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Barullo en papel

Litto Nebbia: “Creo que la música es algo que hace bien al corazón y a la cabeza”

Incansable, fervoroso, lúcido y más joven que muchos jóvenes, el que puede ser calificado como el padre del rock argentino dialogó a fondo con Barullo. Ajeno a todo divismo, reivindicó el trabajo como valor absoluto y explicó cómo hace para renovarse sin perder la identidad

Foto: Sebastián Vargas

Estuvo abrazado a la música desde sus tempranos 15, cuando escribía canciones con un lápiz para Los Gatos Salvajes y ahí nomás las grabó. Algunos lo llaman pionero, pero en realidad le va mejor descubridor, en su acepción del que indaga cómo una canción puede potenciar infinitos sentidos, crecer y atravesar generaciones. Exquisito músico y compositor, autor de discos señeros de la música popular argentina, apostó siempre al trabajo consecuente antes que a la inspiración y al punto de vista sobre los temas de las canciones, que siempre pueden decir algo nuevo, práctica que sigue sosteniendo en la actualidad cuando cada mañana se sienta a tocar en su piano de cola. Fundador de Melopea, un sello de “rescate” de géneros y promotor de inéditos de grandes autores que ya tiene 40 años, un catálogo de 700 discos y la consigna de independencia de cualquier injerencia financiera que imponga condiciones. Tocó en Lollapalooza pero prefiere conciertos para no más de 300 personas; escucha todo el rap, hip hop, trap que se hace ahora y rescata a algunos representantes de esa escena, aunque note en muchas de esas músicas la ausencia de línea melódica y armonía. Su entusiasmo en la conversa y su bagaje inconmensurable de anécdotas es verdaderamente conmovedor, casi que se quiere que no acabe nunca. Acá abajo, ante Barullo, va una prueba de lo que cuenta, y cómo lo hace, el infatigable Litto Nebbia.

–¿Habría algo de Rosario que esté en tu personalidad musical?

–Creo que sí, hay una característica que tiene Rosario, que no quiere ser capital pero tampoco quiere ser el interior que está en mi música; yo voy a tocar seguido a Santiago del Estero o Tucumán –a ver quién tiene la empanada más rica (risas)– y creo que en cada región cambia la música, la rítmica, aunque seamos todos argentinos. Sobre todo creo que lo de Rosario tiene que ver con mis inicios, con mis viejos. Yo viví acá hasta los 16 años, que es donde estaba el néctar, la vocación que iba surgiendo para la música; mis viejos eran más bohemios que cualquiera, muy “petardos”, muy talentosos y muy de apechugarla. Mi viejo además era burrero y nunca teníamos un mango para comer, pero las bases de lo que yo viví con ellos fueron tan magníficas que recién me empecé a dar cuenta cuando tenía veintipico de años, ahí empecé a registrar eso que había bebido de forma natural y es lo que iba a nutrir mi música por siempre. Mis dos viejos eran muy emprendedores en un ámbito que no era el de ahora, que está todo el mundo acelerado y quiere ser conocido. Lo que se aprendía en mi casa con la música no estaba relacionado con que ibas a ser famoso ni tener guita, era sólo porque te gustaba, todo era muy anárquico, y al mismo tiempo pienso que fue una buena formación y que se daba en un ámbito bien rosarino.

–En estos años se cumplen medio siglo de tus discos Melopea y Muerte en la catedral. ¿Qué significaron para vos?

–Esos discos son muy importantes, además en su momento tuvieron la suerte de que hubo una buena promoción de prensa de ambos; digo esto porque hay mucha buena música, o cine, que luego de los años se transforman en materiales de culto, pero eso es porque en el momento de surgir nadie se ocupó de hacer una buena difusión; en el caso de estos dos discos, tuvieron mucha más divulgación que los siguientes, que también son buenos…

–Sin embargo, estos dos alcanzaron una altura inusual en tu obra.

–Sí, el trío que armé hasta que me fui al exilio después del 78, es el primer grupo que aparece en ese formato de un rockero que era diez años mayor y era impensable, porque el tema de las diferencias de edad en aquel entonces era peor del que hay ahora, y esos tipos venían del jazz, con todas las “porquerías” que traían, como dicen los ortodoxos; así como dicen que Piazzolla no es tango, acá decían que el jazz era blando, era lo mismo que decían sobre que el rock no se podía cantar en castellano, todas boludeces, incluso algunos tipos pensaban que el inglés era mejor para la música porque tenía palabras cortas, pero el castellano también las tiene: pan, sal, pero bueno, son prejuicios. Esos dos discos tienen esa unión, tienen bastante de acústico, tienen mucha guitarra, no hay bajo eléctrico sino contrabajo, el batero, Néstor Astarita, te cagaba a palos, era buenísimo, y además tocaba percusión bien desarrollada, esto permitía hacer fusiones de ritmo, donde había algunos pasajes increíbles, hicimos como diez discos con el trío.

–Era impresionante como sonaban.

–Sí, porque esos músicos no eran rígidos ni ortodoxos, entonces ni yo tenía que salir tocando jazz, ni ellos tenían que hacerse los rockeros, era una nueva alternativa y ahí se fueron anotando con nosotros músicos como Dino Saluzzi, Chango Farías Gómez, Manolo Juárez, Rodolfo Alchourron. Hay muchos discos de esa época, de los 70, que hablan de una verdadera fusión, no como ahora que alguien que canta algún género invita a otro de otro género a cantar un tema, eso es para la taquilla, a eso no puede llamársele fusión; después, el que te dice que no entiende un acorde porque le suena raro, te termina diciendo que lo que hacés es jazz, pero no es para nada así, y esos músicos tocaban también con aires de zamba, chacarera, vidala, pero en el medio de eso salían unos solos free que eran geniales. Esos son los aportes que traen esos dos discos; en Melopea escribo por primera vez un montón de canciones con letras que no son de las mías más características, que son gráficas, más urbanas, escribo junto a una poeta que era Mirtha Defilpo, que era mi pareja de ese entonces, que estaban buenísimas, y hasta me atacaban diciendo cómo escribía con una mina, y había que ubicarse, porque uno no quería cambiar el mundo, sin embargo la gente te quería cambiar a vos.

–Hace un par de años salió un disco con reversiones de Muerte en la catedral. ¿Cómo surgió esa idea?

–Sí, hicimos como celebración un disco doble, que tiene la nueva masterización del disco original y un disco que son reversiones con tres bandas distintas, con violeros diferentes, que está muy bueno porque a mí me gusta la química que se da con las nuevas generaciones, porque ya no son covers, sino que son otra cosa, además estás bueno llamar a músicos que te copan y lo que hago es dejar libres las canciones, que se sostenga la línea melódica, pero luego tratar de volar y hacer otra cosa, que nunca suene como algo rearreglado; en el disco de reversiones está la banda de Daniel Homer, otra es con Ernesto Snajer, hay muy buenos bateros también.

–También toca Pez, una banda de hard rock.

–Sí, me encanta cómo toca Ariel Minimal, es muy dúctil y muy buena persona. Ahora se cumplen 50 años de Melopea y no tenía cosas en vivo de cuando lo tocaba (estoy editando en cajas un montón de cosas inéditas que tengo grabadas, ya vamos por el volumen 18). Está el disco original de Melopea, que lo remasterizamos, y va a haber un segundo disco donde me inventé el álbum entero compaginado como es y tocado por otros artistas; además de Pez, están Emilio Del Guercio, Jerónimo Verdún, sobre todo gente sensible al material y yo les digo que lo toquen como se acuerdan que es el tema, porque algunos que tocan ahí ni habían nacido todavía.

–Los estímulos para componer, ¿siguen siendo los mismos o han ido cambiando a través del tiempo?

–Creo que lo que cambia es tu actitud por una cuestión cronológica, porque tenés un poco más de conocimiento que el que tenías antes y eso te permite resolver mucho mejor cuestiones rítmicas o armónicas, que ahora entendés como una forma de belleza. Cuando me preguntan en qué me inspiro, yo digo que no conozco eso de la inspiración; es cierto que alguna vez se me ocurrió una canción que la repegó, pero “no creo” en la inspiración, yo tengo una conducta desde que empecé a los 15 años, donde tuve la suerte de poder grabar y tenía la ayuda de mis viejos que me apuntalaban, que es la de laburar todos los días. Además en ninguna de mis épocas, fueran buenas, malas o regulares, pensé en trabajar comercialmente, siempre hice lo que se me cantó y no lo digo en contra de nadie, sino que trato de hacer lo que yo quiero, ese es el universo en que me muevo, que es personal y tiene que ver con cosas que me sensibilizan, del país o del mundo, y que también sensibilizan a mucha gente. La coincidencia que hay a veces con las letras en el que escucha, es que se identifica con lo que digo, pero es porque el que escucha está pensando en algo personal que le pasó.

–Y en ese sentido, ¿las canciones crecen con el tiempo?

–Algunas sí, especialmente las que no son aceptadas espontáneamente, y eso pasa porque suelen ser un poco más complicadas armónicamente, o tienen figuras metafóricas más complejas; por ejemplo, hay millones de canciones de amor y va a haber millones más, pero lo que hay son nuevos puntos de vista sobre eso mismo que nos pasa a cada uno y entonces tu canción se ubica en otro lado; a veces podés escribir con un lenguaje poético nuevo y esa canción no pega como otras tuyas, pero cuando pasa el tiempo se recupera; a mí me pasó con muchísimas canciones que pasaron desapercibidas, te digo algunas: El bohemio, que es del 71; El otro cambio los que se fueron (de Muerte en la catedral); otra del año 83, Yo no permito, bueno son canciones que fueron subiendo de a poco, cuando las empiezan a escuchar de otro modo o las empiezan a cantar otros tipos con sus estilos, por ejemplo El otro cambio tiene versiones de (Juan Carlos) Baglietto, Fito (Páez), Adriana Varela; la toca en formato instrumental Lito Vitale, y nunca fue un hit ni nada por el estilo, son canciones que van creciendo solas.

–¿Pensás en algún público posible cuando componés?

–No, pero no es que no pienso por desprecio, es que yo no puedo creer cuando sale un músico a cantar o tocar y hay un estadio lleno y dice que los quiere a todos, no lo puedo entender porque eso es imposible, ya es un quilombo querer a una sola persona (risas). Soy respetuoso con el público y como autor siempre pienso en que ojalá que el tema que estoy haciendo le guste a todo el mundo. Creo que la música es algo que hace bien, al corazón, a la cabeza, pero depende de muchas cosas, si tuviste la posibilidad de mostrarlo en varios lugares, de si el que está escuchando ha tenido cierto contacto con algunas vivencias, cierta formación que le permita acceder a lo que uno está tocando, porque de otro modo no entran, he tocado en más de quince países, en lugares que no saben ni cómo se escribe mi nombre y sin embargo a algunos tipos algo les pasa en la cabeza que hace que lo que estoy tocando les llegue y se enganchan, eso hace que uno nunca tenga un público en el que pienses que lo que escribís es para él. Los que sí piensan en eso son los tipos que toman la música en un sentido estrictamente comercial, entonces dicen: “…esta  la vamos a hacer para la clase media baja…”. Eso para mí es imposible y la cuestión del rendimiento al final está bueno, porque después, cuando pasa el tiempo, te encontrás con gente de las extracciones más diversas que les gusta lo que hacés.

–Cuando pensás un disco nuevo, ¿te fijás en si hay una conexión con tu obra anterior, o con alguna parte al menos?

–Sí, claro que me fijo, pero yo armo un disco nuevo como si estuviera compaginando una película; digo: estos son los títulos, ahora viene tal pasaje, ahora la acción, la parte de amor (risas), y luego voy eligiendo lo que me gusta. Las últimas canciones que vengo escribiendo siempre son las que más me entusiasman, pero muchas veces recurro a pilas de cuadernos que tengo con canciones inéditas que quedaron afuera de otros discos, que las tengo olvidadas, y cuando las veo elijo algunas que me parece que están buenas.

–¿Revisás mucho eso que tenés guardado?

–No tanto. Cuando tuve el accidente y estuve postrado empecé a revisar y ahora estoy armando una caja que se llama Los archivos de Nebbia; es todo material inédito grabado en vivo y tiene la particularidad que de pronto aparece un tema que estoy tocando en un barco en París y el tema que sigue es otra cosa muy distinta, y la idea es que se escuchen esos CD’s grabados con 80 minutos de esas cositas y que gracias al estilo y a la forma de interpretación vos lo entiendas como un disco único, aunque en realidad es algo grabado en distintos lugares, con distintos músicos. Saqué la primera caja con volúmenes que van del 1 al 12, es una colección para alguien que sigue mucho lo mío, una persona que no le gusta lo que hago, se desmaya con eso (risas), son 206 grabaciones, imaginate, tengo amigos fanáticos que me dicen: “…ya escuché el 1 y el 2, esta semana me pongo con el 3… Y bueno, digo, rompete el culo, si a mí me llevó cuarenta años de mi vida hacerlos, ¿qué querés, liquidarlos en una semana? Y tengo mucho más material, porque aparecieron fanáticos ofreciéndome lo que ellos grabaron en determinados lugares y me encontré con varias sorpresas, con temas inéditos, que toqué en un momento porque los había compuesto hacía poco y luego los buscaba y no los tenía. Hace unos días salieron seis CD’s más que son un anexo, tengo dos cajones de manzanas llenos. Es muy agradable hacer eso, encuentro muchas zapadas e improvisaciones que no están en ningún disco, porque en los discos uno sólo mete las canciones, y en las zapadas hay algunas cosas musicales muy lindas.

–¿Tenés temáticas recurrentes para componer, es decir, temas que se te imponen, en letras y música?

–La música es un fluir, que no se sabe de dónde viene, nunca me puse a investigarlo, yo me despierto a las 6 o 7 de la mañana y me siento a tocar el piano de cola que tengo en mi casa y siento que voy a escribir el mejor tema de mi vida; entonces toco veinte minutos seguidos y a veces salen algunas cosas lindas y a veces no, pero está muy bueno porque lo hago sin ningún preconcepto. Con respecto a las letras es distinto, porque ocurre que me sale una letra casi completa cuando estoy preocupado por alguna cosa buena o mala, que vengo hablando hace unos días con todo el mundo y eso sale en una canción que a veces dura dos minutos, es como un poder de síntesis que tiene la canción, que a lo mejor en tres minutos resumís veinte años de tu vida.

–¿Hay un alivio cuando pasa eso?

–Sí, a veces sale la letra entera de un tirón y cuando la vas copiando tenés la sensación de que te la vas a olvidar; ahora escribo en la compu, pero también sigo escribiendo a mano y es muy gratificante cuando a la tarde o al otro día vas viendo lo que escribiste, lo que pudiste sacar de lo que pensabas o pasabas.

–¿Qué lugar tiene la improvisación en tu universo musical?

–Para mí es algo bárbaro, hay un tipo de improvisación que el músico hace para demostrar la capacidad técnica que tiene, pero eso no es lo que yo hago, yo en la improvisación lo que hago es abrirme, tararear, tocar el piano, inventar otra melodía que quizás sea prima de la canción que estoy tocando, lo hago con ese criterio, entonces para mí es muy importante. Te doy un ejemplo: en el medio de la canción Sólo se trata de vivir se me ocurrió hacer un parafraseo con el clima del tema (tararea el tema como conocemos que hace) y es como un adorno, pero es una improvisación, y gustó mucho y hay gente que también lo tararea como si fuera realmente parte del tema original; tiene eso de lindo la improvisación. Después hay otras improvisaciones que hago con el piano que son más abstractas, a veces tiene que ver con la química que compartís con quien estás tocando en ese momento, cómo cae en la gente que lo está recibiendo, a veces vas a un lugar y parecés un marciano improvisando porque a la gente no le interesa, pero la improvisación es maravillosa porque aparece ahí cuando no hay nada, después pueden venir las otras partes de la canción, no sé, pero en ese momento no hay nada más, y a veces es muy bueno lo que surge y no lo recuperás con ensayos ni estudio…

–Teniendo tanta obra detrás, ¿cómo elegís un repertorio para un show, teniendo en cuenta lo que te pasa en ese momento o juegan otras cosas?

–Casi siempre hay cinco o seis clásicos que tengo que tocar sí o sí, aunque soy muy reticente a tocar las canciones exitosas, porque sin subestimar a nadie, no me gusta tocar siempre lo mismo, siempre fui un tipo prolífico y siempre quiero evolucionar. Cuando terminé con Los Gatos, por ejemplo, me negaba a tocar La balsa, que me la pedían todo el tiempo, la gente se enojaba, me insultaba, decían que lo que hacía era una mierda, me fumé durante muchos años esa situación, pero igual fui haciendo cosas nuevas que después pegaron, Muerte en la catedral, Melopea, Fuera del cielo, El vendedor de promesas, El bazar de los milagros, con esos discos volví a construir otras escuchas, ya no estaban los fanáticos de Los Gatos, que querían eso y nada más, así se fue construyendo otro público. Entonces eso que comenzó cuando yo estaba cerca de los 40 años fue creciendo, tengo otra seguridad, sé porque hago cada cosa y entonces viene gente que me pregunta si no me aburro de que me pidan siempre Sólo se trata de vivir, y digo que no me aburro porque estoy cantando de nuevo esa canción con una rítmica distinta, la canto también diferente. También hago una versión de La balsa, ya desde otro lugar, o Viento dile a la lluvia, de Quien quiera oír que oiga, de El rey lloró, y después hago cosas de las docenas de álbumes que tengo y me gusta contarle a la gente cuándo fue que hice tal o cual tema, y está bueno porque hay gente que todavía no conoce muchos temas y preguntan en qué disco está.

–¿Qué dirías que se ganó y se perdió con la masividad de los shows? Hace un par de años incluso participaste de un Lollapalooza, ¿cómo fue esa experiencia?

–Me gustó que me hayan contratado, porque siempre está el prejuicio de que vos no podés tocar allí porque sos un tipo grande. El tema temporal me tiene las bolas por el piso, el otro día le dije a gente que tiene un bolichito lindo donde toqué que se quedaran tranquilos que yo me autopercibo como una persona que tiene 14 años menos y todos se quedaron en silencio, y luego agregué: todos ustedes tienen 25 más! (risas). Me gustó lo del Lollapalooza porque tiró un mito al diablo, uno de los hermanos que organizan el festival me llamó a mi casa con un respeto infernal y me dijo que querían contratarme porque les gustaba lo que yo hacía, sabiendo que lo que había sobre todo era una grilla de trap, rap, hip hop, con gente muy joven, y finalmente tocamos y sonamos muy bien con la banda; salimos elegidos como uno de los tres mejores shows que hubo durante los días que duró el festival, así que me puso muy contento, pero igual estos lugares tan grandes no me gustan tanto porque pierdo la perspectiva, a mí me gusta tocar ante 200, 300 o 500 personas ponele, porque con el cuarteto eléctrico que tengo ahora sé cómo sonamos y cómo se aprecia lo que hacemos, pero 20 mil o 30 mil personas me parece un disparate, y además hay una gran cantidad de cosas en el servicio del espectáculo que no son ciertas, hay voces e instrumentos que no están, hay gente que está tocando un solo y por ahí se lo olvidó y el solo sigue sonando, tampoco la pavada, y a veces eso lo hacen tipos que son multimillonarios y si llegaste hasta ahí por algunas ideas tuyas, tenés que estar cada vez más agradecido y hacer las cosas más honestamente.

–¿Cómo te llevás con esos nuevos géneros que mencionaste, el trap, el hip hop, el rap?

–Los conozco a casi todos porque me meto en YouTube y los escucho, a los que más suenan, y reconozco que en algunos de ellos hay un ingenio, un swing rítmico para hacer lo que hacen; pero qué pasa, no hay línea melódica, no hay armonía, es solo un tipo arengando, está todo bien, pero finalmente me aburro, porque yo soy esencialmente músico, necesito las armonías, aun así admito que hay algunos mejores que otros. De los últimos que escuché, que tienen una banda, me gusta Paco Amoroso y Catriel, porque tienen arreglos, y Catriel toca muy bien la viola. Pero todo este injerto donde todo el mundo vale igual que todo el mundo, que por ser uno famoso y el otro también, o por ser del mismo sello grabador, tocan juntos y se besan y se quieren, la verdad que no me gusta, nunca lo hice ni lo haría, mirá que mis inicios fueron en esas grandes compañías grabadoras. Prefiero la independencia, como hice con mi sello, que ya tiene 37 años y no era que quisiera tener todo, sino simplemente tener independencia, poder hacer lo que se me ocurre, después si me va bien o mal, soy yo el que se lo va a bancar, quiero hacer que un disco dure tanto, hacer la tapa de tal manera, bueno para eso tenés que estar en un lugar un poco más chico, menos masividad, pero no porque seas un intelectual y te estés apartando, sino porque un medio grande no te permite compartir. Conozco pilas de músicos y artistas que me dijeron que se dedicaban a hacer tal cosa porque cuando eso pegara se iban a dedicar a lo que realmente les gustaba, y después no volvían más porque los compromisos los dejaban sin tiempo.

–Tu sello, Melopea, tiene ya casi 40 años y un catálogo de 700 discos. ¿De qué te proveyó haber llevado adelante este proyecto en paralelo a tu carrera musical?

–Sí, hay de todo en el sello, incluso tenemos tango de rescate, documentalista; Ciriaco Ortiz; (Aníbal) Troilo con la orquesta ensayando; hay cuatro volúmenes del maestro Carlos García; Horacio Salgán, todo eso me dio una satisfacción espiritual impresionante, un contacto bárbaro con toda una zona que sólo conocía por mi viejo, entonces cuando llegó la época en que llegué a producir los tres últimos discos del Polaco Goyeneche, media docena de discos de Antonio Agri, media docena de Enrique Cadícamo, tres álbumes del último cantor de Troilo, Tito Reyes, fue genial. Tener contacto con estos tipos era muy difícil, yo hablaba con Cadícamo cuando yo tenía 50 años y él casi 100, y todavía estaba relúcido, te contaba anécdotas de Don Carlos, como decía él cuando se refería a Gardel. Cuando Cadícamo tenía 27 años, Gardel le grabó 20 temas, tipos con cero divismo y pensar que hoy hay chaboncitos que ni te saludan, no porque yo quiero que me saluden, sino porque el de antes era otro mundo, así que a mí me sirvió mucho el sello para valorar el mundo artístico en toda su dimensión y sin ningún prejuicio, ni generacional ni de género, solo el arte por el arte. Por eso se fue conformando un sello con mucha solidez, produjimos también folclore, hicimos dos discos del Cuchi Leguizamón, el último del Dúo Salteño, los dos últimos de Suma Paz, y de tanto en tanto nos editan en el extranjero, cosas para coleccionistas que nos traen unos manguitos para seguir haciendo cosas acá, todo la guita la ponemos en que salgan lo mejor posible los discos que editamos. Y lo genial es que aprendés de todo, porque yo empecé a grabar con Los Gatos Salvajes a los 15 años y era con un lápiz, todo bien con las nuevas tecnologías, pero hay abusos, ahora se extralimitan con las remasterizaciones sacan por ejemplo un disco del Polaco Goyeneche y suena como si fuera Robert Plant (risas).

–Se sabe que sos un cinéfilo empedernido, ¿te hubiera gustado filmar?

–No, amo el cine pero lo mío es la música; lo que hice son unas 20 bandas sonoras para películas, filmar no se me cruzó por la cabeza porque yo soy muy tímido y tener que manejar mucha gente me hubiera complicado, no hubiera podido.

–¿Qué dirías que aporta la música a las imágenes, teniendo en cuenta las bandas sonoras que hiciste para diferentes películas?

–A mí me encanta, porque se trata de una tarea interdisciplinaria, vos leés el guion y te gusta pero no sabés cómo va a ser la película; a veces el libro es bueno y hago la música, pero después la película no resulta. Vos querés seguir conservando tu estilo personal, tu libertad, tu estética, pero la tenés que restringir a una situación temporal y al acento dramático que tiene la propuesta. Hice muchas con Eduardo Mignogna y cuando hicimos Flop, sobre la vida de Florencio Parravicini, tuve que escribir algo con aire de zarzuela, una jota muñeira, una tarantela, porque es lo que pasaba en el vodevil de 1920. Eso lo escribí con mi impronta, como yo toco y realmente me encantó cómo quedó la banda sonora y la película también anduvo bien; acá igual es difícil, el cine es una de las ramas del arte que más problemas económicos tiene –ni hablar en estos tiempos que vivimos– y la música está considerada como un lujo, va al final, hay gente que te dice que ya está terminando una película y necesita la música y a la vez te dice que no hay un mango, y a veces lo hacés por dos mangos o porque te gusta, yo acá hice 20 bandas sonoras, pero si hubiera estado en otro lugar donde esas cosas funcionaran, capaz que hubiera hecho 50…

–Hiciste discos en homenaje a movimientos y géneros cinematográficos, a la Nouvelle Vague, por ejemplo, ¿veías esas películas cuando se estrenaban en Argentina?

–Esos son caprichos míos, es que me gustaba mucho el cine de Alain Resnais, Agnes Varda, François Truffaut, Jean-Luc Godard, sus películas las vi cuando se estrenaban y ahora está el milagro de que te podés comprar las colecciones enteras de esas películas como si fueran nuevas. Cuando estaba haciendo ese disco veía las primeras películas de Godard, la fotografía que tenían, una genialidad, y también me fui metiendo en el mundo de la fotografía para cine, descubrí el estilo de Cartier-Bresson, así que cuando llegás a hacer el homenaje al cine ya sabés un montón de cosas.

–¿Qué preferís, series o películas, sobre todo hoy que las series son un suceso?

–Estoy muy contento con las series porque han venido a salvar el cine, las series son lo que equivocadamente llamaban películas Clase B, pero eran geniales, los gordos de la industria les daban 100, 150 lucas a tipos como Otto Preminger o Elia Kazan y hacían unas películas increíbles; si hacemos una analogía, creo que las series hoy hacen un poco eso, un tipo que tiene que hacer una serie que tenga tres temporadas porque está buena, tiene que estar chocho porque son como treinta películas; muchos actores se salvaron por este rescate y además hay unos guionistas buenísimos también, no se puede creer. También adoro a (Francis) Coppola, (Martin) Scorsese, a (Al) Pacino, (Marlon) Brando, tengo que decirte que no me gustó Megalópolis, la última de Coppola, que además es un fracaso de taquilla en todo el mundo, creo que se volvió loco, es aburrida. Creo que Coppola se acostumbró a hacer cosas con muchísimo dinero y se perdieron algunas de esas ideas madre que tuvo para películas como Apocalypse Now o la saga de El padrino.

–¿Qué películas verías una y otra vez?

–Todas las de El padrino, Apocalypse Now, Scarface, la de De Palma; una serie que me encantó y está producida por Scorsese es Boardwalk Empire, de nivel superlativo.

–Dijiste alguna vez que eras peronista por educación y por la realidad social desde que tenés memoria, ¿seguís sosteniendo esa postura?

–Sí, con un poco de pena hoy, mirá, vamos a trasladarlo a la música, ahora se escucha una gran cantidad de cosas feas y es como que me preguntaras si me sigue gustando la música y sí, me gusta cada vez más, pero en la política veo mucha degradación, yo soy un tipo con una idea, sensible a cuestiones sociales, no he sido militante, pero siempre he tenido respeto por otras ideas y no influí a nadie para que piense como yo, siempre he defendido eso, en los últimos tiempos, además, hay cosas que son una barbarie y se están naturalizando, pero yo confío en que vuelvan a pasar cosas mejores.

Por Juan Aguzzi

Editor del diario El Ciudadano, periodista cultural, coautor de La Rosa Trovarina, libro sobre la historia de la Trova Rosarina. Escritura y cine, escritura y música y escritura y un sándwich de queso, con eso digo presente todos los días.

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