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Crónica sobre la Feria del Libro de Buenos Aires.

Entre los que curiosean en el stand de la provincia de Santa Fe en la Feria del Libro de Buenos Aires hay de todo, menos santafesinos. La división de espacios en La Rural de Palermo delata cierta culpa centralista. La organización “cede” el pabellón de entrada a los stands provinciales, junto a algunas otras instituciones o municipios conurbanos. Escoltado por el reluciente espacio de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires (que paradójicamente tiene como atractivo principal una réplica de la Torre de los Ingleses), por las provincias de Salta y Corrientes y la por Unión del Personal Civil de la Nación, está ubicado el stand de Santa Fe.

Muchos correntinos merodean entre las publicaciones, como Leopoldo que es ingeniero –igual que el presidente Mauricio Macri– y viste elegante sport con prendas de empalagosos colores pasteles. Explica que el stand de Corrientes es muy pobre, como la provincia, por eso indaga en el de los vecinos geográficamente más cercanos. Descubrió de grande el placer de la lectura y le interesan las novelas, pero “esas que tratan de hechos históricos”, por eso está detenido frente al libro titulado Luis Bonaparte, periodismo libre y pensamiento del catedrático y músico Hipólito G. Bolcatto. Está convencido de que se trata del sobrino del gran Napoleón, de quien Hegel había dicho que era el mismísimo espíritu del mundo montado a caballo. Del sobrino Luis, Marx afirmó que era un personaje mediocre y grotesco, llamado a representar el papel de héroe en la convulsionada Francia a mediados del siglo XIX, tan sólo por un azar de las circunstancias. Pero este Luis del que habla el libro no tiene nada que ver con todo eso, es un hombre de ideas y acción política, nacido en Bragado (provincia de Buenos Aires), pero que se formó y desarrolló la mayor parte de su actividad literaria y periodística en Santa Fe, siempre del lado mitrista de la vida. Es el tercer trabajo de Bolcatto sobre el personaje. Leopoldo no tardará en descubrir la verdad, para su suerte o desgracia.

No es la única curiosidad que hay entreverada entre los libros de la editorial Homo Sapiens, especializados en educación, o los de la borgeana Beatriz Viterbo, pionera en ediciones independientes publicó gran parte de la obra nada menos que de César Aira, desde el célebre Copi en adelante–. Mientras, el mundo sigue decretando muertes y más muertes: del sujeto, de la historia, de las ideologías y, por supuesto, del socialismo; en una de las mesas y con un pretencioso título descansa el libro Tras la huella socialista en Laguna Paiva, del arquitecto Horacio René Ayala. Seguramente debatir de qué tipo de socialismo estamos hablando nos llevaría un buen tiempo, pero si se pudo escribir sobre socialismo en Laguna Paiva, que Francis Fukuyama y sus epígonos sigan participando. También hay expuesto un texto sobre La Logia Lautaro en Santa Fe, una secta ultrasecreta, cuyos miembros se hacían llamar, precisamente, “los lautarinos”, y uno sobre Los ojos nuevos y el corazón, antología poética moderna en Santa Fe con voces de ayer y de hoy. 

Dos escritores eran infaltables, por responsabilidad de uno se abrió recientemente una nueva grieta y el otro las cerró todas. Beatriz Sarlo sentenció que Juan José Saer es el mejor escritor argentino después de Borges y se armó flor de batahola en el “círculo rojo” que supuestamente detenta el monopolio del canon literario criollo. Una forma más real que la del mundo, un compendio de conversaciones con Saer de editorial Mansalva, escasamente visitado, se exhibe en el stand. El Negro Fontanarrosa, la biografía del rosarino más querido urbi et orbi, no admite ese tipo de debates: es el Negro de todos y todas y lo corrobora la sonrisa de los muchos que ojean el libro. Lucas observa con ojos pícaros la biografía del Negro, dice que ya la tiene, pero que igualmente no puede dejar de pegarle una ojeada. Explica que desde aquel legendario discurso sobre las “malas palabras” lo sigue a todas partes.

Una de las encargadas del espacio explica que la mayoría de los que se acercan viene en búsqueda de los textos sobre pedagogía de Homo Sapiens, reconocidos nacionalmente. Lo corrobora un joven docente universitario que se acerca y solicita orientación para hallar obras sobre educación sexual integral con perspectiva de género de esa editorial. Se lleva por lo menos tres.

Ricardo deambula por las mesas del stand, eventualmente se coloca los anteojos y se aproxima a algún libro para observar mejor el título o el autor. Es calvo, de barba canosa y mirada tranquila. Hay que insistirle para que comience a hablar y luego hay que persuadirlo para que se detenga. No es ni rosarino, ni santafesino, ni nada. Es oriundo de Bahía Blanca, jubilado, exprofesor de física y matemáticas en colegios secundarios. Le interesa husmear en los puestos que no son de Buenos Aires porque asegura que hay producciones muy interesantes que nunca llegan al presunto centro de todo. Afirma que encontró trabajos excepcionales sobre el misterioso universo de los números y las fórmulas en el que se mueve como pez en el agua. Luego se despacha con un rosario de anécdotas que para él confirman el atrofiado centralismo argentino. Una vez fue a la Casa de la Provincia de San Juan en la ciudad de Buenos Aires porque quería veranear allí y jura – ¡por los hijos!– que la persona que lo atendió le recomendó que mejor busque otro rumbo. En otra oportunidad tuvo que fundamentar demasiado por qué iba a vacacionar a Rosario, “por el río, por la ciudad y porque se me canta”, dice que le contestó a un amigo demasiado preguntón.  

Una joven de cabellos castaños y piel morena observa unos libros y agranda los ojos como si descubriera un secreto milenario, pero inmediatamente alerta que no puede ser de mucha ayuda para la interrogación sobre su interés en un stand litoraleño, básicamente porque Claudia, así se llama, es chilena y se detuvo casualmente allí cuando vio textos de poesía. Pregunta si hay algún sector en el amplio predio donde estén ubicadas las editoriales “grandes”. Le indico que del otro lado de un pasillo está el “centro” de la feria y allí puede encontrar a Siglo XXI o Sudamericana. Agradece y le parece genial porque precisamente está buscando autores “sudamericanos y del siglo XXI”.

Ezequiel Martínez Estrada fue un santafesino –nacido en San José de la Esquina– que radiografió el país como nadie. También describió y denunció con implacable agudeza la macrocefalia argentina. Una (de) formación que se manifiesta en todos los aspectos de la vida económica, social y cultural del país. La Feria no está exenta, al contrario, quizá sea su expresión más cabal, pese a que este año incorporó a su manera a la marea del momento: la prestigiosa antropóloga feminista Rita Segato pronunció el discurso de inauguración, la escritora nicaragüense Gioconda Belli fue una de las invitadas internacionales más destacadas y hasta la actriz Thelma Fardin presentó su libro El arte de no callar, en el que narra su experiencia personal por la resonante denuncia de abuso en el mundo del espectáculo.

Sin embargo, el centralismo es percibido por todos: con mayor o menor conciencia por quienes organizan el evento, pero también quienes lo visitan. No por casualidad, los discursos más memorables que se pronunciaron en el Congreso de la Lengua en los últimos tiempos fueron emitidos por una cordobesa y un rosarino. Se dedicaron a su manera a disparar contra los centros. En el último, que tuvo lugar este año, la escritora mediterránea María Teresa Andruetto pronunció una alocución magistral contra la uniformidad en el lenguaje: “Un idioma es una entidad en permanente movimiento, una inmensidad, un río, en su adentro caben muchas lenguas como caben muchos pueblos”. Algunos años antes fue el Negro Fontanarrosa quien pidió una amnistía contra la injusta condena que pesa sobre las “malas palabras”.

***

Escondido entre varias publicaciones, asomaba un libro escuálido con tapa color bordó opaco y una foto gris. Era el “tomo” V de la historia del pueblo de Romang. Tenía publicado el himno del pueblo (ahora ciudad), que sentenciaba: “Cuando la historia se plasme en emblemas de letras doradas, nuestro pueblo estará presente por su hospitalidad y su calidez”. Hasta acá nada del otro mundo, a excepción de que ese himno lo escribió mi tía (Mirta Mosimann), hermana de mi madre (Norma Mosimann). También tenía publicado otro cuento suyo titulado La “Fita”, de profesión modista, en el que narra con envidiable ternura la historia de una tía suya que no sólo confeccionaba prendas, sino que también hacía milagros. En el año 1964, el Colegio del pueblo consagró la primera legión de docentes graduadas, todas mujeres. La “Fita” fabricó con sus manos el vestido de casi todas y una hora antes de la colación, a una de ellas se le quemó una parte del suyo. Nadie sabe cómo hizo, pero en tiempo récord la “Fita” logró que la alumna posara espléndida junto al resto con un vestido idéntico al anterior. Entre esas radiantes maestras estaba mi vieja.

Tía Mirta hoy se mueve en silla de ruedas por un problema con sus piernas y mi madre padece un cáncer desde hace casi dos años y recibe un tratamiento salvaje y atómico al que llaman, genéricamente, quimioterapia. Su memoria se está volviendo un poco selectiva y yo a veces la acompaño en los olvidos, porque después de todo, olvidar lo malo también es tener memoria.

Absolutamente exaltado la llamé por teléfono para contarle la hazaña: una integrante de la familia –nada más y nada menos que su hermana– y desde un pueblo perdido en el norte santafesino, había atravesado la macrocefalia argentina y se había instalado en el centro del evento cultural más importante del país. La vieja se acordó de todos y de todas: de la “Fita”, de las compañeras de graduación, de la chica a la que se le quemó el vestido, del orgullo del pueblo por sus primeras docentes y de su hermana a la que extraña y admira. Pude percibir la luminosidad de su rostro, la conmoción de su alma y la melancolía de su voz. Una historia mínima, como las de tantos que no llegaron, de una poeta noble y de un pueblo que casi se cae de la bota para el lado de Corrientes, pero que demuestra que centro y periferia siempre son términos relativos.

Publicado en la ed. impresa #02

Por Fernando Rosso

Periodista y director de La Izquierda Diario. Escribe y colabora en distintas publicaciones como las revistas Anfibia, Crisis y Nueva Sociedad, en Le Monde Diplomatique Edición Cono Sur y el diario Tiempo Argentino recuperado por sus trabajadores. Desde hace poco más de un año conduce el programa radial El Círculo Rojo en Radio Con Vos, 89.9, los domingos de 22 a 24

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