Un caso de resistencia
En octubre próximo, Cine Lumière será sede principal del Festival de Cine Latinoamericano. Un mérito compartido: el del festival, porque había sido descontinuado; y el de la sala, por situarse de manera preferencial en la agenda cultural. Esto es así porque en las paredes históricas del Lumière, que lo recuerdan como el último cine de barrio de la ciudad, funciona hoy Punto Audiovisual, el organismo municipal surgido de la fusión de dos equipos de trabajo: el del Centro Audiovisual Rosario y el del Centro Cultural Cine Lumière.
Alquilado su inmueble por la Municipalidad en 1993, la sala del Cine Lumière pudo seguir adelante y de una manera consecuente con su historia; una historia que se reparte entre el esplendor de las salas de cine –hacia 1950, Rosario contó con 49 salas en funcionamiento– y su desempeño actual, a cargo de las distintas gestiones municipales. Por otro lado, sus habituales funciones –de jueves a domingo, con entrada libre y gratuita– hacen del Lumière un caso de resistencia particular: haber logrado persistir como cine significa no haber caído bajo los escombros con los que se erigieron edificios, templos y supermercados.
Según las investigaciones de Sidney Paralieu –en su fundamental Los cines de Rosario. Ayer y hoy (Fundación Ross, 2000)–, en marzo de 1896 y apenas tres meses después de la primera exhibición de los hermanos Auguste y Louis Lumière en el Grand Café de París, en la carpa del circo Frank Brown, cerca del cruce Alberdi, ocurrió la primera proyección pública en Argentina. Todavía más: en diciembre de 1898 se inauguró en Rosario el Cinematógrafo Lumière, la primera sala de cine del país, con funciones en calle Rioja 1151. Que aquella sala tuviese el nombre (o apellido) de los padres del cine no solo ejemplifica un homenaje a quienes proyectaron por primera vez imágenes en movimiento sobre una sábana, sino que predijo con su nombre al de la sala ubicada en Barrio Industrial. Entre aquellos comienzos y estos tiempos se dibuja un círculo de luz lumeriana.
Un sueño de a dos
En ese entonces y con una población de medio millón de habitantes, Rosario vendía anualmente ocho millones de entradas; las salas de cine, como en toda ciudad moderna, eran parte constitutiva del entretenimiento citadino. Pero el caso del Lumière imbrica otras cuestiones, todas ligadas. La sala situada en Vélez Sarsfield 1027 funcionaba originalmente como el salón de fiestas de la mutual de Socorros Mutuos; es decir, en su pasado está la impronta popular, la de los trabajadores organizados. Allí mismo, donde se celebraba y bailaba, en fiestas o casamientos, luego se verían películas. Del ritual del festejo a las historias compartidas: entre una y otra modalidad, se entretejen los lazos simbólicos de una comunidad.
Su reformulación como sala de cine estuvo ligada a una situación económica delicada, que llevó a la Asociación de Socorros Mutuos a tomar esta decisión. En su adecuación como cine intervinieron, de manera activa y acompañando a la sala a lo largo de toda su historia, Modesto Bou y Manuel Rey. Los dos ya sabían del rubro y compartían experiencias, sea desde la tarea como operadores de cine -en el Rex y en el Ópera- o en la gestión ante las distribuidoras, para tener acceso a las películas. Contaban, además, con un buen ejemplo previo, como el del Cine Moderno, en Gálvez. De esta manera, Rey y Bou amueblaron la sala, la acondicionaron técnicamente, e instalaron los equipos de proyección.
La inauguración del Cine Lumière fue el 15 de agosto de 1959. Según Paralieu, la sala abrió sus puertas con el siguiente programa: “Suiza (variedad); Clamor de venganza, con Peter Finch, y el logrado dibujo de largometraje realizado por Walt Disney, La dama y el vagabundo”. De manera acorde con esos años, el Lumière ofrecía películas en continuado, y también dibujos animados; con una capacidad para 450 espectadores y una localización geográfica que le hizo disputar preferencias con otras salas, como el Ópera y el Roca.
El nombre del cine, como se señaló, tiene filiación lógica por cinéfila; pero lo cierto también es que responde a las vivencias de Modesto Bou, hijo de catalanes, quien siendo niño volvió a Barcelona para compartir un tiempo con su familia; fue en el mismo barrio donde vivían en el que conoció un cine con este nombre: Lumiére. La anécdota la supo referir Mario Ghione: “Y por eso se dio el gusto de cumplir el sueño de la infancia”. Por otro lado, y de acuerdo con Daniel Greco, Manuel Rey supo rememorar cuando, hacia 1929 o 1930, “había visto La gran jornada, al aire libre, con pantalla de chapa y sonido de disco de pasta Vitaphone”. Uno y otro llevaban al cine dentro suyo, una simbiosis que difícilmente pueda entenderse desde los tiempos actuales, otros y distintos.
En ese sentido, bien puede decirse que Cine Lumière es la perla resistente de los viejos cines de barrio. La definición no es antojadiza sino adecuada, por histórica, conforme a la división que entre las salas céntricas y las barriales tuvo la ciudad. En estas últimas, los programas incluían los títulos que en el centro ya se habían proyectado, en una dinámica que irradiaba a todos por igual. Si la película llegaría al barrio, ¿para qué ir al centro?
Lo que llama la atención, en primera instancia, es la permanencia del Lumière, ya que persistirá hasta 1992, cuando ya eran muchos los cines que habían perecido. Hacia los años 90, el proyecto neoliberal tuvo su esplendor con el menemismo, traducido –entre otras cosas– en el cierre de los espacios de encuentro y en la parálisis del desarrollo industrial. Las salas de cine, de esta manera, comenzaron a ser reemplazadas, desde una lógica nada casual, por emprendimientos a tono con los nuevos tiempos: comerciales o religiosos.
Más allá de estos análisis, el logro de esta permanencia se debió a la tarea mancomunada de Modesto Bou y Manuel Rey. Si bien la sala cerraría hacia fines de 1992 –la última proyección, informa Paralieu, estuvo integrada por Mi primer beso y El príncipe de las mareas-, meses después la Municipalidad de Rosario comenzaría a alquilar el inmueble, cuya reapertura tendría lugar en julio de 1993. A partir de allí, la historia pasó a ser otra.
Construir la cultura popular
La nueva etapa reconvirtió al Lumière en Centro Cultural. A partir de la gestión municipal la proyección de películas tuvo complemento con otras actividades, como talleres, exposiciones y convocatorias a nuevos públicos, además de sostener al inmueble desde su legado histórico. Modesto Bou y Manuel Rey fueron parte de la experiencia. Como supo decir Silvana Schulze, una de las directoras de la entidad –así como también lo fueron, entre otros, Mario Ghione, Sol Dorigo y actualmente Mauro Boggino–, “se puede decir que ellos fueron los gestores de la reconversión del Lumière, como una manera de permanencia, transformándolo en un centro cultural” (El Ciudadano & la región, 04/07/2014).
En 2013, y en el marco de uno de los varios homenajes al Lumière, Silvana Schulze junto con Mario De Santis, Ana Idígoras y Guillermo Turin realizaron el mediometraje Función en continuado, a partir de testimonios de vecinos, trabajadores y familiares, en relación al lugar no solo histórico sino emotivo que la sala ocupa en la vida rosarina. Al repasar las redes y sus comentarios sobre este y otros festejos, se descubre un mundo de afecto: “Manuel y su hija Norita eran para mí familia, fue una etapa hermosísima de trabajo y verdadera amistad, como nunca más hubo, siempre en mi corazón, Manuel y Modesto”; “Rey… un tipo genial. Lo ofrecía todo. Muy generoso y maestro del arte del cine, mucho más allá de ser ese proyectorista que conocimos. Vivirán por siempre su acto y su ser”; “Mi papá (tiene 80 años) siempre me cuenta que participó con mi abuelo y un tío (cuñado de mi abuelo) en las reformas para que el predio de Socorros Mutuos se transformara en cine Lumière. También recuerda gratamente a Manuel Rey y Modesto Bou”; “Gracias Manuel Rey!!! Aquí nació el amor mío por el Cine… Nacieron los sueños; las pasiones de ser Artista; el interés por lo dramático; por la luz clara que existía en este cajón bajo; el cuadrito de luz que iluminaba hasta mi espíritu entero!!!”.
Entre los comentarios, destaca el de Santiago Bautista Goletto: “A los 16 años de mi vida tuve la suerte de conocer a estas dos queridas personas, Manuel Rey me enseñó el oficio de proyectorista o proyeccionista. Le agradezco siempre porque es mi pasión y pude trabajar toda mi vida en diferentes lugares, siempre gracias al cine y al Lumière que fue mi escuela. Cine que llevo en mi corazón”. En su canal de YouTube, Goletto comparte un video del 28 de diciembre de 1995, es decir, la fecha del centenario del cine, celebrada en el Lumière. Su cámara registró a Manuel Rey y a Modesto Bou, evidentemente emocionados, recibiendo el reconocimiento del Estado municipal; la comunidad barrial llenó la sala y su habitación contigua, de paredes cubiertas por una muestra fotográfica. La cámara atenta de Goletto –menos mal que existen devotos como él– registró las palabras de bienvenida: “Les hago llegar mis más sinceros deseos de felicidad para este fin de año, y ojalá que el próximo estemos juntos, para seguir participando activamente en la construcción de nuestra cultura popular, especialmente en este barrio, que ha podido conservar un espacio tan importante y tan ligado a nuestra identidad rosarina. Queremos seguir trabajando desde la Municipalidad de Rosario, junto a los vecinos, creando nuevos canales de participación democrática. Al cumplirse un siglo de esta expresión artística, los saludos a todos con un fuerte abrazo. Dr. Hermes Binner, intendente de Rosario”.
¿Y el Imperial? ¿Y el Diana?
Hay otros dos cines que todavía irradian posibilidades de resurgir. Del Imperial –Corrientes casi esquina Tucumán– parece que solo queda su imponente fachada, aun cuando el año pasado se activara una iniciativa por parte de la entonces diputada provincial Mónica Peralta (actual subsecretaria de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente). Su proyecto de expropiación reunió adhesiones y la participación de vecinos, docentes, periodistas y cinéfilos. Peralta, de hecho, fue parte del proyecto que significó la expropiación de Cine El Cairo, durante el gobierno de Binner en 2008, a partir de la tarea inicial de un grupo ciudadano autoconvocado. Según el libro de Paralieu, “el nuevo Cine Imperial presentaba un lujoso hall con dos escaleras laterales que conducían a la platea alta y un sobrio interior que ofrecía una capacidad para 949 espectadores (…) Fue el primer cine en Rosario que tuvo refrigeración (…) Cabe señalar que el aspecto arquitectónico del Imperial, característico de los años treinta, y sus notorias programaciones, le otorgaban un atractivo particular que perdura en el recuerdo. Realizó su última función el día 2 de diciembre de 1987, proyectando Asesinato en Hollywood, interpretada por James Garner. Cerró el 3 de diciembre de 1987, desapareciendo así una de las salas más clásicas y tradicionales de nuestra ciudad”.
Situado en el barrio Saladillo, el Diana (Lituania 101) fue inaugurado el 13 de mayo de 1943, con funciones hasta 1972. Como destaca Paralieu, “conformó parte del folklore de ese particular sector sur de nuestra ciudad, junto con los Baños del Saladillo, Sindicato de la Carne, Monumento a Eva Perón y Frigorífico Swift”. Luego del cierre tuvo otros usos comerciales hasta 2013, cuando comenzó a funcionar como centro comercial a partir de un proyecto del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, dedicado a la reapertura de cines barriales. La pandemia lo puso en jaque y las actividades se descontinuaron, sirviendo luego como depósito de una verdulería. Actualmente, en la comisión de Cultura del Concejo Municipal se trabaja sobre un proyecto presentado por María Fernanda Rey (PJ). Según éste, “preservar el cine Diana no solo implica conservar un lugar de encuentro y entretenimiento, sino también proteger un patrimonio cultural que ha contribuido al enriquecimiento artístico y social de Rosario”.