De la solapa de su libro más reciente, Cine en llamas: Cine, cultura y política (CGeditorial, 2024): “Director de cine y teatro, guionista, escritor, docente, músico ocasional. Dirigió y escribió más de treinta largometrajes, una decena de obras de teatro y series de tevé. Es uno de los referentes de la renovación cinematográfica argentina de fin de siglo XX”. Pero no vive en Buenos Aires. “Me he bancado cañonazos”, dice Gustavo Postiglione. “Rosario es cruel con sus hijos. Quedarse acá haciendo algo vinculado al arte y la cultura, y que eso resulte de trascendencia por fuera de la ciudad, es un pecado. Tenés que irte. Quizás, el único al que se lo permitieron fue a Fontanarrosa, pero no hacía falta que se fuera. Todos los que lograron romper la barrera de la Circunvalación tuvieron que ir a Buenos Aires para que eso se legitimara en la propia ciudad. Si no lo hacés, la crueldad es doble. A mí se me termina legitimando, en algún punto, con El asadito”.
–Recuerdo voces y murmullos ladinos, que decían que esa película no era otra cosa que lo que hacías habitualmente, como si le hubieses puesto la cámara a algo obvio.
–Como si hubiese sido producto de la casualidad.
–Yo apenas te conocía, fuiste docente mío y tu nombre rebotaba de boca en boca con intenciones a veces dañina.
–Había un prejuicio muy grande hacia mí, por lo que se decía de mí, y eso es duro, porque tenés que remarla. En los porteños encuentro un mejor recibimiento, y con los colegas tengo una mejor relación. Hay un reconocimiento que está también en los periodistas. Pero acá es el reojo. Y creo que tiene que ver con el hecho de haberme quedado, eso produce un desdén.
Película a punto
Picado fino (1996), Pizza, birra, faso (1998), Mundo grúa (1999), La ciénaga (2000), Nueve reinas (2000), Balnearios (2002, Mariano Llinás) y varias más. Todas integran ese derrotero imprevisto denominado “Nuevo Cine Argentino”. Un momento renovador, de reencuentro entre público y cineastas. El asadito (2000) fue parte de esta tendencia feliz, con el nombre de Postiglione replicado en diarios, revistas y pantallas de tele: “El asadito hoy está considerada una película de culto. No podés hablar de determinado momento del cine argentino sin mencionarla, y si no la mencionás, también lo estás haciendo. (Nicolás) Prividera, por ejemplo, no la nombra, jamás. Te puede o no gustar, pero es una marca, eso es ineludible”.
–Recuerdo las notas en las revistas de cine.
–Las dos primeras personas que hacen que El asadito tenga visibilidad, fueron tipos ideológicamente antagónicos: Fernando Martín Peña y Quintín (Eduardo Antín). En su momento, hubo quienes miraron con recelo El asadito, porque no lo querían a Quintín. Cuando me dan el Premio Fipresci, el mismo año con Nueve reinas y Felicidades, (Luciano) Monteagudo me dice “lo tuyo estuvo peleado”. Más allá de que Quintín se haya transformado en un tipo tremendo, no puedo dejar de reconocer el esfuerzo que hizo: se vino a Rosario, me dedicó cinco páginas en El Amante y me hizo el prólogo del libro Cine instantáneo (UNR editora, 2004). Cuando fue el director del Bafici, hice dos películas que el tipo programó y sin haberlas visto, a una la filmamos dentro del mismo Bafici. Es alguien que hoy está en las antípodas mías, pero no dejo de agradecerle todo eso, cosa que acá no ocurrió. Sí hubo un gran periodista, con quien tuve una muy buena relación: Fernando Toloza, un tipo con una mirada muy amplia, con quien hablaba mucho, sabía de cine y le interesaba indagar. Me hizo muchas notas, y en sus críticas sobre mis películas, el tipo se puso a pensar; en Rosario no hay periodistas en ese lugar. En ese momento, las tres revistas de cine de Buenos Aires se dedicaron a proyectar El asadito en VHS; y llegué a tener muy buena relación con todos: Fernando Martín Peña (Film), Hernán Guerschuny y Pablo Udenio (Haciendo Cine) y Quintín (El Amante).
–El asadito abrió un camino no sólo personal sino colectivo, el sector se vio beneficiado.
-Eso lo podés corroborar. Después de El asadito se abrió la mirada hacia Rosario como cine, y muchos la aprovecharon: actores, técnicos; en Buenos Aires se dieron cuenta de que en Rosario se hacía cine, y esto sucede acá mucho antes que en Córdoba. Pero estaba esto de “si a vos te va bien, yo no puedo hacer lo mío”. Todo lo contrario. Yo no hago algo que tape lo que otros van a hacer; en este caso, en el arte y la cultura, los espacios se abren, abrís una puerta para que pasen otros. Después hice El cumple (2002), y le fue muy bien en el Bafici. El Amantesacó una nota donde decía que era la película argentina mejor actuada en los últimos diez o veinte años; algo quizás exagerado, pero algunos recelosos te miraban raro por cosas así. Al hacerse el año pasado la encuesta sobre las mejores películas del cine argentino, El asadito no estuvo, más allá de que muchos de esta generación no la tengan presente. Y en el Malba, en un ciclo de Fernando Martín Peña dedicado a las películas que quedaron afuera de la encuesta, se programó Días de mayo (2008), una película que le encanta a Fernando, tiene dos copias en 35 mm y cada tanto la proyecta. Evidentemente, hay algo que se sigue manteniendo en relación a lo que surge o se produce acá. Y no es la banda de un solo hit, aun cuando El asadito quedó en un lugar distintivo y por múltiples factores.
Asado en lo de Mirtha
“Gracias a El asadito ¡fui a comer con Mirtha!”.
–¿Tenés el video?
–Lo tenía guardado, pero no sé dónde está. Era una mesa tremenda, estaba con Alberto Migré, Beatriz Taibo y Juan Carlos Copes. Dolina alguna vez dijo: “¿Cuál es el objetivo de todos lo que estamos acá? Ir a comer con Mirtha Legrand” (risas).
–En la mesa de Mirtha, ¿habían visto la película?
–A Mirtha Legrand se la había recomendado su hermano, José Martínez Suárez. En esa época estuve en muchos programas, y con el tiempo también en Clarín. El cumple tuvo dos tapas en Clarín. ¡También hicimos El asadito en calle Corrientes! (risas). Todo esto fue generando también un vínculo con actores de Buenos Aires, a los que les interesó laburar conmigo; como Julieta Cardinali, que viene al estreno de Singapur (2024) en el Festival de Cine Latinoamericano. Con ella hice esta película durante cuatro años, y participó sin saber lo que estaba haciendo. ¡Ni yo sabía qué hacía! Hace unos días me llamó Antonio Birabent, venía a Rosario y lo llevé a ver mi obra en Microteatro: Tanta música absurda. Hay un vínculo que queda, también de cariño. Lo mismo con colegas como Fernando Spiner y Daniel de la Vega, con gente de mi generación y posterior. Durante la pandemia, hice En trance (2022), y la presenté con un show de música en Lavardén. Le fui pidiendo extractos de cosas a mucha gente y de lo más variado, desde Liliana Herrero, a quien conozco de siempre, hasta alguien como Ariana Harwicz, de quien me entero le gusta mucho El asadito. Cuando hice Simulacro (2021), la primera experiencia argentina de cine en vivo, hablé con Paula de Luque, que en ese momento dirigía Octubre TV, para pasarla por streaming, y ese día la plataforma colapsó. Si eso hubiera sucedido en Buenos Aires, todavía estarían hablando del tema. Salvo vos, Miguel Passarini y Sebastián Riestra, no se habló demasiado, aun cuando no se podía ocultar. Parece que tenés que hacer cuatro Simulacro para que hablen de una. Pero no me quejo, quedarse en la ciudad era una de las variables.
–En toda elección hay cosas que se pierden.
–Tengo cuatro hijos de edades diferentes, y si cambiara alguna variable de esas, alguno de ellos no estaría. A la variable humana no la cambio.
Nunca un guion técnico
El efecto contemporáneo, si es que así puede referirse, es algo que preocupa de manera puntual a Postiglione: “¿Quiénes son los artistas más contemporáneos que tenemos en este país? Nombro dos: Piazzolla y Charly. Lo que hacen siempre suena actual. Los verdaderos artistas son los contemporáneos, siempre; no hace falta que sean de vanguardia. Su característica es poder leer el entorno, el espacio, la geografía, el tiempo. Cuando podés leer eso, te das cuenta de que las obras siguen estando. Obviamente, no todos los artistas tienen toda la obra en esa línea, pero sí en términos generales; hay discos que te gustan más y otros menos. Yo trato de llegar a ese lugar, no sé si lo logro. Por un lado, para poder hacer lo que hago, tiene que haber una dificultad; pero también tengo que sentirme cómodo. Es una doble cara. En De regreso (El país dormido), de 1991, estaba muy influenciado por el cine de Pino Solanas y el cine latinoamericano de los 60 y 70; es una película con muchas fallas, no tenía todas las herramientas, pero hoy la valoro de otra forma. Cuando estaba editando la película, estuvimos con Pino durante tres noches; me destruyó, me mató. Sin embargo, hay una escena mía que la puso en El viaje (1992)”.
–¿Cuál?
–La mujer de rojo que camina por la ruta. Yo leí el guion de Pino en Cuba, él me lo había pasado. Al salir de ver El viaje, recuerdo a Horacio González decirme: “Che, ¿Pino vio tu película?”. Pero lo considero un homenaje, no un robo, que el tipo haya tomado algo que le gustó de mi película, en este caso una mujer de rojo que camina por la ruta y no habla. ¡Exactamente igual! Más allá de que me dijo que mi película era un salto al vacío y qué sé yo, a Pino lo respeto muchísimo, no se puede pensar el cine argentino sin él. Su cine me importa más que el de Favio, porque lo que tiene es algo que rompe con el lenguaje, inclusive en las películas donde se va de pista, como las últimas. El tipo siempre va a un lugar incómodo y no reniega de su ideología, y eso es algo que no lo hace nadie.
–¿Cómo llegás, entonces, a tus formas estéticas?
–El primer año que voy a Cuba me quedo unos meses para terminar de escribir el guion de De regreso, y empecé a ver un montón de películas que acá no se veían: de John Cassavetes, de Jim Jarmusch, todo un cine que en los 80 empezó a moverse. Esa marca me quedó. Cuando hago El asadito vuelvo a esa idea de Cassavetes: él laburaba con gente amiga, y esa cosa familiar del laburo me llega. Una de mis películas de referencia era Husbands (1970), y se la hice ver a Fernando (Zago), el fotógrafo de El asadito. También hay referencias al Cinema Novo. Son dos costados: uno más narrativo, si querés, de esa cosa más casera como Cassavetes, y otro más experimental, como pueden ser Rocha o Godard. Así como cuando hice Lejos de París (2013) o Miami (2004), más experimentales; y otras que, dentro de lo narrativo, buscan otra cosa. Ahí fue cuando me empecé a sentir cómodo, y sentí que podía hacer estas películas porque sabía lo que hacía. Sé que puedo hacer una película tradicional, pero siento que me aburriría, no me costaría trabajo; no es por soberbia, sino porque conozco las herramientas: empecé haciendo cine en Súper 8, hice cámara, sonido, montaje, traje una moviola a Rosario para terminar Camino a Santa Fe (1997), cortando la película con una trincheta. Conozco el métier y sé cómo funciona. No me asusta lo que pasa con determinadas cuestiones del rodaje, y nunca hago un guion técnico, jamás. Cuando voy filmando, voy armando el montaje en mi cabeza.
–Fuiste sacándote capas de lo aprendido.
–Sabía cómo funcionaban las cosas, su mecánica interna. Creo que tiene que ver con un método, más que nada. Me acuerdo de que fui a hacer varias cosas a Buenos Aires, entre ellas un ciclo en Canal 7, que se llamaba Ensayos, unitarios dirigidos por gente de cine. Era el 2002 o 2003, después de la crisis. Hice una versión de Macbeth, y me llevé dos personas de Rosario de mucha confianza. El canal era muy estricto y los tipos nos preguntaban qué hacíamos, cuando vieron cómo era, se coparon. Laburamos con Andrea Bonelli, Enrique Liporace, David Edery, Gustavo Guirado, Carlos Resta; todos dentro del canal, fue una cosa muy loca, porque los tipos se acomodaron al esquema y estuvo fantástico. Después, en el Canal Ciudad Abierta de Buenos Aires, hice una serie que se llamó Pasajero (2005), con Resta como un remisero que en cada capítulo llevaba algún famoso: Mex Urtizberea, Norman Briski, Emilia Mazer; con ella hicimos un plano secuencia de cincuenta minutos en San Telmo, con un equipo de cuatro personas. Recorríamos la ciudad, y en dos días resolvíamos una hora de televisión. Es un sistema de laburo que, si el entorno lo permite, siempre puedo aplicar.
–Algo que las nuevas tecnologías acentuaron…
–Con este teléfono, el Iphone 13 Pro, ya filmé dos o tres películas. Una de ellas en inglés (Out of Tune), con un amigo, Harry Chambarry, que vino de Estados Unidos; y ahora se sumaron Cathy Moriarty y Federico Castelluccio, porque les gustó la propuesta. ¡La actriz de Toro salvaje y uno de Los Soprano! A esas dimensiones, acá, ¿quién las mide?
La unión hace a la ley
“Los cordobeses tienen una idea de unidad, en términos de cultura, más grande. A la música de Córdoba se la escucha primero en Córdoba y después en el país, quizás porque es una provincia mediterránea y necesita consolidarse, mientas que nosotros estamos muy pendientes de Buenos Aires, tal vez porque estamos muy cerca”.
–Una unidad que el sector local parece haber ganado gracias al impulso del proyecto de Ley de Cine.
–La unidad me pareció siempre importante. De hecho, creo tener cierta responsabilidad en esa unidad. Si no había unión, el proyecto no salía. Cuando se empezó a trabajar había dos miradas y yo trabajé mucho por la unión del sector, inclusive con la diferencia histórica que puedo tener con muchos, no desde lo cinematográfico, pero sí en lo ideológico. Hoy somos el sector cinematográfico de la provincia de Santa Fe, y no hay grietas en ese lugar. Por ejemplo, está la Asamblea Federal del Incaa, con asesores externos, y la comunidad audiovisual me pone a mí como asesor. Por suerte hay un reconocimiento, en algún tema yo puedo opinar de una manera y nunca en contra del sector. Como también pasó cuando fue la Asamblea de Cultura, con la Ley Ómnibus; llegamos a ser diez mil personas en las calles de Rosario. Después se empezó a resquebrajar, quizás por ciertos partidismos, pero al sector audiovisual eso no nos quebró, está sólido. Y la ley que proponemos es mejor que la de Córdoba. Si sale como está pensada, nos va a poner de vuelta en un lugar mucho más interesante. Santa Fe es la segunda provincia exportadora del país. Obviamente hay una serie de cuestiones que tienen que ver con la política provincial y estamos sujetos a esas decisiones. Lamentablemente, las provincias argentinas están en su mayoría alineadas con el gobierno nacional.
Cine por otros medios
Música, ensayos, teatro, docencia: el cine en Postiglione es el vector que organiza, de donde sale para siempre volver: “Hace unos años me compré una guitarra eléctrica, sin saber tocar (risas). Empecé a ver qué sonidos podía sacarle, comencé a juntarme con amigos músicos y armamos La banda de las películas caseras, con Ricardo Vilaseca y Emiliana Arias; se sumaron Iván Tarabelli, Popono, Coki. De golpe hice varios shows con músicos de la puta madre, a veces escribiendo canciones y sampleando. Algunas de esas cosas están en mis bandas sonoras. Es algo que me divierte, me gusta; además, a esta altura de mi vida, ¿qué importa? Si me divierte es suficiente”.
–¿Y el teatro?
–El teatro siempre me gustó. Hoy es un lugar desde donde resistir, porque es algo que se puede hacer y no está tan condicionado. El teatro y la música son dos lugares en donde el factor humano es tan importante que no puede ser reemplazado. El aspecto humano que tiene la música por fuera del disco, como en el teatro, es de lo más milenario que hay, y continúa.
–Justamente, toca hablar de Shakespeare.
–El estreno de Romeo y Ofelia es lo más grande para el año que viene, hecha con mucha ambición: toda la escenografía en estudio y en un plano secuencia. Una película que es Shakespeare pero también Rosario. La ves hoy y es demasiado: peleas políticas, rivalidades, barras, delincuencia, pasiones, tragedia y amor. Y no literal, sino en una Rosario alternativa; lo mismo con el país: el político que está ahí, salvo alguna excepción, podría ser cualquiera de los que están gobernando hoy. Como dice Borges en su prólogo de Macbeth, Shakespeare es contemporáneo en dos tiempos: el histórico de la obra y el de su representación.
–Algo que nos devuelve a la contemporaneidad de El asadito…
–Hay películas de aquella época que quedaron viejas, aun cuando hayan sido importantes. Pero con El asadito pasa otra cosa, permanece.