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Barullo en papel

Cultura a los cuatro vientos

Una encantadora casa de Rodríguez al 700 cobija un espacio de alta originalidad: Centro Cultural Contraviento.. Un recorrido lúcido a través de un territorio sostenido por el esfuerzo privado

Afuera llueve. Eso quiere decir que hay una casa. La casa queda en Rodríguez 721 y perteneció originalmente a Eduardo Alberto y a Delia Lucía Santamaría. La fachada, modernista con influencia art déco, se espeja con la casa de al lado. El hermoso balcón racionalista imita la borda de un barco: algo muy en boga en Rosario allá por 1939, cuando aquellos primeros dueños obtuvieron el final de obra. La sobria señalización incluye un cartel que se tiene en pie sobre la vereda lustrada por la garúa y el cuidado.

El cartel anuncia un bar que da la bienvenida a las charlas de café. Entro a un ámbito doméstico, un interior con plantas selváticas. Piso un felpudo. Una misma luz filtrada de día nublado brilla sobre las maderas oscuras originales lustradas y en otras más nuevas, claras, más mate. Adentro oigo que explican, a cada recién llegado: “No es solo un bar. Es un centro cultural con espacio de bar”. El cuerpo pide combustible. Me dirijo al bar.

Sigo las prolijas señales. Y siento la sorpresa. Soy como el astronauta de 2001 Odisea del espacio cuando llega a un lugar limpio y bien iluminado en un siglo futuro. Paso del siglo veinte al siglo veintiuno de las películas de Stanley Kubrick. Me quedo en una luz perfecta de pintura holandesa, mirando la clara armonía entre el selecto mobiliario de la casa Darkhaus, las luminarias obra de Cristian Mohaded y el diseño integral de Estudio Altillo. El agua mineral sale purificada de unas canillas y se envasa ahí mismo a la vista en vidrio, gesto de reciclaje a tono con la propuesta. Contemplo desde mi mesa el jardín del fondo –un fragmento del patio de tierra original– en las pausas de la experiencia estética multisensorial creada por el arte culinario vanguardista del chef Toto Pagura.

La pera del postre pide foto, lo mismo que el café y su corazón de leche. Entra un señor mayor que parece ser del barrio. Trae lo que ya es un ritual establecido: café para llevar, si les traés el vasito. Viene con su vasito y las mozas amablemente se lo llenan de café.

“Si yo fuera de las escritoras que escriben en bares, sin duda escribiría en ese bar”, me escribe Lucrecia Mirad, arquitecta y novelista. Carola Nin me cuenta en un audio: “Está aquí muy presente la idea de poner la mesa, de alojar; hay algo de lo hogareño”. “La mesa está tendida”, invita su esposo. En esas dos voces resuenan las de una burguesía rosarina culta: los mecenas y anfitriones de antes, como los Estévez y los Castagnino.

Carola Nin, su esposo Marcelo Gastaldi y el matrimonio amigo integrado por Claudia Molteni y Mauricio Baili son clientes de la galería de arte Subsuelo. A uno de sus dueños, el arquitecto Daniel Pagano, recurrieron para dar forma a algo nuevo: un centro cultural privado en Rosario. Pagano y su colega Martín Álvarez, el equipo autor del proyecto arquitectónico, les proponían intervenir solo en el contrafrente y no demoler nada. La casa, no catalogada como patrimonio urbano, se hallaba sin embargo en muy buen estado, sin humedades ni problemas estructurales, con su escalera original y sin refacciones que violentaran el plano inicial. Pagano y Álvarez se asombraron de que los cuatro comitentes no rechazaran aquel primer proyecto que les presentaron. Es que la idea cuajaba bien con la de un centro cultural donde dialogaran el pasado y el presente. “Una ampliación muy respetuosa que se agrega a la vivienda que estaba”, opina Mirad.

La propuesta que quedó plasmada en el legajo ejecutivo implicaba abrazar lo antiguo con lo nuevo en una operación arquitectónica tan conservadora como audaz: “Se cortó por cuatro días la calle, con permiso municipal, para ingresar con grúa las columnas de 12 metros de largo que apuntalan una estructura metálica independiente que no toca la casa sino que la envuelve, aparece por atrás y le hace un techo con la terraza”, recuerda Pagano, quien también dirigió la obra. Durante los cuatro años que llevó realizarla (con la pausa de la pandemia), el nombre del todavía futuro centro cultural comenzó a obrar.

“Contraviento” sería ese nombre y también fue el del quinteto de vientos formado por cinco músicos de la Orquesta Sinfónica Municipal que hallaron lugar donde ensayar en aquella obra en construcción: Azul Chiavia (fagot), Agustín Tamagno (oboe), Emiliano Baseli (clarinete), Matías Crosetti (corno) y Emiliano Zamora (flauta). Cuando por fin se inauguró el Centro Cultural Contraviento, en aquella semana sangrienta de marzo de 2024, el quinteto Contraviento ejecutó entre otras obras una versión instrumental de la canción –casi un himno– para el CCC: Contraviento, de Litto Nebbia, inspirada en conversaciones con los cuatro socios. La canción es uno de los bonus tracks del CD La suite rosarina. Postales afectivas de la ciudad, que Nebbia grabó en 2022 en Buenos Aires con Adrián Abonizio [ver recuadros] y editó por su sello Melopea. La portada lleva un agradecimiento y una dedicatoria al Centro Cultural Contraviento.

 “Escribiría en ese bar, o en alguna de las mesas dispuestas en lo que la huella anterior determinó como garaje y ahora es un espacio lineal para muestras”, continúa Lucrecia Mirad su mensaje. Ahí me dirijo, al antiguo garaje donde tres herrajes redondos en las ventanas del portón original (esmaltado en blanco) parecen prefigurar el logo del lugar: CCC. Allí, al pie del via crucis secular en barro y maderas por Federico Cantini, con texto de sala de la poeta Daiana Henderson, una pregunta se extiende por el sector vidriado del piso, que pone distancia con las obras: “¿Qué busca quien camina contra el viento?” Yo buscaba mi siglo y lo encontré en estas imágenes –anacrónicas o actuales, según se interprete– de pibes en la vereda, fumando en zaguanes, desparramados en los bares de una noche rosarina que ya no existe. La primera consigna de la agenda del CCC, hasta el 19 de agosto, es: Rosario, cultura y narcotráfico. “La idea de trabajar alrededor de temas está en el centro de nuestra concepción de centro cultural. Somos un centro con una agenda propia, que invita a participar a diferentes actores de la cultura –resume Gastaldi–. Hay un contenido a priori, no rígido, abierto pero que enmarca”.

“En Contraviento buscaremos que las expresiones de nuestra historia convivan con las del presente”, se lee en un comunicado institucional, uno de los elocuentes textos sin firma que el CCC va dejando al paso de los visitantes. En esa agenda convergen Cantini, el pintor Daniel García y el poeta Eduardo D’Anna con un texto de fuerte contenido social y existencial: el poema Diego, que su autor recita fumando, en un gesto de otro tiempo. En la sala más cercana a la calle, se lo ve leer en un video sin sonido, subido con sonido a la página web. Desde allí se puede descargar todo el poema, que también se puede leer ploteado en la sala en penumbras. D’Anna es un sobreviviente de los combativos años 60, un luchador de la militancia política y la poesía de vanguardia. Su lúcida memoria a cielo abierto se mezcla con un aguafuerte sobre los consumos problemáticos actuales. “El problema / no es la milonga, sino la vida, / la que se dice que vivimos: ser nada / después de no haber sido nada”, escribe.

Coherentes con el elemento aire que inspira al lugar, los nombres de las salas se refieren a los vientos regionales: Sudestada y Pampero. Un video en la página web de Estudio Altillo los muestra a los diseñadores, Ever Carucci y Manuel Antelo, exponiendo unas letras C al efecto de un viento generado artificialmente. De ese encuentro entre cultura y naturaleza nace el logo animado del CCC, que puede verse en la página web del centro cultural. Pero arriba en la sala de usos múltiples sigue la cosa. Subo por una escalera de metal contemporánea y al fin bajaré por otra de madera, moderna histórica. Mérito del proyecto de Pagano y Álvarez es esta torsión cuántica, este finísimo pliegue entre dos tiempos que se deja transitar como un dibujo de Escher. También hay ascensor. Me alegro de ver una pintura y tres dibujos de Daniel García, quien dio un conversatorio imperdible que puede escucharse en la página web o en el canal de YouTube del CCC. “No es sencillo que un auditorio sea al mismo tiempo una sala de exposiciones, porque no sería una sala óptima ni un auditorio óptimo. Hubo que buscar un punto medio”, explica Pagano. Además de las banquetas apilables de diseño exclusivo que posibilitan una flexibilidad en el uso del espacio, se convocó al ingeniero en sonido Pablo Miechi.

Una voz faltó: la de Oscar Bravo. “Estaba previsto que viniera [al panel “Los escribas y su tiempo”, el 16 de mayo de 2024, con Germán de los Santos, Eduardo D’Anna y Martín Rodríguez] y hablamos en varias oportunidades, pero justo cuando se hizo el evento él estaba trabajando fuera de Rosario. Para nosotros fue una lástima porque nos interesaba mucho escuchar su perspectiva”, se lamenta Carola. El premiado periodista Germán de los Santos, coautor con Hernán Lascano de dos libros sobre el narcotráfico en Rosario, abrió diciendo que Oscar “cuenta esas historias desde el territorio, viviendo ahí. Yo lo conozco a él desde hace diez años, cuando lo matan a su amigo y compañero [de la Escuela Técnica 660] Ariel Ávila. Un profe de la secundaria [Lisandro Rodríguez Rossi] veía que los chicos en los recreos le decían que «hacían batallas». Rapeaban. El profe dijo: acá hay algo para trabajar. Ellos tenían una banda de hip hop, La Técnica del Hip Hop [que integraban además Marcelo Favio y Daniel Moyano]. Ganaron un concurso [Ceroveinticinco] con una canción, El barrio está peligroso. Y ellos, pibes de la secundaria, contaban lo que pasaba en Empalme Graneros, un barrio que después se transformó en un lugar cargado de violencia. Y él [Oscar] me decía: «Acá hay dos problemas, y yo canto sobre eso: la policía y el narco». Me quedé pensando cómo un pibe de 17 años, recién salido de la secundaria, con pocos elementos y en un barrio muy castigado, tenía una lucidez para describir la situación de lo que pasaba en ese momento mucho más grande y más profunda que el periodismo, que la dirigencia política y que la propia cultura. La de ellos es una cultura que está fuera de los márgenes, ni siquiera en los márgenes. Porque son pibes que tienen que salir a laburar para poder grabar. Porque el rap, el hip hop, es música de estudio; si no la grabás no existe. Necesitás la plata”.

El próximo tema de la agenda será Lo negro. Carola Nin, exministra de Educación, destaca del proyecto “la enorme voluntad didáctica de hacer que gente que no se acerca a los lugares culturales se acerque, y que en pleno siglo XXI algo colectivo sea posible”.

Letra y música por Litto Nebbia

“Hay un viento que viene, / que golpea en la cara. / Hay otro que te abraza / y otro a veces te lleva. / Con cualquiera de ellos, libre te sentirás. / En algo se parecen, ya lo notarás. / Aunque los desafíes, libre te sentirás. / Contraviento. / Libre te sentirás”.

Por Beatriz Vignoli

Soy escritora a secas, periodista cultural, traductora profesional, curadora independiente y jardinera aficionada. Escribo en Rosario/12 desde 1991. He publicado libros de poesía y narrativa de ficción y no ficción, donde temo que a veces se complica discernir cuál es cuál.

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