Estábamos
en la noche. Aunque
estar, para nosotros, significaba
ser: éramos
en la noche. Y fue en la noche
donde descubrimos
un oficio
que nos dio rumbo
y sentido. No hablo
de hacer la revolución, ese oficio
que aún no aprendimos: hablo
de una tarea, si se quiere,
menor, apta para militantes
de la soledad
y poetas inéditos. Hablo
de una aventura
de rasgos quijotescos,
de un emprendimiento
que ineludiblemente
fracasa, pero
que sin embargo, generación
tras generación, renace
y se recrea. Me refiero
a hacer una revista. Barullo
nació una noche
y esta noche da pruebas
de que está viva. Aún
no la ha alcanzado su destino
de inevitable
desaparición, de irremisible
derrota, de impiadoso
olvido. Y en sus páginas,
pese a los golpes
recibidos, late
la ciudad, esa ciudad
que está ahí afuera
y que vive en nosotros. Nuestro
fracaso ―quién sabe
por qué― todavía
se demora, y por eso
estamos hoy aquí para brindar
por la persistencia
de la rebeldía, y la continuidad
de la esperanza.
