Como piedras candentes caían tus miradas
en el perdón pedido, ¡qué pecado la noche!
¿Fue engaño, fue fracaso, te dejaron dormir, amor mío?
¿Te cuidaron de tus terribles sueños?
Nadie puede saberlo y quien lo sabe
ignora lo que sabe. Nadie guarda los sueños,
son parte del terror, parte inconclusa,
parte en parte perdida y detractora.
Y los sueños, decías, quién los cuida
si apenas valerosos se entregan hasta el día
cuando el día peligra, el día nace, y nacen
motores y deberes y luciérnagas módicas
que confluyen y mueren en la luna plateada.
Tu virtualidad ‒los dos ombligos‒ y
la dulce hendidura más abajo, ya no duelen:
ya duelen otras cosas estos días,
duelen cosas atroces, niños extravagantes
y otros ojos efímeros.
Todo para olvidar, o para envejecer,
dulce Marie, olvido transparente.
(De Baladas para Marie, Ediciones Krass, 1988)