Federico Valentini tiene cuarenta años y cultiva el perfil bajo. Las redes sociales le son una incomodidad. No es artista, pero su gestión aspira a reconfigurar la Secretaría de Cultura municipal de Rosario para los próximos veinte años, con ciudadanos que “se apropien de lo que por derecho les pertenece”.
Museos, escuelas, bibliotecas públicas. “La cultura al servicio de la comunidad. Me desvela lograr que las instituciones estén abiertas todo el tiempo y entre la mayor cantidad de gente posible”, reafirma. Valentini, que fue vendedor ambulante de libros, mozo y recolector de residuos, construye su gestión preocupado por sostener la mirada de la gente de a pie. “El problema de estar en ciertos lugares es perder perspectiva”, dice, reflexivo, el licenciado en Historia.
Nacido en Hughes, amigo del futbolista Ignacio Scocco, aún recuerda cuando la mamá de Maximiliano Pullaro, Rosita, golpeaba la puerta de su casa para cobrarle lo que debía en fotocopias. Por entonces el actual gobernador de Santa Fe era un pelilargo que luchaba contra el menemismo y Scocco un pibe que la rompía jugando al fútbol en el campito. Él era el hijo de un camionero radical que asistía a la unidad básica de la UCR con la frecuencia que se acude a un club, a un lugar de pertenencia donde debatir, charlar, compartir una comida.
Se mudó a Rosario a los 17 años, pero nunca imaginó que llegaría a ser el secretario de Cultura de la ciudad que eligió para desarrollar su carrera universitaria.
–¿Cómo llegaste a Rosario?
–Fue en un momento muy particular. Mi viejo se había enfermado un año antes, así que estábamos viendo si venía o no… Finalmente pude venir a estudiar. Creo que fue la universidad pública y la ciudad, el trayecto por distintos lugares, lo que me salvó la vida. Mi historia es una historia colectiva, sobre todo porque mucha gente confió en mí, más que yo mismo en algunos momentos, para ocupar los lugares que ocupé. Llegué a la política muy de casualidad. Estaba trabajando de encargado en una pizzería, tenía 23 años y la verdad es que estaba cómodo viviendo solo, con la dificultad que tiene la gastronomía: el doble turno, la noche… Pero había logrado estar bien económicamente después de mucho tiempo de haber laburado de mil cosas. Y me llama un día José Goity, quien hoy es el ministro de Educación provincial, para ofrecerme una pasantía en el Concejo Municipal. Lo conocía de la facu, porque estudié licenciatura en Historia…
-¿Vos estudiabas y trabajabas?
-Yo desde que vine a acá trabajé siempre. Fui mozo y encargado en La Vendetta de Oroño y Jujuy, trabajé en Yomo, trabajé de cadete, trabajé en una playa de estacionamiento, trabajé stockeando en un shopping, trabajé vendiendo libros en la calle con un traje que me quedaba enorme. Creo que hice todos los trabajos que en esta ciudad se pueden hacer cuando uno viene de afuera.
-¿Cuál fue tu primer trabajo?
-Mi primer trabajo fue como recolector de residuos, a los 16 años, en Hughes. Mi viejo era camionero y tuvo un ACV a los 49 años, arriba del camión. Le dejó secuelas, una discapacidad importante que sigue hasta el día de hoy. Como todas las cosas malas, fue de un segundo para otro. Me fui a la comuna a hablar con el presidente comunal para pedirle trabajo y me dio la posibilidad de salir adelante. Mi hermana estaba acá en Rosario y mi otra hermana casada, por lo cual con mi vieja convivimos con el proceso de la enfermedad de mi viejo y su recuperación. Busqué un laburo para no ser un problema en este momento.
-¿Cómo fue trabajar de recolector de residuos?
-Un laburo digno como cualquier otro. En ese momento estaba de moda Campeones de la vida, Mariano Martínez hacía en la novela el mismo trabajo que yo. Así que no estaba nada mal (se ríe).
-No te victimizás
-En absoluto. El recorrido que he tenido no me disgusta para nada. Ciertos recorridos son necesarios para no perder perspectiva de donde uno está. Si se lo pudiera evitar a mi hija, Alba, lo evitaría… pero de ahí a disgustarme, no.
-Cuando llegaste a Rosario ¿qué expectativas tenías?
-Llegué con hambre, en el mejor de los sentidos. Hambre de aprender, conocer, vivir. Nunca soñé estar en el lugar donde estoy. Tampoco nunca especulé con esa situación. Cuando llegué, en 2002, nuestro baño era más grande que la pieza. Vivíamos en una cochera con un amigo. Y yo lo veo como algo positivo. Lo que más me preocupa de estar en ciertos lugares es perder el registro. Soy un agradecido y creo que ese recorrido que la vida me puso me permite gestionar hoy lo que gestiono. No se puede gestionar sin perspectiva y la perspectiva te la da la calle.
-Tu perfil es diferente a los anteriores funcionarios y funcionarias que ocuparon tu cargo…
–Sí, yo soy una persona de gestión. Lo mío es trabajar y eso lo hago con muchísima gratitud a la oportunidad que tengo y con muchísima responsabilidad.
–¿Por dónde pasa tu gestión?
–Estamos reconfigurando la Secretaría de Cultura para los próximos veinte años. Ese es el gran desafío. Hoy tener museos no significa que sean valorados por la sociedad. Vamos a firmar un convenio con más de treinta instituciones: sindicatos, la FUR, padres TGD… ciudadanos que se han alejado de los espacios que por naturaleza les pertenecen. Ese vínculo es fundamental. La Biblioteca Argentina está todo el tiempo habitada y eso tiene que pasar en cada una de nuestras instituciones. Es necesario que la gente se apropie, tenga diversidad de uso, la cultura al servicio de la comunidad. Mucha gente desconoce lugares fundamentales. Y cuando al Estado se lo desconoce, se lo pone en cuestionamiento.
–¿Cómo se recompone ese vínculo?
–Con mayor visibilidad, con mayor apertura. La cultura tiene que funcionar cuando la gente está en su momento de ocio. Tener nuestras instituciones abiertas cuando el común de la gente está trabajando la aleja. Y me encuentro con equipos que están dispuestos a hacerlo. Hay que tener humildad para cambiar lo necesario en este tiempo. Y lo necesario es que la gente vuelva de manera mucho más diversa y amplia. Vas a la Isla de los Inventos a las cuatro de la tarde y tenés que empujar gente porque no podés entrar. Y eso es porque cuando el sentido está claro, las instituciones funcionan. Cuando el sentido se va perdiendo hay que volver a buscarlo. Me desvela lograr que las instituciones estén abiertas todo el tiempo y entre la mayor cantidad de gente posible. También me importa gestionar con humanidad.
–¿Cuál es el rol de la cultura hoy?
–El que tuvo siempre: generar expectativas de vida. Poder imaginar mejores mundos. Esa es la solución a muchos de los problemas que tenemos.
–¿Es posible en un contexto nacional donde se demoniza la cultura?
–Nos parece contracíclico. Creo que ningún asesor político nos recomendaría lo que estamos haciendo. Es una decisión del intendente (Pablo Javkin) que la cultura sea una inversión. Y en este contexto es obligatorio, porque lo único que te genera una expectativa de vida distinta es la cultura. Es la posibilidad de imaginarte en otro lugar más allá del contexto en el que naciste. Cuando vos no tenés posibilidad de imaginarte en otro lugar y proyectarte, la vida pierde el sentido. Cuando la vida pierde el sentido vale cualquier cosa. Vale que un chico de 14 años tenga un arma y le dispare a otro. Es con más cultura y con más educación que vamos a salir. Será un camino más largo, pero es un camino obligado.
–¿Son conscientes de que en ese punto el Estado y las propuestas culturales están muy ausentes en los barrios marginales de Rosario?
–Sí y no. Hay una extensión territorial con centros culturales enormes. Creo que hemos llegado mal. Lo que no significa que no hayamos llegado. Se han iniciado procesos de talleres y luego eso no se continuó. Hay que llegar mucho más transversalmente. Y eso también requiere de la inversión de la Nación. El Estado está presente. Hay que definir cinco políticas de Estado y llevarlas a cabo porque las víctimas son quienes están en el territorio.
–¿Cuáles son las cinco políticas de la Secretaría de Cultura en los barrios?
–Las orquestas infantojuveniles, que tienen más de quinientos chicos y las estamos ampliando. Presentamos el circuito interbarrial de teatro. Vamos a reconfigurar los distritos municipales en centros ciudadanos. Los distritos nacieron para algo que hoy lo resolvés con el celular. Entonces, ¿por qué no tener allí una isla de los inventos? Tenemos lo más valioso, que es la infraestructura.
–¿Qué te genera incomodidad?
–El perfil público. Porque creo que la política en general tiene la necesidad de mostrar lo que hace, cosa que no pasa en otro ámbito. Hay una doble responsabilidad, y a veces se termina poniendo más énfasis en la comunicación que en el trabajo. Y yo sobre todas las cosas me dedico a trabajar. Hoy entiendo a la comunicación como parte de mi trabajo. Creo que el día que deje de ejercer esta función volveré a mi uso de redes habitual, que es poco y nada.
Según sus planes, en tres años y medio volverá al anonimato, con la misma obsesión de no perder registro de quién es y de dónde viene. Con la palabra empatía tatuada en el brazo derecho. Y un porvenir incierto. Mientras tanto, propone gestionar cultura con expedientes, perspectiva y humanismo. Cuando deje de ser funcionario Valentini proyecta el alivio que sentirá al dejar de usar Instagram.
Los aciertos
A la hora de enumerar aciertos, Valentini menciona a la Feria del Libro, que se convirtió en una de las fiestas más populares de Rosario con la convocatoria de 300 mil personas en diez días. Apenas la supera la Feria de Colectividades. También la transformación del ciclo Rosario bajo las Estrellas en el Festival Faro. En ese evento, en el que tuvo un papel clave el anterior secretario del área, Dante Taparelli, pasaron 60 mil personas y más de trescientos artistas locales. La alfabetización de adultos que aprendieron a leer y escribir para sacar el carné de conducir es el acto que más lo conmovió en los cuatro años que desarrolló como subsecretario y en los seis meses que lleva ya al frente del área. A partir de esa experiencia comenzaron a preparar cien alfabetizadores en distintas organizaciones intermedias. “Hay que multiplicarlo”, sostiene, con un tono que no es vehemente ni monocorde.
Una de Charly García
Cuenta que su experiencia cultural personal pasó por el acceso a la literatura, el recorrido por el cine El Cairo y un amor incondicional por Charly García. “Con él tengo un enamoramiento que no tengo con ningún otro artista. Por su transparencia: es un tipo que nunca especuló con qué decir y eso es una condición de vida que a veces tiene más costo para la persona que beneficios. Más allá de que para mí es el mejor músico y compositor de este país, creo que nos representa. Sus letras son las que mejor identificaron el proceso de una generación. La única vez que chapeé en mi vida fue para darle la mano a él. Le escribí a un productor, me presenté como subsecretario y le dije que quería saludarlo… y no me lavé la mano por siete días”, recuerda riendo sin estridencias.