Sentado en una de las oficinas que Ciudad Futura tiene en el Concejo Municipal de Rosario, Juan Monteverde recita de memoria un fragmento de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona ante Barullo. Tras haber logrado un histórico primer lugar en las elecciones a concejal en coalición con algunos sectores del peronismo santafesino, Monteverde recita máximas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el movimiento social y político al que descubrió, siendo todavía un chico, escuchando un disco de Manu Chao. Poco menos de treinta años separan a aquel deslumbramiento del hombre que ahora despliega conceptos políticos con el proyecto de gobernar la ciudad, en la que él mismo se formó como persona, como militante y, también, como líder político. Una Rosario a la que mira con nuevos ojos: “Siempre quisimos cambiar el mundo. Aunque no teníamos hijos sabíamos que lo íbamos a dejar mejor para los hijos del mundo; pero ahora la lucha contra este sistema injusto, desigual y violento también es personal, porque le queremos dejar a nuestro hijo, a Luquitas, un mundo mucho mejor del que tenemos”.
Monteverde reconoce dos territorios constitutivos de su identidad. Uno, Alberdi: entre su casa en Baigorria y Darragueira y los clubes Italiano y Bancario, donde practicó natación y fútbol. El otro es el barrio Agote, con el epicentro en la escuela pública Gurruchaga (donde completó todo el circuito formativo, desde preescolar hasta egresar como bachiller en Artes), pero también el club Los Rosarinos Estudiantil y la Plaza de las Américas. Hijo de una politóloga y docente universitaria, y de un arquitecto especializado en desarrollo urbanístico (ambos con pasado de militancia universitaria en el PC, entre los últimos años de dictadura y la recuperación democrática), Juan, su hermano Tomás y su hermana Ana (también partes esenciales de Ciudad Futura) se formaron en una familia que pensaba y debatía la política, entre libros de arte y diseño, entre músicas diversas: para los hermanos Monteverde, los consumos culturales fueron también constituyentes de su mirada del mundo.
“Si durante tus primeros años de vida, hasta la adolescencia, no recibiste alguna influencia que te quiera hacer cambiar el mundo, ya sea desde la política, de tu grupo de amigos, desde la escuela, si no hay ninguno de esos factores que te inculquen esa semilla de rebeldía, es muy difícil que después a los veinte años quieras cambiar las cosas –explica Monteverde–. Yo lo recibí de muchos lugares, y también mucho desde lo cultural, sobre todo en los años 90. Me acuerdo como si fuera hoy cuando con mi familia fuimos a comprar la compactera y pasamos de los discos de vinilo al CD. Me acuerdo que compramos el disco de grandes éxitos de Queen y Mensajes del alma, de León Gieco. Tengo presente esos momentos de muy chiquito, en una casa donde musicalmente el gusto era muy amplio, donde había muchos libros de pintura: me doy cuenta de que me gusta el diseño porque desde los tres años estaba viendo esas cosas. Y en los 90 había tanta crisis que el único lugar que nos representaba era la música, con Los Piojos, La Renga, Divididos, el disco Chiapas, Manu Chao… Yo conocí al zapatismo por Manu Chao. Tenía doce años, escuché la Declaración de Lacandona y conecté con el zapatismo, con el Che Guevara. Es una influencia muy grande en meter esa rebeldía, se necesita ese estímulo. Uno va hilando así su propia historia, te va formando. Por eso para nosotros la cultura es fundamental”.
Hay, por supuesto, otras historias que dejaron huellas: “Mi mamá es politóloga y docente de la Facultad, mi papá es urbanista, y nosotros hicimos un partido político que se llama Ciudad Futura. Las dos cosas están ahí. Mis viejos militaron, cuando estaban en la Facultad, en el PC, a fines de la dictadura y principios de la democracia, rearmaron el Centro de Estudiantes de Arquitectura. Cuando nací ya no militaban políticamente, pero armaron un jardín de infantes cooperativo junto con otras parejas, que trabajaban y tenían hijos chicos pero no tenían la guita para mandar a sus hijos a un jardín. Ante la necesidad armaron un jardín cooperativo, el Jardín de la Libertad, en Salta y Pueyrredón. Fue una propuesta de gestión social, como lo que nosotros hicimos después con la escuela Ética en Nuevo Alberdi: una manera de responder a las necesidades con una lógica distinta, que no es la del Estado ni la del mercado”.

—Vista a la distancia, ¿es una coincidencia o esa experiencia también fue formadora?
—Claramente fue formadora. De hecho esa historia del jardín cooperativo toma sentido después, se termina repitiendo la historia. Si bien mis viejos nunca militaron partidariamente, la discusión política era permanente, sobre todo en los 90, ellos eran antimenemistas. Después del Jardín de la Libertad, que duró un par de años, en preescolar ya pasé a la Gurruchaga. Me acuerdo de que en los primeros años se organizó una movilización a Santa Fe, al Ministerio de Educación, para que la Gurruchaga fuera reconocida como Complejo, como un único proyecto educativo. En ese momento el Ministerio se negaba, yo tendría cinco o seis años y me acuerdo de estar todos adentro de la Casa Gris protestando. Desde chiquito tengo presente esa cuestión de la pelea, de que las cosas no son así sino que están así, y que se pueden transformar. Toda la historia de la Gurruchaga es muy particular, también en eso que me fue formando para lo que soy: hice toda mi formación en la educación pública y eso creo que también te forma, no solamente de manera profesional sino en términos más humanos”.
Egresado como bachiller en Artes, para Juan el desembarco universitario no sucedió como imaginaba. “Empecé a estudiar Comunicación Social con una idea, pensaba más bien en el periodismo porque creía que era un lugar desde el que se podía pasar del discurso a la acción. Lo veía más como un espacio posible de transformación de la realidad que como una profesión. También soy producto de haberme criado en los 90 y de que los espacios de resistencia eran más del periodismo que de la política. Estaban Página/12, el buen Lanata, Zlotogwiazda, Tenembaum, Caparrós, Verbitsky. El periodismo crítico de la época era eso y yo creía que podía transformar la realidad. Pero cuando entré a la Facultad, y empecé a ver la realidad, me di cuenta de que la mayoría de los medios de comunicación eran elementos de reproducción de la realidad más que de transformación. Inmediatamente desistí de esa idea de periodista pero empecé a ver otras facetas de la comunicación más estratégica, institucional, que me gustó más, y que después terminé volcando todo en la política. Además, a mí siempre me gustó mucho el diseño gráfico: siempre digo que soy licenciado en Comunicación pero diseñador gráfico de oficio, sigo mucho la tecnología, entonces había un paquete de cosas en la carrera que me interesaron”.
A diferencia de otros recorridos de militancia, en el caso de Monteverde el ámbito universitario no se configuró como un espacio de construcción política. Incluso cuando el contexto nacional, y continental, vivía un saludable resurgimiento de movimientos populares: “Después del 2001, cuando el sistema político se empieza a recomponer, con el kirchnerismo y demás, nos sentimos representados por toda esa nueva ola de gobiernos latinoamericanos, pero queríamos hacer un camino propio que no tenía que ver con la política institucional. Cuando empezamos a militar no fue para ser concejal, o intendente, sino que necesitábamos un lugar desde el que pudiéramos cambiar el mundo, que es algo que sigo diciendo siempre. Me parece claro no perder ese norte. Están quienes buscan transformar las cosas mediante lo existente pero de forma más justa. Nosotros pensamos que el cambio tiene que ser mucho más profundo. Cuando empezamos como movimiento social fue porque nos cansamos de hablar entre amigos de lo mal que estaba todo y decidimos ir a un lugar concreto a hacer cosas. En ese momento teníamos una hipótesis, que de hecho está en los primeros volantes que hicimos, y que todavía guardamos, que decía algo así como «pasar del discurso a la acción». Había muchos pibes en la misma situación que estábamos nosotros pero no encontraban un lugar donde hacerlo. Entonces pensamos que si no nos gustaban los lugares existentes, teníamos que crear uno nuevo”.
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El paso a la acción se concretó en 2005, cuando el territorio de formación política de Juan Monteverde sumó un nuevo vértice en Nuevo Alberdi, en la zona noroeste de Rosario, donde desembarcaron para colaborar con el Centro Comunitario Gotitas de Agua que llevaba adelante Luisa, una vecina de calle 1338 entre Bouchard y Grandoli. “Había una búsqueda de ir a donde más se necesitara, con la consigna de trabajar más en el territorio que en reuniones internas. No pasar tanto tiempo discutiendo entre nosotros sino estar en contacto con la gente, con los pies en la tierra, en el barrio. Así que nos fuimos a Nuevo Alberdi. Empezamos a ir los sábados, primero a trabajar con los pibes, hacíamos talleres de radio y actividades. Y después empezamos a hacer un trabajo más político, de hablar con las familias, recorriendo el barrio. Eso empezamos a hacerlo en 2005, en la zona rural del barrio, y en marzo de 2007 se dio la inundación enorme que inundó todo. Eso aceleró el proceso de organización, con una gran lucha para que el gobierno admitiera las pérdidas de los vecinos, donde se logró que las reconociera porque el Estado no había hecho las obras que tenía que hacer”.
Ya identificados bajo el nombre de Giros (Grupo Independiente de Rosarinos Organizados Solidariamente), los jóvenes militantes llevaron adelante un proceso de lucha que los descubrió protagonizando la agenda política y mediática, hecho que se intensificaría cuando en el barrio comenzaron a crecer los rumores de desalojo. “Antes de la inundación había empezado a circular entre los vecinos que ahí se iba a construir un barrio privado, que la gente se iba a tener que ir, y cuando bajó el agua aparecieron las amenazas concretas a la gente para que se fuera del barrio. Ahí empezamos todo el proceso de lucha por la tierra, que deriva en todo lo otro”, recuerda Monteverde que, ya por entonces, había encontrado una aliada ya no de militancia, sino de vida.
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Caren Tepp nació en Santo Tomé y a los dieciocho años llegó a Rosario para estudiar Ciencias Políticas. De familia radical, al poco tiempo encontró en el incipiente movimiento Giros un espacio de pertenencia. Allí, también, conoció a Juan. “Caren vivía en el mismo edificio donde nos juntábamos en las primeras reuniones, a las que ella venía. Encontró en Giros el lugar para militar donde quería, que era en los barrios. Ahí nos conocimos y hace dieciocho años que estamos juntos”, resume Monteverde sobre una relación que, desde hace algunos meses, se amplió con el nacimiento de Lucas.
Vida, trabajo y militancia continúan siendo parte de una misma cosa: “Para nosotros la militancia, o nuestro trabajo legislativo, no es un trabajo sino un modo de vida. Creo que ninguno de los dos podría mantener esta vorágine si no compartiéramos el mismo proyecto de vida, las mismas locuras y los mismos sueños. Nosotros trabajamos entre 10 y 12 horas por día todos los días, entonces eso hace que realmente sea muy difícil si uno no comparte el mismo proyecto. Para los dos es como un modelo ideal, porque compartimos absolutamente todo y nos complementamos en términos personales y en términos políticos”, explica Juan y, de inmediato, destaca: “Todos saben que Caren es mucho mejor que yo. Cuando íbamos haciendo la campaña a nivel provincial por las elecciones para constituyentes, yo decía: «Si les gusta lo que yo hago, en realidad la buena buena es Caren». De verdad creo que es uno de los mejores cuadros políticos de la provincia de Santa Fe. Sin duda. En términos de capacidad, de lectura de situación política, en capacidad de trabajo, de síntesis, paciencia y audacia”.
—El nacimiento de un hijo, de una hija, reordena indefectiblemente todas las prioridades. ¿En qué te cambió la paternidad?
—La llegada de Lucas es un poco la síntesis máxima de ese proyecto de amor y revolución que expresa todo eso que queremos expresar. Además yo creo que lo cambia a uno como persona, esa sensación de que se te agiganta la sonrisa, que se te agiganta el corazón. Hay una frase de Hegel que, cuando le piden que defina qué es el amor, dice: “El amor es dejar de ser para ser más”. Esa frase nosotros la usamos mucho en términos políticos y también personales. Nosotros no teníamos hijos pero en esto de dejar un mundo mejor, sabíamos que lo íbamos a dejar para los hijos del mundo. Pero ahora la lucha contra este sistema injusto, desigual y violento, también es personal, porque también le queremos dejar a Luquitas un mundo mucho mejor del que tenemos. Siempre uso una frase de Pepe Mujica que me parece que es la mejor definición de qué es militar, de qué es la militancia: militar es dedicar una parte importante de nuestra vida a la suerte de los demás, con la utopía y el sueño de dejar el mundo un poquito mejor de lo que lo encontramos. Bueno, dejar el mundo mejor para nuestro hijo es hoy nuestro principal objetivo. Y esto, cuando hay tiempos complicados, cuando uno se cansa, porque hay muchas veces que uno se cansa, poder levantarnos a la mañana y verlo a él que se despierta siempre sonriendo, ahí te llena de la energía necesaria”.

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En Rosario, allá por 2010, el nacimiento de Lucas no figuraba en los pronósticos. Juan Monteverde y Caren Tepp eran todavía jóvenes de unos veintitantos que, como parte de un Giros cada vez más numeroso, seguía logrando trascendencia mediática. Sobre todo a partir de la lucha por la tierra en Nuevo Alberdi y, desde allí, con la sanción de la ley que impidió la concreción de barrios privados en Rosario. Sin ser parte del Concejo Municipal, Giros logró un triunfo político que, en cierta forma, aceleró el proceso de construcción y exposición de la joven agrupación. “La propia realidad del territorio, del barrio y la ciudad, nos fue marcando el camino, porque había una decisión de priorizar eso. Si hubiéramos tenido una cultura política donde todo se define de arriba hacia abajo, no hubiese pasado nada de lo que pasó”.
—¿Ya aparecían ofertas de parte de otros partidos?
—Sí, sobre todo porque cuando arrancamos fuimos los que empezamos a encontrar una crítica real y que golpeaba de verdad al modelo del socialismo, que estaba en su mejor momento. Cuando empezamos a denunciar toda esta cuestión de la disputa por la tierra, del lado B del modelo de Rosario (que después se vincula con la violencia, el narcotráfico y el lavado), eso no aparecía en agenda. Estamos hablando de 2007, 2008. El crecimiento vinculado a la especulación inmobiliaria, a la privatización del crecimiento urbano a través de las compensaciones de estos grandes desarrollos, estaba generando un crecimiento desigual, con grandes perdedores. Empezamos a ser una voz que lograba poner en cuestión ese modelo que a la política tradicional le costaba encontrar. Nosotros habíamos terminado con ese modelo, pero no teníamos todavía la posibilidad de poner en marcha algunos indicios de algo diferente al modelo neoliberal. Fue ahí que tomamos la decisión de irnos a vivir a Nuevo Alberdi, de convertir un pequeño tambo familiar en una cooperativa. Después ahí mismo fundamos la Ética (Escuela del Territorio Insurgente Camino Andado). Pusimos todas nuestras fuerzas ahí, para ser capaces de mostrar en el presente los pedacitos de futuro que teníamos para ofrecer. Eso rompe la idea de que no hay alternativa. Antes de presentarnos a elecciones teníamos que mostrar en la realidad un proyecto diferente, y logramos hacer ese traspaso. La gente, en definitiva, nos vota por eso, la base de Ciudad Futura es eso. Toda esa experiencia que fuimos dando, con saltos a escala, no son experiencias aisladas, lindos ejemplos, sino que hay aprendizajes que nos van a permitir llevar esa lógica al gobierno.
—¿Es escalable?
-—Por supuesto. A esa pregunta sobre la escala la venimos venciendo. Creemos que hay una relación entre la escala y el nuevo tipo de poder que queremos construir. Desde que arrancamos con ese primer volante que decía “Pasar del discurso a la acción”, o ahora que decimos que tenemos que cambiar la cultura política pensando desde abajo hacia arriba y desde la periferia al centro. Creo que desde 2001 hay algo que está en la base de todo que es la crisis de representación y la desconexión que hay entre la política y la gran mayoría de la sociedad. Argentina es un país muy politizado, donde se discute mucho y la política está muy presente, pero hay una gran mayoría de la sociedad que en este momento está muy distanciada, mucha gente siente que no hay ningún vínculo entre su vida cotidiana y lo que pasa arriba. Esa lógica de abajo hacia arriba, de acercar la política, de poder hablar de cosas concretas de la vida cotidiana, tiene que ver con que a esta democracia la vamos a poder salvar desde la ciudad, que es donde la democracia arrancó.
—¿Cómo se reconstruye el vínculo de confianza con la sociedad? Y, además, ¿cómo se traslada a hechos concretos? Porque las responsabilidades que conlleva el poder, o la gestión, pueden correrte de lo cotidiano, se puede generar una desconexión con la realidad de la gente o incluso con la propia militancia (que muchas veces ve cómo se imponen candidaturas que le impiden participar de la gestión). ¿Cuál es la estrategia para que eso no suceda?
—Por un lado, creemos que la política verdadera, que transforma, tiene que ver con la vida cotidiana de las personas. Cuando la política solamente habla de temas que tienen que ver con los factores de poder, si dedica el noventa y nueve por ciento de su tiempo a eso, es natural que la gente sienta que no están hablando de ellos. Hay una cuestión pedagógica fundamental, algo que el neoliberalismo hace muy bien: sea o no gobierno, todo el tiempo genera subjetividad. Desde nuestro campo el gran problema es la parte pedagógica de la política. Cuando generás una política para los sectores más excluidos tenés que acompañarlo con una política de empoderamiento de ese sector, de politizar los avances. Toda esa dimensión, más hegemónica en términos gramscianos, es un paso fundamental de la política. Y la única manera de hacerlo es vincular cada uno de los pasos, de las batallas que la política da, con la vida cotidiana de las personas. A mí difícilmente me escuches hablando de otro político, de otro candidato, porque me parece que ahí perdemos. Tenemos que hablar de otra cosa. Esa es nuestra línea política, que no es ni la mejor ni la única: es la nuestra. Hay que hacer todo el tiempo el esfuerzo de traducirle a la sociedad lo que estamos haciendo. A los políticos les encanta hablar en difícil para que nadie entienda lo que están diciendo y parezca que su trabajo es importante.
—O para esconder la falta de contenido…
—Claro, porque hay casos en los que nadie sabe para qué está ahí ni qué quiere. Cuando uno gobierna tiene que accionar en esta línea, resolver los problemas de la vida de la gente pero no con la lógica de resolver el problema, sino invitar a la ciudadanía a construir en conjunto esas soluciones. No para que vengan a agradecerte, sino para que esos beneficios materiales no se vuelvan en contra de los propios gobiernos que los generan.
—Ahí también funciona la construcción de subjetividad del neoliberalismo: cuando, por ejemplo, se generan acciones que permiten el acceso a la vivienda, el discurso instala que eso se logra por el esfuerzo individual de las personas y no por políticas públicas.
—Claro, cuando te va mal es culpa del gobierno y cuando te va bien es por tu esfuerzo. Creo que eso es parte de la disputa política, pero no veo que la política trabaje en ese plano. Y después la política se enoja con esa gente, porque dice que es desagradecida. Estoy en contra de la idea de que la política se enoje cuando la gente vota en contra de sus propios intereses. La política se trata de eso: de que la gente no vote en contra de sus propios intereses, que tenga conciencia del lugar que ocupa en la sociedad. Enojarse por ese tipo de comportamientos es como enojarse con el clima.
—Esa transformación es cultural y, también, comunicacional. ¿Cómo se hace para llegar a la gente y que entienda?
—Creo que se trata del diseño de un gobierno y del diseño de las políticas. Cada política que se hace tiene que estar acompañada por un proceso de laburo con la gente que va a ser beneficiaria de esa política. Porque si no es una gestión administrativa de las cosas, y un gobierno es mucho más que eso. Cuando hablo de la dimensión pedagógica no digo estar haciendo discursos todo el tiempo, porque eso también se vuelve en contra, sino cómo en el diseño de la política pública incorporás a tu propia gente, a tu propio pueblo. Si no hacés una relación de empresa-cliente: vos votame y yo hago obras. Eso es una mentira. Nosotros planteamos lograr una relación de corresponsabilidad, el esfuerzo se tiene que hacer en conjunto. Eso plantea una forma de gobierno totalmente diferente a la que se ha planteado hasta ahora, y que es la que vamos a poner a prueba cuando asumamos la Intendencia en 2027. Nosotros no solamente queremos una agenda política diferente, sino una comprensión del Estado, del poder y del gobierno totalmente distinta. Y respecto a no desconectarse de la militancia, cuando nosotros ingresamos al Concejo en 2015 entendíamos que no éramos ni los únicos ni los últimos que queríamos cambiar las cosas y que irrumpimos como algo nuevo. Está claro que todo este sistema, como todos los sistemas de poder, tiene los mecanismos para incorporar esos elementos que al principio son extraños y después ya pasan a ser parte del paisaje. Nosotros no estamos exentos de que nos pase eso, entonces teníamos que tener anticuerpos. Uno de esos anticuerpos fue que desde el momento en que ingresamos al Concejo, donamos el 70 por ciento de nuestros salarios. Después, cuando logramos bajar un 30 por ciento el sueldo de todos los concejales, pasamos a donar el 50 por ciento. Esa medida, que fue muy criticada por la corporación política, que nos decía que nos donábamos a nosotros mismos, tiene un razonamiento muy simple: si uno de repente empieza a ganar cinco veces más de lo que ganaba, si empieza a vivir un estilo de vida que no es el mismo de antes, después va a querer mantener ese estilo de vida. Nosotros no vinimos acá a eternizarnos en el poder, ni queremos que nadie venga acá a ser concejal para ganar más plata, tenemos que ser muy claros, para nosotros mismos pero también para nuestra militancia: ser concejal es trabajar más, con más responsabilidad, con más dolores de cabeza. Y además es inmoral que gane diez o veinte veces más que un compañero que está pegando afiches. No hay que vivir tan distinto del sujeto que uno representa. Hay mucha gente que entra acá queriendo cambiar el mundo y después lo único que quiere cambiar es el auto. Para que no nos pase esto, tomamos esas medidas, apuntando a vivir con un salario normal, que no falte nada pero que no cambie nuestro estilo de vida. Va desde eso hasta definir cómo hacemos nuestras alianzas, nuestras candidaturas, definiendo mediante asambleas, para que la militancia no se termine enterando por televisión. Esas cosas hacen que sigamos teniendo los pies en la tierra, que entendamos que esto es un proceso colectivo, que es lo central. Cuando uno forma parte de un proyecto colectivo tiene muchas menos posibilidades de errarle, de convertirse en otra cosa, de terminar votando cualquier cosa, porque tenés un grupo que te guía. Nosotros demostramos que se puede llegar a esos lugares con la idea que tenemos, sin disfrazarnos de nada que no somos. Eso es un gran valor y también rompe esa lógica de la política que dice que cuando más alto querés llegar, menos te tenés que parecer a lo que pensás. Nosotros estamos rompiendo con esos modelos. Lleva tiempo, no es fácil, no es rápido. Y hay que bancársela. Demostramos que no nos pudieron doblegar y que no nos pudieron comprar, porque también lo han intentado. Eso también demuestra que hay otra forma de construir poder, que construir poder no es mimetizarse con los que tienen poder o aceptar sus reglas. Lo cual no significa que haya que dialogar. Nosotros tenemos muy claro hacia dónde vamos, cuál es la hipótesis de construcción y cuál es la línea política. Tenemos que ganar Rosario y creemos que hay una potencialidad en cambiar la lógica del gobierno. Podemos empezar a hacer algo que no existe, que no se hizo todavía. Ahora, también por eso, entendemos que si lo logramos, eso no tiene un límite en Rosario: va a gobernar Santa Fe (porque en esta última elección para la Constituyente demostró una potencialidad enorme) y, más temprano que tarde, va a terminar gobernando Argentina. Eso no significa que yo diga que quiero ser presidente, sino que lo que estamos haciendo acá es lo suficientemente grande y potente, que tiene mucho para aportar a la nueva generación que va a gobernar Argentina en algún momento. Lo que estamos haciendo acá es mucho más grande que Monteverde intendente. Y es un proceso. En 2005 fundamos Giros y en 2015 entramos al Concejo. Y en 2025 ganamos las elecciones en Rosario (NdR: en su coalición con sectores del peronismo, fueron la lista más votada y garantizaron el ingreso de cinco concejales: además de Monteverde, Norma López de Justicia Social, Antonio Salinas de Ciudad Futura, María José Poncino y Pablo Hugo Basso del Movimiento Evita). Hay procesos que llevan tiempo de maduración. Las cosas importantes llevan tiempo y no hay que dejarse seducir por los atajos. Nosotros nunca buscamos el atajo. Hay una frase de los movimientos sociales latinoamericanos que dice: “La mayor victoria de los de arriba es habernos convencido a los de abajo que lo que no se consigue rápido y fácil no se consigue nunca”. Esa frase condensa muchos de los problemas que tenemos desde nuestro campo. Las cosas importantes llevan tiempo y la clave es perseverar en ese camino. Hay que tener una idea, una utopía, un método, y sostenerlo en el tiempo. No cambiar la estrategia a la primera de cambio. Que nuestra hipótesis política haya perdurado en realidades tan diferentes de la Argentina (porque entre 2005 y 2025 pasó de todo) habla de la solidez del proyecto.
—En la construcción de alianzas se da por sentado que hay objetivos en común, pero también deben contemplarse las propias historias de los aliados. Sobre todo si se rigen con la idea de ir a la par. Si uno piensa en escalar el proyecto político empiezan a plantearse posibles alianzas con otra gente que esté en sintonía. ¿Qué tan riesgoso es aliarse?
—Los riesgos son muchísimos. Porque cualquier vínculo con otro es riesgoso. Cuando uno se junta con los que en realidad son más parecidos a uno, el riesgo se achica. Pero también se achica la capacidad de transformación. Creo que los proyectos políticos tienen que ser tan plurales, diversos y heterogéneos como es la sociedad que uno quiere representar o expresar. El nivel de fragmentación, heterogeneidad y pluralidad que tiene nuestra sociedad no se ha visto nunca en la historia de la humanidad. Pareciera que cada vez tenemos menos cosas en común. Antes tenías una sociedad organizada en clases sociales muy claras, en ideologías muy claras. Estaban proletarios, trabajadores, patrones, burgueses, peronistas, radicales… Había identidades más amplias y más sólidas. Hoy tenés millones de identidades. En esta sociedad posmoderna, de fragmentación, creo que no hay ninguna persona, ningún partido político o ningún movimiento que pueda expresar, solo, esa realidad. Entonces tenemos que construir plataformas de articulación política lo suficientemente diversas para que expresen a esa sociedad. Y después encontrar mecanismos democráticos para definir de quiénes son los liderazgos y las coordinaciones de esas plataformas amplias. Que siempre van a ser parciales, porque uno elige un liderazgo que tiene que expresar al conjunto pero que es más parecido a una de sus partes. Hay un gran desafío: esos liderazgos tienen que ser colectivos. Tenemos que ser capaces de que esos liderazgos incluyan a más de una sola persona, es parte del desafío que viene. Y creo que hasta ahora, en términos de esta gran alianza, venimos haciendo un camino muy positivo. Porque empezó en Rosario. Armamos Ciudad Futura con Giros y el Movimiento 26 de Junio en 2013. En 2019 nos juntamos con el Frente Social y Popular, con quienes éramos más parecidos, y si bien no pudimos sostenerlo me hubiera gustado esa alianza con Carlitos Del Frade. Después incorporamos más sectores. Primero con el Movimiento Evita y otros sectores del peronismo, ganando la primaria, incorporando más sectores hasta ganar a nivel provincial. Y lo interesante para mí no es el éxito electoral, sino haber sintonizado con lo que la gente nos estaba pidiendo. Y nos pedían que nos juntáramos, porque estábamos todos peleando por los mismos intereses pero por separado. Hicimos un cambio en la cultura política, dejamos de competir y empezamos a cooperar, y eso tuvo apoyo de la sociedad. Y hay otra virtud, que es más cualitativa, que es que en esta confluencia nadie perdió su identidad. Eso me parece importante. Es una confluencia que estamos armando donde nadie se convierte en el otro, sino que toma lo mejor del otro. Nosotros no dejamos de ser Ciudad Futura por estar en esta confluencia. Ni el peronismo deja de ser peronismo. Me parece que se está dando un proceso virtuoso de poder llegar a una síntesis sin que nadie pierda su propia identidad, sabiendo todos juntos que estamos construyendo algo más grande que nosotros mismos.
—En esta construcción de alianzas, ¿qué cosas son innegociables?
—Creo que lo innegociable es por qué estamos acá: mientras tengamos en claro de dónde venimos, y para qué estamos acá, todo el resto se puede discutir. Ahora, si de repente empezamos a discutir cosas que no tienen nada que ver con cambiar el mundo, ahí estamos mal. Se empiezan a confundir los medios con los fines. Tenemos que tener la capacidad de no perder el norte incluso en los momentos más turbulentos. Porque uno cuenta el proceso de manera armónica, pero hacia adentro de ese proceso hay un montón de contradicciones, tensiones, hay que ir evaluando las velocidades y los ritmos, si es o no el momento de determinadas acciones. Y hay cosas que salen bien y otras que salen mal. Muchas veces la política no tiene en claro para dónde carajo va, entonces no tiene criterio para tomar decisiones. Si no sabés para dónde vas no tenés claridad al momento de tomar decisiones, y si encima las tomás solo es muy probable que le erres. Si tenés el norte claro y un colectivo que va tomando las decisiones con vos, si sabés que no venís a enriquecerte o por un proyecto personal, no son tantas las cosas que pueden salir mal. Por otra parte, yo no quiero llegar a ser intendente para tocar los mismos botones pero con un sentido ideológico distinto, porque no funciona así. Quiero estar ahí para hacer otra cosa, para no convertirme en eso que está caduco, que no funciona más. Parte de los fracasos de las gestiones tienen que ver con pretender gobernar con las mismas instituciones y con la misma cultura política, que tiene que ver con hacer un frente amplio y después repartir el gobierno. Eso no va. Cada vez que vamos armando las coaliciones, dejamos en claro que no vamos a lotear el gobierno. Todos los sectores tienen que estar representados, pero con algún grado de conocimiento, de experiencia.
—¿A riesgo de que esos actores con experiencia provengan mayoritariamente de los aliados y no de los propios?
—Estarán los mejores. Porque no es una cuestión de disputa hacia adentro del espacio. Hay que poner a los mejores en cada uno de los lugares. Pero una de las virtudes que tiene nuestro espacio es que tenemos mucha gente que viene peleando desde hace mucho. Si llegás a la Intendencia y no tenés gente con experiencia en tu ciudad, que viene peleando eso, no podés ser intendente. Llegar, no solamente con las manos limpias, sino también con las manos desatadas, lo cambia todo. Y estando dispuestos a dar vuelta la pirámide del poder.

