Decenas de libros, acaso cientos, se perfilan detrás de la vidriera que lleva el apellido de un poeta –no hace falta creer en la energía de los objetos inanimados para sospechar que son los propios ejemplares los que invitan y convocan al transeúnte–. En el interior acomodarán sus miles de hojas entre mesas con rueditas y estantes, en variados y acogedores rincones, bajo cuadros de imponentes dimensiones y a la luz de una araña a tono con la arquitectura del siglo pasado que ostenta el local. Oliva, comandada por Natalio Rangone en Entre Ríos al 500, es una de las 150 librerías a conocer antes de morir según una prestigiosa publicación europea que la eligió tras una pesquisa planetaria (hay sólo tres argentinas, las otras dos ubicadas en Buenos Aires).
A contramano de los discursos apocalípticos que dan por sentada la extinción de las obras impresas a merced de las pantallas y la inteligencia artificial, o los que habilitan la destrucción del patrimonio histórico de las ciudades, en la planta baja de una bellísima casona antigua propiedad de la artística familia Vidoletti -arriba de un teatro subterráneo, al lado de un bar, con un hostel encima-, miles de libros seducen y logran su objetivo: encontrarse con los lectores. Bajo el influjo de la estrella de una poeta y editora que partió muy temprano, Gilda Di Crosta (1966/2019), la poesía gana un espacio de lectura y exhibición privilegiado. A este género los clientes lo buscan y lo llevan, también contrariando el apotegma de que los poemarios despiertan escaso interés y ventas.
Sin tienda virtual pero con atención personalizada, Oliva aloja además una agenda de actividades culturales, sobre todo literarias, capaz de congregar fuera de toda estridencia a un público fiel. La propuesta independiente que arrancó en 2008 en otro local de la zona, a metros de la Facultad de Humanidades y Artes, no pasa desapercibida en Rosario y por lo que se ve tampoco en el exterior. La escritora y guionista norteamericana Elizabeth Stamp la incluyó en la guía 150 Bookstores You Need to Visit Before You Die que lanzó la editorial Lannoo, de Bélgica. Allí destaca el espectacular edificio de 1915 conocido como La Casa de los Dragones que alberga a Oliva Libros, seleccionada entre otras cosas porque se puede “explorar por horas”. También elogia la decoración debido a su combinación de madera, detalles en hierro y ladrillos vistos (¿será por ese aire neoyorquino?), así como las lecturas de poesía y las conversaciones con autores que entre sus muros se desarrollan.
Sí, todo aquello a lo que el mainstream de la cultura (de mercado) le baja el pulgar ha sido ponderado por una especialista extranjera que en 2022 hizo un relevamiento internacional para sorpresa del mismísimo Rangone, rosarino por adopción y apasionado del objeto libro. En septiembre del año pasado lo contactaron por mail para avisarle, pero como el mensaje estaba en inglés lo consideró una cadena más y lo ignoró. Stamp insistió por redes sociales hasta que logró ubicarlo por WhatsApp. La decisión de incorporar la reseña de Oliva a la guía ya estaba tomada. La novedad de la edición belga trascendió en marzo y se viralizó en una ciudad cuya imagen se recorta en un fondo negro de criminalidad creciente, donde se van perdiendo lugares para producir cultura. Así fue que se alegraron propios y extraños, y hasta el intendente Pablo Javkin envió una felicitación. Oliva, al igual que los futbolistas locales Messi, Di María y Correa, está entre las mejores del mundo.
Contento por lo que considera un reconocimiento, aunque apocado y humilde como siempre, Rangone lanza: “Yo creo que todas las librerías son lindas”. A la suya, que homenajea al eximio poeta y docente de Humanidades Aldo Oliva (Rosario, 1927-2000), dice que la armó “tres veces” con un toque muy personal. La primera data de 2008 y estaba ubicada en un reducto pequeño de Entre Ríos 548, precisamente frente al actual. “Era medio retro, había sido sucursal de la Afip. Tenía esos pisos de goma que se usaban en los 90, chapa a la vista. Tuvimos que ponerle onda para que quedara linda y había quedado muy bien, o por lo menos para mi idea de lo que quería hacer en ese espacio”, recuerda el hombre de 42 años oriundo de Lincoln, en la provincia de Buenos Aires.
No tardó en conocer a la dueña de la emblemática propiedad que hace esquina en San Lorenzo y le pidió que apenas se desocupara el local que lleva la numeración 579 le avisara. Lo tenía fichado –desde la vereda opuesta “lo miraba con amor”, admite– y se le dio por fin en 2016, cuando pudo mudarse. A esa configuración del emprendimiento la considera la segunda de su trío de Mamushkas, ya que desde su perspectiva la actual Oliva contiene a todas las precedentes. “Durante cinco años tuvimos cien metros cuadrados, ahora el doble”, explica. Es que cuando se transformó en el inquilino que tanto deseaba, el espacio se había dividido en dos. Fue vecino de una casa de venta de artículos de diseño, luego de celulares, hasta que la librería copó ambos recintos y volvió a derribarse la pared que estaba en el medio. “Tenía un depósito acá, mesas más largas”, señala cada detalle como si estuviera viendo todavía la versión anterior.
La ochava parece poseer algo de magnetismo en relación con el arte, la cultura, los encuentros. Donde desde la década del 90 está el bar La Sede otrora funcionó una librería de usados, con grandes mesas que Rangone no conoció porque entonces no estaba en la ciudad en la que finalmente ha decidido afincarse con su familia. Por el bar donde atendía el Negro Fontanarrosa cuando se desplazó desde El Cairo, se bajaba a través de una regia escalera al café concert La Subsede –enclave de presentaciones de libros, ciclos de poesía y espectáculos teatrales y musicales–, y se pasaba al Cultural de Abajo. Ahora la entrada al teatro es contigua a la librería y La Subsede no tiene actividad.
La propietaria del inmueble es egresada de la carrera de Bellas Artes y si Rangone le acerca sugerencias de diseño y decoración se muestra proclive, revela él. En esa sinergia ocurre que la majestuosa lámpara del salón donde se desarrollan las lecturas y charlas –los invitados sentados en sillones de pana bordó con patas de madera– pertenece a la familia Vidoletti. En cambio “al mobiliario lo pensé yo, algunas cosas las improvisé y luego las hice con ayuda. Directamente comprábamos la madera y la montábamos”, rememora con los pies firmes sobre el piso de pinotea original, entre lo nuevo y lo viejo.“Tiene algomedio de galpón, por los techos altos y el hierro a la vista, los ladrillos”, define el escenario, al que completan grandes cuadros en altura, entre los que sobresalen los del artista plástico rosarino Daniel García. También se exhiben trabajos del dibujante Max Cachimba, de la grabadora Nélida Melé Bruniard, de Juan Grela, entre otros.
“De Melé hay dos. Ella y (su esposo) Eduardo Serón fueron muy buenos clientes desde el comienzo, en 2008. Vivían acá cerquita, en Mitre y Santa Fe, y venían juntos. De charlar, de venderles libros, les pude ir comprando algunas cosas para el local. Porque siempre tuvimos obras”, dice en su nombre y el de Luján, pareja y socia, además de fotógrafa. Completan el equipo su cuñado Carlos Lázaro y un nuevo librero muy joven, estudiante de bibliotecología y ávido lector, que ingresó en septiembre pasado.
Un cliente interrumpe la charla de una siesta lluviosa, en la que Rangone ha citado a Barullo calculando que es el momento en el que menos público entra a una de las 150 librerías del planeta Tierra que urge conocer antes de morir. ¡Es mundial, y está tan a mano! De regreso, el linqueño cuenta los planes de 2023 para el espacio de dos niveles (planta baja y entrepiso): traer más obras pictóricas, agregar bibliotecas, completar cosas que no pudo para la reinauguración –cuando duplicó la superficie– porque justo sobrevino la pandemia. “Me gusta eso de que los libros se te vienen encima, como de mucha cantidad. Porque tengo para llenar estantes”, sonríe, aunque de momento no sabe cuántos ejemplares suma en total.
Hijo y nieto de luthiers, se apoya en el piano que le compró a una colega (Nuria Clérici, de Arde Libros) y que incluso a veces toca, aunque este es un dato extraído con tirabuzón a quien a los 18 años se fue a estudiar música a la Universidad de La Plata. No obstante, dejó inconclusa la carrera de composición y recaló veinteañero en Buenos Aires, donde trabajó en la tradicional librería Clásica y Moderna entre 2002 y 2005, aprendiendo el oficio de la mano de su mentora Natu Poblet. Tras un paso como empleado por la rosarina Homo Sapiens, abrió Oliva Libros quince años atrás. “Está afinado un semitono abajo, como muchos de los pianos viejos en esta ciudad que es tan húmeda”, acota antes de explayarse sobre otro de los encantos de Oliva: los recovecos.
“Me gustan mucho, esta cosa de poder meterse así atrás. El par de recovecos que tiene esta librería están más o menos controlados, para no perder de vista la situación”. Es que tal como reza la guía de Elizabeth Stamp, aquí la gente permanece por tiempo prolongado. Leen, revisan volúmenes, consultan, conversan, piden títulos. Para elegir tienen a mano literatura, psicología, filosofía, historia, sociología. De editoriales argentinas, españolas, mexicanas y chilenas. Y entre las nacionales, “todas las rosarinas e independientes de otras ciudades”. Felizmente, puede afirmarse que la gente lee.
Sin embargo, el contexto no ayuda: inflación, aumento del precio del papel, pérdida del poder adquisitivo de la población, libros más caros, dificultades de las editoriales para reimprimir. Así y todo Oliva no se rinde y espera que se trate apenas de una coyuntura. “Yo no leo todos los libros porque es imposible, pero sí intento ver el material que entra: cada semana entran libros, pedidos y cosas nuevas, y ese momento de abrir la caja es re-emocionante para nosotros”, confiesa Rangone con pocas palabras, pero no hacen falta más porque le brillan los ojos como a quien ha ganado un premio.