida luz del sol sobre el cuerpo amado.

Un personaje tan bizarro como cargado de sentido

Rosario es un paisaje lleno de secretos, y Horacio Vargas un especialista en revelarlos. Después de recorrer los andariveles menos conocidos de las vidas de dos emblemáticos hijos de la ciudad, como Fito Páez y el Negro Fontanarrosa, y de iluminar el lado ninguneado de su historia en el reciente Desde el Rosario, el periodista y escritor surgido en la fértil caldera de los años ochenta se sumerge ahora en la vida de un personaje tan bizarro como cargado de sentido, el taxidermista japonés Katsusaburo Miyamoto. Con las mejores armas del cronista y la sensibilidad del narrador, Vargas desovilla una historia que nos atrapa desde la primera línea. Sucede que no todo se incendia y se va en la ciudad de pobres corazones: aunque a veces no lo parezca, no son pocos quienes se quedan, la viven, la cuentan y construyen su conflictiva identidad, aferrados a la belleza de un sueño y la certeza del oficio. Vargas se cuenta entre ellos. Y Miyamoto, a su manera, también.

Sebastián Riestra

Hay libros que debían ser escritos

Es un gran libro, uno «excéntrico». En primer lugar, hay un fluido uso del lenguaje, desde la primera a la última letra. El trabajo de documentación es formidable y cimienta tanto la recreación de viejos «Rosarios» como algunas excursiones exquisitas. Hay datos que tienen en sí mismos una fuerte carga semántica, como la persecución a la hormona auxesina, o las hipótesis del vulgo sobre qué era en realidad lo que se llamaba «el cuerpo de Eva». Durante algunos pasajes, es pura literatura, y también lo son ciertos fragmentos e incrustaciones. La excentricidad del libro toca cumbres en la ambigüedad de la señora Kuji, o en el misterio sobre la fórmula de Miyamoto, borgeanamente cedida a una sola persona. Y poesía de la buena: «Pudo ver florecer las azaleas en el monte Fuji». Rodolfo Walsh dividía a los lectores de novelas policiales en dos clases: los activos, que tratan de encontrar la solución antes de que la dé el autor, y los pasivos, que se conforman con seguir el relato como quien pasea. Hay libros que, al terminarlos, el lector comprende que debían ser escritos. Éste es uno de ellos.

Rafael Bielsa

Publicado en la ed. impresa #16

Por Horacio Vargas

Periodista, escritor y productor discográfico. He cumplido con lo que sugería José Martí: “Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”. Planté un árbol (en mi casa de calle Valentín Gómez), tuve dos hijos (que continúan el camino; y la mujer de todos los días), escribí siete libros… edité 100 discos de jazz (con BlueArt Records), fundé con Pablo Feldman el diario Rosario/12 hace 29 años, y tengo un Grammy Latino en la biblioteca (ja, puedo pasar a la historia rosarina por ese premio).

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