A sus 69 años, cerca de sacar un nuevo disco después de más de diez años sin grabar, Jorge Fandermole vive en la “periferia cercana” de Rosario. Le gusta —dice— tener la distancia justa de la ciudad donde se formó como artista, donde sigue dando clases tanto en la Universidad Nacional de Rosario como en la Escuela Municipal de Música, y en donde se convirtió en un prestigioso cantautor que con temas como Era en abril, Cuando, Oración del remanso, Canción del pinar y Río marrón llegó a los oídos de todo un país en la voz de Juan Carlos Baglietto, a punto tal de que todavía existe gente que cree que son autoría del famoso rosarino. La distancia justa, para Fander —como lo llaman cariñosamente en el ambiente—, no es una pose: Rosario ya no es lo que era.
“Tengo un profundo cariño por Rosario pues la mayor parte de mi educación, los múltiples proyectos, vínculos afectivos y asociaciones —todas muy amorosas y fértiles— ocurrieron en ese medio y muchas continúan”, suelta, en una primera definición. Y luego complejiza sus sensaciones. “Pero estos sentimientos tienen un anclaje algo nostálgico; mi percepción actual es de cierta hostilidad por la opulencia, la desmesura inmobiliaria no planificada y de dudoso financiamiento, un infierno de tránsito, infraestructura emparchada; y la injusticia social extrema que alberga como centro de la región más rica del país. No es sólo Rosario; toda la región da mucha tristeza en relación a las desigualdades”. Y, por último, un bálsamo: “En medio de todo eso, persiste en Rosario un impulso artístico y creador muy singular. Eso es lo que me sigue convocando”.
El Rosario musical se resignifica como una marca indeleble. Fander habla de la Trova Rosarina y del reencuentro en 2023 en la celebración por sus 40 años, junto a Baglietto, Silvina Garré, Rubén Goldín, Adrián Abonizio y Fabián Gallardo. “Volver a tocar con la Trova me trajo una enorme alegría; me reencontré con los afectos, con modos de trabajar muy serios y comprometidos y, para mí, una valiosísima experiencia. Soy un agradecido por haber estado ahí”, dice con una expresión sencilla, otro huella de su personalidad. Suele usar poco sus redes sociales, para anunciar sus shows, compartir algún fragmento de sus canciones y también deja abierta la posibilidad de que el público pida temas para próximas presentaciones.
En 1982 Baglietto lanzaba Tiempos difíciles, llenaba el estadio Obras y encabezaba un movimiento nuevo de cantantes y compositores. Hubo una época —dijo Fander recientemente en el espectáculo Tiempo y lugar que dio junto al bajista y chelista Fernando Silva en el Centro Cultural Konex de Capital Federal— en que los trovadores fueron jóvenes, entusiastas, idealistas. Era la primavera democrática, albores de los años 80, y lo que brotaba era un ansia por juntarse, por decir algo tras un largo compás de silencio y oscuridad. “Pasó el tiempo y seguimos escribiendo canciones de amor”, rememoró Fander aquella noche de comienzos de mayo de 2025, la voz clara, la sonrisa ancha, el reflejo de las luces en los anteojos. Tiempo y lugar: el 82 –recordó en el Konex– fue el año de la irrupción de la Trova Rosarina y Malvinas. Después cerró: “Ya no somos jóvenes, pero hoy más que nunca hay que ser entusiastas e idealistas. No puede apagarse nuestra capacidad de lucha y resistencia”.
—En Tiempo y lugar, el espectáculo con Fernando Silva, aparecen viejos temas con un formato casi camarístico junto a canciones recientes o nuevas. ¿Cómo lo estás viviendo en el ida y vuelta con el público? ¿Qué te posibilita ese formato en relación a tu obra?
—Ante todo, debo decir que la compañía de Fernando es inspiradora y enormemente generosa. Creo que el público disfruta este diálogo porque nos lo hace saber frecuentemente. Todos los formatos tienen sus potencias y sus limitaciones, ninguno es mejor que otro. He disfrutado tanto tocar solo como en cuarteto o sexteto porque afortunadamente me han tocado compañeros talentosos y que admiro profundamente. Los repertorios son siempre tentativas de diálogo con un público que uno agradecería se renueve, y si eso ocurre, como parcialmente vemos, lo nuevo y lo viejo son categorías relativas, de modo que ese balance no tiene mucho que ver con la edad de las canciones, por eso van mezcladas unas y otras.
Con la canción como bandera en sus conciertos en vivo, Fandermole suele oficiar de narrador entre tema y tema. En la agradable y amplia sala del piso superior del Konex, más de trescientas personas lo escucharon en silencio, amuchados cerca de él. Hubo jóvenes, pero la mayoría eran de cincuenta en adelante. El cantautor arrancó el concierto con Candombe de la azotea, un tema de aquellos ochenta, y la guitarra se enlazó con las cuerdas del bajo de Fernando Silva, gran acompañante de una noche tan evocativa como íntima. Fandermole cantó: “En la memoria difusa / me cuenta un gato de loza / de las muchas dulces cosas que quedaron inconclusas / y no te cuento la pena que tienen los encordados / de ver mis dedos armados para matar la tristeza”.
La palabra memoria se repitió varias veces, un eje insoslayable en la obra del trovador —en el sentido más radical del término, el que lo diferencia de un mero juglar en tanto, además de cantar, se define por su carácter de poeta y compositor de sus propias canciones—. Promediando el recital, que se extendió por una hora y cuarenta minutos, el compositor santafesino, nacido en Pueblo Andino, rasgueó en ritmo de carnavalito Cantar del viento, tema de su último disco, Fander, lanzado en 2014. “No hay cuatro vientos sino mil / soplando sobre la copla / y cada uno se hace sentir / con la voz de donde sopla (…) Viento dolido de la historia, sopla sobre mi corazón / para que juzgue la memoria / sobre el olvido y el perdón”, expandió su prédica de singularidad estética y al mismo tiempo de canción social, una paleta de tonos, trazos y colores que, a lo largo de más de cuarenta años, toma ritmos y melodías del folklore argentino y latinoamericano —cuecas, zambas, coplas, chacareras, tonadas, huaynos, candombes, chamamés, joropos—, y los arregla en finos sonidos con filiaciones, guiños y préstamos de aquí y allá —la MPB, la Trova cubana, el rock nacional, el folk británico y norteamericano, la música clásica y de cámara, el jazz—.
En Fandermole entran Víctor Jara, Joao Bosco, Ramón Ayala, Fito Páez, Cecilia Todd, Eduardo Falú, Silvio Rodríguez, Cuchi Leguizamón, Ana Prada, Chico Buarque, Juan Quintero, Marta Gómez, Negro Aguirre, y en ese ancho río de mestizos y herejes, tal vez ninguno como Raúl Carnota, a quien en el recital del Konex dedicó una canción escrita por Marcelo Stenta: Corazón de bombisto. El santafesino lo recordó con calidez: “Tenía una rítmica inigualable. Sólo podía tocar y cantar como alguien que sabe tocar el bombo”.
Fandermole es el narrador que toma las riendas de su camino, que da pistas en la construcción de un mundo propio. Las palabras, para él, no son simples anécdotas ni un llenar el vacío para afinar las guitarras — “vivimos en una humedad insoportable que nos desafina”, dijo cuando tuvo que interrumpir el comienzo de una melodía para calibrar la guitarra—, sino un cruce entre relato y canción, entre literatura y armonía, entre tradición y contemporaneidad. Un autor en su hábitat: serio y a la vez lúdico, sobrio y a la vez desacartonado, condujo con la paciencia y serenidad de un buen anfitrión pasajes donde habló del rescate de lo esencial en medio del caos de datos e informaciones; afirmó que todo relato tiene un tiempo y lugar, “los parámetros más inmediatos para situar y expandir la vida”; defendió la ucronía de la canción contra la gran crisis de la humanidad; disertó sobre placeres y padecimientos, ponderando el deseo “como un sentimiento poderoso y enemigo de la inercia”; nombró a Juan José Saer, Ítalo Calvino, Dante, el río Colastiné y el río Paraná, en peligro por la construcción de la hidrovía; y se lamentó por un infierno que se agiganta por “la cantidad de traidores y desastres del mundo actual”.
La etapa actual de Fandermole es la del solista, los dúos como los que conformó con la colombiana Marta Gómez y los actuales con Juan Quintero, y las colaboraciones discontinuas con otros músicos, como la bella canción La mariposa, con José Santucho, o reversionando Diamante con Sandra Corizzo. En esa etapa, Fander elige una orquestación simple, una cierta poética del despojamiento. Esa vieja y encantadora idea de que la canción se sostenga sola, que exista una textura básica: la melodía con acompañamiento y el reverdecer de la poesía, con Fandermole como gran orfebre de la canción. Sin la parafernalia de los grandes nombres del folklore ni una producción grandilocuente, el compositor e intérprete no necesita gritar ni imponerse en su toque de entrelazamientos y devenires, aun rescatando gemas del pasado para darles un refresh rítmico. Tiempo y lugar —reflexiona Fander—, para ubicar a la canción popular en sus dimensiones de sensibilidad, geografía, espiritualidad y lírica, con sus tristezas y alegrías, con sus raíces y mutaciones, aunque nunca sin perder la memoria ni el compromiso social.
—A la par de Tiempo y lugar, te estás presentando a dúo con Juan Quintero. ¿Cómo se originó ese encuentro?
—Los encuentros con Juan comenzaron hace bastante más de una década, en el contexto de otros encuentros más numerosos en los que nos reunimos Raúl Carnota, Carlos Aguirre, Coqui Ortiz y varios más, compartiendo escenario y repertorios. Compartir la música con Juan es un privilegio. El espíritu de estas reuniones, las dos últimas en el Centro Asturiano de Buenos Aires y las próximas en Rosario y Santa Fe, renueva el de las anteriores: nos proponemos compartir las canciones de ambos, viejas y nuevas, por el gusto de cantar a dúo y celebrar el acontecimiento. De ahí el título Cantores.
—¿En qué proceso anda tu nuevo disco? Has contado sobre que el azar y la necesidad definirán, en algún momento, su salida.
—He venido, parcialmente o con algunas excepciones, cantando en vivo el repertorio de ese proyecto durante los últimos diez años. De modo que será una recopilación de canciones inéditas, como Padre río y Tiempo y lugar, que ya toqué en vivo, sujetas a la incertidumbre de su fecha de edición en sintonía con la crisis vecina y planetaria de la que formamos parte y de la que individualmente no puedo ni pretendo sustraerme. No tengo título aún para el nuevo trabajo y me intranquiliza la desaparición casi completa del soporte físico en la escucha. Saldrá cuando se pueda, y en cualquier caso va a ser de una sonoridad discreta y bastante despojada.
—¿En qué momento está tu música? ¿Cuáles son las nuevas canciones que te convocan a escribir?
—Voy a insistir con señalar el carácter crítico de la época que nos toca y que muchos insisten en negar o desconocer. Desde lo estrictamente individual, pasando por la humanidad en sus múltiples concepciones hasta el ecosistema planetario, todo muestra una dinámica terminal o sujeta a una incertidumbre extrema. Cualquier idea, acción, proceso, proyecto o actividad artística, salvo que crezca en una burbuja, padecerá esa misma anomalía, esos mismos riesgos. Ninguna certeza, ninguna solidez, sólo la evidencia de que muchos lenguajes ya no sirven tales como eran. Todo está pendiente; el problema son los límites vitales. El deseo de la creación de algo nuevo —una canción, una temática, una sonoridad— es una persistencia que no puede uno siempre atender, o que no debe, si no está seguro que suma algo bello, bueno o útil.
—Se ha hablado hasta el infinito de la canción y sus límites, de la tradición y los nuevos sonidos. ¿Qué es lo que te interesa hoy sobre ese debate? ¿En qué lugar te sentís cómodo, en tanto cantautor?
—No me interesan los debates sobre la música popular; me interesan las acciones. No me siento cómodo en ningún sitio, ni real ni simbólico. Hemos desperdiciado décadas relegando al olvido el vastísimo patrimonio cultural del siglo XX, sin trasmitirlo, sin incorporarlo al sistema educativo, dejando que se consuma en las brechas generacionales, en los intereses espectaculares o sobreviviendo en pequeños espacios, Igualmente confío en lo que va apareciendo nuevo, en lo impredecible, en las generaciones emergentes, en aquellos que son mejores que nosotros y que podrán —espero— encontrar un lenguaje resistente. Los viejos pondremos lo que nos queda y podamos rescatar de una rígida y meticulosa autocrítica.
—¿Qué tipo de música solés escuchar?
—Escucho poco; trato de leer todo lo que puedo y dedico bastante tiempo a desinformarme de lo que me informan mal y reinformarme de lo verosímil que revela la mentira. Presto atención a las novedades que me traen mis alumnos. Recomiendo algo cuando estoy seguro de que son sucesos conmovedores para mí. Juglaría, de José Santucho, Ambulantes, de Venegas-Santucho; Ciudad malandrina, de Adrián Abonizio, son algunos de los que me vienen ahora a la memoria.
—¿Cuál es tu mirada sobre la cultura en estos tiempos? ¿Qué pensás respecto al futuro y al cruce de la creación musical con nuevas tecnologías y el desarrollo cada vez más presente de la Inteligencia Artificial?
—Con respecto al futuro no tengo predicción alguna. Sobre el gobierno actual, más que opinar y calificar, prefiero remitirme a los números reales de aumento de la desocupación, desindustrialización, aumento de la pobreza y de la indigencia, incremento desmedido de la pobreza infantil, depreciación del salario real y las jubilaciones, aumento de la deuda externa, disminución del PBI y del porcentaje que el factor trabajo representa en éste; a la evidencia del desprecio por los valores democráticos, los derechos humanos, sociales, políticos y ambientales, por la vida de las personas, por la Constitución, por el Estado, por la patria y la soberanía, y por la manifiesta voluntad de convertir la economía argentina en puramente parasitaria y financiera, por la voluntad de seguir transfiriendo riqueza a los sectores más concentrados y convertir ahora a la Argentina en una nación neocolonial en venta y en un paraíso fiscal sin control alguno. En este contexto, se verá lo que sobrevive del arte en general. Lo que denominan batalla cultural involucra el desfinanciamiento y destrucción, junto con la salud y la educación, de toda la actividad cultural en su conjunto, no sólo al arte: al trabajo, los valores comunitarios, la solidaridad. Sobre las IA generativas, el desarrollo de algoritmos, las avanzadas tecnologías de comunicación y su influencia no sólo en la música sino en la totalidad del comportamiento humano, prefiero remitirme a autores especializados, entre los que puedo citar a Miguel Benasayag, Eric Sadin y Yanis Varoufakis, todos coincidentes, desde diferentes disciplinas, en diagnósticos y pronósticos muy adversos para el desarrollo humano. Las IA no son herramientas muy cercanas a mis preferencias, y por otro lado, la realidad del mundo físico y su intemperie siguen resultándome infinitamente más interesantes que la virtualidad.