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¿Distintos o extintos?

El título no es mío, lo robé de un trabajo que presentó Patricio Vacchino en LinkedIn. Leí ese título, y fue una bofetada que se estrelló en mi cara. Así, todo este texto debería poblarse de signos de sorpresa, más que de pregunta o de admiración, ya que nuestro cerebro, desarrollado a través de miles de años, de un solo golpe, como esa bofetada, se revolucionó, dejándonos helados a algunos, temerosos a otros y con teorías confirmadas a no pocos.

En el largo camino de nuestra evolución como especie, hemos estudiado de qué modo civilizaciones enteras han desaparecido, la mayoría, de un momento para otro. ¿Qué sentido tiene, entonces, nuestro paso, nuestros sentimientos y emociones, nuestro trabajo, nuestros días ociosos o repletos de proyectos, nuestros recuerdos, nuestros hijos? Aquí me detengo; procreamos para experimentar el sublime amor, incomprensible y desinteresado amor, que raya con mi palabra preferida: desmesura. Y procreamos con el fin de pasar memoria celular a la nueva generación, que nacerá con un plus de información, cuya sumatoria será, en definitiva, la evolución.

Así, el hombre ha ido controlando el ambiente que lo rodeaba, sus propias habilidades e, incluso, a los demás, manipulando material genético o la energía que lo afecta. Puede hacerlo mejor aún, argumentando el control, cuando el miedo que genera, por ejemplo, se vuelve conveniente y hasta lucrativo; cuando ese argumento se disfraza, pero en algún punto, muestra su hilacha, y no es otra cosa que «poder», y en el temor derramado, es la misma población del mundo la que ruega por una solución que no lo será.

El hombre, a través del miedo, de la manipulación y de la caída moral, no evoluciona, lejos de ello, se vuelve asustadizo, anónimo y sumiso, mientras un grupo invisible maneja los hilos que cuelgan de los brazos y de las piernas de nuestros humanos de madera; la carne queda atrás, enferma; la sangre, magnetizada por la tecnología, corre acumulando material nocivo no descartable.

Entonces, sólo nos queda contar, crear historias para subsistir en las palabras, viajar a otras realidades, transformar la esencia, ser «otro», con fantasía y crecimiento ancestral. Se crece cuando se ve la vida desde el otro; historias que, quizás, se transformen en leyendas urbanas redireccionando las posibilidades del mundo de los deseos.

La memoria cuenta, exorciza el anciano miedo y trasciende. Contar nos une a otras existencias y explica la angustia, para que el hombre no camine, ignorante y dirigido, hacia la extinción.

Por Patricia Bottale

Escritora e historiadora

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