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Barullo semanal

Negri

Elijo este barrio -vaya consuelo por no tener otro cercano al tuyo para ir caminando a verte y abrazarte en medio de esta maldita pandemia- para escribirte esto que intuyo será largo y que ayer intenté decirte mientras del otro lado del celu tu voz quebrada y dolorida -nunca perdida- sonaba a caricia, como tantas otras veces.

Elijo este barrio donde sólo soy Ale, donde no llevo ni quiero llevar los cargos conmigo ni otra subjetividad que la que me sostiene en todo lo demás. Elijo este barrio y esta foto que no es la de Horacio, sino una tuya y no cualquiera: una donde la sonrisa te habita como habitarás, no tengo dudas, este inmenso dolor.

Porque quiero escribirte a vos, y en vos y a través tuyo a quien tuve la felicidad de sentirme cerca, de sentirlo cerca, de saberlo parte de una tribu que de tanto en tanto armaba su tienda amorosa en algún lugar cerca del fuego, de una mesa tendida, de un escenario, de una noche de desvelos.

Lo conocí a Horacio una noche tan fría como ésta, en tu departamento de calle Corrientes, aquí en Rosario. Aquel antiguo refugio que a tantos de nosotros vos abriste como quien abre el túnel de una escapatoria, solo que en ese caso mientras los 80 se agotaban y con ellos cierta primavera de retornos, el living y su mesa poblada de libros, el piano , el largo pasillo, los cuartos enormes y esa pequeña cocina al costado mantenían el tono de buhardilla, el perfume de los encuentros y de los libros.

Yo era tu ayudante de cátedra en la Facultad de Derecho en una materia de primer año «Introducción a la Filosofía y a las Ciencias Sociales» – te cuento que así se sigue llamando- hacía muy poquito que me había recibido de abogada y con 24 años recién cumplidos estaba más interesada – lo sigo estando- en las interrogaciones de la Filosofía y la Sociología que en la dogmática jurídica. Vos me habías pedido que te ayudase a entender mi mundo – el de los estudiantes de abogacía, el derecho y sus dilemas- y yo me enamoré perdidamente del tuyo. Y en el tuyo (aluvión de preguntas, canciones, textos, subrayados, acertijos de un tiempo inicial, suave y daga a la vez) vivía Horacio.

La noche que lo conocí fue Fito quien abrió la puerta del palier, pero fue Horacio quien, con esa sonrisa tenue y plácida, me ayudó a entrar la bici, a sacarme el frío de encima mientras me invitaba a subirme a ese escenario generoso en el que urdimos un pastel de papas. Y digo urdimos porque me dejaste cocinarlo con vos, como quien le abre el corazón de sus comensales ansiosos a una joven de cabello teñido de mil colores, que temerosa pero a la vez osada, te sugirió un secreto materno para que el puré de papas no se desmoronara.

La noche aquella fue muy larga, vivía Norberto y Delfi era, aún, una niña alada.

Cierro los ojos Negri, porque de recordar me duelen un poco.

Los cierro y pienso, en todo caso siento, que nada, nada en mi vida hubiese sido como me fue dada a elegir después, sino hubiese sido por ese tiempo de bellas conmociones.

Ayer te conté la anécdota de los desayunos con Horacio en La Habana cuando la Feria del libro y nuestro particular interés por la cantidad de aves de la estancia del Laguito donde coincidimos, años después, cuando él fue parte de la delegación argentina y tu obstinado Jorgito llevó a Cultura de Santa Fe.

Horacio desayunaba con el enorme David Viñas unas pocas tostadas con dulce, huía del torbellino de los egos innecesarios y mientras esperábamos que el pequeño autito rojo que habíamos alquilado nos llevara al centro de la ciudad, le conté acerca de mi obsesivo afán infantil cuando intenté por años que dos cotorras que me había regalado mi padrino – miembro de la resistencia peronista- hablaran, si, hablaran. Me escuchó con la atención que siempre le prestó a las pequeñas historias – con ellas construía sus grandes reflexiones- y mientras caminábamos en medio de la exuberancia de ese jardín tropical me dijo que en definitiva, ese gesto podría ser el inicio de cualquier interrogación acerca de nuestros afanes. Y que había uno que era indispensable: el del peronismo y sus puentes tantas veces rotos, como los de la Argentina misma.

Subimos al auto rojo, despistados y felices.

Allí estaba La Habana: lo esperaban largos días de trabajo y su camisa blanca de mangas cortas se recortaba en una foto en el Malecón que perdí y tanto lamento.

Me siguen doliendo los ojos negri, pero como si pudiese compartir un poquito el dolor con los tuyos salto en el tiempo hacia atrás y vuelvo al día que fuimos juntos a la Plaza de la asunción de Néstor. Otra tarde fría, anónima, de escaparnos un ratito del cumple de Martín, y de llegar casi casi hasta el sitio perfecto donde todo estaba por suceder.

Jorge Llonch y yo fuimos con Isidro Llonch y Angie Llonch , vos me decías que tuviese cuidado que los «gurises» en esos actos se pueden perder y al rato el bullicio y los amigos que llegaban sin plan previo los arropaban a ustedes  dos como quienes se acercan a las llamas encendidas del porvenir, como si supiesen que iban a ser – eso fueron- las voces y la fuente donde abrevar en ese ágora naciente.

Volvimos al Botánico, el cumple seguía, la calidez de la tribu estaba encendida pero habíamos estado muy cerca del inicio de un nuevo salto de la historia. Y Horacio iba a ser uno de los próceres – no le temo a esa palabra- empeñado en desentrañarla, controvertirla y volver a decirla, una vez más.  Y ustedes dos, como siempre, nos supieron señalar, tenuemente y sin estridencias cuál era la calle que había que transitar para no perderse (vos lo hiciste con Jorge, mucho mucho tiempo atrás cuando un bajo era el vínculo y los acordes los que exudaban el malestar del fin de la dictadura).

PD 1: en el medio infinidad de flashes que iremos rearmando: la comuna y sus cuadernos, los viajes en el Chevallier a Rosario que reinvindicaba como tránsito vital, los conciertos cuando Horacio se acercaba a la consola para escucharte y verte mejor, las cenas largas de voces armoniosas que nos solían reservan el lateral de los no músicos, la humildad, la humildad, la humildad.

PD 2: la última vez que escuchamos su voz fue en febrero, cuando le mandó un feliz cumple a Jorge en ese video de urgencias con el que lo festejamos. Y fue, como siempre, el Horacio agudo que añoraba sus bares mientras se cuidaba para no enfermar el que nos hizo sentir que el tiempo es una banalidad.

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