A Gabriel
El padre
y la madre, que aún
vivían, bebían
vino en la alta noche, debajo
de la parra,
y se amaban. (La madre
y el padre,
y sus dos hijos,
duraron poco juntos, pero
el breve
lapso que el amor
los reunió sobre la tierra
incluía todas
las mañanas de la vida
y esa luz se prolonga todavía
en las manos, los libros,
las miradas). Por la casa
de Arroyito, hoy demolida,
pasó la eternidad.
Y huyó volando.
Sebastián Riestra