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A los saltos, en el aire

El festival de artes escénicas contemporáneas más importante del país es rosarino

Guillermo Turín

Dicen que entre las particularidades que definen la identidad rosarina están el tesón y el empuje de sus pobladores, acaso la cualidad de hacerse a sí mismos en diversos géneros. ¿Será por eso que la ciudad alberga un festival internacional de artes escénicas contemporáneas único en la Argentina, sucediéndose sin interrupciones desde hace veintiún años? Este proyecto cultural no estatal se llama El Cruce y desde 1999 sigue en pie –a los saltos, en el aire– lleno de vitalidad e insuflado sobre todo de energía femenina. No hay que descartar que su supervivencia, en dos décadas no exentas de crisis y adversidades en el país y el mundo, obedezca al espíritu crítico respecto de las lógicas mercantiles del consumo, del cuerpo objeto, del espectáculo simplón y banal.

Este año tuvo lugar –mejor dicho “lugares”, porque los escenarios fueron múltiples– entre el 17 de octubre y el 12 de noviembre junto a otro festival de alcance internacional que va por su tercera vuelta, el de videodanza Cuerpo Mediado “edición inmersa” (ver recuadro). Por supuesto que se trata de algo innovador, rasgo característico de estas citas anuales donde el denominador común es lo que transforma, inquiere, renueva, moviliza, quiebra, se entrelaza. El público lo sabe, y lo busca.

Guillermo Turín

“La idea de cruce inicialmente tenía que ver con los lenguajes, hoy podemos ampliarla al cruce de audiencias, territorialidades, corporalidades”, explica la profesora de danza y gestora cultural Verónica Rodríguez, a cargo en 2022 de la coordinación general y la curaduría del multievento junto a Paula Montes. En realidad ha asumido distintas responsabilidades al interior de Cobai, el colectivo independiente que lleva adelante el festival de manera autogestiva y nuclea a bailarines, coreógrafos e investigadores del movimiento y la expresión corporal. En ese sentido aclara que procuran “dinamizar los roles para que todos pasen por distintas funciones y nadie se anquilose”. Aquí, por lo visto, no está permitido permanecer quieto. Y como a todo cuadro vivo, hay que mirarlo desde más de una perspectiva.

Guillermo Turín

“El Cruce es una instancia muy importante para la formación, el intercambio, la circulación. Es más que un festival porque implica un espacio de acercamiento de la ciudadanía con la danza, incluso muchas veces las actuaciones suceden en el espacio público”, se entusiasma la curadora. “Como es bastante amplio resulta difícil resumirlo en una palabra; cada edición va respondiendo a la coyuntura del momento, por eso este año trabajamos la cuestión ambiental en algunas de las propuestas, por todo lo que estamos pasando con la quema de las islas”, describe y resume: “De alguna manera el festival se hace eco de lo que nos conmueve como rosarines”.

Eso incluye fenómenos sociales del tamaño de la inseguridad y, hay que decirlo con todas las letras, el flagelo de la narcocriminalidad. “Otro eje que definimos en esta edición desde el equipo curatorial (que arranca sus actividades unos ocho meses antes para garantizar la grilla diversa de El Cruce) fueron los procesos colectivos, ya que en la ciudad hay una red muy sólida y que genera efectos positivos”, se planta Rodríguez. “Rosario no es solo eso que aparece en los medios; hay instituciones, gestores, artistas que apuestan a la cultura como una posibilidad de convivencia desde sus prácticas cotidianas. Por eso queremos pensar en nuestras fortalezas y en nuestros desafíos, en que tenemos que fortalecernos como sector”, agrega y detalla que el modo de trabajo se articula en red, de modo colaborativo, aun entre profesionales y artistas que no comparten lenguajes (artísticos).

La coordinadora general habla en primera persona del singular y del plural. “Existen lazos solidarios entre los hacedores y colectivos artísticos de la ciudad, por eso nos juntamos en Micelio Producción de Expresión para debatir”, apunta sobre el conversatorio que tuvo lugar el 27 de octubre en el centro cultural de Valparaíso 520, en barrio Ludueña, como parte del cronograma del festival. Allí hubo una invitación al diálogo entre representantes de salas de teatro independiente, ciclos de poesía, programas de radio, revistas culturales, músicos, bailarines, coreógrafos, trabajadores teatrales y organizadores de otros encuentros autogestivos (algunos espacios más informales y otros ya institucionalizados o consolidados).

“Nuestra ciudad está siendo atacada, vista como un lugar peligroso”, sintetiza Rodríguez a poco de participar del Congreso Argentino de Gestión Cultural en Buenos Aires, donde colegas de todo el país le preguntaron con los ojos bien abiertos por la situación en la Cuna de la Bandera o directamente se condolieron con la frase: “¡Uy, Rosario! ¡Qué mal que está!”. “No se puede ver todo lo que sí funciona y esa es nuestra apuesta: queremos incidir en la convivencia, en el modo de representarnos”, plantea ambiciosa. Y contagia.

Es que del cónclave en Micelio salieron con ciertas convicciones en firme. “Concluimos que es muy necesaria, hoy más que nunca, una gestión de mayor cercanía con los Estados. Los espacios independientes tienen un alcance limitado y sacrificado a pesar de su riqueza, necesitan acompañamiento para ampliar los públicos y la oferta social en barrios y lugares que están atravesando violencias. Hay políticas, no estoy desconociendo nada, pero los espacios independientes podríamos ampliarnos más porque estamos en un momento crítico como comunidad”, argumenta y repone lo que había mencionado al inicio de la charla con Barullo: El Cruce puede ser más que un festival en tanto produce preguntas, nuevos sentidos. ¿Para qué y por qué nos movemos? ¿Qué nos inquieta en la ciudad? ¿Qué perspectiva de acción tenemos a la hora de producir cultura? ¿Con quiénes y desde dónde construimos? ¿Cuál es el presente de nuestro deseo? Estos cuestionamientos han sido aplicables a distintas ediciones del superevento durante dos décadas y a su vez se van actualizando con matices, lo que orienta la curaduría e influye en la conformación del programa.

“En 2017, por ejemplo, la pregunta rectora fue sobre las tradiciones en relación a la contemporaneidad y este año son las prácticas colectivas. Por eso incluimos en la programación a compañías locales que han hecho apuestas significativas por la cantidad de integrantes, como la Compañía Rosarina de Danza Contemporánea: es estable e independiente, con todo lo que implica que un grupo se anime en Rosario y sin fondos a hacer algo así”, cuenta Rodríguez y agrega para que no queden dudas: “Apoyamos esa iniciativa porque es un ejemplo, una apuesta titánica. Queremos poner en valor la producción y la apuesta que hay detrás de la obra (La consagración de la primavera, que se vio el 3 de noviembre en el centro cultural Parque de España con dirección, idea y coreografía de León Ruiz, además de once intérpretes en escena)”.

“Cuando programamos nos interesan los artistas que exploran un modo no habitual de hacer, los que investigan, piensan su obra desde algún riesgo estético, algún quiebre, una vuelta”, ilustra la coordinadora general de la presente edición, también miembro del equipo de comunicación y de la revista Inquieta. “No importa si el género es tango o folclore, lo que buscamos es una mirada crítica para que los espectadores tengan una visión critica también”.

El público responde con la actitud de querer conectarse con lo nuevo, con lo que habitualmente no ve, o por lo que tendría que trasladarse a Buenos Aires con los costos extra que ello implica. A su vez El Cruce también se transformó en un polo de atracción para interesados de otras latitudes. “Viene gente de distintos lugares del país para ver compañías internacionales o tomar seminarios. Es decir que en un punto El Cruce genera economía porque las personas viajan, se hospedan”, apunta Rodríguez e introduce un punto de vista que excede a lo artístico pues se emparenta con las llamadas industrias culturales y economías creativas.

El festival de este año era muy esperado porque los dos anteriores habían transcurrido bajo el imperio de la pandemia de coronavirus, donde justamente el acercamiento de los cuerpos se canceló, al igual que la escena cultural. Los artistas se replegaron a la virtualidad y encontraron un plus en la participación internacional, en otros formatos distintos a la escena, en la realización de seminarios de capacitación. Esta vez las restricciones sanitarias se levantaron y volvieron las presencias. Previamente la curaduría realizó una convocatoria abierta en la que recibió más de cien producciones, además de visitar mercados como el Mica y el Girart-Puerta al mundo, a lo que deben sumarse iniciativas del equipo de trabajo.

Así las cosas, durante casi un mes completo se desarrollaron puestas en más de diez espacios de diversa naturaleza y se verificó una sinergia con programas culturales de la agenda pública que en principio tienen otras audiencias, como el Festival Internacional de Poesía y la Quincena del Arte, por cierto desplegados en la ciudad en simultáneo. A esto se sumaron residencias, workshops y seminarios. Algunas actividades se ofrecían gratuitamente y otras tenían costo.

“Intentamos que la entrada sea accesible, no una barrera –retoma Rodríguez–. Tenemos subsidios y sponsors pero el mayor trabajo es de los artistas. Es algo que nos gusta, lo creemos necesario y sobre todo es una motivación. Si no estuviera El Cruce no sé dónde se verían las obras, en ese sentido estamos igual que en el 99”. La referencia es al punto de partida de toda la movida, cuando ella misma no integraba todavía las filas de Cobai. Cristina Prates, Griselda Montenegro, Ana Varela y Carolina Garralda, entre otros, iniciaron el camino y nuevas generaciones fueron tomando la posta.

“Rosario estaba en un momento de mucha producción escénica y sin embargo carecía de espacios donde circular porque desde Buenos Aires no convocaban a nuestros elencos, como sucede con otras expresiones artísticas”, apunta Rodríguez. El grupo pionero se propuso darle forma a un festival para que tuviera visibilidad la producción local, una experiencia que resultó muy exitosa y se siguió realizando año a año, hasta transformar El Cruce en un encuentro internacional, que no obstante no ficha como política pública. Este año sin embargo lograron algo inédito y es que el municipio emitió un decreto por el que se compromete a convocar a Cobai para la realización de El Cruce. “Esto es muy interesante porque lo acerca a una política para la danza, lo institucionaliza, visibiliza que tiene que existir”, insiste la coordinadora y pinta las banderas del colectivo de dos colores: “Deseo y convicción”.

La investigación y producción de la danza en las propuestas seleccionadas y ofrecidas al público “se alejan del modo en que el capitalismo opera sobre los cuerpos, porque plantean un encuentro, una sensibilidad, y no la idea del cuerpo objeto, el cuerpo mercancía, el cuerpo que hay que consumir”, dispara la representante de Cobai sobre los hilos transgresores que tejen esta trama. “No estamos hablando de obras que se hacen en cinco minutos y salen a escena, no es una coreografía de Tik Tok; se trata de un trabajo, un interrogante, una mirada crítica sobre el modo en el que estamos habitando las corporalidades”, abunda.

Y todo esto en un mundo donde la contemplación de las pantallas conduce a gran parte de la humanidad a la quietud, cuando no a la parálisis, aunque Rodríguez cree que“movimiento hay siempre, lo que se corta es lo colectivo”. En todo caso le parece válido preguntarse si al movimiento lo ponemos al servicio de lo colectivo. “Uno ve el festival y es una fiesta pero el sentido es profundo, filosófico, lo que hace que permanezca en el tiempo”, analiza. Junto con el hecho de que “la producción, con sus altibajos, siempre está: los artistas sigue produciendo obra, a pesar de todas las catástrofes”.

Inquieta, la danza hecha revista

Si El Cruce es un festival único del cual sus artífices se enorgullecen, en el mismo campo ubican a la revista Inquieta, en términos de proyecto editorial dedicado a la danza y las artes del movimiento sin parangón en el país. El último número se presentó el 26 de octubre en la terraza de la Plataforma Lavardén, justamente en el marco del festival y con una charla de contenido potente, titulada “Descolonización y federalismo en danza”. La conversación estuvo a cargo de la doctora en historia Eugenia Cadús y de Alma Cannobio, referente de los procesos de organización en danza en el norte argentino. Además, claro, hubo un DJ (Emi Valdelomar). Quienes no estuvieron en la presentación pueden comprar la revista en la librería Paradoxa o en eventos vinculados a esta disciplina. “La versión impresa sale dos veces al año y la digital actualiza una vez por semana la tabla de contenidos”, comenta Verónica Rodríguez, del equipo coordinador junto con Estefanía Salvucci, Paula Valdés Cozzi y María del Rosario Ponce. “La seguimos haciendo porque es importante la materialidad, para la danza es muy importante”, subraya. Entre las novedades que trajo el 2022, figura un convenio firmado el 19 de octubre por el colectivo independiente Cobai y la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR para que estudiantes de esa unidad académica puedan hacer prácticas en la revista, lo cual desde el punto de vista de Rodríguez aporta a la institucionalidad de estos espacios nacidos y sostenidos a pulmón.

Nuevos lenguajes, bailar siempre

El festival Cuerpo Mediado tiene que ver con una convocatoria de carácter local, nacional e internacional enmarcada en los lenguajes de la videodanza, el coreo cinema (un campo intermedial que articula lo audiovisual con el movimiento), las películas de danza, la video performance y el videominuto. De la muestra competitiva participaron 53 obras en seis secciones o categorías curatoriales con nombres muy sugestivos: Cuerpos mediados-Danza para la pantalla; Realidad mediada-Videodanza documental; Minuto mediado-Videominuto; Transfeminismo mediado; Ambiente mediado-Videodanza y naturaleza; Traslaciones mediadas-Experimental. Estos materiales se vieron en el bar del Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC), en Micelio y a la reposera en la explanada del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa. Como se verá, todo atravesado por la diversidad de escenarios, locaciones, ideas y expresividades, con la impronta de Cobai. Pero la cosa no termina ahí: en el cine Lumiere fue estrenado el documental Vikinga, de Silvina Szperling, sobre la creadora de la expresión corporal, y en el marco de las séptimas jornadas de Educación Somática. A su vez se presentó la muestra Panorama argentino de videodanza 2021/2022 en el cine El Cairo, incluida la charla Rueda de realizadores rosarinxs. Un cronograma para todos los gustos, que incluyó la participación dentro y fuera de la pantalla de decenas de artistas.

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