Cáustico y lúcido, heterodoxo y multifacético, sus búsquedas transitan por caminos filosos que no lo privan de una cuota de merecida popularidad. En un diálogo a fondo con Barullo se refirió a dos de sus obsesiones: el peronismo y el capitalismo. Y expresó su admiración por aquel de quien es considerado un heredero, nada menos que Roberto Fontanarrosa
Pedro Saborido respira. Con casi 60 años a cuestas y en su condición de trotamundos creativo más que de hábil comunicador social, la rutina es tan intensa como variopinta: de sus espectáculos teatrales como Miguel Rep dibuja, Pedro Saborido habla al podcast La década sagrada junto a Néstor Borri y Santiago Barassi; de sus columnas en El mañana, el programa de radio que conduce Mex Urtizberea, a cuentos y notas de opinión que escribe y publica en diversos diarios y revistas nacionales. La voz gruesa, la cara barbuda, la prosa irónica, lúcida y coloquial aparecen aquí y allá como un símbolo cultural de los últimos tiempos, guiando una serie documental sobre arquitectura en el conurbano bonaerense para Canal Encuentro o en esos célebres videos de Peter Capusotto que no dejan de circular por el éter de los algoritmos. La vida de “Saborido Peter” -su avatar en redes sociales, con miles de seguidores-, que por éxito de ventas está por lanzar la redición de su último libro, Una historia de la vida en el capitalismo (Planeta), transcurre en el ágora de los cafés bajo diálogos del saber popular; allí, en esos bordes ácidos de la oralidad donde cualquier tema del presente se vuelve posible de ser relatado. Nacido en el conurbano bonaerense (Lanús, 1964), escritor, guionista, periodista y productor de radio, teatro, cine y televisión, y mientras está de gira por el país con sus espectáculos y charlas, Pedro Saborido hace una pausa y habla con Barullo sobre capitalismo, Roberto Fontanarrosa, los límites del humor, de cómo concibe el espectáculo, de los humores argentinos, del peronismo “inclusivo” y de su sociedad con Diego Capusotto, algo que -parece- está lejos de terminar.
-Tus últimos libros fueron sobre fútbol, peronismo y conurbano. ¿Por qué ahora el capitalismo?
-Me pasó que venía escribiendo sobre temas entrañables de los que formo parte desde mis afinidades: el rock, el fútbol, el peronismo, el conurbano. Y entonces me enfoqué en el capitalismo, que es más sobre la vida. Es como una fatalidad, no una elección: uno nace y ya está ahí, todo es ya de otro. Mi desafío fue escribir cómo el capitalismo está en nosotros, y cómo vivimos en él. Esos fueron disparadores para pensar nuevas historias.
-Algunos te han considerado como un heredero de Fontanarrosa, en Rosario es algo que se suele decir bastante. ¿Cómo te sentís con eso?
-No, no, eso de ser heredero del Negro es disparatado. ¡Ojalá fuera así! Supongo que el parentesco es por hacer libros de humor, pero son comparaciones muy grandes, tampoco es que siento ser heredero de él. Lo que sí siento es que no hay muchos libros editados en Argentina con cuentos de humor, y desde ahí tengo una identificación con su obra. Todo eso más allá de su superioridad ostensible, claro.
-¿Volvés a leerlo con frecuencia?
-Sí, por supuesto. Está siempre entre mis favoritos, como también releo los escritos de Alejandro Dolina porque es un gran escritor. Ahí están Woody Allen, cosas de Leopoldo Marechal donde hay humor y, por supuesto, al mismo Borges.
-Un tema recurrente tuyo es el peronismo, ¿cómo aparece cuando salís de gira y recorrés las provincias?
-Todos los peronismos se definen como que son el peronismo auténtico de cada lugar, de cada lugar. El peronismo de alguna manera nació en Capital pero después se expandió por todo el país y tiene características singulares según de qué parte estemos hablando. No es algo unívoco, cerrado, hay luchas y peleas, por eso es apasionante. Por ejemplo, hablando de Rosario eso es sumamente complejo, porque en su cultura hay años y años con una tradición socialista muy fuerte que no se da en otros lugares del país. Cada peronismo tiene el color del lugar que habita.
-¿Y existe algo así como un humor argentino?
-Hay humores en todos lados, y esto de considerar el humor porteño como algo nacional termina siendo un problema. Si hay algo donde existe una identidad federal es en el humor. En ese sentido es que existe un humor rosarino, no tan famoso como el humor cordobés, pero es mucho más conocido que supongamos el humor neuquino, porque en su tradición hay emblemas como Fontanarrosa, Olmedo, como en Córdoba podemos hablar de la revista Hortensia. Pero el humor no es un cúmulo de logros o emblemas, y en todo el país hay mucha gente anónima con humor. Y gente que carece en absoluto de él.
-¿Qué hacer con la gente que carece de humor? ¿Hay posibilidades de engancharla o es un terreno perdido?
-No se puede acusar a nadie de no tener humor. No lo tiene, y listo. Me parece que parte de manejarse con humor es respetar a aquellos que no lo tienen. El tema es ver si alguien tiene otra forma de humor que no es lo propia. La vida es como es y uno tiene que pensar la manera en la que se trabaja con esa persona que carece de humor o simplemente no coincide con el tuyo. A veces cuando uno escribe y hace guiones, hay gente que no le gusta o no entra en el código y está bárbaro. Lo que queda, entonces, es construir con aquellos que sí tienen puntos de contacto. La astucia y la gracia, de todas maneras, es de qué forma llegar a los que no están en tu misma frecuencia. Esa es una linda aventura.
Es un miércoles lluvioso, de mañana, y Pedro Saborido toma un café en el bar El Torreón III de Belgrano, en Capital Federal. Está sentado en una de las mesas de la vereda, solo, apenas refugiado por un alero. Habla con aire distraído por teléfono. Las gotas salpican levemente sus zapatillas pero a él no parece importarle. Vestido de jean, camisa, piloto verde y con los anteojos redondos y gorra que son su marca de estilo, Saborido no puede evitar el chiste. Lo primero que hace, en efecto, es reírse de sí mismo. Diserta sobre su tupida barba blanca, tan crecida que se asombra por cómo cubre su rostro. “Para mañana parece que me la voy a afeitar”, dice con su voz metálica, esa que los seguidores de Capusotto y sus videos conocen de memoria.
Habla del espectáculo junto al humorista gráfico Miguel Rep. En realidad -aclara- no se trata de un show en el sentido estricto de la palabra. Lo define como una suerte de “charla dibujada”: una idea que surgió de presentaciones de libros en común, en conversaciones de pasillo. “Y entonces fueron apareciendo temas que fuimos hilvanando, aunque aparentemente no tuvieran nada que ver -explica, ahora con mirada seria-. Todo en definitiva se va relacionando y es ahí donde aparece el humor, hay cierta reflexión más cercana a la duda que a la certeza. Y mientras hablo con el público, Rep va dibujando, sin saber qué le sale. Y siempre es hermoso, poético, gracioso”.
De un tiempo a esta parte, Saborido se ha transformado en una figura del humor político argentino con una trayectoria ciertamente anfibia, pasando de la radio a la televisión, de la televisión al teatro y del teatro a los libros. Además, trabajó en otros campos: fue técnico de sonido en películas memorables como Esperando la carroza y Los chicos de la guerra. Formado con Omar Quiroga en Radio Mitre y FM 100, con Tato Bores en su histórico programa Good show -donde conoció a Marlene, su pareja, con la que vive hace 27 años-, y siendo uno de los artífices de Todo por 2 pesos, hubo un antes y un después para el cerebro de los ciclos televisivos junto a Diego Capusotto: la consolidación de un artefacto humorístico que mutó en radio, libros y hasta una película en 3-D, y que convirtió en emblemas de la cultura popular a personajes como Pomelo, Micky Vainilla, Violencia Rivas y Bombita Rodríguez.
Hoy, Saborido está cansado que le sigan preguntando sobre el posible fin del ciclo. Por el contrario, dice que “están más vivos que nunca”, armando contenidos para un nuevo formato. “Lo que pasa es que Diego -por Capusotto- está metido con el teatro, lo que hace en su obra es realmente bueno, como hizo con el protagónico de Tadeys, la obra de Osvaldo Lamborghini dirigida por Albertina Carri y Analía Couceyro. Pero hace tiempo estamos elaborando un próximo laburo audiovisual. No sabemos todavía si va a ir a la televisión, a las redes o como especiales en alguna serie”.
La lluvia arrecia y Saborido vuelve a hablar sobre su dupla con Rep. Sabe que su principal obsesión es el peronismo y no esquiva el tema. Sin temor de caer en la recurrencia, prefiere hablar de un “peronismo inclusivo”: una invitación a desmontar, desde el humor, el espacio de la famosa grieta. Lo explica con sus propias palabras: “Mucha gente supone que si no es peronista o kirchnerista no tiene mucho que hacer en la charla. Pero no es así. Es algo que podés ver y escuchar estés en el espacio político que estés. O no estés en ninguno, lo cual, obviamente, es estar también en un espacio político. De eso también damos cuenta. Los lugares donde estamos parados. Y que a veces nos encierran. Por eso también esta charla dibujada, que es en parte desde el peronismo. O desde una de sus variantes. Es peronismo inclusivo”.
De los encierros ideológicos. De los lugares donde cualquiera asume una posición, de los lugares donde cualquiera defiende una identidad. De los espacios que fanatizan y excluyen la autocrítica. Allí, en efecto, la lucidez de Saborido se mueve como pez en el agua: pocos han ejercido tamaña sutileza en la arquitectura del humor para demoler los estereotipos de la construcción cultural, de la solemnidad militante, del fervor irracional. Casi no existe, en su mirada, ninguna excepción: de la derecha recalcitrante al rock, del progresismo al culto barrial, del peronismo a la religión.
Pero no implica, en rigor, que todo signifique lo mismo. Saborido, que se autodefine como “un poco comunista, un poco hippie, un poco peronista, siempre diletante y autodidacta”, piensa en una zona de exclusión para los intolerantes. Sin ir más lejos, Rep fue amenazado cuando presentaba su libro Evita, nacida para molestar. El hecho fue promovido por el grupo Nueva Resistencia Peronista, el cual entendía que se laceraba la figura histórica de Evita.
“El peronismo inclusivo se refiere a sortear la grieta -amplía la reflexión-. Grieta hay acá, en Bélgica, en todos lados. El tema es cómo la tramitamos. Y el límite está cuando nos topamos con un racista, un psicópata, un pederasta, un asesino, un nazi. Ahí no hay diálogo. Lo otro es decirle a la gente: «Che, ¿querés venir a conocer esto?», y podemos charlar, nos divertimos. La cuestión es cuando entramos en el territorio del odio. Porque las diferencias van a estar, no hay manera de que no estén, simplemente hay que tener respeto y tramitarlas”.
No cualquier mensaje, dice, es posible en el humor. Hay límites. Insiste en ser contundente: “A la incorrección política no cualquiera la ejerce con altura. En nombre de esto, uno tiene que tolerar mediocres y estúpidos que lo único que tienen para ofrecer es una audacia módica incursionando en cierta incorrección política. Entonces aparece un coro de estúpidos adherente a ciertas incorrecciones políticas y entonces un xenófobo, un facho o un psicópata pueden encontrar un lugar para destacarse un poco”.
La certeza de que no existe certeza, según Saborido: sólo delicado equilibrio y tensión entre verdades que chocan. En cada historia que cuenta, el humorista prefiere no tanto la posición del autor omnisciente o del intelectual, sino de un observador que recoge mitos, leyendas y realidades de la cultura popular para desplegar su talento como narrador de paradojas, de ironías de la historia, de épicas contrariadas. Aparece la literatura deportiva -con su imperdible libro Una historia de fútbol-, la picardía en estilo argento –Peter Capusotto, el libro– y por supuesto, el magma de lo político –Una historia del peronismo-.
Sin embargo, a Saborido no le interesa asumirse como un escritor de profesión. Dice que no tiene procedimientos fijos. Que la forma, el método, se aplican según el momento, según la idea. Como una caja de herramientas. A veces camina por la calle pensando cosas sueltas, sin sentido; otras, se sienta en la computadora y escribe toda una noche sobre una idea. Pueden pasar minutos, horas, hasta que aparece algo convincente.
“Cuando hago algo, simplemente quiero hacerlo bien y que llegue a la mayor cantidad de gente posible -piensa, y se esfuerza por no sonar edificante-. No me pongo la expectativa del éxito cuando se me ocurren las cosas. Los libros por suerte se venden bien, pero tampoco la pavada. No es algo que planeé, lo tomo con agrado. Muchas veces me dicen que soy un boom, pero no lo creo ni sé cómo se maneja eso”.
Dice emocionarse cuando se cruza con gente. Es su entretenimiento favorito. Prefiere saturarse de gente, explica, para luego tener la necesidad de estar solo. Busca charlar, intercambiar opiniones. La materia prima de su trabajo, en rigor, radica en ese movimiento: de allí surgen guiones, textos, contenidos. Saborido se la pasa deambulando por la ciudad. “Como no tengo algo fijo en lo laboral -dice, a la vez que sale del bar hacia la estación de tren en Belgrano-, tengo todo bastante desordenado. A veces ese caos se vuelve pesado. Pero la mayoría del tiempo lo disfruto”.
Vive en Belgrano junto a su mujer y sus dos hijos, Dante y Sofía. Se recibió de técnico electrónico, estudió cine pero siempre quiso ser músico, psicólogo o médico. Ganó varios Martín Fierro, algunos premios Clarín y un Konex. No tiene otro hobby que su trabajo y el pasar tiempo con su familia y con amigos. Le gusta ir al teatro, ver a su equipo de fútbol, Racing, y escuchar música -“últimamente le presto atención al hip-hop”-.
Pero, por sobre todas las cosas, leer sobre historia. “La historia me gusta porque es como recordarse la vida de uno pero prolongada -define, a secas- Todo lo que pasó antes que nosotros es parte de nuestra biografía. Es tanto que no lo podemos abarcar todo. Pero siempre busco la conexión con el presente, sorprendiéndome de las cosas que coinciden y de las que somos hijos”.
Saborido revisa su celular. Pronto tiene una reunión en el centro de la ciudad y apura el paso. Pasa a otro de sus temas favoritos: la comunicación política. Dice que cuanto más se politiza la vida, más se cuida la relación entre los seres humanos. Que la política trae menos violencia. Que, en realidad, la violencia política es una contradicción. La violencia -define- es la ausencia de la política. Y la política es la participación: cuando las personas hacen política, abandonan la indignación. Se involucran.
-La política salva -dice, mientras ve pasar a la gente esquivando charcos por la calle y ríe como un niño-. Pero la política debe ser rescatada de la idea nefasta de ser de unos pocos para que sea de muchos. Esa es la mejor manera de que todo sea más transparente.
-¿El humor a veces no frivoliza la política?
-No debería hacerlo. El mensaje peligroso es burlarse por burlarse, dar el mensaje de que la política es algo malo, de que los políticos son perniciosos. La política tiene que volver a ser valorada. Porque del desprestigio de la política puede derivar el desprestigio de la democracia.
Saborido llega agitado a la estación de tren. Y mientras espera, de pie, un hombre pasa cerca y lo saluda como a un vecino. Saborido dice que le vuelva a dejar su número, que hace poco se le desprogramó el celular y perdió contactos. Aunque parezca fuera de los ritmos que impone la tecnología, dice que prefiere pensarse como alguien integrado a esta época.
-En tiempos de inmediatez, sólo queda insistir. Apostar a seguir produciendo contenido y tratar de expresarse. No quejarse sino asumir que la realidad te marca y te desafía. Indignarse es mostrar impotencia y perder el rumbo.
-¿Y cómo sería eso?
-Lo que da asco, lo que aburre y lo que horroriza es la mitad del universo. Queda la otra mitad y ver cómo mierda seguimos adelante.
CUANTO DISTURBIO MENTAL
“Treinta relatos «gozosos» que muestran cómo el capitalismo está dentro nuestro, influye en lo cotidiano y en todos los estados de ánimo. Y nos entusiasma o deprime cuando sentimos que no hay salida, lo cual hace indispensable este libro donde se pueden encontrar alternativas para seguir buscando la felicidad en comunidad, es decir que es un mapa para poder encontrar la luz, o algo así, y coso”.Con esa presentación más al estilo de un libro de autoayuda que a uno de humor, Una historia de la vida en el capitalismo es la continuación de una forma narrativa que el escritor empezó con la serie Una historia del fútbol, Una historia del peronismo y Una historia del conurbano, relatos breves y pícaros donde juega con su habilidad de un lenguaje plebeyo, con diálogos y pensamientos que vuelcan lo más sutil del registro oral sin nunca perder una amplia referencia de recursos intelectuales en las aguas de la “argentinidad”. Desde frases como “la subsistencia nos marca un camino. A partir de allí, puede decorarse con gustos y vocaciones. Sin embargo, muchas veces se le exige mucho a lo que el destino puede ofrecer”, hasta una cita de Borges (“el libre albedrío no existe. Pero hay que vivir como si existiera”); desde momentos pretendidamente ensayísticos como “vivimos un mundo hiperconectado donde la esfera de lo público y el mundo privado se fusionan. Se gestó una cultura del trabajo en red que, a su vez, extiende la jornada laboral y se multiplican los trabajos precarios en un mundo que exige ser hiperproductivo”, hasta una separata de “análisis y reflexión” con diálogos como este:
-Porque siempre falta algo, entonces siempre va a haber otra cosa por desear. La moda es eso. El deseo de diferenciarse de unos y ser como otros es un deseo que nunca se satisface.
-Oh…cuánto disturbio mental.
-Sí. Y esa gente vota…
-Perdón, ¿se refiere al voto calificado?
-No me hagás hablar.