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Barullo en papel

Caminar por Rosario

Por Fernando Tami (*)

Ilustración: el Tomi

1. Escribir como solitarios solidarios, dijo el uruguayo entre sonrisas y risas, entre tanta pregunta contestada, entre tanta respuesta a una sonrisa de dama.

Entregar el espacio que vivimos, contar la historia colmada de gente. Una soledad con los participantes anónimos de cada historia. Con esa luz del espacio de enfrente.

Escribir para mí, por lo menos es como volver a vivir aquella noche de caricias compradas, de vigilias al desnudo con esa francesa sin tierra y su locura por una música inconclusa.

Es como la hoja de renglones arrancada de apuro del cuaderno Único. Recrear con la lapicera fuente Parker, con cartucho azul lavable, las mejores frases robadas en silencio de una canción de Serrat.

Escribir ahora, cuando los sonidos inundan este lugar, es simplemente estar cerca. De los ayeres, de aquel día, de los cuatro olores del adiós, de aquella a la que le prometimos todo y solo le dejamos el recuerdo del olvido. De una imagen que perdí a esta misma hora, en un andén del pueblo cuando decidí cambiar el aire y dejé un espacio.

Cuando olvidé promesas y me llamó una luz.

Cuando dejé los sueños junto a un bolso negro y una piel café.

2. Caminar por Rosario, donde han pasado muchas de estas historias robadas, es como volver a extraños pasados. A ese otoño donde sin querer, como por arte de magia, nos robaron la mitad del corazón, mirando cómo te dejan de garpe en la esquina unos ojos azules y claros, demasiado claros.

Y ahí, te disparás al bar de los locos que a diario te contaban una historia distinta. Historias como la que se fue, o la que volvió pero con otro, o la del pintor que cada noche se quedaba dormido en la mesa de la esquina de calle Sarmiento.
Caminando es como uno vive las historias, mezclando todo con ese aire encantado que tiene la ciudad. Así me meto en el propio pellejo de un par de historias al final del día. Antes de que la noche me invite a un vino tinto en honor del amigo lejano y de los ojos que hoy me esquivan, por culpa de un abandono.

Sí, soy un ladrón de historias.

Historias de amores, de luchas imposibles, uno de los recursos más fáciles de los mediocres.

Historias de orgullos, de no saber por qué lo hicimos.

Historias de rosarinas que matan al pasar, o que te dejan esa herida que no cicatriza jamás y el ungüento del Tano no sirve para nada.

Es el mismo dolor que se siente cuando te meten un gol en contra en el minuto final, desde media distancia.

Historias como aquel que dejó todo por una mujer.

O el que olvidó el rumbo y apareció en una ciudad nueva y desconocida.

El que tuvo amnesia controlada para irse de su casa.

O la leyenda de la que lloraba sola en las madrugadas de invierno.

Y de aquellos que contaron los días del ausente, sin saber cuándo fue que comenzó la misma ausencia.

Historias de aquellos que hirieron solo con palabras, que sembraron las sospechas detrás de una puerta. De aquellos que vendieron el alma a más de un diablo y en la misma encrucijada.

Son historias de viejos corazones en lucha. De amores a toda hora. De deseos a la hora de la siesta.

Cuentos robados de la mesa de un bar, donde ella lloró su partida.

Leyendas que ocurrieron acá o allá, en cualquier parte, solo cambia el clima, y que hoy por hoy transcurren viviendo en un sueño de concreto, en un viejo edificio, o ese zaguán de barrio o en la pensión prohibida.

Camino y veo esquinas. Ahí la vida se detuvo unos minutos aunque nadie se haya dado cuenta. Hubo lunas y noches especiales. Amantes y verdades. Mentiras que solo fueron eso, mentiras. Habitantes del olvido que se juntaron, y en varias madrugadas sin que nadie los viera, me contaron estas historias. Historias que parecían sacadas de un viejo cuentero rosarino.

Historias de ladrones amantes. Perdidos y transparentes, obligados al amor por calendario. Victoriosos de abandonos, locos de la aventura. Oscuros personajes que dejaron una huella imborrable en los bolsillos ajenos, tocando el timbre equivocado, a la hora equivocada y cuando todos soñábamos con un día mejor y también equivocados.

Pero quizás las historias en sí mismas no interesan tanto, sino contar y cantar el por qué no. Las extrañas situaciones que ahí se daban. Apariciones y desapariciones. Amores de un día. Llantos por adioses y bienvenidas. Mujeres traidoras y hombres desamparados.

Ese amor que dejé escondido entre dos toallas blancas. Los ojos de un abandonado que se perdió detrás de un árbol en el parque.

Historias. Chamuyos de algún viejo portero canalla. Y el olor de la piel de ella, de la que aún espera.

Caminando por estas calles regresan a mi memoria esas desventuras desparejas con aire diferente. Cuentos que para algunos pocos sonarán a mentira y quiero dejarlos acá, por escrito y con testigos.

Por eso amigo, amiga, caminar y buscar historias por una calle, en un bar, una plaza, en esa esquina, es como explorar por un extraño planeta, donde perdimos la mitad del mapa de un tesoro perdido, entonces ahí, como piratas, salimos heridos siempre.

Y ahí, cuando alzamos la vista, nos fulminan los ojos de una mujer, a eso de las siete de la tarde, y ahí queridos amigos, estamos perdidos, ya no hay antídoto.

(*) Escritor y productor de espectáculos. Este texto está incluido en su libro “Historias robadas” (Editorial Gogol, 2022)

Por Redacción Barullo

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