1. Yo muchas veces creo que es posible estar un rato en la frontera misma, aunque tenga todos los indicios de que sea un delirio. Unos días después de la muerte de Horacio, encuentro en Facebook unas fotos. En ellas observo una pila de libros, un llavero que supongo es de su casa, el mouse, el teclado. Unos lentes con una sola patilla, apoyados sobre el escritorio. Mal apoyados porque los lentes están para abajo. Si te viera no podría con mi genio y te diría: “No dejes Horacio los lentes hacia abajo. Así se rayan”. Él seguramente se reiría y me diría: “No te molesta que no tenga una patilla pero sí que los deje para abajo. Seguís priorizando los lentes a lo que los sostiene. Lo tuyo ya no tiene remedio”. Y nos reiríamos. No podría contar las veces que hablé con Horacio sin hablar con él. Imaginaba diálogos imposibles. Imaginaba encuentros para consultarlo sobre un tema o una próxima película. Lo imaginaba mirando mis trabajos y corriéndose el pelo de la frente con la mano cada tanto y alguna sonrisa. Mirándome ante algunas taras que se repetirían cada tanto en cada película y señalando con el dedo se reiría mirándome. Comenzando la charla con: “Qué puedo decirte yo…” y allí no pararía por media hora. Cada tanto me vuelven esos lentes con una sola patilla. ¿Tiene una naturaleza la imagen? No puede haber nada natural o espontáneo en el mirar. Una gran parte del ver depende del hábito y la convención. Tal vez las diversas convenciones hagan una perspectiva. Y aunque la perspectiva haga del ojo el centro del mundo visible yo me pregunto: ¿y lo otro? ¿Lo que no vemos? ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo puedo explicar lo que veo en el escritorio de Horacio? Después se me pasa; porque después veo que sobre el escritorio está el libro Literatura y revolución de León Trotsky y recuerdo la última clase en que lo escuché citar a Trotsky y a Breton: “Toda la libertad en el arte, decía Trotsky; y Breton agregaría, pero dentro de la revolución”. Busco los apuntes de esa última clase, intento leerlos pero no los comprendo. Ahora los leo y no entiendo cómo conectar esas frases. Como si las hubiese escrito en trance, con la seguridad de que “entendía todo” en ese momento, y ahora no, no entiendo nada de nada de esos escritos. Son un enigma. Vos me dirías para tranquilizarme: “Los episodios del pasado están cancelados pero podemos abrir una compuerta”.
2. Todavía recuerdo que a los meses de conocer a Horacio, le pregunté sobre su posicionamiento político y me dijo como algo que tendría que saber desde siempre, como verdad de Perogrullo: “Pablo, yo soy peronista”. Me quedé de una pieza, me sentí un pelotudo pero no podía entender en ese momento, ya que eras la persona más crítica que escuché (siempre) sobre el peronismo. Hoy puedo entenderlo con palabras que escuché de vos mismo: “Un hombre posee muchos rostros; pero en ese tiempo yo tenía 19 años”, y es lo único que puedo pensar como justificación a mi pregunta que parecía obvia.

3. Como si Horacio estuviera enfrente recuerdo que once años atrás lo visité en la Biblioteca Nacional. Llegué sin anunciarme antes. Era la época en que no tenía teléfono móvil. Me atendió igual y le pidió a su secretaria que no le pasara ningún llamado. Fueron cuarenta minutos donde le expuse mi próxima película, pidiéndole que fuera asesor de la película. Se negó con una sonrisa. Le parecía excesivo el término asesor. Me daba la impresión de que le generaba un cierto pudor. Yo le conté que de niño leía algunas historietas. Inclusive algunas que ya eran viejas para cuando yo era chico. En ellas los indios eran del norte de América. Trazos fuertes, algunas líneas y ya estaban definidos los personajes. Que bueno si uno podría tener esa convicción para definir al otro y la simpleza al contar una historia. De niño me disfrazaba de indio. Me pintaba la cara con el hollín de un corcho y usaba unas arpilleras para vestirme de indio y una pluma en la cabeza. Con eso bastaba en aquella época para definir al indio. En esa época mi bisabuela me contaba su historia de cuando esperaban al malón. No recuerdo mucho, solo que tengo la imagen de ella cerrando los postigos y esperar. A los indios en esa época me los imaginaba como los Hurones, como los Iroqueses, los Apaches o los Sioux. Ya que así era como los veía en las películas. La frontera en expansión, el tren, los colonos, los rifles, la caballería, el fogón y los cowboys reunidos alrededor de él comiendo frijoles y tomando café negro como la misma noche. Yo imaginaba un paisaje deslumbrante en donde vivían los indios que estaba poblado de lagos, osos grizzlies, montañas y bosques. O también del desierto con esas formaciones rocosas que se erigían como monumentos. Monumentos espectrales. Yo quería hacer un documental y confrontarlo con los westerns. ¿Qué es un western? La mano como visera en la frente y el protagonista mirando fuera de campo. Sabemos que se esfuerza por leer el horizonte lejano y perturbador. ¿Vendrán amigos o enemigos? La epopeya de la frontera y sus límites siempre desplazados hacia delante, a medida que los colonos se van asentando en la tierra. Civilización y barbarie, haciendo de la frontera el mito fundador de la democracia. Una nación fantaseada antes de ser conquistada la tierra. ¿Será que la esencia de la frontera sea precisamente expandirse y retraerse? ¿Será que la frontera es como un diafragma que se dilata y contrae acompasadamente? ¿Podrá ser, entonces, que también tenga espesor? Me gusta lo que pienso y siento cuando camino por allí y miro, y dejo de aturdirme, y escucho.
Cuando terminamos esa charla me regalaste un par de libros tuyos. Hablamos de tu libro El acorazado Potemkin en los mares argentinos. Yo no le di importancia hasta hoy. Hasta después de tu muerte. Allí me propusiste un proceso de sustitución en relación a lo que te planteaba. Entonces pienso que yo no estoy mirando esa foto del escritorio, sino es el escritorio el que me está mirando. Me observa, me interroga. Entonces ese escritorio atiborrado de libros se transforma en una frontera y de nuevo esas preguntas que me asedian. ¿Será que la esencia de la frontera sea precisamente expandirse y retraerse? ¿No será que la frontera se pueda habitar, y no sea lo que en apariencia nos imaginamos como una línea inconsistente que separa mundos? La cuestión de la frontera parece obligarnos a decidir, o resignarnos…, a estar de un lado o del otro. Yo muchas veces tengo la intuición o el anhelo de que es posible estar un rato en la frontera misma, aunque tenga todos los indicios de que sea un delirio. Pero no. Tal vez sea un delirio. Solo como un eco me resuenan esas palabras que tan bien interpreta y canta Liliana Herrero, su compañera, sobre ese tema de Fito, Dejarlas partir: “O que fue, lo que es, lo que ya no será…/ Si pudiera explicar, si pudiera explicar…/ Lo hice para quebrar, lo hice para quebrar./ Lo hice para quebrarme a mí…”.
Publicado en la ed. impresa #18