Categorías
Barullo en papel

“Yo peleo mucho contra la idea de que todo pasado fue mejor”

Juan Nemirovsky es un apasionado de su oficio de actor y lo ejerce con éxito. Sin embargo, el reconocimiento no paraliza su capacidad de autocrítica ni nubla su mirada a la hora de pensar el presente. “Las nuevas generaciones tienen mucho para decir, pero también son más efímeras en su compromiso con las cosas”, dice, antes de afirmar que “hay una pequeña pero valiosa ebullición cultural en Rosario, de a poco va sucediendo esto de mirarnos más a nosotros mismos”

Juan Nemirovsky llegó al teatro buscando refugio. El hecho tangible indica que la elección del Instituto Provincial de Teatro permitía darles continuidad a los estudios luego de un paso efímero por la carrera Administración de Empresas. Había, también, cierta búsqueda por explorar la faceta histriónica que le había permitido encajar siendo un niño (literalmente) pequeño. En definitiva, el teatro significó la posibilidad de perpetuar el juego, de llevar a escena los montajes de ficción que, como todo niño, creaba con los juguetes novedosos a los que tenía acceso gracias al trabajo de su padre representante de jugueterías. Una y otra cosa, el vendedor de juguetes y el actor incipiente, fueron luego conviviendo en un recorrido que encontró a Nemirovsky en lugares que él mismo hoy reconoce privilegiados. Porque, con el tiempo, la actuación se convirtió en profesión y trabajo: con poco más de cuarenta años, el actor rosarino ya cuenta con un recorrido destacado en cine, televisión y publicidad, ampliando además el espectro como parte de Radio Sí y del streaming Brindis Tv. Aunque siempre, una y otra vez, es el teatro el que cautiva al actor y docente, que es además integrante fundador de la sala La Otra Orilla, con la que en 2023, junto a un grupo destacado de compañeras y compañeros, rompieron con la lógica centralizada de la escena local. A diferencia de la variedad de emprendimientos a los que se lanza, no hay allí fin de lucro alguno. Sólo devoción al teatro. Siempre el teatro. El gran amor.

***

Un amor que nació por necesidad. “De chico tenía problemas de crecimiento. Era muy pequeño, entonces el humor y el histrionismo fueron herramientas para ser aceptado”, admite Nemirovsky, que recuerda sus imitaciones de Luis Miguel en las fiestas navideñas: “Ya había un goce por estar expuesto. Puedo pensar eso como primera noción de que hubiera alguien que me mirara y gozar de eso”.

Las dotes artísticas del niño eran una rareza entre los Nemirovsky, que no practicaban las artes pero sí iban encadenando generaciones de comerciantes de juguetes: fue su tatarabuelo el que llegó desde Rusia cargando consigo un oficio que se derramó a las siguientes generaciones. Si de herencias se trata, de su abuelo y su padre legó el fanatismo por San Lorenzo de Almagro, producto de un leve desvío azaroso: “Cuando era chico, a mi abuelo lo llevaron a ver un partido Newell’s-San Lorenzo, con el objetivo de que se hiciera de Newell’s, ¡pero le gustó la combinación de colores de San Lorenzo! Mi abuelo se hizo fanático. Creía que el shampoo marca San Lorenzo hacía mejor espuma que las otras marcas… Mi abuelo se lo traspoló a mi padre, que nos lo pasó a mi hermano y a mí a un nivel enfermizo. Después el teatro me ayudó a tomar una cierta distancia de ese fanatismo. Ahora siento que lo miro con un poco más de cordura, pero mi familia está dispuesta a todo por San Lorenzo. Igualmente me gusta lo de San Lorenzo porque además escapo por un rato de la disyuntiva y la locura de Central y Newell’s”.

De ese abuelo sanlorencista y juguetero Juan también tomó la devoción por el cine. “Él era muy fanático, tenía un bibliorato con todas las películas que había visto. Fue quien me transmitió la pasión por el fútbol y el cine. Y eso funda la pasión por la actuación, era lo que me conectaba con él. Cuando iba a cuidarlo al geriátrico por ahí mirábamos una película de Hitchcock. Y que en sus últimos años él viera que ya me empezaba a perfilar como actor, con la posibilidad de actuar en películas, lo agradezco para siempre”.

Claro que para llegar a esa faceta de actor de películas estuvo primero aquel otro descubrimiento, el de la Escuela Provincial de Teatro Ambrosio Morante, donde encontró su universo: “Empezar en la Escuela fue lo que me terminó de colocar, porque ahí me crucé con gente que tenía una colocación similar. Creo que lo que más me enamoró del territorio de lo teatral es que es un refugio. Para mí, que medía un metro cincuenta, pesaba cuarenta kilos y me sentía un fenómeno, en el teatro encontraba una especie de refugio, como le pasa a cualquier minoría. En este ámbito de raros sin ningún tipo de juzgamiento, encontré que uno puede ser quien es y, encima, puede jugar a ser otro arriba del escenario. Eso me parece que fue lo que me terminó de confirmar que era un buen lugar, que me proponía una buena visión del mundo”.

La formación actoral se alternó entonces con el trabajo en la distribuidora de juguetes junto a su padre y hermano. Años más tarde, el vuelco definitivo a la actuación como medio de vida resultó obligado por circunstancias familiares. Eran tiempos en los que la producción audiovisual gozaba de políticas de fomento consistentes, y a su tarea como docente (rol que todavía lleva adelante como parte del equipo de la Ambrosio Morante y, también, dictando talleres) le sumó la participación en series y películas. Desde entonces, el periplo de Nemirovsky incluye, entre otros trabajos, su participación en las series El hechicero, de Héctor Molina; Balas perdidas, de Hugo Grosso (estrenada en junio de 2017 en la Televisión Pública); Maternidark, de Romina Tamburello; El presidente, de Armando Bó (ganador del Oscar como guionista de Birdman); El marginal; El lobista, de Pol-Ka (protagonizada por Rodrigo de la Serna junto a Darío Grandinetti, Leticia Brédice y Alberto Ajaka) y, en 2022, Felices los seis, producida por HBO. En cine, formó parte de los elencos de Días de mayo y Brisas heladas, de Gustavo Postiglione; Blindado, la coproducción argentino-peruana Rapto y Perros del viento, de Hugo Grosso. En 2017 tuvo su primer protagónico en Cauce, del santafesino Agustín Falco, y en 2024 volvió a ocupar el rol central en Tiempo de pagar, ópera prima de Felipe Wein. A esa visibilidad en pantalla le sumó también la participación en publicidades de grandes marcas. Sin embargo, el rosarino no siente que su presente exitoso magnifique su calidad actoral.

“La idea de que quien se dedica a tiempo completo es más actor diría que es contraproducente –reflexiona–. Porque a mí el trabajo vendiendo juguetes me permitía tener mi economía resuelta y el resto del día podía actuar haciendo lo que quería. El hecho de que se convierta en tu medio de vida te obliga un poco a estar todo el tiempo pensando que esos trabajos en los que te vas a meter tengan un rédito económico. Entonces, ¿era más actor antes cuando vendía juguetes y elegía las obras que hacía, o ahora que todas las cosas que hago están relacionadas a la actuación y no me dejan margen para decir lo que quiero a través del teatro? Porque ahora tengo que pensar cinco veces antes de hacer una obra que me va a dar poco rédito económico pero mucha satisfacción artística… Durante mucho tiempo mi dinámica fue vender juguetes durante el día y ensayar de noche. Después mi papá se enfermó, se debilitó mucho el emprendimiento, con mi hermano quedamos con mucha incertidumbre y en ese momento se me abrió la posibilidad de dar clases y de actuar más. Pero no sabría decir si soy más actor antes que ahora”.

***

Lo que sí tiene claro Nemirovsky es que la experiencia acumulada debe realimentar a una escena cultural a la que nutre como actor, director, docente y gestor. Una escena cultural en la que, entiende, es necesario incorporar miradas críticas: “Ahora pareciera que palabras como «genio» o hasta decir «te amo» se usan de manera más liviana. Para mí hay algo de no poder reflexionar críticamente. No porque haya que calificar una obra mejor que otra, sino porque esta reflexión que alguien puede hacer nos puede ayudar a entender mejor lo que hacemos. La mirada de afuera es motorizadora para mejorar. Creo que así como faltan críticas en los medios, también faltan discusiones. Falta analizar por qué se está produciendo menos, por qué el lenguaje teatral le resulta menos atractivo a las nuevas generaciones como modo de relato. Me parece que había una época en que las propias escuelas de teatro estaban repletas de universitarios, con personas que a lo mejor estudiaban Letras y a la tarde hacían teatro. Después, y eso fue algo a favor, fue proliferando la idea de dedicarse a ser actor o actriz, pero eso hizo que ahora esté más escindido el universo intelectual, universitario, del teatral. Para mí eso es un síntoma que hizo que hoy tengamos tan poca reflexión en torno a lo que hacemos, pareciera haber menos intelectualidad en relación a lo que hacemos. Pero puede ser algo cíclico. Yo peleo mucho contra la idea de que todo pasado fue mejor. De hecho estoy muy cercano a las nuevas generaciones y me interesa mucho la información que traen. Creo que tienen argumentos muy sólidos para decir cosas importantes. A lo mejor habría que encontrar un equilibrio entre los maestros que tenían otra lógica, con un teatro más politizado, más de grupo, donde uno tenía un compromiso con un grupo y capaz que estaba años haciendo teatro con las mismas personas. Hay algo que rescatar de eso, pero también hay muchos modos interesantes en las nuevas generaciones para adoptar”.

¿Cuáles te interesan?

‒Me parece que se trabaja más lejos de una idea, para mí ya rancia, de que la manera de lograr mejores resultados es a través de cierta exigencia a veces desmedida. Me parece que hoy en día se trabaja con más amorosidad, con más empatía. Ahí hay algo interesante. Me parece también que el cambio de paradigma en relación al movimiento feminista trae una nueva mirada que incluso permite actualizar obras escritas hace quinientos años, porque uno ahora puede reflexionar acerca del rol de los personajes mujeres en las obras de Shakespeare. Las nuevas generaciones tienen mucho para decir, pero también creo que son más volátiles, más efímeras en su compromiso con las cosas. También es un signo de época: a mí me cuesta estar dos horas mirando una película, algo que antes podía hacer tranquilamente, pero ahora la pauso cinco o seis veces para mirar el teléfono. Evidentemente hay algo de eso en el lenguaje teatral que está en crisis para las nuevas generaciones. El otro día un amigo, joven actor y director, me decía: “El teatro te pide mucho. Al menos por una hora te pide no mirar el teléfono, no ir al baño, no poder comer, no poder hablar”. Es casi como estar preso de esa experiencia, algo muy distinto a un recital donde podés bailar, comer, gritar. Hay algo de esa lógica de lo teatral que está en crisis. Producto de esto aparecen con tanta eficacia propuestas de eventos que son más como salidas, que contemplan también lo gastronómico, en formatos breves, como el microteatro. Donde hay algunas cosas maravillosas, pero a veces también hay cosas en donde la duración está por encima del producto teatral.

En ese formato breve, el microteatro, también trabajaste como productor: ¿es una puerta de entrada para que otros públicos se acerquen al teatro?

‒Ese era el gran anhelo que tuvimos con esa experiencia inicial que hicimos en Pichincha, en la galería La Raíz. Me acuerdo de que en su momento generó bastante discusión, pero ese era el horizonte, que el espectador descubriera que hay actores y actrices en Rosario, que hay mucho potencial, a ver si de una buena vez podemos tener una mayor valoración de lo que sucede en nuestra propia ciudad. Y que esto signifique la generación de un espectador nuevo, que amplíe el abanico, que es lo que estamos tratando de hacer desde el inicio de los tiempos. Si hoy tuviera que llegar a una conclusión, creo que no termina de funcionar. Sigue costando la convocatoria a una obra independiente de teatro de texto, por ejemplo, y experiencias como las de microteatro tienen muy buena capacidad de atracción de público. Así y todo creo que estamos en un período de buenos años con el acercamiento de la gente al teatro. Es más, creo que hay una quizás pequeña pero valiosa ebullición cultural en Rosario, de a poco va sucediendo esto de mirarnos más a nosotros mismos. Por lo menos en la escena musical veo que está lleno de pequeños proyectos de jóvenes, muy valiosos, que han dado lugar a una generación de músicos muy interesantes y que tienen buena respuesta de público. Quizás al teatro le falta todavía un empujón más. Pero en la música está funcionando. Creo que cuando el colectivo artístico pone ideas en el territorio, después la inversión o la posibilidad de un productor privado o del propio Estado articulando con ese colectivo es más posible. Me parece más posible si pongo ideas sobre la mesa y que después eso tenga resultado, para alejarse de la idea del colectivo artístico demandando solamente por concebirnos artistas. En mi caso nunca consideré que mi oficio de actor tenga ninguna valoración extra que la que tiene cualquier empleado de comercio: tengo que poner algo en juego para que esto después tenga un resultado. Sin dejar de pensar que la cultura siempre tiene que estar a disposición de la gente y que el Estado tiene que apoyarla. La mejor manera que tiene la sociedad de hacer un retrato de época es a través de la cultura.

En relación al rol del Estado, es también el que debería promover ciertas discusiones, así como los medios deben hacerlo a través de la crítica.

‒Para mí que haya más gente interesada en nuestro arte ya es bienvenido. Después hay que tener el ego controlado en caso de que una crítica no sea buena. Porque es una voz, una palabra. De hecho acá no pasa, como en otros lugares, que una crítica puede fortalecer o debilitar una temporada. Ojalá así fuera, ojalá a futuro tengamos medios que estén tan interesados por nuestra disciplina y donde una buena crítica te pueda ayudar fuertemente en la difusión de tu trabajo, y bancarte que pueda debilitarla si es negativa. Para mí es peor la indiferencia: trabajar duro contando historias y que después un espectador que vive a dos cuadras no se entere de que hay cosas maravillosas del teatro independiente, cosas con las que se va a identificar mucho más que las que suele consumir de artistas de otras latitudes, con otros problemas, otra idiosincrasia. Me sigue costando entender por qué no hay una mayor valoración de lo que sucede acá. De hecho no me gusta ponerme como ejemplo, pero siento que se me valoró más como actor por haber incursionado en series de Buenos Aires que por mi trabajo acá. Estoy convencido de que soy igual de buen o mal actor que antes de entrar en esa lógica, pero todavía funciona algo de esa legitimación que te da Buenos Aires. Aunque de a poco siento que es un cascarón que se va rompiendo y ojalá avance hacia eso.

En relación a esto, en una entrevista con Juan Cruz Revello (publicada en La Capital en junio de 2022) decías que a partir de la visibilidad de tu trabajo quedarte en Rosario era una forma de aportar al fortalecimiento del movimiento cultural rosarino. ¿Algo de eso funcionó?

‒Mirá, siento que algo del lugar que estoy ocupando me permitió acceder a muchas cosas y que, en la medida de mis posibilidades, he tratado de repartir laburo, de recomendar a la gente que consideraba más idónea para esos roles. No sé si en gran medida, pero siento que voy recorriendo ese camino, aprovechando las oportunidades que me aparecen tratando de pensarlas siempre de manera generosa para con quienes me rodean y para con el colectivo del cual me siento orgulloso, del que me siento parte.

Por Edgardo Pérez Castillo

Periodista, guionista y trompetista criado en Rosario. Dediqué mi camino periodístico a la difusión de la cultura de esta ciudad durante 18 años como redactor y editor de Cultura en Rosario/12. Desde 2008 como productor y guionista en Señal Santa Fe. Y ahora, también, haciendo Barullo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *