
Adonde voy no podré
llevar libro alguno; tampoco
mi querida petaca
llena de buen escocés
(o lo que sea). No: adonde voy
no admiten nada que no sea
el cuerpo, el propio
y desvalido cuerpo, desnudo,
solitario. Te dejan entrar
sólo con él, o lo que quede
de él. Y es una pena, porque
ya no recuerdo de memoria
mis poemas y entonces no podré
decirlos en voz alta sin la ayuda
de un papel, al menos. En fin.
No tendré más
remedio que callarme, entonces,
delante de la muerte
y me entristece, porque acaso
le gustara mi poesía y el silencio
ya durará demasiado
luego. Pero esas son las reglas.
Adonde voy
no hacen excepciones.