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Fantasmas

En el último viaje que hice a Rosario junté en una caja fotografías familiares que traje a Madrid y hace unos días me puse a mirarlas sin evitar la serena conmoción de lo vivido. Si la larga pandemia licúa el tiempo y convierte en un pasado lejano la estación anterior, el mismo filtro convierte en una experiencia arqueológica mirar imágenes del siglo pasado que nos devuelven un plural disuelto porque el conjunto se ha ido reduciendo a mínimas expresiones por la ausencia de los mayores y de algún coetáneo que tampoco está.

No sé que pulsión llevó a mi padre a tomar una enorme cantidad de fotos mías junto a mi hermano ante el frente de la casa familiar de la calle Alsina. Los pantalones cortos se hacen largos, la pared del frente muestra alguna mancha que después desaparece, el cabello crece de una foto a otra y la luz nunca es la misma. A veces sonrío y mi hermano pone cara de querer estar en otra parte. A veces es al revés. Creo que mi padre, con estas fotos, se afirmaba en el logro del inmigrante que llegó al país con lo puesto: fundar una familia y poseer una casa.

Los temas preferidos del fotógrafo americano Nicholas Nixon son la enfermedad y la vejez. Su trabajo más conocido, Las hermanas Brown, fue un proyecto comenzado en 1975 y constituye una obra artística única, ya que de alguna manera cobija ambas preocupaciones, la salud y el ocaso de la vida. Sin embargo, sus imágenes nos llevan a otro lugar, a otra zona de reflexión y percepción. Las Brown son cuatro hermanas, una de ellas pareja de Nixon, a quienes el artista viene fotografiando desde 1975 hasta la fecha. A través de las fotos vamos viendo cómo las cuatro mujeres unidas, ya sea físicamente a través de abrazos o bien por el roce pero siempre, desde su actitud, aferradas por el vínculo fraternal, van mutando con el paso del tiempo y cómo, a su vez, el tiempo es cincelado por estas mujeres que nos narran su novela de vida en primera persona. Foto a foto vemos cómo van mutando los rostros, los cuerpos y, fundamentalmente, las miradas que en cada imagen narran una experiencia distinta. Solo quienes son padres y ven crecer a sus hijos día a día pueden acceder en la vida a una narración similar, ya que en los pequeños cambios de los niños se puede ver la piel del tiempo mudar en tan imperceptibles modificaciones. Si, en cambio, en lugar de ir de una en una saltamos seis o siete páginas, notamos un cambio visible, y hacia el final la sensación es de vértigo porque hemos adelantado el reloj del relato en muchos años y nos encontramos con la madurez de aquellas jóvenes. Si escogemos una chica al azar y vamos siguiendo con atención su devenir a través de las fotografías, podremos leer un relato análogo al que ofrece el cielo de una ventosa mañana otoñal que en el transcurso de pocos minutos pasa de una diáfana claridad a opacarse por la presencia de nubes, que luego se disipan dando lugar a la luminosidad anterior y, sin respiro casi, otra vez nublarse, dejando escapar alguna chispa de agua antes de volver a recuperar la luz. Así de lábil se presenta la mirada de cada una de estas mujeres sometidas, como todos, a las inclemencias del tiempo. Algo bello de observar porque como afirma Antonio Muñoz Molina en una crónica, “el tiempo no tiene por qué destruir la belleza, igual que la costumbre no gasta el amor, lo pule igual que pule una herramienta el trabajo de las manos”.

La serie se presenta, en el momento en el que uno la aborda, como una totalidad. Pero no lo es. Escribe Muñoz Molina que “llegará un día en el que falte una de las cuatro presencias, o en la que ya no esté ese testigo cuya sombra se vislumbra de vez en cuando sobre ellas. La novela va escribiéndose sola y será ella sola quien encuentre su fin. La fotografía, al fin y al cabo, es sobre todo el arte de retratar fantasmas”. 

Eso somos mi hermano y yo al igual que la sombra de mi padre.

Publicado en la ed. impresa #14

Por Miguel Roig

Escritor y periodista rosarino que reside en Madrid. Es coeditor de la Revista Socialista y socio fundador de Mongolia, revista satírica mensual española. Escribe una columna en el diario.es y en Perfil. Sus últimos libros son El marketing existencial (Península, 2014) y Conversaciones con Alberto Garzón (Turpial, 2016).

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