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Barullo en papel

Entrevista a Myriam Cubelos

Con más de cuarenta años de recorrido cultural, Myriam Cubelos lleva construido un legado tangible que se traduce en seis discos editados y medio centenar de obras teatrales, en las que desempeñó diversos roles. Hay además, otro legado, difícil de ser cuantificado, pero tan imprescindible como el de sus producciones artísticas: Cubelos continúa siendo una consistente militante de la música popular argentina

Cantante, actriz, directora, formadora de formadores, docente, difusora (desde la radio popular La Hormiga, donde realiza el programa Late el barrio junto a Aldo Ruffinengo), Myriam Cubelos es también una de las fundadoras de El Encuentro: La Música Argentina en Rosario, bastión que durante veinte años permitió espacios de formación, promovió el acercamiento a artistas emergentes y el rescate de grandes autoras y autores. Como Chacho Muller, esencial compositor rosarino al que llegó a considerar como un miembro más de su familia y a quien dedicó Cielo litoral, una de las pocas canciones a las que Cubelos consideró apropiada para sacar a la luz (y que cuenta con música de Juancho Perone, el enorme músico que es también su compañero de vida). Y si el rol autoral no es el que predomina en su vasto repertorio es porque Myriam Cubelos es una artista exigente, aún más consigo misma. Esa misma exigencia y búsqueda es la que se impregna en la selección de sus repertorios, que conforma con convicción y una mirada consciente, y militante, vinculada a la trascendencia de la cultura en tiempos oscuros.

Rodeada desde la infancia por los instrumentos que compraba su padre (bombo, violín, guitarras), obligada a estudiar piano por su madre (que “cantaba precioso”), Myriam Cubelos creció en medio de guitarreadas y aprendió a rasguear sus primeros acordes en manos de su hermana mayor. “La música estuvo en mi infancia, en ese momento era el auge del folklore, de Mercedes Sosa, del nuevo cancionero, mucha música argentina. Además mis viejos eran muy tangueros, de hecho se conocieron en una milonga en Buenos Aires. La música siempre estuvo cerca”, recuerda Cubelos sobre ese período iniciático de la vida donde se terminan forjando los destinos.

Y fue también el entorno familiar el que le marcó el rumbo universitario: “Mi cuñado era arquitecto y a mí me gustaba la arquitectura, entonces lo ayudaba. En aquel momento estudiar música no era una opción. Entré en Arquitectura, me encantó la carrera, el grupo, la gente. Después en un momento me faltaba un año para terminar y me anoté en la carrera de música, pero la secretaria académica nos convocó a los ingresantes, le comenté que estaba terminando Arquitectura y me dijo que no hiciera música, que tenía que seguir Arquitectura. Me arrepiento siempre de eso”.

Es obvio, claro, que aquella innecesaria disuasión no dejó más que un sabor a arrepentimiento para Cubelos, que lejos de resignar el rumbo artístico pronto se vio involucrada en el circuito cultural de Rosario. Porque si ya en sus tiempos de estudiante secundaria los actos en la Dante Alighieri la encontraban como protagonista, en su periplo universitario también dio muestras de talento que la llevaron a formar parte del Conjunto Pro Musica de Rosario. La convivencia de arte y arquitectura entraría pronto en tensión.

En 1980, apenas recibida, Cubelos comenzó a trabajar en el estudio de uno de sus compañeros de carrera. Mientras tanto, su recorrido artístico ganaba reconocimiento y así surgieron más invitaciones: por un lado, a sumarse como contralto en Madrigal, el conjunto fundado en 1973 que llevaba ya dos discos publicados; y, por el otro, la propuesta de incorporarse a un proyecto teatral incipiente, del que participaría Sabatino Cacho Palma (también ex alumno de la Dante) bajo la dirección de Chiqui González. Eran días frenéticos para una joven Cubelos, que con Madrigal grabó el disco Raíz y que debutó como actriz y cantante en ¿Cómo te explico?, obra para adolescentes que logró sortear los absurdos obstáculos de las ligas de la Decencia y Madres de Familia para convertirse en un hito del teatro rosarino. En la música, y enel teatro, Cubelos encontró la potencia del decir, aun en plena dictadura.

Pasaste de actuar en actos escolares a, poco después, formar parte de Madrigal y de una obra que resultó emblemática, que marcó a una generación. ¿Cómo viviste esa situación? ¿Cómo la vivió tu familia?

–Fue todo muy vertiginoso. ¡Ensayaba todos los días! Y en mi casa lo tomaron bien. Cuando mis viejos vieron Madrigal se impactaron. Y con la obra, de la mano de Chiqui González entré en otro mundo, que no tenía en la parte de la música. Siempre estuve de los dos lados, la música y el teatro. En general en algunos momentos o estaba en una obra o estaba haciendo música. Al poco tiempo me fui a vivir sola, fue un cambio muy grande en mi vida, porque seguí haciendo arquitectura.

Ensayos, cruces, encuentros. Textos y repertorios que echaban luz en la oscuridad. El arte como acto militante en sí mismo: “En la dictadura uno encontraba las grietas por donde empezar a hacer que las cosas aparecieran, canciones, letras. Cuando cantábamos, había familiares de compañeros míos que estaban presos. Fue todo muy fuerte. Y yo nunca milité políticamente, pero sí estuve siempre de un lado. Hace algunos años, en una reunión, dije eso mismo y un hombre que estaba allí me dijo que para mucha gente lo que nosotros hacíamos era muy importante”.

Con la recuperación democrática, las propuestas artísticas se siguieron multiplicando, hasta que la posibilidad de brindar clases de música en una escuela primaria la llevó a tomar una decisión definitiva: dejar, ahora sí, los trabajos como arquitecta para volcarse de lleno a la música, el teatro y, desde entonces, a la docencia. La lista de obras, bandas y discos es extensa en esos años 80 de recuperación de voces y derechos. Entre esa larga lista, Cubelos destaca con emoción su incursión en el universo tanguero. “Un aprendizaje muy hermoso para mí fue participar en Vientos de la ciudad, un espectáculo con el maestro Omar Torres, bandoneonista y gran persona –distingue–. Y luego, también, la posibilidad de trabajar como cantante junto a Tritango, con el bandoneonista  Roberto Bustamante y los hermanos Raúl y Norberto Nofri. Aprendí mucho sobre interpretación gracias a este trío, y además arreglaban repertorio especialmente para mí”.

En esa segunda mitad de los 80 la faceta docente se asoció también con la posibilidad de darle lugar a la difusión de la música popular de raíz criolla, cuando fue convocada a sumarse al Plan de Coros Escolares, un proyecto de formación para docentes de las escuelas primarias de la provincia de Santa Fe. “Fue un laburo maravilloso, que empezamos a hacer en el año 87 con un grupo en el que estaban Susana Francesio, Iván Tarabelli, Juancho y Toto Meza. Empezamos a trabajar en las capacitaciones con un repertorio de todos los géneros, proponiendo herramientas para que las maestras y maestros pudieran tocar las canciones en piano o guitarra. Después hacíamos capacitaciones con ese repertorio. Fue un trabajo precioso. El repertorio lo elegíamos nosotros y el director de todo el proyecto era Hugo Vitantonio. Eso lo hicimos durante cuatro años, fue un proyecto precioso, con la edición de los cuadernos Apuntes de maestro a maestro, con todos los patrones rítmicos, las formas de tocar. Grabamos ese material y durante muchísimo tiempo los profesores daban clase con ese material”.

En esos años, y convocada por Chiqui González y Miguel Palma, la cantante se sumó también a la Escuela Provincial de Teatro, que la tuvo entre su cuerpo docente durante 36 años, hasta su jubilación. Los talleres de canto en el Centro de Expresiones Contemporáneas de la Municipalidad fueron también un bastión desde el cual no sólo compartió conocimientos, sino que permitió el encuentro para la gestación de numerosos proyectos vinculados con el canto popular. La docencia y la difusión, una vez más, unificadas.

En su faceta artística, la llegada de una nueva década consolidó su camino solista: en 1990, y como resultado de un concurso provincial, se publicó Myriam Cubelos y 4 Esquinas, que grabó junto a Gustavo Marozzi, Charly Pagura, Martín Sosa y Juancho Perone. “Ya desde 1990 en adelante, siempre interpreté música de raíz criolla, de intérpretes contemporáneos –recuerda–. Así comencé a trabajar con Chacho Muller, que me invitaba a cantar, junto a Vilma Salinas, y hacíamos sus hermosas canciones. Chacho fue un maestro muy importante para mí, que se transformó en nuestra familia, y con quien compartimos mucho tiempo amoroso juntos. Me parece que los artistas rosarinos que conocimos a Chacho tenemos la obligación, si nos gusta su música, de difundirla. En mi caso, la música de Chacho está en todos mis discos”.

Los discos a los que alude la artista son, todos, destacados: en 1997 publicó Aroma de leña verde (ganador del concurso de Coproducciones de la Editorial Municipal de Rosario), junto a Martín Sosa y con una lista de invitados que incluye a Jorge Fandermole, Ana Suñé, Mario Hugo Sosa, Madrigal, Carlos Negro Aguirre y Adrián Barbet; en 2001 fue el turno de Eco de ausencia, a través de Shagrada Medra (el sello del Negro Aguirre) con arreglos de Mariano Braun; en 2004 se lanzó Almas en vuelo, posibilitado por el primer premio logrado en el concurso nacional del Consejo Federal de Inversiones (CFI), y que grabó junto a Guillermo Rizzotto, Marcelo Stenta y Juancho Perone. Diez años más tarde grabó Abrazos, registrado en vivo en Sala Lavardén, con una lista de acompañantes notables: Iván Tarabelli, Silvana Grosso, Leandro Masseroni, Marcelo Stenta, Juancho Perone, Magui Perone, Pablo Perone, Omar Gómez, Mono Izarrualde, Martín Sosa, Agustín Cassenove y Analía Garcetti. “Es un disco especial para mí, no solo porque fue grabado en vivo, sino porque cantaron dos de mis hijos allí”, distingue Cubelos sobre el que es, hasta el momento, su último disco solista: en 2017 grabó Cantan las mujeres que cantan junto a sus compañeras de Agualuna (María Eugenia Vadalá y Silvana Grosso, con un repertorio de compositoras mujeres).

Y si bien los proyectos grupales continuaron, el formato de disco ya no es un anhelo. Así lo entiende Cubelos, que junto a Alejandra Zambrini y la directora Ofelia Castillo dio forma a la obra Siemprevivas, proyecto teatral-musical que en 2022 les valió el Premio Hugo a Mejor Espectáculo Musical, pero cuya banda sonora no tendrá edición física: “Con Siemprevivas grabamos algunos temas de la obra y están en todas las plataformas. Por supuesto funcionan para la difusión, para la prensa, pero para el músico el tema del disco funciona cada vez menos. Está todo hecho para que uno trabaje para el otro, para las plataformas. Salvo que se nos ocurra grabar solo para tenerlo grabado, pero por ahora no me entusiasma. Veo a esto como una gran impasse, como una pausa de barajar y dar de nuevo. Calculo que a partir del año que viene se nos van a ocurrir más cosas, pero este año estamos aplastados por esta situación histórica tremenda que estamos pasando. Para mi generación, que vivió tantas dictaduras, no se puede creer que en este momento estemos escuchando y viendo lo que vemos, con una naturalización de la violencia, del odio… es muy fuerte.

En ese marco, ¿el arte tiene un compromiso?

–Siempre lo tuvo y siempre lo va a tener. Incluso sin que te des cuenta. Pero hay otra cosa en el arte que me hace ruido, que es cuando replica lo mismo que sucede. Eso no funciona, el arte tiene que ir por otro lado, no replicando o mostrando más de lo mismo, porque la gente ya lo está viendo. Por eso pienso que es una pausa para pensar desde qué lugar vamos a volver a arrancar. Un poco Siemprevivas tiene que ver con eso: cuando hay cada vez más muertes de mujeres, nosotras queremos mostrar otro camino, revalorizar a nuestras ancestras, hablar sobre las mujeres que siguen trabajando y están invisibilizadas. Queremos ir por ese camino. Por eso en este momento ni los políticos, ni las instituciones, saben por dónde ir. Todo el mundo está mirando cómo llegamos hasta acá, pedaleando en el aire. Es una impasse donde todos vamos a tener que barajar y dar de nuevo, en el arte, en la música, pero también en la política y en la sociedad. Yo hace treinta años que vivo en el mismo lugar y pasan cosas que me hacen desconocer a mi barrio.

Como docente tuviste la posibilidad de desarrollar programas de estudio y formación, donde más allá de la enseñanza de una técnica impulsaste un acercamiento a músicas populares. ¿Siempre estuvo presente esa búsqueda?

–Sí, siempre estuve orientada a ese lugar. Cuando hacíamos la capacitación, tanto en las escuelas primarias a fines de los 80, como en otras que alrededor de 2004 hicimos con Juancho y Fander (impulsadas por la Nación, para trabajar repertorios argentinos y latinoamericanos), vimos que los profesores salían de los institutos sin conocer esas músicas. El Encuentro surge también por eso, porque no hay lugares para la música que nosotros hacemos, que tiene que ver con nuestros géneros y que no tiene oportunidades. Algunos proyectos que hacen eso después se dedican a lo comercial, lo abandonan. Eso es muy triste. Hicimos veinte ediciones del Encuentro. Pero uno se va cansando. Las dos patas que siempre tuvo el Encuentro fueron los talleres y además mostrar a músicos jóvenes y también a los maestros. En el año 2018 ya se empezó a hacer más difícil llevar gente al Encuentro. Después vino la pandemia. Entonces se nos ocurrió ir a la Universidad, a la Facultad de Música, a hacer charlas explicando lo que es el Encuentro, que hacíamos con Juancho, con Martín Neri, con Irene Rodríguez. El único lugar donde se entiende de qué va, por dónde viene la idea del Encuentro, es en el Instituto de Danzas Isabel Taboga, donde es tremendo lo que conocen y saben de música. A partir de eso empezaron a acercarse muchos pibes. En el 2015 Juancho entró por concurso en la Facultad y a partir de eso empezó su militancia para generar cosas, no solamente desde su materia, sino junto a otras materias. Pensamos qué se podía hacer para que la Facultad generara algo vinculado a la música popular. Junto con Fander, que acompañó el proyecto, fuimos a hablar con el rector de Humanidades, pero nos dijeron que estaba muy difícil, porque no había horas disponibles. Entonces teníamos los talleres del Encuentro y empezamos a ver la posibilidad de armar una diplomatura, pero que además de ser paga, tiene una cantidad de horas limitada, entonces lo que queríamos dar no entraba ahí. Armamos los proyectos, pero nos los rebotaban. En la Facultad hay tecnicaturas, pero no de Música Popular. Y, bueno, llega un momento en que le sacás el cuerpo.

Además, los contextos son cada vez menos auspiciosos…

–Yo confío en que haya gente que pueda hacerlo, incluso dentro de la misma facultad, donde hay gente muy piola, muy interesante. Confío en que puedan hacerlo. Se necesita gente que entienda la importancia de nuestra música, de nuestra identidad, de nuestros géneros. Es soberanía. Mucha gente se enojaba porque el Encuentro tenía el apoyo municipal y provincial, pero era necesario para poder pagarles a los músicos. Quienes organizamos nunca cobramos nada, salvo cuando actuábamos. El Encuentro terminó el año pasado y este año anunciamos que no va a continuar. Estamos en una situación muy difícil para poder sostener un grupo. Porque la situación económica siempre estuvo dura, y ahora más. Y nosotros estamos más grandes, no se renovó el grupo de organización, éramos muy poquitos. Fueron veinte años de organización del Encuentro.

Pese a ese punto final comprensible pero inesperado, el Encuentro dejó una huella imborrable. Sin embargo, Cubelos advierte: “Creo que el alcance del Encuentro, su importancia, en general se logró más con músicos de otras provincias que de acá, donde sí se valoraron mucho los talleres. Hay gente que reconoce que se formó más en música popular en los talleres del Encuentro que en la facultad. Pero en relación a los conciertos, ¿cuántos artistas pasaron por acá en el Encuentro durante veinte años? Y nosotros casi ni tocamos porque no nos daba el tiempo, pero había gente que se enojaba porque decía que no la llamábamos para tocar. Eso me dio bastante rabia. Como también que no haya habido ningún lugar con cuatro o cinco locos, como nosotros, armando una movida como esta en otro lugar de Argentina. Hay que armar proyectos e insistir. Pero si ni siquiera armás el proyecto para que te digan que no… Hay, sí, personas que buscan generar espacios por fuera de las instituciones, a menor escala, pero un músico no puede pagarse el pasaje, la comida y la estadía para poder tocar en un encuentro. Entonces, o tenés esa cosa del músico que autogestiona encuentros o tenés a Cosquín y esos grandes festivales. Nosotros construimos una alternativa, pero es duro que no haya alternativas en ningún otro lado. Organizar el Encuentro fue muy difícil, demandó mucho tiempo, implicaba sacarle tiempo a tu propio trabajo.

Ya jubilada como docente, y sin la presión de afrontar la organización de un nuevo Encuentro, Cubelos planifica ahora los pasos a seguir con Siemprevivas y anhela retomar proyectos junto al guitarrista Marcelo Stenta. “Y tengo ganas de hacer algo relacionado con lo teatral pero más pequeño. Me siento con energía para seguir trabajando, pero creo que toda la energía que puse en el Encuentro fue demasiada, ahora necesitaría encauzarla hacia otro lado”, reflexiona.

En relación a tu rol autoral, que comparativamente con todas tus otras facetas artísticas tiene menos presencia, ¿qué cosas te motivan a crear una obra propia?

–Respecto a la composición, no tengo el oficio de componer.  Alguna vez me pondré a trabajar sobre el oficio, cuando sea grande (ríe). En mi caso la música siempre la pone otro u otra y yo escribo letras, que siempre son circunstanciales. En el caso de la canción Cielo litoral fue un sueño que tuve: estuve muy mal después de que murió Chacho, muchos meses, no me entraba en la cabeza que no estuviera. Pasaron unos seis meses más o menos y un día lo soñé. En el sueño me decía que estaba bien, estaba feliz, “estoy leyendo, hasta puedo componer”, decía. Me desperté distinta y me salió esa letra como un homenaje a toda su obra, me salió de corrido, sin mucho trabajo posterior, y después Juancho le puso una música preciosa. Después hay otras canciones con letras mías, Como si nada, también con música de Juancho y que escribí para la época de Cromañón, es un gato que retomamos con Agualuna. Y Copla para Santiago se la hice a mi hijo mayor, que en su adolescencia no fue fácil, como ninguna adolescencia, y la música la hizo Lilián Saba. Pero son todas cosas circunstanciales. Tengo muchas cosas escritas, algunas las di para que les pongan música y otras están guardadas. Me cuesta mucho darles forma, o creer que pueden ser una canción.

Y como intérprete, ¿qué obras te conmueven? ¿Qué te atrapa de una composición al momento de elegir interpretarla?

–En general las obras que me conmueven siempre tienen que ver con una comunión de música y letra, pero siempre primero va la letra. Si el texto es excelente pero la música no acompaña me cuesta más. Generalmente me doy cuenta de que elijo las obras si tienen que ver con lo que yo diría, con lo que tengo ganas de decir.

Por Edgardo Pérez Castillo

Periodista, guionista y trompetista criado en Rosario. Dediqué mi camino periodístico a la difusión de la cultura de esta ciudad durante 18 años como redactor y editor de Cultura en Rosario/12. Desde 2008 como productor y guionista en Señal Santa Fe. Y ahora, también, haciendo Barullo.

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