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Barullo en papel

Andrea Ostera, fotógrafa

Los reyes de España la descubrieron en febrero de este año, aunque su singular talento se había revelado hace tiempo. Tan cuestionadora y rupturista como sensible, su amor por los materiales la adhiere poderosamente al mundo

Fotos: Sebastián Vargas

Andrea Ostera es una fotógrafa que rompe sus fotos. Sobreexpone el tiempo de la imagen en el laboratorio para que quede completamente oscura, o hace lo inverso y logra que la luz impida ver parte de ella. Desenfoca. No fija la imagen sobre el papel para acelerar el proceso en el que irán mutando los colores. Experimenta. Y convierte a la fotografía, nacida para captar un instante de la realidad y representarla, en algo que cuestiona duramente esa función. La libera del yugo del referente. Los objetos fotografiados tienen otras lecturas. Son arte.

Ostera es la primera fotógrafa que posicionó a una galería de arte rosarina en la Feria Arco 2023, en Madrid. Con tanto éxito que en ella se detuvieron los reyes de España, atentos a su obra. Dialogó sobre su trabajo con los monarcas y se convirtió en noticia nacional.  “Tuve mis quince minutos de fama -cuenta-. Pero no me siento consagrada. En absoluto. No llegué a ninguna parte. Sigo en el viaje”.

La fotógrafa vive junto a su familia en una casona antigua ubicada en el centro de Rosario donde la luz está en todas partes. Ingresa desde los ventanales, desde el patio y se extiende por los pasillos y habitaciones. Las imágenes y los libros brotan de paredes altísimas. Y el jardín urbano, de una belleza singular, forma parte de las muchas experiencias visuales sobre el paso del tiempo que la autora fotografía. Ella no siempre estuvo allí. Creció en Salto Grande, un pueblo que tiene poco más de tres mil habitantes, ubicado a 55 kilómetros de Rosario. 

Llegó a la ciudad para estudiar ciencias políticas y obtuvo su título. Pero mientras cursaba la carrera un grupo de estudiantes la introdujo en el mundo de la fotografía. “Me alucinó. La primera vez que entré a un cuarto oscuro sentí que ahí había magia”, dice. Allí nació un camino propio que le abriría las puertas del mundo. Como la muestra que cautivó a Felipe de Borbón y Letizia Ortiz: Doble.

-¿Qué es Doble?

-Es una instalación donde recupero materiales antiguos con una particularidad: muchos estaban sin estabilizar. Eso quiere decir que iban mutando. Eran como fotografías sin fijar. A medida que pasaba el tiempo, los colores iban cambiando. Es lo que pasa de todos modos. Porque por más que uno tenga la fantasía de fijar una imagen de forma permanente, eso no ocurre. Es posible que dure veinte, treinta, cien años… pero en algún momento va a empezar a perjudicarse. Entonces lo que aparecía en escena era el proceso acelerado de lo que de todas formas les pasa a los materiales.

-Y a los humanos…

-Sí, claro. A los seres humanos también. Cambiamos con el tiempo. Pero siempre se espera que la fotografía sea permanente y este trabajo desconsidera eso. A su vez rastrea una especie de linaje respecto a la tradición geométrica latinoamericana.

La abstracción geométrica es un movimiento que comenzó en la década del treinta del siglo pasado en el continente. Ganó espacio en la pintura, el dibujo, el grabado y la escultura. Ostera aplica esa estética a la fotografía con su propia técnica. Parte de la instalación consiste en una superposición de rectángulos y cuadrados de distintos tamaños y colores. Todos, sin embargo, logran asomar en el cuadro completo. Todos logran su espacio. Las técnicas utilizadas para la instalación son diversas. Algunos papeles datan de principios de este siglo y entonces la luz que exponen es doble: la de entonces y la actual.

-Hiciste historia…

-Aclaro que no soy la primera artista rosarina en exponer en la feria Arco. Pero sí es la primera vez que una galería de una ciudad no capital como es Rosario llega a esa instancia y la primera que no es de Buenos Aires  (N de la R: se trata de la galería Diego Obligado, ubicada en Pichincha, un espacio que sólo admite artistas locales o regionales). Nosotros sabíamos que los reyes se iban a detener ahí porque nos avisaron el día anterior ya que hay toda una cuestión protocolar de seguridad.  Ahora, ¿por qué eligieron esta galería y mi obra? No lo sé. Es probable que la directora de la feria y los curadores del área hayan opinado. Para mí fue una enorme sorpresa. Gratísima porque se trata de un reconocimiento. También estaba Fabiola Yañez, la primera dama. Les expliqué de qué se trataba la instalación y el rey Felipe me preguntó cómo conseguía todos esos materiales tan antiguos. Algunos de esos papeles datan de la década del 60. Le conté que en realidad soy una cuidadora de materiales.

No sos coleccionista. Los cobijás para darles nuevamente un destino.

-Claro. A esos materiales los había expuesto en el 2000 con otras obras, cuando estudiaba una maestría durante mi segunda estadía en Nueva York. Y era muy consciente de lo que había ahí. Por eso el nombre: Doble. Hay un acople de tiempos porque es la luz de hoy que se suma a la luz de aquel momento. Todo esto es un rollo conceptual que no se evidencia. Lo que vos ves es una superficie rosa que va mutando a gris. O beige que va virando a marrón.

-¿Cómo viviste el encuentro con los reyes?

-Yo no tengo ningún afecto particular por la monarquía o los reyes. Entonces no era emoción profunda lo que sentía. Pero sí tenía un gran sentido de lo extraordinario del momento. Sabía que probablemente nunca más iba a estar con un rey o una reina que me den la mano, me feliciten. Y tenía también mucha conciencia de que era una linda anécdota para contar.

¿Cómo es que los materiales de descarte terminan convirtiéndose en una obra de arte? 

-Se trata de un gesto de hospitalidad. Trabajo con materiales que me han regalado. Con la decadencia de la fotografía analógica mucha gente cerró sus laboratorios. Entonces, ¿qué hizo con los químicos y los materiales? Se los dio a alguien. Así me llegan papeles que ya no sirven en términos de grises porque están velados, porque tienen químicos. Es decir que son papeles limitados en algún punto. Y lo que yo trato de hacer es enfrentarlo y decirle: ¿a ver chiquito, qué podemos hacer vos y yo juntos?

¿Y qué hacés?

-Me pongo a disposición del material. Me fijo en lo que puede hacer el papel, invierto esta operación del autor como dueño de la obra y voy por otro lado, con más humildad. Como si le dijera: lo que vos puedas hacer va a estar bien. Aprendí a valorar esos papeles en su propia materialidad, a valorar sus características físicas (peso, textura, color, superficie), más que su posibilidad de ser soporte de una imagen.

-Eso también tiene mucho de filosofía a la hora de ver un mundo que considera fácilmente descartables a las personas. Ahí hay un concepto sociológico… 

-Sí, totalmente. Y tiene que ver con la edad. Esto a mí no se me hubiera ocurrido a los veinte años ni a los treinta. Cuando pasé los cincuenta tuve otro punto de vista. Porque el futuro, que en un momento era larguísimo, ahora es más chico. Ahora no queda tanto tiempo por delante y entonces también soy mucho más consciente de cómo las cosas envejecen, incluida yo. Y trato de encontrar belleza ahí también.

-Hoy cualquiera saca una foto con un celular y la sube a sus redes. Es decir, la posibilidad de captar una imagen se democratizó, pero en algún punto dejó de ser una obra de arte… ¿qué te pasa a vos con eso?

-Me parece que por un lado está buenísimo. Celebro que la práctica esté al alcance de todos. Y por otro lado, soy muy consciente de que eso ha producido una especie de anestesia. Hay como un hartazgo de las imágenes porque estamos todo el tiempo atacados por imágenes. Incluso parte de mi trabajo como docente tiene que ver con desarrollar o tratar de abogar por cierto espíritu crítico de la mirada. Presten atención a lo que están mirando, tómense el trabajo de estar presentes frente a una imagen,  de darle el tiempo que necesita.  Y también es necesario que seamos más ecológicos a la hora de producir. Cuántas veces sacamos la misma foto y después hay una sobrepoblación de imágenes. Por otra parte, la foto en papel hoy es una rareza. Un rollo de foto cuesta diez mil pesos y el papel puede salir hasta cincuenta mil… el exceso de lo digital lo volvió inalcanzable.

Esta postura, sin embargo,  no la aleja de la digitalidad visual. Andrea Ostera tiene Instagram. Y sus publicaciones serán parte de una exposición en el Museo Castagnino durante agosto, en el marco de la Bienal Sur. Se titula Preferencias del sistema y es compartida con Gabriel Valansi. “Es una muestra a partir de las fotos cotidianas que hacemos con el teléfono celular, y que después compartimos en Instagram. Se aloja al costado de la obra, es lo opuesto. Hay un registro de lo familiar, hay ironía”, explica la coautora. Lo conceptual y lo solemne quedan desplazados. De hecho, la descripción de la cuenta de Instagram de Andrea es: “Todos los lugares comunes”. 

 “Se trata de vivir dándoles lugar a la sensibilidad y a cierto espíritu creativo sin perder el asombro de las cosas más chiquitas… por ahí va la cuestión”, concluye.

Camaradas

Nació en Totoras en 1967 y creció en Salto Grande. Se mudó a Rosario para estudiar ciencias políticas. A los 23 años presentó su primera muestra en el Centro Bernardino Rivadavia (hoy Roberto Fontanarrosa). Consistía en exponer una fotografía convencional y luego otra donde las partes de esa misma imagen estaban rotas y formaban un collage. Fue rupturista. Con apenas 25 años se mudó a Nueva York para participar del programa de Estudios Generales en Fotografía, en el International Center of Photography.

“Primero me presenté en un instituto ubicado en Düsseldorf, Alemania -cuenta-.  Yo era bastante ignorante en términos de historia de la fotografía y crítica fotográfica. Quería aprender. Y me fue bárbaro. Me invitaron a ser parte de esa prestigiosa escuela, pero tenía que hablar alemán. Así que desistí porque me pareció un idioma muy difícil. Me postulé para el Centro Internacional de Fotografía en Nueva York porque manejaba mejor el inglés y me aceptaron. Pero era pago, costaba miles de dólares que no tenía. Se los dije y obtuve una beca”.  Allí cursó durante 1992 y 1993. Seis años después volvería, también becada, para cursar una maestría entre 1999 y 2000. En 1997 ganó la beca Kuitca y en 2002 el premio Konex por sus experimentaciones fotográficas. Actualmente participa de encuentros nacionales e internacionales mientras planifica instalaciones artísticas en museos de Rosario.

Combina la creación con la docencia en la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto.  Afirma que ese camino hubiera sido imposible sin el acompañamiento incondicional de Hugo Cava, su pareja y padre de Francisca, de 20 años, y Renata, de 17. 

Su obra más icónica es 22 vistas de la casa de noche. Se trata de la ausencia de imagen, es decir, lo contrario de lo que se espera de una foto. Frente a la casa, o en un cuarto oscuro de la misma, Andrea realiza 22 polaroids en las que no se ve nada. El negro absoluto en cada toma. Una cámara tiene sus limitaciones si hay ausencia de luz. La vista es nula o en todo caso imaginaria. Pero lejos de habitar una burbuja intelectual, Ostera defiende la participación colectiva. “Hay algo que vuelve cuando otro mira, porque uno solo no puede ver”, dice.

Y milita esa convicción con el proyecto Camaradas. Se trata de un grupo conformado por mujeres fotógrafas, activistas de la fotografía que construyeron dos espacios. Pequeña biblioteca y Amateur. Pequeña biblioteca logra darles visibilidad a fotógrafos de Rosario y la región que tienen publicaciones sobre su obra. Cada vez que son invitadas a una muestra, una exposición, una charla, las camaradas llegan con la biblioteca a cuesta: ochenta ejemplares. A veces, generan encuentros solo para que los amantes de la fotografía descubran esas producciones disímiles. “Autores de por acá, que merecen ser reconocidos porque publicar un libro de fotografía toma mucho tiempo y esfuerzo”, explica Andrea.  Ella publicó el suyo en 2018. Incluye un repaso por treinta años de carrera y tres ensayos lúcidos sobre su obra. “Es un libro que no se puede leer de parado”, resume. Y es verdad, es hondamente reflexivo. Amateur, en cambio,busca rescatar los archivos de rosarinos y rosarinas que no han llegado a las instituciones y permanecen en archivos familiares, en el ámbito doméstico. Las fotógrafas ofrecen la posibilidad de dar circulación al autor e intentar que las fotos no se pierdan. El objetivo es noble: ganarle al olvido. Cada imagen se digitaliza y es publicada en una página web. Y también en Instagram, donde es posible contactarlas.

Por Evelyn Arach

Periodista. Pasé por AM, FM, TV por cable, TV abierta, grafica… Y en todos lados aprendí algo. Actualmente trabajo como cronista y editora en Telefe Noticias Rosario y colaboro con el diario Rosario 12. Autora del libro Crónicas de la calle, publicado en junio de 2019, creo que el periodismo es un oficio que sólo puede ejercerse responsablemente con sensibilidad, empatía y compromiso. Admiro a quienes lo intentan. Busco historias por contar.

Una respuesta a «Andrea Ostera, fotógrafa»

Andrea Ostera no es una fotógrafa para tomar a la ligera. Ya lo dice ella acerca de su libro (lamento no tenerlo) que no se puede leer de parado. Es reflexiva hasta la médula. No he conocido muchos fotógrafos con tanto caudal imaginativo (hombre o mujer).

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